Durante las cuatro semanas del ataque de Israel a Gaza se ha usado el estigma del antisemitismo a diestro y siniestro contra diversos intelectuales e, incluso, se ha imputado a periodistas, cuando informaban sobre el curso del conflicto y su impacto en la población civil recurriendo a narrativas victimistas. El recurso constante a esta imputación obliga a la reflexión sobre el sentido de la misma y de cómo se ha convertido en un medio de intimidación.
La
condena de la violencia contra los judíos
ha ido en progresión, desde que
en 1946, apenas finalizada la guerra,
Sartre publicara el libro “reflexiones sobre la cuestión judía” en el
que abordaba dos cuestiones: el antisemita y el antisemitismo, su significado y
función. Al mismo tiempo que ganaba influencia social y política el compromiso
de los intelectuales contra el antisemitismo, durante décadas, se extendía
la denuncia de la intolerancia y la
irracionalidad. Cuando Sartre señalaba
que era antisemita el que culpaba de las desgracias de su país y sus propias
desgracias a la presencia de judíos en la comunidad en la que vivía, hacía
evidente la insensatez de tal
razonamiento. Así se construía, a su juicio,
un prejuicio cargado de odio, se instauraba la discriminación y el
racismo. Si bien, el libro de Sastre es uno de los más significativos no por
ello fue el único ni el más expresivo de la repulsa contra el antisemitismo de
los intelectuales europeos. La
universalización de la tolerancia como actitud
cívica y moral ha conducido a la
disminución del antisemitismo. De hecho, éste es cada vez más residual y, por
tanto inexplicable que se agite como peligro y se pretenda conjurar un nuevo
holocausto.
Es obvio que el compromiso del intelectual contra
el antisemitismo ha tenido siempre un sesgo ideológico relacionado con la
política y la democracia, desde los orígenes del intelectual moderno. Pero,
también, ha sido una
toma de partido activa contra la injusticia, contra la limitación de derechos, contra
todas las formas de abuso de poder, de censura, de manipulación que se
perpetraban sobre los judíos. Si se
reconoce esa realidad ¿Puede considerarse, como se viene haciendo la condena de Israel y sus políticas
belicistas por algunos intelectuales, como antisemitismo?¿ En particular, puede
considerarse la condena por Antonio Gala
y Vattimo -y tantos otros intelectuales- de la operación Margen Protector en la que se
han vulnerando todos los códigos, leyes y principio humanitarios con el
antisemitismo? ¿Qué es hoy el antisemitismo? Tal como se plantea el significado
del mismo por los portavoces de algunas
organizaciones judías y del gobierno de
Israel parece que discrepar de las políticas de éste -que es un estado, con intereses sobre territorios que
incluyen para su consecución la limitación de derechos de quienes se hallan en
éstos- , es antisemitismo. La definición del antisemitismo como hostilidad
contra los judíos basada en perjuicios religiosos, raciales, culturales o
étnicos decae para reducirse a toda posibilidad de discrepancia respecto de las
políticas de un estado, sean cual sean. Cabe discrepar de las políticas de cualquier estado, menos las del
Estado de Israel. Se pretende que sus intereses sean considerados como valores
éticos universales. De hecho, así ha sucedido por décadas en las que la
neutralidad valorativa de los gobiernos se apoyaba en el principio Israel tiene “derecho
a defenderse”, expresado en términos sin
rigor metodológico y conceptual. Esta neutralidad ha posibilitado que políticas de expansión
territorial se hayan enmascarado bajo una ideología victimista que no estaba
justificada por hechos objetivos. Y, simplemente, después del último asalto a Gaza no ha podido mantenerse. El apoyo de la narrativa de Israel, afirmando que es un
Estado democrático obligado a actuar contra los "terroristas" se ha
quebrado ante la desproporción de sus ataques y su indiferencia ante las
víctimas civiles. Durante las cuatro semanas de duración del ataque, Israel ha
encontrado que cada vez es más difícil justificar su abrumador asalto en la
estrecha franja de Gaza. De manera que el reemplazo paulatino de la
neutralidad valorativa por una apreciación realista de quienes son las víctimas
y quienes los auténticos victimarios ha provocado el recurso a la intimidación sobre quienes han sido
capaces de señalarlos de acuerdo con una realidad objetiva que no es posible seguir disfrazando.
La intimidación busca visibilizar que cualquier crítica a Israel es
políticamente arriesgado. Pero, además, de generar temor tienen otros
propósitos, evitar la reversión de la solidaridad con Israel generada por el
holocausto. El problema es que el uso -y el abuso- de esta solidaridad han
acabado por convertirla en un instrumento al servicio de intereses
geopolíticos. Y, precisamente la geopolítica es la que está cambiando de tal
manera que podría dar forma a una narrativa distinta del conflicto
palestino-israelí y de dónde se debe de situar la solidaridad. El cambio de
narrativa se ha gestado en la opinión pública mundial, si bien aún no ha
llegado a los gobiernos, pero éstos empiezan a sentirse incómodos con la
acusación de complicidad con las políticas de Israel que no tienen en cuenta
las leyes internacionales y los derechos humanos. La limpieza étnica, la confiscación ilegal de tierras
ocupadas, la demolición de viviendas civiles, la destrucción de la
infraestructura civil (agua, electricidad, saneamiento, etc .), el ataque a las instalaciones médicas, las escuelas,
mezquitas y universidades ha hecho imposible el sostenimiento por parte de
Israel de una narrativa de victimización. Quienes apoyan sus políticas proponen
una aplicación selectiva de las normas
de derecho internacional. La ruptura actual de los intelectuales –no
todos ni en todas partes, entre otras razones por los riesgos que comporta- es
la expresión de ese cambio en la narrativa, que practica una clara distinción
entre el gobierno israelí y los judíos. Entre el opresor y el oprimido.
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