Francisco José Martínez - El Faro Crítico
Había un chiste que decía: alguien se acerca a
una ventana en un rascacielos de Nueva York y ve pasar cayendo a un irlandés y
le pregunta ¿qué tal? Y el irlandés contesta: por ahora, bien. Esta metáfora me
sirve para enjuiciar los primeros pasos del flamante nuevo secretario general
del PSOE, Pedro Sánchez, sobre el cual hablaba yo hace poco con un buen amigo
mío, dirigente histórico de Izquierda Socialista, al que decía que aunque es
evidente que el ganador era el hombre del aparato y, más aún del sistema,
entendiendo por sistema ese conglomerado político, económico y mediático que en
algún momento denominamos felipismo y que sigue muy presente en la toma de
decisiones importantes de este país, quizás se viera obligado por los
imperativos de la situación a hacer cosas no previstas y contrarias, al menos en
parte, a dicho sistema. Los primeros movimientos de PS nos han dado la razón. El
obligar al grupo parlamentario europeo a no apoyar al candidato conservador , el
ofrecer la integración en la dirección del partido a sus oponentes, el haber
apostado por la apertura de un proceso constituyente en línea federalista, y el
aludir a una posible salida más solidaria e igualitaria de la crisis, se pueden
entender como meros brindis al sol en un intento de maquillar una imagen del
PSOE muy deteriorada, debido a la política de los últimos gobiernos de Zapatero
y a la tibia oposición de Rubalcaba al gobierno del PP. Pero también se pueden
interpretar como signos de la toma de conciencia de que sólo con una neto
desmarcarse de las políticas conservadoras pueden tener los partidos socialistas
europeos una oportunidad de mantenerse como alternativa política real.
Como he dicho en repetidas ocasiones el
problema en Europa no es tanto la izquierda real que se va construyendo poco a
poco pero de forma sostenida, sino el de la crisis de los partidos socialistas
cuya sumisión a los imperativos del sistema los está llevando a situaciones sin
salida. La importancia del centro izquierda es decisiva ya que sin este amplio
espectro de votantes es imposible construir una alternativa de gobierno
mayoritaria, ni en Europa en su conjunto ni en los diversos países por separado.
El predominio en la izquierda de la izquierda transformadora no asegura por si
solo que sea posible una alternativa real a la actual situación. La experiencia
del PCI durante los años setenta lo demuestra y, más cercano en el tiempo, lo
hace también la experiencia griega.
Los primeros pasos de PS recuerdan a los de
Zapatero, a pesar de ser esta experiencia algo que el sistema quiere olvidar y
denigrar todo lo posible. Pero precisamente dicha experiencia presenta el
problema del chiste, que lo que empieza bien tiene un futuro negro, como no
suceda un milagro. Los amagos reformistas de Zapatero fueron ahogados cuando la
situación empeoró y los últimos meses de su gobierno fueron nefastos: aplicó el
plan de austeridad más intenso que nunca se había aplicado en España, tuvo que
volver al núcleo duro felipista, Rubalcaba, Jáuregui, pactó con nocturnidad un
cambio de la constitución con el PP, aceptó la utilización de Rota por los
Estados Unidos en el marco del despliegue del escudo antimisiles y un largo etc.
que hizo que hoy nadie lo recuerde bien. El sistema por sus veleidades iniciales
y la izquierda por sus medidas últimas.
Para que el experimento de PS no se malogre
hace falta cosas casi imposibles de obtener, primero ser capaz de imponerse al
sistema dentro de su propio partido, segundo, ser capaz de convencer al resto de
los partidos socialistas europeos de la necesidad de un cambio de rumbo, y
tercero, establecer un giro a la izquierda en su programa que le permita
gobernar con el apoyo de la izquierda real que se va articulando en torno a IU,
Podemos y otros. Las tres tareas son prácticamente imposibles de llevar a cabo,
por lo que hay que estar atentos para detectar el momento en el que el empuje
inicial comience a perder fuelle, se estanque y al final entre en
recesión.
Esta conclusión puede parecer pesimista, pero
hay que tener en cuenta que la deriva entreguista de los partidos socialistas
europeos a nivel político y a nivel personal, es decir, por la aceptación del
dogma de que sólo hay una política económica posible, la austeridad y el
desmantelamiento del estado de bienestar con los recortes democráticos que eso
comporta, así como la idea de Europa como un mero mercado sin ninguna unión
política seria, unido al hecho de que las élite socialistas ,gracias al
mecanismo de la puerta giratoria que les permite rotar entre puestos políticos y
puestos económicos en las grandes empresas , aquellas que precisamente como
políticos tenían que controlar, hace muy difícil que se adopten políticas que
pongan en peligro esa salida dorada de la política hacia los consejos de
administración y viceversa.
El cambio radical en los partidos socialistas
es tan imprescindible como imposible y eso da una tonalidad trágica a las
posibilidades de cambio real en nuestro país y en el resto de los países
europeos. Sin descartar que los meros cambios cosméticos que no son suficientes
para un giro real de la política si pueden ser , en cambio, ocasión para que una
parte considerable de voto desencantado que fue hacia una izquierda más radical
vuelva al redil del centro izquierda, como el reciente documento de Podemos
reconoce y nosotros mismos habíamos teorizado en artículos recientes.
Por ello creo que hay que tener la finura
suficiente en el análisis para ser capaces de captar los sutiles cambios de
gestos y de medidas reales que la elección de PS está introduciendo en la
política del PSOE sin engañarse respecto al alcance real de los mismo por la
conciencia del poder que el sistema tiene sobre estos partidos y el miedo que
tienen a cualquier cambio que altere el inestable equilibrio en el que se sujeta
la actual política española y europea.
El reforzamiento del centro bipartidista
frente a la crítica que desde la derecha nacionalista y xenófoba y desde la
izquierda real se está realizando de los grandes déficit democráticos que
aquejan al actual proceso de construcción europea que no quiere ser política
sino solo económica tiene como objetivo blindar un procedimiento de gobierno y
de gestión de la crisis que sustrae las decisiones esenciales a los ámbitos
representativos y los entrega a comités de ‘expertos’ que representan los
intereses del capital financiero en detrimento no solo del conjunto de los
asalariados sino también de gran parte del capital productivo en una lucha de
clases gigantesca que no solo enfrenta al capitalismo con el conjunto de la
clases populares sino también a su capa más parasitara y especulativa con el
resto de la clase capitalista más productiva y emprendedora. En ese sentido se
produce la paradoja de que se une en el mismo saco a los que queremos una Europa
integrada a nivel político y social y no meramente económico con los llamados
euroescépticos, nacionalistas y xenófobos, que sin embargo, tienen razón en
denunciar, como hace la izquierda consecuente, ese secuestro de soberanía de las
naciones en beneficio de unas élites tecnocráticas no elegidas democráticamente
que imponen sus políticas de austeridad al conjunto de las poblaciones
europeas.
Mientras que los partidos socialistas europeos
piensen que es mejor apoyar a los partidos conservadores en una gran coalición
que blinde la política de austeridad y de recortes que explorar con el apoyo de
la izquierda transformadora y de parte de los partidos verdes una salida
solidaria y sostenible de la crisis no habrá salida para la izquierda pero
tampoco para los partidos socialistas que irán perdiendo influencia
paulatinamente fagocitados por la derecha y abandonados por sus votantes de
izquierda. Esas son las cuentas que tienen que echar y elegir entre las dos
alternativas. Cuando están en la oposición la tentación reformista es fuerte,
pero al volver al poder las veleidades izquierdistas se olvidan y se vuelve al
redil del pensamiento único. Por ello hay que aprovechar este interregno en el
que la necesidad de desmarcarse de la derecha y de sus pasados errores les lleva
a insuflar un poco de aire fresco en sus propuestas porque desgraciadamente muy
pronto la cruda realidad les hará olvidar estas buenas intenciones y volver a su
lugar natural seguidista de la derecha.
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