lunes, 28 de diciembre de 2015

​NUESTRAS GUERRAS INVISIBLES​

Elvira Bobo - La invisibilidad de la guerra

BAUDRILLARD: "(...) la red policial planetaria que equivale a la tensión de una guerra fría universal, de una cuarta guerra mundial que se inscribe en los cuerpos y en las costumbres"[1]_______"El poder del Estado no se basa en una máquina de guerra, sino en el ejercicio de las máquinas binarias que nos atraviesan y de la máquina abstracta que nos sobrecodifica: toda una  policía".[2]

En algo estamos muy de acuerdo: la guerra, tal como la conocemos, se ha vuelto insoportable a ojos de nuestra ética "universal" y bajo el prisma de los derechos humanos, de modo que los sistemas de poder necesitan ensayar otras formas de violencia, ahora en forma de control, que ciertamente es policial, tanto en las fronteras europeas con la nueva policía continental recién inventada, cuanto en la injerencia constante en nuestras acomodadas vidas personales en forma de millones de mecanismos de control, dispositivos electrónicos, manipulaciones colectivas y gestión de datos humanos.

También las izquierdas y las derechas, como localizaciones, casi espaciales en un espacio euclidiano, actúan generando parálisis y viejas dinámicas demasiado sólidas, pesadas e inmóviles.

Estuvimos y, a veces, seguimos cómodos pensando y actuando en esas coordenadas, en estas "máquinas binarias", que, a decir de Deleuze, desembocan en "fascismos molares". Sí también nosotros, los del noalaguerra.

De este modo, nosotros mismos, los posibles críticos, los del malestar del capitalismo, los que creemos que no nos representan y que otro mundo es posible, estamos cargados de querencias, inercias que ignoramos al grito convencido de que el Otro, malo malísimo –que lo es-, siempre es peor –que nosotros-. Es tan malo que nos convierte en buenos en la maniquea higiene del pensar confortable.

Para "jugar" a la guerra, con infantería y carros de combate,  hacen falta localizaciones, bloques, objetivos, tácticas y estrategias. Agentes del bien y del mal, dicotomías que permitan trazar un nosotros/los  otros para establecer sobrecodificaciones en las que la energía psicológica fluya del amigo al enemigo y viceversa. Y cuando la guerra cesa, las balas caen y se recogen los muertos, queda el dolor, la humillación y puede que terminen de escucharse las bombas, pero nuestro modelo de lógica binaria está tan asentado como siempre.

Incluso el otro día pedíamos identificar al enemigo, al Otro que siempre necesitamos dibujar lejos, en el Otro lado, en forma de muyahidín terrorista capaz de masacre a domicilio, en el neocon que sobrevive en el gobierno estadounidense con un pie firmando bombardeos y con el otro en el consejo de administración de la empresa armamentística que le hace más que rico. O en un enemigo un poco menos personificado, el dinero en forma de barriles de petróleo que siempre funciona para explicarnos hasta por qué se inmola un terrorista, movido por los hilos de los jeques esos que sólo piensan en petrodólares.  Contra estas concepciones de la realidad no es fácil luchar, pero mentalmente nos permiten disponer de las categorías de bien y mal. Son los pequeños Edipos comunitarios que han sustituido al Edipo familiar.

Pero, como alguien decía en la pasada sesión "hay algo más", hay eso que creo que Agamben llama dispositivos, que no son otra cosa que flujos y determinaciones variables e inapresables en nuestras viejas y cómodas categorías.  Ese algo más tiene que ver con nuestras miopes preguntas​:​  ¿Cómo puede ser que un tipo que tiene acceso a internet, a viajar, al consumo y a la supuesta felicidad igual que la occidental, no esté tranquilo y feliz pseudoviviendo como nosotros? Por eso necesitamos explicarnos sus actos sometiéndolos a nuestra lógica, a la única que parece que comprendemos...y entonces sus motivaciones han de ser económicas, como las nuestras. "(...) son modalidades de un cálculo típicamente occidental. Incluso la muerte, la evaluamos en tasas de interés, en términos de relación calidad/precio. Cálculo económico que es un cálculo de miserables, que ni siquiera tienen el valor de ponerle precio"[3] Y si no logramos entender al terrorista por las motivaciones económicas, probaremos con la hipótesis de la locura, o de que sucumbió a la promesa del paraíso lleno de vírgenes, o ​que ​estaba drogado.  O sea, puede estar comprado por los malos, puede ser loco, tonto o pobre. En esos hipotéticos personajes conceptuales se nos hace digerible. Pero​,​ ​¡​ay de nosotros si nos sacan de esas explicaciones​!​  Y, a veces, sospecho que  ¡ay de nosotros, si no tuviéramos guerras en injusticias contra los que luchar! De tanto negar y, por dios hemos de hacerlo, estamos al borde de olvidar la capacidad de afirmación y de deseo. Si desaparecieran las armas, si los gobiernos escucharan el clamor del pueblo en lugar de subir la dosis ​de​ la minuciosa y sistemática propaganda, si se firmara la paz perpetua entre todos los estados del mundo...habríamos desarticulado un invento indeseable y terrorífico. Mejor dicho, lo habríamos prohibido, como soñaba Kant (para hacer posible el espacio de comercio caníbal en que nos encontramos) . PERO nuestro lenguaje y nuestra lógica seguirían cargados de las mismas dicotomías aunque no empuñáramos armas, la muerte seguiría presente en forma de ausencia de deseos. En lugar de zombies con armas, seríamos los mismos MUERTOS VIVIENTES DESARMADOS.  ¿No se parecería a ese  "Estado de paz absoluta aún más terrorífico que el de la guerra total" que apuntaba Virilio?. Para estar a la "altura" de los actos simbólicos que llevan a cabo los terroristas, habría que tener una sangre que no tenemos. Incluso los que quieren devolver a los terroristas el daño físico, pierden la batalla en lo simbólico, porque apenas podemos mantener en pie nuestros esqueletos de simulacro, incluso cuando gritamos, unidos "noalaguerra".

Pero, ¿seremos capaces de desamoldar nuestros pétreos sistemas de pensamiento para entender que la guerra no está en ellos, en el otro cosificado, en un Sujeto enorme, llámese derechas, capital, consumo o la "marca" del mal que nos guste más? Deleuze lo dice más claro, incluso generosamente más brusco y nos apela: "¿A qué juego triste y trucado juegan los que hablan de un Amo sumamente maligno para presentar de sí mismos la imagen de pensadores rigurosos, incorruptibles y "pesimistas"?" [4]

Ese  JUEGO TRISTE Y TRUCADO ¿no es también parte del engranaje de la guerra invisible?

------------------------------------------------------------
[1]. BAUDRILLARD: Hipótesis sobre el terrorismo, p. 63.

[2]. Op. Cit, p, 160

[3] CFR. BAUDRILLARD: El espíritu del terrorismo, p. 22-23.

[4]. DELEUZE/PARNET: Diálogos, p.165 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Mi patria: Ítaca


África Vivar - La invisibilidad de la guerra

Carta de un periodista francés que perdió a su mujer en la sala Bataclan: "El viernes 13 de noviembre de 2015 robasteis la vida de un ser excepcional, pero no obtendréis mi odio. Si ese Dios por el que matáis nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer es una herida en su corazón. Responder a vuestro odio con mi cólera sería ceder a la misma ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois. Si queréis que tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados y que sacrifique mi libertad por seguridad, habéis perdido. Somos mi hijo y yo, pero somos mas fuertes que todos los ejércitos, toda su vida este niño os hará la ofensa de ser feliz y libre".


La lectura de los textos de Kant y Tiqqun han coincido con los atentados de París. Las palabras libertad, igualdad y fraternidad han sido desempolvadas junto con la Marsellesa pero están vacías.

Se agitan las banderas y consignas como espantajos, y se propone a Francia como referente de los valores occidentales. Sin embargo, cada concepto es pervertido.

Se habla de declarar la guerra, pero, me pregunto, quien es el enemigo, donde están las fronteras: ¿en Siria o en los barrios periféricos del propio París? y sobre todo, cuál es mi patria.

Hace ya una década los conflictos estallaban en los suburbios dando señales preocupantes que debían haberse tomado en cuenta. La marginación y la miseria son abono de lo peor. En el 2003 la guerra de Irak provoca consecuencia  que el propio Tony Blair relaciona con el terrorismo. Durante estos años no se han tomado medidas, ni se ha investigado la venta de armamento, el negocio del petróleo, los paraísos fiscales, la desigualdad, en fin nada de lo que se hubiera podido hacer se ha hecho.

Es sabido que el pueblo que ignora su historia está condenado a repetirla. Por tanto, memoria. ¿Que es lo que hemos olvidado?.

A consecuencia de la amnesia estamos condenados a un bucle. Entre los escritos de Kant y Tiqqun hay una larga historia. Hoy como ayer, o peor. Atrapados en una única secuencia.

"Obra de tal modo que tu máxima pueda convertirse en ley universal". Kant.

Provocar y alentar algo tan monstruoso como la guerra, apuntalando su defensa con argumentos frágiles y cínicos, es inmoral.

Mi patria es la que propone Constantino Cavafis en su poema "Ítaca": La patria interior, el viaje del ser; mis hermanos, los refugiados sirios y las víctimas francesas; mi enemigo, los que alimentan las guerras, los que hacen de ella un negocio y los que ignoran el dolor ajeno; las fronteras están dentro de las propias ciudades y la guerra forma parte de lo cotidiano, golpeando con una violencia sorda a los más débiles; mi libertad viene dada por la tensión entre la necesidad y el proyecto.

Una vez contextualizados los conceptos mi voz se suma: ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!

lunes, 21 de diciembre de 2015

El ciclo de la guerra

FKastro - La invisibilidad de la guerra

Aunque sea de oídas todos conocen el mito: La acción privada firma un cuantioso contrato en cualquier lugar del globo. Se prometen unos beneficios y se suceden los contratos en el sector. Las ganancias se reinvierten en nuevos contratos y así ininterrumpidamente. En consecuencia se crean puestos de trabajo y eso redunda favorablemente en el consumo. Elevado el consumo, el Estado recauda más y con ello puede financiar pensiones, sanidad o educación. Esto es lo que insisten en explicarnos como el ciclo de la riqueza. De una manera muy abreviada esto es el sanctasanctórum de las economías occidentales. El paraíso se manifiesta en la creación de la riqueza. Ese maná repercute en su mayor parte en los amos del cotarro, y el resto recibe algunas piezas debido a la reinversión imprescindible para asegurar el flujo de beneficios. Ese ciclo tiene matices importantes, pero en general, la mayoría encuentra en ese proceso la única forma de mantener con vida no sólo a su propio Estado, sino también a sí mismos.

Al principio hubo ciertas reticencias, pero al final todos los partidos comparten, con mayor o menor velocidad, con más o menos pasos, el proceso de obtención de la riqueza. También la izquierda, que aunque esperaba un cambio de paradigma como resultado de la crisis económica, ha acabado moldeando su discurso para adecuarlo al ciclo de la riqueza. Incluso entre los ciudadanos más desfavorecidos: Parados, desahuciados o jubilados quieren que el ciclo se perpetúe. No sólo por supervivencia, sino porque esperan que una vez estabilizada su situación personal, se materializarán sus sueños de triunfo y ascenso.

De las corrupciones, los escándalos y lo más feo de la crisis, sólo quieren eliminar sin piedad a los responsables, para a continuación cambiar las leyes y acabar con tanto garrafón y tanta podredumbre. Pero el escenario se mantiene: El ciclo de la riqueza es la solución.

En los debates y en los medios juegan a que el margen de cambio es grande, pero al término de las palabras sólo quedan matices relacionados con la velocidad y el control. La izquierda de manera más lenta, con la calculadora en la mano, y la derecha desde posiciones más veloces, más anárquicas. Lo demás son toneladas de palabras exhibiendo una evolución de escaso recorrido o una oposición verdaderamente mansa.

Regularmente surgen manifestaciones y quejas e incluso algún conato persistente, pero la policía agota cualquier melodrama. Sin uniformes y sin bengalas, unos y otros no renunciarían al ciclo de riqueza. El manifestante sólo quiere ser incluido nuevamente, que cuenten con él para lo que sea, que no le dejen a un lado.

Esto es lo que la mayoría de las urnas contempla como la paz. Los argumentos, las posiciones, los análisis y las razones parecen anunciar cambios inminentes, grandiosos, pero a menudo pírricos. Y aquellos que trabajan con ahínco en pos de las objeciones más profundas, en su mayor parte reclaman mayor reparto pero siempre desde el ciclo de la riqueza.

Sin embargo lo que resulta paz y diálogo y libertad y derechos en cualquier Estado perteneciente al ciclo de la riqueza, se torna horror en el exterior. Afuera los estragos del ciclo resultan pavorosos. El mito de la abundancia  abastece ahora lucha, muerte, dolor y miedo.

Los contratos en África o Sudamérica proporcionan jugosos beneficios para las Corporaciones, completando así el primer requisito que inicia el ciclo de la riqueza, la primera máxima que también quieren los ciudadanos de Occidente. Sin embargo estampadas las firmas en el documento, se produce el desmembramiento de poblaciones enteras, la expulsión de cientos de personas de sus tierras, la división de familias e identidades. A veces por medio de un empobrecimiento acelerado, incluyendo el hambre o las enfermedades más elementales, otras por el asesinato directo. Mientras se extraen las materias primas imprescindibles para el ciclo de la riqueza, aquellos que son expulsados de sus tierras son obligados a trabajar como esclavos por sueldos de miseria en condiciones infrahumanas. Familias enteras son empleadas inmediatamente en el procesamiento de cualquier mineral o semilla. A veces es coltán o esmeraldas, otras caña de azúcar o cacao. Aquellos que no aceptan estos regímenes de esclavitud son exterminados o sencillamente excluidos, lo que conlleva igualmente su eliminación. Este proceso de destrucción minimiza los costes de fabricación y eleva los posibles beneficios. Tras todo este proceso al consumidor final sólo se le narra el precio del etiquetado. Por ejemplo, en un paquete de café proveniente de Colombia sólo se nos señalan sus 60 céntimos de euro como precio. Merece la pena, dicen muchos.

En el exterior no existe el ciclo de riqueza y además no debe existir. En origen el producto debe extraerse al menor valor posible. La esclavitud es obligada. Para ello se recurre a la fuerza, sea desde ejércitos o policía del propio país, hasta sicarios del narcotráfico y las mafias como garantes de la miseria y la necesidad.

Cualquier apertura de los países suministradores de materias primas encarecería el producto y disminuiría los beneficios. Pese a que la mayor parte de las ganancias recaen sobre unos pocos, los medios de comunicación insisten en que el sostenimiento de nuestro modo de vida pasa por el ciclo de la riqueza.

Después de tantos gestos, nuestra sociedad se asienta sobre la sangre de miles de hombres y mujeres con idiomas y religiones incomprensibles, imponiéndoles la servidumbre y el sometimiento a sangre o a fuego.

El ciclo de la riqueza es también el ciclo de la guerra. ¿Quién se atrevería a aguar la fiesta?

lunes, 7 de diciembre de 2015

LA INVISIBILIDAD DE LA GUERRA. Taller de escritura política. #10D y #17D en CSA Tres Peces Tres



Este més de diciembre de 2015, en nuestro taller de escritura política tratamos sobre "La invisibilidad de la guerra".

Los textos sobre los que vamos a trabajar los tienes en el siguiente link:
https://drive.google.com/folderview?id=0B2sz-jLPw79qaUJyUUZ3VVUteTA&usp=sharing

Te esperamos el jueves 10 de Diciembre a las 19:00 y el jueves 17 de diciembre a las 19;00 en CSA Tres Peces Tres.

No faltes!

Reglas para que todo vaya bien

La idea de un taller de escritura política no es tanto aprender cuestiones de estilo, sino profundizar en ideas políticas, por medio de la escritura.

Cada mes se tratará un tema que será desarrollado en 2 sesiones, principalmente en 2 jueves en horario de 19 a 21 horas, en C/Tres Peces, 3, que serán anunciados con suficiente antelación.

En la primera sesión trataremos lecturas cortas sobre el tema. Los textos serán de acceso libre para que cualquier que esté interesado pueda acceder, indicando el lugar donde obtenerlo.

En la sesión cada uno de los asistentes dirá unas palabras sobre la lectura y después se iniciará un debate.

En la segunda sesión cada uno de los participantes aportará un escrito sobre el tema en cuestión. Cada uno de los asistentes repartirá al resto copias de lo escrito para así poder seguir con mayor atención la lectura. A continuación leerá en voz alta su texto y después se debatirá. Todos los textos, a elección de los autores, podrán ser publicados en el blog del Faro, o bien dejarlos por si en algún momento se vuelve a hacer algún libro.

sábado, 28 de noviembre de 2015

ZUTO O MUETE...

Elvira Bobo - El Faro Crítico

(o la tentación de lo indefendible)


Quien más y quien menos se ha tomado una copa de champagne en la terraza de un encantador bistró de París. O tiene allí a su prima de Erasmus. O frecuenta salas de conciertos para escuchar a grupos más o menos "protestantes" en las Bataclanes de Madrid o de Nueva York.

De modo que parece que lo que nos duele de París es el famoso "podía haber sido yo". La cercanía, dicen. Y es que los ciudadanos de París, asesinados vilmente, son un poco nosotros. A saber: comparten códigos de valores y grandes palabras: son demócratas, defensores de la libertad, de la igualdad, del progreso y la fraternidad, de Apple y de Sony.

Así queda meridianamente claro que se trata de nuestro sistema de creencias frente al de los bárbaros. Resuenan los ecos de Huntington y su bien conocido choque de civilizaciones con que en cierto momento y muy torpemente se quiso despachar la filosofía de la historia contemporánea. El problema es que esa "civilización" nuestra  resulta cada vez menos defendible. Sus estructuras de pensamiento son, con frecuencia, tan violentas e insostenibles como cualquier otra. Tan insidiosamente tóxicas, tan sutilmente adormecedoras, tan serenamente mortales.

Nos repiten que lo que nos hace impotentes frente a los fanáticos no es sólo que no tengamos armas –las tenemos, aunque las usamos en otros escenarios con el silenciador puesto-.  Lo que nos hace impotentes en términos de conflicto bélico es que el enemigo está dispuesto a morir matando. Y esto no es una cuestión que concierna sólo a los servicios de inteligencia, a las tácticas y a las estrategias. Nos concierne íntimamente a nosotros que, en nuestros acolchados mundos, no estamos dispuestos a matar ni morir por nuestras ideas –¿y está bien?-, y lo que es más grave aún, no estamos dispuestos a vivir.

Porque en nuestros bistrós, en nuestros conciertos, en nuestros campos de fútbol –"mecas" de la estupidez occidental- con frecuencia estamos muertos, exangües, anestesiados.

Y aquí es donde llega el giro perverso: los yihadistas nos hacen una grandísima putada-con-perdón con los asesinatos y el terror. Sí. Pero nos hacen otra más gorda, a medio y largo plazo. Hay otra consecuencia. Por un simplísimo y ancestral mecanismo de defensa refuerzan nuestra estupidez, nuestra cibercobardía vital. Queremos seguir muertos, exangües, anestesiados y zombies. Que no nos quiten nuestros teléfonos móviles, ni nuestros miedos de alcoba, ni nuestras anorexias existenciales. Algo así parece que gritamos.

Y como sus actos (los de ellos) son injustificables y nadie está libre de encontrarse sangrando DE VERDAD, razonamos, bajo el miedo, de forma que sentimos que nuestras cuotas de muerte cotidiana no son para tanto. Entonces es Judá (Ben hur) y Messala: "O estás conmigo o estás contra mí." Y como el "enemigo" viene hasta las trancas de bombas y sed de sangre, pues no queda nada bien decir que nuestro mundo es, aún más, si cabe, salvajemente indefendible.

Y, así, los atentados nos ayudan, nos empujan a seguir siendo estériles, autómatas, "pseudovivientes" y  digitalmente atocinados. Pero no es fácil salir de una trampa cuando el pensamiento es dicotómico. ¿O es que estás a favor del terror de los radicales? Así que o bestiales, o panolis. Elijan.

Así, los yihadistas tras inocularnos el miedo, suben la dosis de la paranoia y nos hacen aún más vulnerables, no sólo ante sus cinturones de bombas, sino para los amos de nuestros calabozos que, de refilón esbozan una sospechosa sonrisilla bajo su aparente indignación. De rebote fortalecen las políticas de control, la sospecha extendida, el régimen del gran hermano. E indirectamente –y mucho más grave- nos ayudan a perpetuar el aislamiento colectivo, nos ponen las gafas de ver que "el emperador está vestido", cuando está en paños menores, como siempre o más que nunca.

No trato, es evidente, de defender el yihadismo y sus formas extremas de terror. (Supongo que hay que decir esto por si alguien estaba ya con las vestiduras a punto de ser rasgadas). No quiero decir que nos merezcamos el terror a domicilio por ser una banda de panolis y de zombis. Se trata de que para lamentar y luchar contra "la-amenaza- que- se- cierne", nos agarramos con más fuerza a unas banderas y credos mugrientos, desalmados, raquíticos y dañinos, por los que no sólo no cabría dar un duro, sino contra los que muchos tratamos de luchar en tiempos de ¿paz?, precisamente porque son credos y banderas aparentemente indiscutibles pero, en realidad,  mortíferos , lenta y gravemente tóxicos.

Este es justo el momento para incrustarse de hoz y coz en lo políticamente incorrecto. Más incorrecto que nunca, pues los muertos aún palpitan y las balas apenas han dejado de silbar. Es el peor escenario posible para decir que estamos, otra vez, como siempre, en otro momento urgente, en un decisivo reto para nuestro pensar/vivir. El reto al que no queremos mirar de frente porque las bombas y las armas automáticas nos dan la excusa perfecta para seguir en nuestras pequeñas muertes cotidianas, tóxicas y contagiosas. ¿Cómo se puede decir A LA VEZ que no queremos ser masacrados por ninguna ideología o religión sin que para defendernos enarbolemos unas banderas caducas y manchadas de sangre, unos modos de vida patéticamente desmayados, sin que tengamos que preferir otra vez el miedo del "virgencita que me quede como estaba". Sin tener, al fin, que elegir entre "zuto o muete", porque tal vez, tal vez, sean dos aterradoras caras de lo mismo.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Nuevo libro de "El Faro Crítico". Colección Filosofía a la calle. "Los planos de la fortaleza".

En Galileo 52, el martes 10 de noviembre a las 20:00 tenemos cita para la presentación de nuestro libro colectivo "Los planos de la Fortaleza", un conjunto de ensayos sobre el Poder. También, nuestro compañero Francisco Martínez presentará su libro "Una ontología del Presente".

¿Te lo vas a perder? Estás invitado.


Presentación de “Próspero en el laberinto. Las dos caras del barroco”

Por arriba y por abajo, lo único que vimos es que también había de haber una izquierda, una derecha y algunas dimensiones más. Pues muchas son las formulaciones en las que cabe señalar una situación con la cual algo llega, algo está y algo comienza en un punto de inflexión. Especialmente si tales “algo” no se consideran como ajenos y extraños a tal punto (de in-flexión), lucirá claro que, en definitiva, están en estar-devenir, y que por ello su modalidad es pluralmente necesaria, de diversos modos. Doblemos entonces ahora los puntos, los “algo”, las estancias, las llegadas y las salidas. Pero no indiscriminadamente. Hagámoslo atendiendo a la mismidad de cada par de puntos, de cada juego de “algos”, de cada paso en las estancias, y pongámoslo en conexión con la mismidad que podrían tener nuestros presentes con la época barroca.
Somos neo-barrocos, ¿en qué sentido?

Si ambas épocas son lugares complejos en los que el hedor a putrefacción de lo viejo-sido que (nos) llega no inunda las estancias sí pertinentes y permitientes a lo por venir, al comenzar como si fuera la primera vez, en el claro-oscuro doblemente afirmativo de la creatividad asimétrica ética, política y estética, ¿acaso no debemos por simple compromiso con nuestros días, por entera consistencia con nuestros planteamientos históricamente intelectivos, dar cuenta de una filosofía de la historia de la filosofía ya no meramente lineal, progresiva ni universalista?
“Neo-”, “post-”, “trans-” y sin embargo barrocos, ¿cómo?

Hay meandros y zig-zags laberínticos. También repliegues e hipérboles expresivas. Des-obediencia civil “de” la ley en torno a “lo político”. Lugares con al menos dos lados asimétricos en un límite-punto no excluyente, sino todo lo contrario (sin contradicciones): secretismo no plano, es decir, sin secretarios ni meros mecanismos de control y transparencia. También resurrección inmanente del cuerpo gozoso sin mortajas sobre la vida femenina plural. De nuevo, afirmación del aquí y ahora. Decisión y escucha colectiva a lo que viene de fuera, explosión de referencias semióticas y de deseo. Transfiguraciones inmanentes, vinculantes.


Y (con) este libro.




viernes, 30 de octubre de 2015

Otros campos, otras chimeneas

Elvira Bobo - El Faro Crítico

¿Que si se puede hacer poesía después de Auschwitz? Algo así preguntaba sinceramente Adorno, respondiendo que tal cosa sería una barbarie... Pues quizá no se puede hacer poesía, se debe. Quizá hemos de discutir si la barbarie sería no hacerla. porque quizá sea la única manera de decir algo, de afirmar, de seguir vivos después de aquel horror.
           
            Desde luego que no es cuestión de hacer poesía bucólica y pastoril. Es cuestión de que, quizá también, sea el único modo del lenguaje que pueda hacerse cargo del grito mudo que necesitamos proferir justo antes de pensar otros mundos posibles.

            Sin duda lo peor de Auswitzch es que ha sucedido. Que ocurrió esa condensación extrema del mal. Pero una vez que ha pasado, creemos que nada puede ser peor. Que tenemos la suerte de no ser conducidos otra vez a los campos de la muerte en aquellos trenes. Tenemos esa suerte y no nos han tatuado un numerito en el brazo como membrete de la infamia.

            Pero es que la destrucción organizada, la industria del terror, aquella pulcra y elegante conferencia de Wannsee de 1942, se repite. La banalización del mal que diagnosticaba, certera, Hannah Arendt, sigue sucediendo hoy. Las formas en que el mal se cuela en nuestras vidas son igualmente frías y calculadas y las centenas de miles de muertos vagan hoy por las calles con la apariencia de los zombies. Quizá no pasan hambre, incluso estén sobrealimentados, hasta obesos. No están incomunicados de los suyos, tienen decenas de redes sociales, apps y demás métodos de pseudocomunicación. No están condenados a trabajos forzados y tienen la suerte de tener un trabajo de 8 a 8 en Andersen Consulting -o como dios quiera que se llame ahora- e intercambian tarjetas de visita esmeriladas en reuniones encorbatadas como en American Pshyco.

            Puede ser que esté de más la comparación con los campos de exterminio. Al fin y al cabo, en el ranking de dolor, Auschwitz gana por goleada, porque en la foto, los ciudadanos del primer mundo no aparecemos con pijamas de rayas, ni con el torso atravesado de costillas salientes -dantescos códigos de barras-. Ni apilados en montañas de cadáveres. Pero en esa foto de familia de la rolliza aldea global, con demasiada frecuencia aparecen sombras, espectros, sonámbulos. Personas pseudovivientes que ni siquiera saben cuál es su dolor.
           
            Es verdad que de Auschwitz no se podía salir con vida. Pero del líquido amniótico tóxico en el que nos encontramos, tampoco se puede salir, ni se puede vivir. Nuestro compañero Rafael respondía el otro día a la canción de las políticas inclusivas que nos bendicen: son tan benévolamente inclusivas, que uno no se puede excluir... Pues bien, aparentemente libres, aparentemente ricos, aparentemente sostenibles, aparentemente amparados por las leyes. Y, sin embargo, la sensación de muerte se cuela sorda, como la peste, invisible. En forma de hastío, de miedo, de máscaras.

            Y como en el top ten del dolor, decíamos, gana Auschwitz por goleada, como no se puede imaginar nada más terrible, corremos el riesgo de pensar que nuestro mundo no es tan malo. Y el show de Truman se emite diariamente para recordarnos que de nuestras "little boxes" higiénicas, de nuestros dúplex y adosados no hay que querer huir, para que olvidemos que nuestras "cámaras de gas" no nos fumigan de golpe, sino que van soltando el tóxico lentamente. Los efluvios no matan inmediatamente. Pero cuando llega la muerte, cuando un espejo nos devuelve la imagen del zombie, del sonámbulo desorientado e inconsciente, podemos descubrir que nos estaban envenenando. Y si los alemanes biempensantes y cómplices veían aquel peculiar humo salir de las chimeneas de los hornos crematorios y notaban un hedor extraño y mareante, nosotros también sentimos un aire irrespirable, una opresión sorda, una dolencia insidiosa pero inespecífica a la que no logramos poner nombre. Así que preferimos, como ellos, ignorarla. Ponernos de perfil, olvidar su pertinaz permanencia.

            Por eso, el lenguaje, nosotros, hemos de retorcernos para poner en palabras, para decir "Auschwitz" con horror. La poesía debe gritar el horror de aquellos lugares. Y nosotros hemos de usar esa poesía para que se haga cargo del dolor de aquellos barracones. Y también, ahora, del nuestro. Porque el mal que se condensaba en aquellos lugares (no se me rasguen las vestiduras) no es tan diferente. El radical desprecio por la vida, por el otro, que llevó a aquel exterminio concentrado y monstruoso no está tan lejos del nuestro. La racionalidad de Auschwitz, que la tiene, no nos es ¿aún? ajena.
           
            Ahí está el peligro de Auschwitz en todo su esplendor. Fue tan horrible, que a su lado todas las demás formas del mal palidecen. Así que, por un perverso mecanismo, nos convertimos en seres más o menos agradecidos porque aquellos campos de exterminio ya no son para nosotros, ni en calidad de víctimas, ni en calidad de verdugos. Por eso se convierten los viejos barracones en un parque temático, como todos sabemos; para poderlo consumir con la naturalidad con la que consumimos un escaparate de Nike. Y así creemos haber exorcizado el holocausto. Necesitábamos hacerlo.
           
            Pero ese proceso tiene un peliagudo revés. ¿Sin querer? lo alejamos, lo recluimos en los anales de un horror que no nos pertenece y, si nos hacemos cargo de él, lo hacemos con las gafas de mirar al pasado, a una historia superada. Y aunque es verdad que a Arendt se le helaba la sangre cuando encontró en los criminales nazis unos tipos medianamente normales, y hasta "presentables", sin cuernos, ni tridentes, necesitamos pensar que algo les separa, que algo les diferencia esencial y radicalmente de nosotros. La sociedad, hemos dicho mil veces, aleja el dolor y la muerte, los evacua de inmediato para negarlos. Y cuando no se pueden negar, se cubren de una pátina consumible. A saber: el dolor cotidiano se coloca en las secciones de sucesos de nuestros informativos, perfectamente aisladitos de los acontecimientos de la sociedad, en un apartado que no contagie nuestra realidad para que sigamos confortablemente pensando que estamos seguros, que podemos seguir en paz con nuestra cerveza en una mano y la hipoteca recién firmada en la otra. Y así el mal extremo pertenece a los otros, lo ejecutan los otros y lo padecen también los otros. Pero en nuestras vidas cotidianas, en nuestros acolchados mundos, volvemos a escuchar que vivimos en el mejor de los mundos posibles y, para regocijo y tranquilidad general, no somos ni la mitad de malos que los nazis.
           
            Nos ofrecen estadísticas impecables de power point para que no rechistemos. Finalmente son "hechos", "datos" irrevocables: somos más ricos que ayer, hasta los pobres son más ricos que ayer. Hay menos dolor, nos cuentan en Ávila, porque sacan la báscula de calcular el dolor y les sale un "arrojante" total con menos ceros. ¡Yupi! Así que no se quejen, o mejor, ni lo piensen. Pero si podría ser peor..., ¿no lo recuerdan? Y como la trampa del pensar está preciosamente construida (¿quién no va a firmar que nada hay peor que aquel genocidio? ¿O es usted un insensible?) Pues eso, lo dicho, disfruten de sus derechos (humanos y de los otros), de sus parlamentos (pero no se acerquen a ellos que sacamos a los geos), de sus centros comerciales y de sus televisores de plasma. Y disfruten también, y aquí está la gracia que más terroríficamente nos concierne, de sus pesados juicios, de sus intolerancias cotidianas, de sus faltas de amor, de sus agresividades punzantes, de sus pequeños terrorismos de alcoba y mesa camilla porque sus chimeneas del pensar y del vivir llevan años sin deshollinar, pero...peccata minuta al lado de las cámaras de gas. ¿Cierto? Mmmm...

            Y su democracia es buena, créanlo...¿o es que acaso prefieren la dictadura? Y claro, el fantasma de Franco -&Cia- está ahí disponible para sacarlo a pasear para asustar a los niños que somos, eficaz como el coco. Bienvenidos al síndrome de Estocolmo.

            Pero ocurre que no hay mal común sin mal individual y viceversa. En el curso de Ávila se nos ha proporcionado estos días inventarios de las posibles formas de relación con el otro. De lo necesaria e insoportable que resulta la mirada del otro, la irremediable soledad de nuestro cógito y de nuestra piel, la imposible apropiación total de ese que me mira y lo insoportable de su grito callado. Nos cuentan cómo Camus pintó al extranjero, cínico absoluto por ser poco cómplice del silencio orquestado. El extranjero se escapa, escurridizo. No se compromete con nada ni con nadie. Es el más terroríficamente lúcido, inhumano.
           
            ¿Y qué nos queda? Se preguntaba Chema, quizá todos. Porque los repertorios del mal parecen infinitos. Y lo siguen siendo porque hasta cuando pensamos el mal, o el dolor, pintamos a la perfección sus líneas de fuerza, sus estrategias, sus personajes...y otra vez los alejamos. No exploramos nuestras cuotas de dolor porque las depositamos en los otros. Si algo sobra son chivos expiatorios. Y, por si fuera poco, somos incapaces de unir nuestras fuerzas y construir para nosotros una racionalidad que nos aleje, mínimamente, de esa complicidad mortal.

             Los inventarios del mal están correctísimamente trazados desde su lógica interna, desde la dialéctica más perversa, desde el modo del juicio diagnóstico que renueva la lucha verdadero/falso, yo/el otro, como nos recordaba el miércoles Rafael. Suena a perogrullo, o quizá a sermón de la montaña, pero el olvido del ser que diagnosticaba Heidegger, es un olvido de consecuencias crueles. El dolor de los campos de concentración está siendo perpetuado incluso desde la filosofía. Porque hoy también tenemos víctimas a las que mirar a los ojos y no lo soportamos porque están demasiado cercanas. Con una mano describimos los repertorios del dolor, los dispositivos de su exorcismo en la tragedia ática, sus causas, sus agentes, las historias de los indios cristianizados, y con la otra se aparta al otro -que está vivo a nuestro lado- pero que, maldito, no se ha dejado deglutir. Ni cesamos en nuestro deseo caníbal de hacerlo.

            Pero podría ser peor. Y nos vamos a dormir tranquilos: Auswitzch (y otros miles de lugares del dolor petrificado) nos escandaliza y además nos proporciona el personaje conceptual del mal en estado puro. Está acotado. Narra a la perfección el peor de los escenarios de relación con el otro. Y cuando acabamos de decirlo, de diagnosticarlo, de diseccionar la infamia, olvidamos que no podemos mirarnos al espejo. Olvidamos que desde nuestra atalaya de cabezas pensantes, con frecuencia ni nos hacemos cargo del dolor del otro ni generamos nuevos modos que lo hagan imposible. Y es que somos lúcidos, a veces hasta brillantes en nuestro razonar pero cobardes, complacientes y arrogantes, recién duchados y oliendo a Nenuco, rara vez nos atrevemos a mirar en nuestras alcantarillas, en nuestras víctimas.

            Pero, es verdad, todavía no estamos muertos. Todavía podemos intentar huir, pensar, vivir. Reconocer el síndrome de Estocolmo y hacerlo saltar en pedazos. Acallar el discurso de los que oprimen sutilmente, silenciando con sus armas políticas, filosóficas y vitales cualquier otra posibilidad de aire respirable y susceptible de ser compartido. Todavía podemos hacer poesía con el agua al cuello para poder bailar, ligeros, aunque sólo sea una vez más, el vals de las flores, el de las olas o el de las mariposas. ¿No?


jueves, 24 de septiembre de 2015

Sesión de Amanda Núñez “Cuerpo, anomal y escritura” (Cuerpo/escritura/lectura a partir de Mil Mesetas) en la Casa del lector.

Un cuerpo junto a otro, un cuerpo frente a otro, un cuerpo sobre otro y para otro, un cuerpo en otro, un cuerpo de otro, no podrían asumirse sin confusión como cuerpos que leen, son leídos y también, en ocasiones, manifiestan su propia e irreductible ilegibilidad, si la apertura del intervalo de legibilidad/ilegibilidad de las configuraciones corporales de confrontación y apropiación posicionadas en el borde de las unidades relacionales del uno y el otro de los cuerpos, es decir, la corporalidad, no deviniese abierta creativamente en lo anomal.

Devenir animal, devenir mujer, devenir. Dar lugar al modo de relación en pluralidad de la banda y la manada. Y no dejar de ser minoría no-cuantitativa. ¿Posicionarse en la arruga y el pliegue?, ¿ansiar el corte, lo áspero y el desgarro? No. ¿Ampliar entonces el espectro base de de-cisión?, ¿incluir más? Desde luego tampoco. Ni converger, ni diverger, ni unirse, ni separarse, sino, más bien, respectivizar la diferencia soberana desde la transformación diferencial. Crear en la linde de la de-cisión ético-política. Conservar exponenciando los lenguajes creativos-artísticos.

Pero despacio, primero miremos cara a cara a los paradigmas míticos que realizan nuestras culturas en torno al cuerpo. Situémoslos tal y como son para que no vuelvan a ser tal. Comencemos con la rostridad y sus paisajes. No faltan herramientas, estrategias ni dispositivos comprensivos. Sólo es necesario leer pues pertenecemos ya a una tradición que desea pensar de otro modo.


Pues si un cuerpo no es mercancía, ¿qué es un cuerpo?, ¿cómo son los cuerpos?, ¿en qué medida aquello no reducible a cuerpo sin embargo sí se conecta de algún modo con ellos? Vayamos viéndolo...

1/4



2/4


3/4



4/4




jueves, 19 de marzo de 2015

Grabación sesión sobre Ecofeminismos. Febrero de 2015 con Yayo Herrero

Tuvimos el placer de contar con Yayo Herrero en una de nuestras sesiones sobre Ecofeminismo en febrero de 2015. Aquí tienes disponible la grabación de las intervenciones.  Sube el volumen de tus altavoces!!

Parte 1:



Parte 2:


Parte 3:



domingo, 15 de febrero de 2015

Calibán y la bruja | Lectura colectiva - Viernes #27F 18:00 Lavapiés

El viernes, 27 de febrero, a las 18:00, en el centro dela UNED en C\Argumosa, nº3, Aula B en Lavapiés, vamos a leer y comentar colectivamente el libro "Calibán y la Bruja" de Silvia Federici. Puedes bajarlo en el siguiente link: http://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Caliban%20y%20la%20bruja-TdS.pdf



Nos vamos a centrar en los siguiente capítulos:
 
1- El mundo entero necesita una sacudida. Los movimientos sociales y la crisis política en la Europa medieval.
a) Introducción. 33-35
b) Las mujeres y la herejía. 64-68
c) La política sexual, el surgimiento del Estado y la contrarrevolución. 78-83

2- La acumulación de trabajo y la degradación de las mujeres. La construcción de la «diferencia» en la «transición al capitalismo»
a) Introducción. 85-90
b) La privatización de la tierra en Europa, producción de escasez y separación de la producción respecto de la reproducción. 110-113 (no entero)
c) La devaluación del trabajo femenino. 141-147
d) Las mujeres como nuevos bienes comunes y como sustituto de las tierras perdidas. 147-148.
e) El patriarcado del salario. 148-152
f) La domesticación de las mujeres y la redefinición de la feminidad y la masculinidad: las mujeres como los salvajes de Europa. 152-157.
g) El capitalismo y la división sexual del trabajo. 176-177.

3- El Gran Calibán. La lucha contra el cuerpo rebelde. 179-218

4- La gran caza de brujas en Europa.
a) Introducción. 219-223.
b) Las épocas de la quema de brujas y la iniciativa estatal. 223-231
c) La caza de brujas, la caza de mujeres y la acumulación del trabajo. 246-257.
d) La caza de brujas y la supremacía masculina: la domesticación de las mujeres. 257-264
e) La bruja, la curandera y el nacimiento de la ciencia moderna. 275-284.

5- Colonización y cristianización. Calibán y las brujas en el nuevo mundo.
a) Mujeres y brujas en América. 304-308.
b) La caza de brujas y la globalización. 314-317.

Te esperamos!!

lunes, 2 de febrero de 2015

Convocatoria: Ecofeminismos - Viernes, #6F en Lavapiés | Jornadas Feministas

EcoFeminismos: Viernes, 6 de Febrero 18:00 en C/ Argumosa nº 3, Aula B
Ponente: Yayo Herrero                                    
Organiza: Faro Crítico

Acude y difunde!!


miércoles, 21 de enero de 2015

Capítulo vigésimo de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico

I
A Rodrigo, que estaba, pero no hablaba, en casa, y hablaba, pero no estaba, en la calle, se le planteó que el único modo de sacar la basura de su hogar era cambiarse de casa de vez en cuando. La calle, las palabras, la casa y el estar. También Rodrigo, que no podía dejar de sostener el entramado imaginativo, a pesar de ya barruntar que el paso a un nuevo hogar pasaba por aprender nuevos modos de cultivar la planta de la menta, circulaba entre debilísimas marismas contrapuestas. “A esta alturas de otoño ya no quedan hojas, sólo unos pocos tallos y las raíces que no se ven…”, se decía sin enunciar Rodrigo, pero como el batido de vainilla con una pizca de menta era su preferido y no quería para nada cambiar de sabor continuaba con el automatismo que le conducía a rebuscar alternativas para la conservación de la preciada hierba. “Congelada, seca, o…” e inmediatamente el ruidillo del microondas colaboraba en la desanimada conversación “…en aceite esencial…”. Un pitido avisaba entonces del final del ruido de fondo y por fin la boca se abría (daba igual, seguía sin haber palabras), estuviese ya el almuerzo caliente o no.
Al menos Rodrigo tenía bien claras algunas cosas. El nuevo idiolecto a aprender, el nuevo modo de cultivar, pensaría ante todo en y con los codos. Insensibles y con grietas, perfectos para rascarse los ojos y comprobar si aquello que se veía era cierto o no, geniales para quitarse el pesado sudor de la frente. Un idioma, en definitiva, que sólo podía ser escrito si ya se leía con otros en la escritura, eso sí, independientemente de que uno escribiera con la mano, con los pies o con los codos mismos.
Rodrigo, que pretendía evitar ante todo quemarse en la punta de los dedos (el que más le importaba era el dedo "corazón"), tomó definitivamente el plato con los codos. No estaba demasiado caliente pero sopló un par de veces. A esa distancia la comida, un poco de arroz con puerros y pollo, empezaba a parecer casi cualquier cosa. Con tanta cercanía la vista fallaba. Y por ahí había que empezar. Si bien el hecho de que la pérdida de la hegemonía visual que exigía esa distancia no permitiera distinguir el puerro del pedazo de pollo era muy diferente a tratar de deshegemonizar la visión como apertura, uso y redistribución del resto de sentidos, cada uno con sus diferenciaciones propias. "No, puré, no..." se repitió y dejó el plato sobre la mesita de la cocina. Finalmente llevado por el hambre tomó cubiertos en mano y empezó a comer. Aunque, eso sí, mientras tanto, continuó practicando el nuevo idioma. Gimnasia para los ojos.
De todos los trazados que sus ojos recorrieron (cruz, gran X, una espiral y un cuadrado) mientras comía, el único que no pudo recorrer porque ya estaba en ello, es decir, el único trazado que no recorrió en aquella ocasión porque exclusivamente lo podía recorrer él solo (sus ojos como "parte" de él, su cuerpo) y ya lo estaba recorriendo hiciera el trazado que hiciera (pues el círculo y el punto se confundían mutuamente en círculo-punto impensable/absurdo en cuanto se trataba, a la vez, del círculo máximamente pequeño (mínimamente grande) y del punto máximamente grande (mínimamente pequeño), componible entonces al absurdo con cualquier figura "extensa"), era el círculo. "Donde van los ojos, va el cuerpo...", se dijo y continuó abriendo ventanas-de su cuerpo. Al menos con el tiempo que eso requería para alguien poco acostumbrado, y desde luego Rodrigo no lo estaba mucho, el resto de tareas parecían demasiado ligeras. Sobre todo las que tenían que ver con la gestión de los antiguos lenguajes de otros. Por ponerse algún ejemplo de lo difícil que era deshacerse de ellos ante la enorme extrañeza que suponía todo aquello para él, tomó un folio en blanco y comenzó a hacer balance de ingresos y gastos. Mes a mes, con los cuatro últimos, no tardó demasiado en concluir que necesitaba ingresos extras para llevar a cabo la mudanza.
La carta de Juana estaba también sobre la mesa, cerca del folio lleno de números enormes y tachones que terminó arrojando con desgana. Un papel junto a otro. No se rechazaban en absoluto, pero Juana y Rodrigo sí. Hacía tiempo que no se veían ni se sabían, desde su despedida en la calle Donoso. Y ahora, por qué no pues había recordado su libertad con la carta cerrada de Juana, podía volver a saber de ella sin demasiada pena. Saber, querer, pensar, desear de o sobre Juana, no era algo que motivara a Rodrigo a abrir la carta, pero tal vez sí aquello le podría entretener lo suficiente para alejarse del problema de la financiación y, tras ese entretén, poder volver a él con alguna nueva solución que permitiera la mudanza. "Querido mío, dentro de poco moriré, mi proteonoma no da para más, nada que hacer..." era la primera línea que Rodrigo leyó en el escueto texto de la carta, y lo siguiente que venía dejaba bien a las claras que la unificación de los problemas y las soluciones de Rodrigo pasaba por allí. Su amiga, en principio ya difunta, legaba su vivienda de Donoso a Rodrigo. Aunque el hecho de que los problemas y las soluciones se unificaran no los eliminaba, sólo hacía que de un golpe, en la misma raíz visible y de nuevo circular, residieran ambos. El círculo hacía tres recorridos distintos aunque siempre pasara por un mismo punto monetario: pedir un préstamo bancario para, con ese dinero, atracar un banco y así, finalmente, obtener fondos para la mudanza a la casa de Juana.
Sin demasiada preparación, poco más que lavarse la cara y los dientes, Rodrigo se dirigió a la corporación nacional bancaria que gestionaba sus ingresos. No estaba lejos. Únicamente tuvo que cruzar la esquina de su calle y se topó con una esfera de números entretejida con zarzas que, anclada en el suelo y justo delante de la puerta de entrada, andamiaba la fachada del banco. No esperó demasiada cola. Enseguida un interventor le recibió en su despacho.
- Buenos días, Rodrigo Jiménez del Corral, ¿verdad?
- Así es, buenos días.
- Veo en su informe que desea pedir un préstamo personal.
- Sí.
- Lo que no especifica su informe es qué hará usted con el dinero que le dejaremos...
- No, bueno...
- Además, sus ingresos son muy escasos, si nos tuviera que devolver el préstamo únicamente en base a sus ingresos tardaría años... y eso si usted no gastara nada más, si no comiera en ese tiempo, necesitase ropa, o vivienda... por cierto dígame, ¿tiene alguna vivienda en propiedad?
- No, justamente dentro de poco pretendo mudarme a una vivienda familiar.
- En su informe no dice nada de eso. Pero tranquilo, no tiene que darme explicaciones.
- ...
- Dígame, ¿tiene otra fuente de ingresos a parte de los declarados?
- No.
- Es decir, que la garantía efectiva de devolución del préstamo giraría en torno al éxito de la empresa que usted comenzaría con el préstamo. Exclusivamente de eso, ¿me confundo?
- No se confunde, es así.
- Bueno, esto es lo que siempre hemos llamado un préstamo de altísimo riesgo, vieja receta... mire, actualmente la corporación de gobierno está facilitando de nuevo estos préstamos a bajísimo interés sobre todo para nuevos emprendedores, quizá no tanto para gastos directos en consumo. Es una prueba, pero usted ha llegado en el momento justo.
- Ah, vaya...
- Ya sabe, movilizar el movimiento de la pequeña economía… es como dar otro giro de tuerca a las estructuras intermedias… son las mismas empresas… empresas comprometidas con la gente porque hay gente detrás que vive en, por y para la empresa... gente que cuida de la gente, ¡no hay mayor garantía!, y nuestra labor, como banca nacionalizada, ya no es requerir como aval viviendas o propiedades privadas. El único aval que nos sirve es su vida... o lo que quede de ella… el que usted quiera compartir su vida con nosotros, con la corporación... flexi-emprendedores totales... sí, "flexi-emprendedores radicales por el bien de todos, si usted quiere" creo que será el lema de la campaña publicitaria que comenzará el ministerio en breve. Una vuelta a los pequeños préstamos de confianza, como en familia...
- Claro... bueno si quiere le puedo detallar en qué emplearé el préstamo...
- No, no, tranquilo, nos encantan las sorpresas. Lo único que necesitamos saber es lo siguiente: con el dinero que le dejaremos, ¿usted llevará a cabo una actividad que le permitirá devolver el dinero que le prestemos?
- Sí, claro.
- Perfecto, ya está, no necesitamos saber más. Las condiciones del préstamo se explicitan en este documento. Lea usted mientras yo cumplimento este formulario, y si está de acuerdo firme abajo, en poco más de dos horas tendrá la cantidad acordada en su cuenta.
Y no una hora sino cuarenta y cinco minutos fue el tiempo que tardó el móvil de Rodrigo en avisarle de la transferencia. Para entonces Rodrigo ya había escogido una pistola de agua de gran calibre y una máscara (de batman) de gran calidad que, ya de paso, también fuese aprovechable para carnavales. Lo siguiente fue llenar la despensa (con el estómago lleno se atraca mejor) y elegir qué corporación bancaria sería la protagonista del hurto.


II
Cuando Rodrigo y Juana se separaron frente al creciente rubor del hombrecillo del semáforo que marcaba el pulso de la calle Donoso, ninguno de ellos se preocupó porque el hombrecillo no tuviera cuerpo ni figura definidas, sólo sonido y color. Muchas lágrimas habían sido vertidas en la cercanía (ay pobre mí, pobre de tí, pobre de nosotros y pobre del mundo, pobre mundo) como entrante exquisito que ambos hubieran reservado para esa ocasión de tintineos. El sonido de fondo de la escena era una grabación del "pío-pío" de un pájaro sin pico que únicamente se podía encontrar en esa casa-cuartel de alambres fundidos y coloreados de campaña, y el color (con mínima forma) era la composición en una cambiante figura cada veinte segundos (el semáforo se encontraba en el tramo de la calle de mayor amplitud) de particiones regulares básicas ya no descomponibles en otras.
Como a pesar de que el cambio era triple (de canto/silencio, de colores y de movimiento de la figura no definida), el único cambio con movimiento pero sin tránsito era el cambio que acompañaba estrictamente al cambio de color del semáforo, es decir, la torna de la posición relativa de una de las figuras inferiores y otra de las superiores del hombrecillo siempre sobre fondo negro (color de gala, pajarillo de noche); el extraño pajarillo alado se ponía a cantar y los andantes pajareaban como el que más. De manera que la relatividad del cambio sin tránsito era tanto entre las partes componibles del hombrecillo de colores y sin figura como entre esas mismas partes y el fondo negro. Reciprotividad simultánea y fondo negro. El fondo negro también se movía y marcaba el paso. Acompañaba y suponía a los viandantes de al lado, no ya visibles sobre él sino más bien insensibles a cambiar de dirección mientras cruzaban la calle.
En aquella remota ocasión Rodrigo se quedó quieto mientras veía alejarse lentamente a Juana. Su paso decidido y lento hizo que la despedida visual durase cinco minutos: un minuto fue lo que tardó el semáforo en ponerse de nuevo en verde, otro lo que tardó Juana en cruzar la calle y otros tres ocupó perderla de vista tras el muro empedrado de su bloque. "Ya está, se acabó..." se decía Rodrigo, "...ella será feliz y yo... y yo..., ya sé lo que pasaría si sigo con ella... después de todo fue ella la que quiso que nos dejásemos de ver...". E inmediatamente, pero sólo porque ello ya regía, se sintió libre. Presintió cada parte de su cuerpo así: podía tener y tenía impresiones de cualquier rincón corporal antes de saber qué rincón era o dónde se encontraba. Conocía su cuerpo perfectamente porque lo sentía ("lo", como algo ahí) y no podía sentirlo sin que algo de fuera entrara en contacto con él. Cinco dedos eran una mano. Mano, muñeca, antebrazo, contrabrazo, codo y hombro, una extremidad. Y de allí no pasaba, del extremo de un brazo (hasta donde alcanzara la mano, eso sí, todo envuelto para regalo en piel). Así tenía la seguridad de conocer perfectamente todo lo de alrededor. Poco le sorprendía. Y eso que el asunto ocurría sólo porque conocía su cuerpo sobre el fondo negro y el fondo negro confundía a favor de la confusión su propio cuerpo con lo que se le aproximaba. Si probaba el sofrito que estaba preparando y se había pasado ligeramente de sal, él, entre otras cosas, era sofrito, él, sobre otras cosas, era sal. Lo similar pasaba con los rayos de sol. Con ciertas diferencias de grado entre días y estaciones, Rodrigo presentía que el calor del sol de un día de sol le calentaría. No predecía, ni calculaba, ni vaticinaba. Sentía frío y sin más el calor venía mediante los rayos del sol antes de darse cuenta de que el día era soleado.
Por otro lado, aquello atrapado por el toque de su mano (luz, sofrito, etc) tampoco se superyugaba sin más. Quería y no quería ser tocado por sus dedos. Sin contradicción, ¿cómo podría ser de otro modo si ni tan siquiera había tránsito alguno del fondo negro a lo interpuesto en ello? Así, sin voluntad predeterminada propia ni ajena, ni deseo de ningún tipo (deseable) su cuerpo se situaba en una concatenación de hechos aislados y encontrados concatenadamente ya por el fondo negro repetitivo en el cual estaba. El fondo negro era libertad, el libre encuentro y la llamada siempre dispuesta a toparse con el acople perfecto (es decir, no con cualquiera, sino con aquel acople ya condicionado por la repetición dada del "lo") de su cuerpo y el de afuera.
Bella amalgama de recortes conjuntados en la que sus palabras se esparcían in-discriminadamente por aquí y por allá. De nuevo, tan bello como estúpido. Barra libre de memoria personal en la que en muy pocas ocasiones, como recuerdo primigenio y matriz de su libertad, se emboscaba a sí mismo en la vuelta al día en que conoció a Juana.
En esas ocasiones el relato que guiaba su recuerdo se fijaba como diálogo en el que uno de los dos que dialogaban, Juana, no intervenía pues se hallaba en un segundo plano lejano, pero en una lejanía suficientemente visible (no lejana) como para esperar en todo momento su participación y acercamiento e incluso (tan alto era su lejano pedestal), para constar que sin esa participación nunca completa del todo no hubiese habido ni tan siquiera diálogo como recuerdo del relato de ambos. A esa media distancia equilibradamente externa al diálogo, Juana se convertía en un espectador cautivo de la historia, siempre se la esperaba y nunca podía llegar. Siempre su paso atrás se dibujaba como disipación atmosférica (de nuevo fondo negro). Paisaje ornamental en que Rodrigo podía recrear libre y cómodamente el primer momento en que probó el batido de vainilla con menta.


III
Un grupo de cebras salvajes había tomado parte del centro de la ciudad. Eran salvajes pero recatadas. No ocupaban demasiado y mugían moderadamente canciones protesta. Sólo cuando los agentes de la ordenacion estatal rodearon a los animales para que no ocuparan el cercano acceso a una calle peatonal y muy comercial, comenzaron a gritar como si una tropa de leones les emboscara en un desfiladero en el que sólo pudieran pasar de una en una. Todo muy pacífico. Al menos lo suficiente para que Rodrigo pudiera pasar cerca, escucharlas, rozar sus cuerpos (los cuerpos de una de ellas) y continuar su camino a la panadería.
Primero Rodrigo había pensado ir a la harinera de Pedro, pero vista la hora y ya que necesitaba sí, sí o sí pan, decidió ir a la tienda de "Pichi", aunque estuviese bastante más lejos. Andaba rumiando justamente el camino más corto para llegar cuando una pequeña cebra huida del cerco policial chocó con él (ocico con pierna derecha). Lo poco que cruzaron antes de que la cebra saliera pintado fue un pasquín y en un único sentido, de la cebra a Rodrigo. Sin vuelta. En los papeles, muy en grande, se presentaban unos caracteres que venían a decir algo así: " SÍ Y NO ES NO. NO A LA CLONACIÓN DE ÓRGANOS EXCLUSIVAMENTE PARA TRASPLANTES DE MASCOTAS. LOS ANIMALES SALVAJES TAMBIÉN TENEMOS DERECHOS, SI TODOS SOMOS ANIMALES, ¿QUIÉN CUIDA DE MI CORAZÓN?, SI COMO, CORRO Y PUEDO DAR CARIÑO COMO EL PERRO DE TU VECINA, ¿POR QUÉ MIS PRÓTESIS NO SE AUTOREGENERAN...?". Y aunque Rodrigo guardó los papeles en un bolsillo continuó encaminado sin mucha turbación hacia la panadería.
En la panadería, sin Pichi, el personal comentaba el frío que hacía en la calle. Tal vez porque Rodrigo estaba también muy congelado, apenas dijo nada, lo mínimo para comprar un kilo de harina y un poco de levadura. O tal vez no se detuvo mucho tiempo en la tienda pues ya estaba bien seguro de que los comentarios sobre el clima apenas hacen que la temperatura y la metereología cambien. Como fuese, no tuvo que ir muy lejos para enfriarse por dentro y así asumir conservando el frío de fuera. Junto a la tienda de "Pichi" había una heladería y Rodrigo, tras comprobar con buena alegría el horario, entró de inmediato. "Qué suerte, no falta mucho para que echen el cierre..." afirmó con un golpe a la puerta y no esperó a que la muchedumbre que esperaba para elegir sabor se decidiera. Simplemente se abrió paso hasta el mostrador. "Mmmm... no sé bien qué tomar..." masculló y empleó mucho menos tiempo en echar un vistazo al abanico tremendamente colorido de helados y batidos de sabores ofrecidos por el mostrador que a las mesas sin ocupar en las que podría degustar su opción.
Con el vaso de tubo lleno hasta casi rebosar de mezcla de leche semidesnatada, helado de vainilla y un poco de menta, se sentó en un taburete orientado hacia el exterior, muy cerca del interior del escaparate. La acera y las zonas de paso estaban bastantes desiertas. Rodrigo, sin embargo, se fijó bien en la única persona que deambulaba por la calle. Aunque enseguida un toque por la espalda le obligó a volver a su batido. "Disculpe usted, ¿puedo sentarme?", fue lo que una voz audiblemente anciana masculló justo a la vez del toque. El aspecto de la señora acompañaba su sonido. Una mujer alta, aunque ya curvada, de piel limpia, pero aparentemente muy arrugada, fue lo que en un primer momento la mirada de Rodrigo sondeó. "Tendrá unos ciento cincuenta años..." pensó y su atención terminó de recorrer el rostro orientándose a su pelo blanco, para nada prístino, que se mezclaba con mechones de colores más cálidos.
Para cuando su curiosidad visual quedó saciada la anciana ya se encontraba sentada a su lado con una buena cucharada de helado de chocolate en la boca.
- Mmmm... me encanta esta heladería, hacen los helados como en ningún sitio.
- Sí, los batidos también están riquísimos.
- Vengo todos los martes desde hace más de cincuenta años, ¡y siguen sabiendo igual que el primer día! Tú... tú no vienes mucho por aquí, ¿verdad? tu cara me quiere sonar pero creo que no te había visto antes... siento no poder enfocarte mejor, esta lente intraocular multifocal no termina de funcionar bien...
- No, no, creo que es la tercera vez que vengo.
- Claro, ya decía yo... creo que he visto a otros como tú por aquí pero no eras tú.
- ¿Otros como yo?
- Sí, sois tantos... me refiero a jovenzuelos solitarios con ese aire de despreocupación por el mundo... parece que la depresión constante está de moda y para nada reñido con la algaravía grupal y la actividad más visceral, no paráis...
- Bueno...
- Por favor, disculpa mis prejuicios... sólo quería decir que se suele llamar descanso a la desconexión depresiva de la actividad frenética en la que estamos sumidos... hacer, hacer y hacer... y por supuesto no pretendía decir que a ti te ocurriese... no te pretendía ofender, pero la edad en ocasiones permite hacer juicios un poco ligeros...
- Nada, nada, tranquila, seguro que algo de razón tiene... disculpe, ¿y cómo es su nombre?
- Juana... por favor tutéame, no me llames señora Juana ni doña Juana, me pones años y ya me los pongo yo solita...
- Perfecto Juana..., ¿entonces sí que vienes mucho por aquí?
- Sí, cada vez más... mis rutinas cada vez se aferran más a este sitio... es curioso...
- ¿Mmmm?
- Me refiero a todo lo que vengo aquí...
- Bueno, todos tenemos nuestras pequeñas manías y obsesiones, ¿sabes que cuando me ducho siempre primero me enjabono la cabeza y luego el cuerpo...?
- Guau... vaya, lo tuyo no tiene nombre, pobre cuerpo el tuyo... y esa cabeza separada... uy... bueno, verás, es que los martes vengo aquí, pero no por costumbre. No es como cuando nos acostumbramos a algo, integramos situaciones a nuestra rutina para formar hábito...
- Tengamos la edad que tengamos, si algo nos va bien...
- Qué gracioso, eso dice mi médico... verás es que últimamente, los últimos veinte o treinta años... desde que cumplí los ciento veinte, creo... las rutinas dejan de estar formándose en(e)migo por repetición de actos encontrados... resulta que es mi rutina la que busca otras rutinas, soy buscadora de costumbres, una rutina que busca otras, la parte que no pongo yo de los actos trans-individuales a incluir ya no está por ahí esperando mi acercamiento ciego u orientado por placer individual mío (puro respeto), ya no soy una burbuja de espuma estallada que no quiere volver al mar tras chocarse con un acantilado rugoso y percibir que nunca se alejó de él (de la mar). Fíjate... dudo incluso que un martes que no pudiera venir aquí, no sé... porque fuese temporada de recogida o algo así... dudo que ese martes este lugar tan siquiera estuviera aquí.
- Bueno, si tienes dudas podemos preguntar los horarios de la heladería...
- Je, ji (la risa de Juana sonaba como se escribía)... ¡cómo eres!, dime... tú nombre es...
- Rodrigo.
- ¡Qué bonito!, y dime Rodrigo, ¿te has enamorado últimamente?
- ¿Perdón?
- No fingas, me has escuchado…
- No, bueno, no sé, entonces supongo que no…
- Que no te has enamorado, dices…
- Juana, la pregunta es un poco pastelosa, ¿no?
- Por supuesto, estamos en una heladería, ¿qué esperabas?
- Ah, clar…
- ...
- ...ro...
- ¿Qué ocurre?
- … disculpa, me he despitado, ¿no te huele raro...?
- Uy, perdona, creo que tengo que ir al baño… es increíble lo que ha cambiado la neurociencia y la genética en los últimos 50 años, ¡¡y la ciencia del aparto digestivo sigue en el mismo punto que a finales del siglo pasado!!
La anciana se levantó y con un paso extraño, como con pasitos cortos pero en rica cadencia, caminó hasta el baño. Rodrigo bebió un poco más de su batido, ahora directamente del vaso. Echó una oída al murmullo del local y como ninguna conversación ajena le parecía interesante volvió a la acera y su vista. Enseguida llegó Juana. Rodrigo tardó en darse cuenta de su vuelta.
- Te has ido de nuevo y hace frío en la calle, ¿verdad?
- Sí... hace tanto frío fuera y mi cuerpo está caliente, por dentro y en la superficie. Es como si ese contraste enorme de temperaturas generase el vacío... sí, miraba a ese transehunte solitario, era yo mismo...
- Siempre uno cualquiera es yo mismo, así no se falla... pero tú eres mucho más hermoso que ese que ya no está...
- ¿Tú crees?
- Pues claro, si el vacío es el contraste, y siempre hay cuerpo y cuerpos... ¿puede haber algo más contrario a la soledad? A no ser que lo que te moleste es que haya demasiada distancia entre cuerpos, demasiado contraste de temperaturas...
- Ya, ya, la temperatura en el vacío absoluto es imposible...
- Claro... así que no queda otra que recibir el vacío de cuerpos, pero sin abarrotarlo, cada cuales con sus contrastes, diferentes temperaturas de contraste y vacío...
- ....eh...
- ¿mm...?
- ...perdona, pero estaba pensando lo que decías, da que pensar... eres muy sabia, eso lo da...
- ... ¿la edad?
- Sí, pero no quería ofender...
- No ofendes, todo lo contrario... a mis ciento cuarenta y siete años pocas cosas ofenden... es casi inversamente proporcional a lo de los prejuicios... pero sí que llama la atención la pena que suele levantar entre la gente eso de que uno muera cuando se llega al estado de plenitud de saber que se supone a la vejez...
- Y eso quien llegue...
- Mira, en los últimos treinta años se ha multiplicado por dos la esperaza de vida de los seritos humanos, ¿te parece que haya más sabiduría?, ¿más saber hacer por ahí?
- Desde luego que no.
- ¡Qué gran problema! Algo no va en la educación si tenemos que esperar en un tortuoso proceso acumulativo de conocimiento para tocar con los dedos las claves de la buena vida... toda una vida en su búsqueda, si hay suerte, con un hacer y hacer ciego que pretende buscarlo, poseerlo, conseguirlo y finalmente no hacerlo, ¡porque ya se es demasiado viejo o se está demasiado hastiado!
- Sí, en eso anda la transimisión creativa de conocimiento, el hacer intermedio no es ciego, ¿no?, tenemos las referencias de los que ya han pasado por ahí y nosotros las abrimos a los que vendrán...
- Ese es el cuento que se relata a los niños antes de apagar la luz para que participen del proceso sin rechistar... lo que no se cuenta es que el narra el cuento, el que decide si se pone o se quita la luz y añade temor a uno u otro caso, es justamente el mismo que no permite que el anciano pueda llegar a la senectud con vitalidad y fuerza de seguir viviendo, agotados... y además, ¿no te parece que si el saber es creativo-transmisivo y no sólo reproductivo esas referencias difícilmente podrían estar anudadas de antemano?
- Claro, ¡no sabes qué difícil es encontrar alguien al que el ensayo y error teledirigido también le agote!
- Yo también me emociono hablando y haciendo estas cosas... eres demasiado hermoso...
- ...
- Lo ves, incluso te sonrojas... pero no te quiero hacer sentir incómodo... sólo digo que es curioso que esto ocurra con más fuerza que nunca... el fracaso de la educación, de la gente más lista... el que en lugar de dar/recibir modos de anudar enseñemos tipos o tipologías de nudos en una cuerda ya tensada de principio a fin... y que esto ocurra justamente cuando la sanidad obtiene las más abrumadoras cotas de éxito...

Juana y Rodrigo terminaron pronto la conversación. También el batido y el helado. Uno de los camareros les recordó que el local estaba a punto de cerrar y se apresuraron a no dejar ni gota de sus consumiciones. Ni gota fuera, todo en la lengua, en el paladar y en los dientes. Pero que permaneciera allí, sin prisa para escaparse al estómago. Ambos se despidieron con una sonrisa fea, llena de manchas, y un "...a mí también me encantaría volver a verte... pronto... aunque ya sabemos que el tiempo es mucho más que una (UNA) vida...".
De vuelta a casa Rodrigo, entusiasmado como estaba, se detuvo frente a la estación norte de tren. La descuidada fachada de ladrillo visto y cemento llamaron su atención. "Con lo que suelo pasar por aquí y nunca me había fijado...", se decía y su atención saltó ahora a la cola de animales que esperaba frente a una de las taquillas. Había algunos perros (tal vez lobos), dos conejos, un gato, una rana y un pato que con bastante buen orden se enfilaban hacia la taquilla. Sólo una paloma y unos gorriones, que no paraban de revolotear a lo alto del hall de la estación, parecían pasar simplemente por allí. Un relámpago y un trueno simultáneos, incluso más que las primeras gotas sobre su cabeza, le invitaron definitivamente a entrar. Corrió para cruzar el umbral de la puerta que soportaba el letrero de "SALIDA", y sin más se puso en el último lugar de la cola. Inmediatamente alguien se colocó tras él.
Cuando Rodrigo se sacudió las pocas gotas de lluvia de su abrigo, el pato y la rana, que habían recibo la mayoría, gritaron de júbilo y salieron a la calle, hacia la lluvia. Pero alguien se quejó. "¿Quién habrá sido el damnificado?" pensó Rodrigo antes de darse la vuelta. Y enseguida comprobó que una chica con un abrigo muy largo y marrón (ligeramente moteado por gotas de lluvia ajenas) se avalanzó sobre él. "Rodrigo, ¡eres tú!, no te veía desde el instituto...", a lo que él sólo pudo contestar "...muy bien, ¿y tú?...", a pesar de que, ciertamente, no pudo reconocer a la joven. Tampoco, en lo que siguió de conversación, entendió ni una palabra. Sobretodo porque uno de los lobos discutía a voces con el gato en torno a si el billete reducido de familia numerosa era a partir de cuatro o cinco miembros en el núcleo familiar. Pero también porque la joven hablaba un idioma raro. Había palabras, aisladas y arbitrarias, que de repente Rodrigo entendía, pero enseguida perdía el hilo. Aunque la aguja del hilo, sí enhebrada aún sin costura continua, eran los gestos y movimientos de la chica. Ahí la ausencia de sentido en sus palabras se llenaba. Y Rodrigo continuó un ratito respondiendo de cuando en cuando con cabeza y muchos hombros. Casi hasta que el tren llegó.
A pesar de que el pitido de la locomotora rebosó toda conversación hasta secarla, Rodrigo tenía más o menos claro que la joven, esa supuesta amiga de su hermana en el instituto, colaboraba con los animales presentes en alguna tarea extremadamente vital. La protesta de las cebras se había extendido, y algunos animales humanizados (doblemente humanizados, triplemente estupidizados) habían abandonado a sus dueños para ir al frente y unirse a las concentraciones. La joven acompañaba a los animales para facilitar el que no ocurriera que por ejemplo alguno, suficientemente no familiarizado con los códigos alfanuméricos humanos, quisiera entrar en el baño de señoras siendo macho y viceversa.
Antes de que el tren partiera de nuevo y tras cerciorarse de dónde sería la concentración principal, Rodrigo buscó una cabina en la estación e hizo algunas videollamadas a amigos para comprobar si se unirían a las protestas. Todavía tuvo tiempo para montar en el tren antes de que partiera. No llevaba billete y el revisor, un señor algo cheposo, le invitó a bajarse en la próxima estación. Lo mismo ocurrió con el pato.


IV
Sí estaba. Al menos desde que nació. La floración regía la vida en el bloque de Emilio. Una vida organizada en diferentes registros de asentamiento y despliegue. El bloque era un ser vivo. La vida no-interna eran ruidos de fondo (para nada negro) y gemidos en la noche, también voces animales que se colaban por las débiles paredes entre los apartamentos no sólo a la hora de cocinar y notar que faltaba un poco de sal o aceite para el almuerzo y la comida (en la cena nunca faltaba nada). Y es que las paredes eran claves para que la comunicación visual se conjurase como insuficiente, para que la imagen de la figura todavía abierta del dibujo de un rostro no dijera más que la vibración compartida del oír/decir un susurro de muchos.
También la vida no-externa de los componentes del bloque se mantenía como si hubiera contornos sombreados fuera, tras las paredes. Aunque en ese caso los extranjeros no eran vecinos y solían formar parte del servicio de recogida de basuras o algún otro servicio municipal. Ahí, el ser vivo que componía y ocupaba el primero A, B y D, el segundo A, B y C y el tercero A, B y C, convertía el registro de salida en función metabólica. Excrecencia de la producción interna que obligaba a la salida hacia fuera de sí. No es que los forasteros al bloque fuesen basura, sino que la basura recién producida, es decir, todavía no abandonada como inútil (todavía no olía mal) era el único proceso en el que la ruta metabólica no-externa se abría sobre sí misma. Sin tiempo para decidir si aquello servía todavía o no para algo, la basura ya era requerida por la necesidad de algo externo que demandaba cabida en los ciclos del bloque porque el bloque ya modulaba sus ciclos de acuerdo a esa recogida largo tiempo cuidada por el hábito compartido. Por eso si una semana no había recogida de basuras el organismo no se envenenaba sin más. La costumbre nunca puede atentar contra la vida creativa. Y los residuos derivados del día a día de cada uno de los hogares saltaban de hogar en hogar, de pared entre pared, a suelo compartido. En consecuencia, las gentes que habitaban el bloque de Emilio hacían todavía mucha más vida en las zonas comunes, en el hall de entrada y en el patio central a todas las casas, cuando no funcionaba el sistema externo de recogida basuras. En esas circunstancias el ser vivo residía en un estar de conservación y crecimiento pleno, en su máximo esplendor en los atardeceres y mañanas de lluvia en las que el agua tocaba el suelo sin techo del patio central del bloque. Y si había algo que lo evitaba, al ser vivo le salía una cana y la basura empezaba a oler mal, se respirase como se respirase.
Pero un día ocurrió que alguien nuevo se mudó al bloque. Lo que no era raro es que con esa mudanza tuviera que mudar el bloque entero. Eso lo vivían y sabían cada soberano órgano del ser vivo. También Emilio. Lo extraño de esa mudanza fue que el cambio inducido no fuese proclamado únicamente desde dentro sin cerrarse a los afueras posibles sino que hubiera una solicitud interna y formal por carta tanto a los habitantes del bloque como a los habitantes del bloque que estaban por venir. La señora Gutierrez Rivera (Juana), viuda desde casi su nacimiento, en sus últimos días y sabedora de que eran sus últimos días, escribió una carta abierta a sus vecinos en los que anunciaba que en unos pocos días dejaría de vivir. La carta empezaba con un solemne "Queridos amigos y vecinos del 27 de la Calle Cuesta de la Picota..." pero como la anciana (tan anciana era, unos doscientos años, que ya no tenían mucho sentido las distinciones de género) últimamente era un apéndice anclado a una estructura ósea fijada a su vez ya sí a partes móviles vivientes, sólo pudo dar a conocer la carta a través del correo ordinario. Sin poder ya participar demasiado en la vida del bloque, metió como pudo la carta en el buzón de sus vecinos y envió otra copia a su amigo Rodrigo. Todas las cartas terminaban anunciando que Rodrigo comenzaría a vivir en el bloque tras su muerte. Tal era su legado.
Y Rodrigo se mudó justamente a una pequeña casa en torno al hogar de Emilio. Aunque no obtuvo el permiso de cambio de residencia fácilmente. En ciudad Sony de Madrid la movilidad en la residencia estaba muy muy garantizada. Pero el permiso estatal sólo soportaba el cambio si estaba justificado por la necesaria flexibilidad laboral o mercantil en general (ahí podía entrar la continua formación o el alejamiento de las estructuras familiares de dependencia). Si uno se movía y cultivaba con buen (y bello) interés, el permiso y todas sus garantías venían solas. Pero si las mudanzas ya estaban preparadas antes de moverse, si la exigencia de cambio de lugar ya estaba allí y sin empaquetar previamente a todo desplazamiento del dormitorio de las unidades de movimiento, el asunto se entorpecía y en ocasiones el permiso nunca llegaba. Jugó a favor de Rodrigo que su desagradable tendencia a hablar indicriminadamente en público casaba perfectamente con la clasificación municipal del bloque de Emilio como "bloque de aislamiento" para "individuos no muy diferenciados". Ambiguo era tanto no estar profesionalizado como estar profesionalizado en un empleo indefinido, estar, en definitiva, fijado demasiado tiempo a un espacio y un tiempo acotados. Dos veces tiempo. Y aunque los habitantes del bloque no entraban en ninguna de esas tipologías, el permiso llegó pronto junto a la invitación informativa del concejo a que Rodrigo participase en unos cursos de diálogo interior y cuidado del espacio público mediante sonrisa exterior.

Para sí, para si
parasiteas de tí
ante todo parasiteas
y desescombro la algaravía
limpio
desinfecto
acicalo
escudriño
un vía ancha de cabida
un eslogan envolvente para asumir
con muchas vocales
ese estribillo básico
no másico

Cinco vocales
juegos vocálicos
sin diptóngos
Una luz
a
Dos bocas que advierten
ee
Tres yuxtaposiciones
iii
Cuatro nexos no excluyentes
oooo
Mucho miedo
uuuuu
para sí, para si
parasiteas de tí

Emilio terminó con la puesta de sol de rebocar la pared del baño. "Por aquí no entrará más lluvia" se dijo, y salió de su casa para echar un vistazo a la pared desde fuera. "Un poco de cal por aquí y ya está..." repensaba cuando, entre las sombras que formaban el juego de velas que alumbraba el pasillo del tercero y la luna casi llena entre las nubes, una se movió más rápida que las demás. En realidad eran tres sombras, tres bultos oscuros en el suelo, que se apoyaban en la puerta cerrada de la casa del nuevo vecino. Emilio se acercó y dio varios golpes a la puerta. No hubo respuesta. Insistió y finalmente un finísimo hilo de luz se abrió paso entre la superficie que daba cobijo a puerta y pared. Detrás, empujando la estrechez de la hendidura lumínica para que ensanchara, apareció el nuevo vecino.
Que cada uno estuviera en el mejor lugar de los posibles cuando ambos se encontraron no dice sino que los dos, en tal momento, estaban en casa. Sin importar nada el que uno de ellos estuviera bajo el umbral de una puerta de madera y el otro rozando el quicio de un mundo compuesto esencialmente de agua, fuego, tierra y aire. Incluso daba igual el que uno se mantuviese de puertas para dentro y el otro de puertas para fuera. El pasillo a oscuras que llevaba al timbre de la puerta, a este, aquel o al otro (tanto una puerta podía tener múltiples timbres, diferentes modos de hacerse sonar a la escucha, como que los recorridos del pasillo podían llevar a diferentes puertas con timbre, no a cualquiera), era, desde luego, mucho más casa que la tabla de madera que marcaba el umbral de aislamiento compartimental. Y Emilio, tras presentarse de nuevo, invitó a Rodrigo a que el próximo día, con la salida del sol, estuviera en el reparto de tareas semanal. "Veremos tus capacidades y necesidades, a ver qué te apetece hacer... ah, y no dejes estas bolsas de basura aquí en el pasillo, si llueve enseguida apesta todo... bájatelas también mañana y haremos compost..." . No sin razón el que Emilio diera un paso adelante, ocupando el pasillo, y Rodrigo no se moviera de donde estaba, obligó a que el pie izquierdo de uno, descalzo, pisara al del otro, descalzo también. "No puedo esperar a mañana para enseñarte los talleres, la balsa de agua...", enseguida añadió Emilio y ambos subieron para echar un vistazo a los niveles de agua acumulada por la lluvia.
"Buen año de aguas..." se respondieron intercambiando miradas silentes, y bajaron a oscuras hasta el huerto siguiendo unos canales que, a favor de gravedad, llevaban el agua hasta la planta baja. Rodrigo soltó las bolsas de basura que llevaba arrastrando todo el tiempo y escupió a la tierra. Las bolsas cayeron y una se abrió dejando entrever lo que había dentro. "Esta máscara de bat-man es puro plástico, difícil de aprovechar aquí, quizá en los talleres de teatro... pero todas estas cáscaras de patata son oro, irán genial a..." y Emilio se encaminó hacia una esquina angosta del huerto, la zona que en los últimos años había trabajado Juana. "En los últimos meses dedicó todo su trabajo a esto..., ¿te suena Rodrigo?". Allí, únicamente y de forma incondicional, había plantas de menta y muchas otras hierbas sin nombre fijo. Los rayos de luna que conseguían vencer la ligera opacidad de las nubes apenas permitieron a Rodrigo notar sus tonos verdes. Sin embargo la tierra era inconfundible.
A la mañana siguiente, tras el reparto de tareas, los vecinos festejaron y bailaron durante toda la mañana la bienvenida de Rodrigo. En la tarde, tras comer, otros amigos de un "bloque de aislamiento" cercano visitaron a Emilio y Rodrigo, y les aconsejaron, entre otras cosas, sobre el momento pleno de recogida de la planta de menta.