jueves, 24 de julio de 2014

PEDRO SÁNCHEZ: ”POR AHORA, BIEN”

Francisco José Martínez - El Faro Crítico

Había un chiste que decía: alguien se acerca a una ventana en un rascacielos de Nueva York y ve pasar cayendo a un irlandés y le pregunta ¿qué tal? Y el irlandés contesta: por ahora, bien. Esta metáfora me sirve para enjuiciar los primeros pasos del flamante nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, sobre el cual hablaba yo hace poco con un buen amigo mío, dirigente histórico de Izquierda Socialista, al que decía que aunque es evidente que el ganador era el hombre del aparato y, más aún del sistema, entendiendo por sistema ese conglomerado político, económico y mediático que en algún momento denominamos felipismo y que sigue muy presente en la toma de decisiones importantes de este país, quizás se viera obligado por los imperativos de la situación a hacer cosas no previstas y contrarias, al menos en parte, a dicho sistema. Los primeros movimientos de PS nos han dado la razón. El obligar al grupo parlamentario europeo a no apoyar al candidato conservador , el ofrecer la integración en la dirección del partido a sus oponentes, el haber apostado por la apertura de un proceso constituyente en línea federalista, y el aludir a una posible salida más solidaria e igualitaria de la crisis, se pueden entender como meros brindis al sol en un intento de maquillar una imagen del PSOE muy deteriorada, debido a la política de los últimos gobiernos de Zapatero y a la tibia oposición de Rubalcaba al gobierno del PP. Pero también se pueden interpretar como signos de la toma de conciencia de que sólo con una neto desmarcarse de las políticas conservadoras pueden tener los partidos socialistas europeos una oportunidad de mantenerse como alternativa política real.

Como he dicho en repetidas ocasiones el problema en Europa no es tanto la izquierda real que se va construyendo poco a poco pero de forma sostenida, sino el de la crisis de los partidos socialistas cuya sumisión a los imperativos del sistema los está llevando a situaciones sin salida.  La importancia del centro izquierda es decisiva ya que sin este amplio espectro de votantes es imposible construir una alternativa de gobierno mayoritaria, ni en Europa en su conjunto ni en los diversos países por separado. El predominio en la izquierda de la izquierda transformadora no asegura por si solo que sea posible una alternativa real a la actual situación. La experiencia del PCI durante los años setenta lo demuestra y, más cercano en el tiempo, lo hace también la experiencia griega.

Los primeros pasos de PS recuerdan a los de Zapatero, a pesar de ser esta experiencia algo que el sistema quiere olvidar y denigrar todo lo posible. Pero precisamente dicha experiencia presenta el problema del chiste, que lo que empieza bien tiene un futuro negro, como no suceda un milagro. Los amagos reformistas de Zapatero fueron ahogados cuando la situación empeoró y los últimos meses de su gobierno fueron nefastos: aplicó el plan de austeridad más intenso que nunca se había aplicado en España, tuvo que volver al núcleo duro felipista, Rubalcaba, Jáuregui, pactó con nocturnidad un cambio de la constitución con el PP, aceptó la utilización de Rota por los Estados Unidos en el marco del despliegue del escudo antimisiles y un largo etc. que hizo que hoy nadie lo recuerde bien. El sistema por sus veleidades iniciales y la izquierda por sus medidas últimas.

Para que el experimento de PS no se malogre hace falta cosas casi imposibles de obtener, primero ser capaz de imponerse al sistema dentro de su propio partido, segundo, ser capaz de convencer al resto de los partidos socialistas europeos de la necesidad de un cambio de rumbo, y tercero, establecer un giro a la izquierda en su programa que le permita gobernar con el apoyo de la izquierda real que se va articulando en torno a IU, Podemos y otros. Las tres tareas son prácticamente imposibles de llevar a cabo, por lo que hay que estar atentos para detectar el momento en el que el empuje inicial comience a perder fuelle, se estanque y al final entre en recesión.

Esta conclusión puede parecer pesimista, pero hay que tener en cuenta que la deriva entreguista de los partidos socialistas europeos a nivel político y a nivel personal, es decir, por la aceptación del dogma de que sólo hay una política económica posible, la austeridad y el desmantelamiento del estado de bienestar con los recortes democráticos que eso comporta, así como la idea de Europa como un mero mercado sin ninguna unión política seria, unido al hecho de que las élite socialistas ,gracias al mecanismo de la puerta giratoria que les permite rotar entre puestos políticos y puestos económicos en las grandes empresas , aquellas que precisamente como políticos tenían que controlar, hace muy difícil que se adopten políticas que pongan en peligro esa salida dorada de la política hacia los consejos de administración y viceversa.

El cambio radical en los partidos socialistas es tan imprescindible como imposible y eso da una tonalidad trágica a las posibilidades de cambio real en nuestro país y en el resto de los países europeos. Sin descartar que los meros cambios cosméticos que no son suficientes para un giro real de la política si pueden ser , en cambio, ocasión para que una parte considerable de voto desencantado que fue hacia una izquierda más radical vuelva al redil del centro izquierda, como el reciente documento de Podemos reconoce y nosotros mismos habíamos teorizado en artículos recientes.

Por ello creo que hay que tener la finura suficiente en el análisis para ser capaces de captar los sutiles cambios de gestos y de medidas reales que la elección de PS está introduciendo en la política del PSOE sin engañarse respecto al alcance real de los mismo por la conciencia del poder que el sistema tiene sobre estos partidos y el miedo que tienen a cualquier cambio que altere el inestable equilibrio en el que se sujeta la actual política española y europea.

El reforzamiento del centro bipartidista frente a la crítica que desde la derecha nacionalista y xenófoba y desde la izquierda real se está realizando de los grandes déficit democráticos que aquejan al actual proceso de construcción europea que no quiere ser política sino solo económica tiene como objetivo blindar un procedimiento de gobierno  y de gestión de la crisis que sustrae las decisiones esenciales a los ámbitos representativos y los entrega a comités de ‘expertos’ que representan los intereses del capital financiero en detrimento no solo del conjunto de los asalariados sino también de gran parte del capital productivo en una lucha de clases gigantesca que no solo enfrenta al capitalismo con el conjunto de la clases populares sino también a su capa más parasitara y especulativa con el resto de la clase capitalista más productiva y emprendedora. En ese sentido se produce la paradoja de que se une en el mismo saco a los que queremos una Europa integrada a nivel político y social y no meramente económico con los llamados euroescépticos, nacionalistas y xenófobos, que sin embargo, tienen razón en denunciar, como hace la izquierda consecuente, ese secuestro de soberanía de las naciones en beneficio de unas élites tecnocráticas no elegidas democráticamente que imponen sus políticas de austeridad al conjunto de las poblaciones europeas.

Mientras que los partidos socialistas europeos piensen que es mejor apoyar a los partidos conservadores en una gran coalición que blinde la política de austeridad y de recortes que explorar con el apoyo de la izquierda transformadora y de parte de los partidos verdes una salida solidaria y sostenible de la crisis no habrá salida para la izquierda pero tampoco para los partidos socialistas que irán perdiendo influencia paulatinamente fagocitados por la derecha y abandonados por sus votantes de izquierda. Esas son las cuentas que tienen que echar y elegir entre las dos alternativas. Cuando están en la oposición la tentación reformista es fuerte, pero al volver al poder las veleidades izquierdistas se olvidan y se vuelve al redil del pensamiento único. Por ello hay que aprovechar este interregno en el que la necesidad de desmarcarse de la derecha y de sus pasados errores les lleva a insuflar un poco de aire fresco en sus propuestas porque desgraciadamente muy pronto la cruda realidad les hará olvidar estas buenas intenciones y volver a su lugar natural seguidista de la derecha.

domingo, 13 de julio de 2014

CUESTIONES EN TORNO A LA LUCHA POR LO PÚBLICO Y LO COMÚN

Pablo Batto - El Faro Crítico

Que estamos atravesando un punto de inflexión, y vivimos un momento de colapso civilizatorio. No sólo vivimos una profunda crisis económica con las consecuencias que ello conlleva, sino que la economía capitalista ha chocado ya contra los límites físicos del planeta.

Que el pico del petróleo convencional se atravesó en 2008, que ya no hay tiempo ni viabilidad para una transición energética. Que numerosos minerales han llegado a sus respectivos picos de extracción, y los del carbón y el gas natural se prevén para 2030 aproximadamente.

Que la desaparición de especies se ha acelerado hasta el punto de que hasta en los libros de texto se habla ya de una sexta gran extinción, y se ha bautizado al nuevo período como Antropoceno.

Que la pérdida de fertilidad de las tierras, de agua potable, contaminación de acuíferos, desertificación, así como la contaminación del aire, la radiactividad, los químicos no estudiados, etc., ya se hacen notar y profundizarán sus efectos en el futuro cercano.

Que hasta la ONU reconoce que el cambio climático, sin tener en cuenta todos los demás factores, va a conllevar un colapso civilizatorio “que no estamos preparados para afrontar” y que pone en riesgo a la especie humana.

Que es más que previsible, por propia imposibilidad material, la quiebra de la sociedad industrial globalizada.

Que no está en juego sólo el futuro de nuestras hijas y nietas: mi generación va a vivir esta quiebra.

Que si hacemos retrospectiva y vemos los pasos que nos han llevado hasta aquí, nos damos cuenta de que el problema no ha sido sólo el mal llamado libre mercado, sino que prácticamente todos los Estados, incluso los gobernados por izquierda reformista o revolucionaria, han seguido o han intentado seguir el mismo camino y han aceptado los mismos pilares de la sociedad industrial-mercantil, a saber: la industrialización, el modelo urbano, la militarización, el Espectáculo, el culto a la técnica, el trabajo asalariado y la relación mercantil o indirecta entre producción y consumo.

Que no debemos caer en el error del neoliberalismo, que cree que el Estado es enemigo del capital, en vez de entender que el Estado tiene la capacidad de regular las ansias autodestructivas de éste. El Estado puede aflojar la presión de la olla social y hacer una cierta redistribución de riqueza, pero no para acabar con el capital, sino para perpetuarlo a largo plazo aunque le cause molestias, algo así como una fiebre en el organismo humano.

Que lo público no es de todas, es del Estado, y por lo tanto, de quien controla el Estado. No obstante, no existe ni ha existido un Estado que no sea controlado por una élite o una burocracia separada de la población y con unos intereses propios. Qué mejor ejemplo que esos países donde todo es público pero nada es común, y la población ni pincha ni corta.

Que el Estado, propietario de lo público, no es neutral. No es una herramienta que puede ser despótica o emancipadora según quién la maneje, pues como estructura mastodóntica tiene una serie de necesidades que no sólo son incompatibles con la emancipación humana, sino que pueden ir incluso en contra de determinados “derechos” básicos: propaganda, leyes, ejército y policía, burocracia, gran división social del trabajo, urbanismo e infraestructuras de transporte; además de alianzas geoestratégicas y económicas de dudosa legitimidad.

Que el sueño de un Estado democrático participativo, relativamente horizontal, no es menos utópico que su abolición directa e inmediata pregonada por el anarquismo clásico. Que una estructura nacida históricamente de la concentración de poder y recursos y de la división en clases difícilmente puede funcionar de forma no despótica.

Que existe una cuestión fundamental de escala: las macroestructuras de millones y millones de habitantes son ingobernables de forma democrática y libre. La humanidad no es un sujeto político, y es dudoso que el pueblo o la nación sí lo sean. Que la ausencia de una comunidad directa real en el conglomerado humano industrial lleva a la invención de comunidades imaginadas que, puesto que sus miembros ni se conocen ni tienen una relación afectiva entre ellas, requieren ser mediatizadas por algún tipo de mito o simbología.

Que la comunidad real es pequeña, a escala humana, y es en ella donde el trabajo político, productivo y reproductivo puede realizarse realmente de forma colectiva y solidaria, y es aquí donde diferencias éticas o políticas pueden llegar a ponerse por detrás de lo puramente humano.

Que cuando hablamos de bienes comunes hablamos de una forma de propiedad, aunque no necesariamente sancionada por la ley. Que es imposible que toda la población de un país sea propietaria de todos los medios de producción y tierras de ese país, y que esta imposibilidad evidente es lo que lleva a lo público, es decir: a que un Estado que se autodenomina “representante de toda la sociedad” sea el propietario de dichos bienes.

Que quien gestiona el Estado maneja lo público desde fuera, es decir: es un grupo de personas ajena al bien que gestiona y lo hace en función a una serie de intereses o estrategias, etc. Sin embargo, quien gestiona lo comunal lo hace desde dentro, su propia vida está ligada material y emocionalmente a dicho bien.

Que aun suponiendo que podamos poner a toda la humanidad de acuerdo para la gestión supraestatal de la crisis económica y ecológica, éste no es un proyecto políticamente viable a corto plazo. Es más que probable que la quiebra de la sociedad industrial se de mucho antes de que esto esté cerca de ser posible.

Que el ritmo esquizofrénico y suicida de la economía capitalista en sus últimos actos escapa a nuestro control efectivo, y es en lo local en lo único en lo que tenemos capacidad relativa de incidir.

Que, ciertamente, al rechazar el Estado en determinados aspectos nos tiramos piedras sobre nuestro propio tejado. Esto es por la relación de dependencia que ha generado. Pero no olvidemos que esto no sucede sólo con el Estado o con “lo público”, sino con toda la economía capitalista: comemos del sistema agroindustrial, nos “””sanamos””” con grandes farmacéuticas y nos movemos con combustible fósil extraído manu militari. ¿Vamos, por ello, a defender el sistema económico en que vivimos?.

Que, desde luego, no debemos olvidarnos de las necesidades y urgencias del momento presente, pero tampoco por ello practicar una política de “pan para hoy y hambre para mañana”, en un pragmatismo que ha sido tristemente común y ha contribuido a que estemos como estamos.

Que esto no es, a pesar de que se nos acuse frecuentemente de ello, un intento de desmoralizar, ni de dividir, ni de fragmentar las luchas sociales, sino una aportación a un debate necesario, y una propuesta para abrir un frente de batalla acorde a lo que hoy sabemos y al nuevo contexto en el que nos encontramos.

Que frente a la lucha por defender el anterior estado de cosas, o por democratizar estructuras indemocratizables, o por defender lo “público” (que no común), o por aspirar a modelos de gestión materialmente inviables, se plantea desde hace tiempo la vía de la creación de espacios relativamente libres, comunes, autogestionados, a escala humana, autónomos pero coordinados entre ellos, que creen tejido social y una nueva forma de funcionar en el seno de la economía capitalista. No es un planteamiento nuevo, pero sí minoritario, y hay quien le ha dado el nombre de Revolución Integral.

Que es necesario que este debate sea llevado a las asambleas y grupos donde aún no se haya llevado a cabo, para invitar a reflexionar e investigar otros puntos de vista y formas de acción, y más ahora en que tantas esperanzas y esfuerzos hay puestos en nuevos partidos y en la lucha instititucional.

jueves, 10 de julio de 2014

¿“PODEMOS “O “DEBEMOS”?


Francisco José Martínez -El Faro Crítico

Es indudable que la gran revelación de las pasadas elecciones europeas, y no sólo en España, ha sido la fulgurante aparición de Podemos que ha conseguido más de 1.200.000 votos y cinco europarlamentarios.  Este resultado, completamente inesperado, es un síntoma claro de las graves enfermedades que aquejan a la izquierda (IU) y al centro izquierda (PSOE) en nuestro país. Los primeros análisis de la procedencia de ese voto no detectado expresan su heterogeneidad lo que podría ser síntoma de inestabilidad. La mayoría relativa de  ese voto proviene de votantes desencantados del PSOE (entre un 30 y un 35 %), al que sigue (entre un 20 y un 25 %) de votantes de IU. A esto habría que añadir, y es lo más importante desde el punto de vista de la dinamización del sistema político, un porcentaje indeterminado que vendría de la abstención y que se podría considerar la plasmación institucional del 15M. Por último habría que añadir algunos miles de votos procedentes de grupos de izquierda como Izquierda Anticapitalista que aunque han sido los promotores y los sostenedores institucionales del movimiento no tienen gran relevancia electoral. Otro síntoma preocupante es que más del 60% del voto de Podemos se decidió sólo al final lo que impidió que fuera detectado en las encuestas y que además es un voto dubitativo y no firmemente asumido. (Por cierto en el caso de IU este porcentaje fue del 56 % lo que es igualmente muy preocupante ya que muestra también la labilidad del voto a esta formación.)

La consolidación de este éxito pasa necesariamente porque los dos grandes partidos de la izquierda, especialmente el PSOE, mantengan su inmovilismo actual, que los que han dado el paso institucional no vuelvan desencantados a la abstención y que la izquierda anticapitalista aumente sus exiguos apoyos. Pero ninguna de esas hipótesis es plausible.  El PSOE se debate en un marasmo político e ideológico pero se supone que tendrá que salir pronto del mismo y cualquier giro a la izquierda, por minúsculo que sea, puede suponer la vuelta al redil de gran parte de votantes de Podemos. Por su parte, IU tiene pendiente también una profunda renovación generacional y programática que la irrupción de Podemos no ha hecho más que evidenciar. El mensaje ya estaba dado y la respuesta, aunque no existiera Podemos, tiene que ser rápida y valiente. Por su parte, la llegada al poder y la lucha política diaria, la larga marcha a través de las instituciones en una larga y gris lucha de trincheras, nada heroica ni épica, puede llevar a que los movilizados del 15M vuelvan a la abstención cambiando el Podemos por el Debemos de la pureza ideología y la inanidad política. Por última, no es previsible un gran aumento de voto anticapitalista directo. Por todo ello, el heterogéneo y abigarrado conjunto de los votantes de Podemos tendrá que hace grandes esfuerzos para mantener su apoyo de forma duradera y sostenida.

De lo anterior no se debe extraer la conclusión, que sería errónea, de que Podemos es un fenómeno efímero que desaparecerá por sí solo. Como muchas veces en el amor, hay relaciones imposibles que se mantienen largos años y hay relaciones muy plausibles que no se logran consolidar y, a veces, ni siquiera son capaces de nacer. El surgimiento de Podemos plantea una serie de tareas ya ineludibles para las partidos clásicos de la izquierda. El PSOE debe reorganizar su ideología no hacia la derecha como claman con todas sus fuerzas los defensores del bipartidismo, ya que precisamente su derrota se ha producido por el abandono de gran parte de sus votantes de izquierda, sino hacia una propuesta de salida de la crisis de centro izquierda que intente paliar el brutal ascenso de la desigualdad en España y en Europa. Esto es imprescindible pero se ve cada vez más imposible ya que este giro tendría que ser a nivel europeo y ya vemos que el concubinato entre conservadores y socialistas en las instituciones europeas va a reeditarse de nuevo. De todas formas en España es probable que se produzca un cierto giro a nivel cosmético que permita a parte del voto desencantado socialista volver a votarles.

Por parte de IU el renovarse o morir es cada vez más perentorio. Sin Podemos ya era imprescindible, ahora es inexorable. Si no se produce un giro capaz de impulsar un gran frente que cubra el espectro de la izquierda y se abra incluso hacia el centro, IU como tal puede desaparecer. Si no logra ilusionar a esa gran cantidad de gente golpeada por la crisis y que llega mucho más allá del voto tradicional de la izquierda en una gran frente ciudadano y democrático que sea capaz de instaurar un proceso constituyente capaz de romper los actuales intentos de consolidación del régimen en todos sus niveles, su derrota será histórica.

La estela del 15M tiene que mantener su apoyo institucional y no desilusionarse demasiado pronto cuando haya que entrar en las inevitables componendas y pactos que toda misión de gobierno entraña. No debe encastillarse en una pureza inane que vuelva a dejar en manos de la derecha el poder y las instituciones. Hay que hacer que las instituciones sí nos representen y para ello hay que ocuparlas y no dejar que la apatía y la desilusión, las grandes bazas de la derecha, vuelvan a dominar el panorama político. Hay que conjugar las acciones y los discursos  de tal manera que los discursos no queden en palabrería vana y hueca y las acciones no sean pasos al acto incontrolados e irracionales. Hay que estar a la escucha atenta y respetuosa de las numerosas voces, murmullos, gritos y silencios que inundan la esfera pública, pero el discurso de la izquierda transformadora tiene también una dimensión pedagógica, fruto de su historia ya dos veces centenaria, que ha de  entrar en diálogo respetuoso pero también crítico con las demandas que se presentan en la sociedad ya que éstas  tienen que pasar filtros de racionalidad, justicia y eficacia para poder ser asumidas como propuestas políticas.

La ilusión  que ha supuesto la irrupción de Podemos tiene que mantenerse y para que ese movimiento sea verdaderamente mayoritario los partidos clásicos tienen que modificarse profundamente y unirse a ese gran movimiento. Si volvemos a llegar tarde a esa gran cita con la mayoría de la población las posibilidades de una alternativa real se disolverán por un tiempo muy largo. A las citas históricas no se puede faltar pero a ellas hay que ir decididos y con ilusión, de frente  y sin artimañas, porque, como la ocasión y al contrario que el cartero, no suelen pasar a nuestro lado dos veces.