sábado, 28 de noviembre de 2015

ZUTO O MUETE...

Elvira Bobo - El Faro Crítico

(o la tentación de lo indefendible)


Quien más y quien menos se ha tomado una copa de champagne en la terraza de un encantador bistró de París. O tiene allí a su prima de Erasmus. O frecuenta salas de conciertos para escuchar a grupos más o menos "protestantes" en las Bataclanes de Madrid o de Nueva York.

De modo que parece que lo que nos duele de París es el famoso "podía haber sido yo". La cercanía, dicen. Y es que los ciudadanos de París, asesinados vilmente, son un poco nosotros. A saber: comparten códigos de valores y grandes palabras: son demócratas, defensores de la libertad, de la igualdad, del progreso y la fraternidad, de Apple y de Sony.

Así queda meridianamente claro que se trata de nuestro sistema de creencias frente al de los bárbaros. Resuenan los ecos de Huntington y su bien conocido choque de civilizaciones con que en cierto momento y muy torpemente se quiso despachar la filosofía de la historia contemporánea. El problema es que esa "civilización" nuestra  resulta cada vez menos defendible. Sus estructuras de pensamiento son, con frecuencia, tan violentas e insostenibles como cualquier otra. Tan insidiosamente tóxicas, tan sutilmente adormecedoras, tan serenamente mortales.

Nos repiten que lo que nos hace impotentes frente a los fanáticos no es sólo que no tengamos armas –las tenemos, aunque las usamos en otros escenarios con el silenciador puesto-.  Lo que nos hace impotentes en términos de conflicto bélico es que el enemigo está dispuesto a morir matando. Y esto no es una cuestión que concierna sólo a los servicios de inteligencia, a las tácticas y a las estrategias. Nos concierne íntimamente a nosotros que, en nuestros acolchados mundos, no estamos dispuestos a matar ni morir por nuestras ideas –¿y está bien?-, y lo que es más grave aún, no estamos dispuestos a vivir.

Porque en nuestros bistrós, en nuestros conciertos, en nuestros campos de fútbol –"mecas" de la estupidez occidental- con frecuencia estamos muertos, exangües, anestesiados.

Y aquí es donde llega el giro perverso: los yihadistas nos hacen una grandísima putada-con-perdón con los asesinatos y el terror. Sí. Pero nos hacen otra más gorda, a medio y largo plazo. Hay otra consecuencia. Por un simplísimo y ancestral mecanismo de defensa refuerzan nuestra estupidez, nuestra cibercobardía vital. Queremos seguir muertos, exangües, anestesiados y zombies. Que no nos quiten nuestros teléfonos móviles, ni nuestros miedos de alcoba, ni nuestras anorexias existenciales. Algo así parece que gritamos.

Y como sus actos (los de ellos) son injustificables y nadie está libre de encontrarse sangrando DE VERDAD, razonamos, bajo el miedo, de forma que sentimos que nuestras cuotas de muerte cotidiana no son para tanto. Entonces es Judá (Ben hur) y Messala: "O estás conmigo o estás contra mí." Y como el "enemigo" viene hasta las trancas de bombas y sed de sangre, pues no queda nada bien decir que nuestro mundo es, aún más, si cabe, salvajemente indefendible.

Y, así, los atentados nos ayudan, nos empujan a seguir siendo estériles, autómatas, "pseudovivientes" y  digitalmente atocinados. Pero no es fácil salir de una trampa cuando el pensamiento es dicotómico. ¿O es que estás a favor del terror de los radicales? Así que o bestiales, o panolis. Elijan.

Así, los yihadistas tras inocularnos el miedo, suben la dosis de la paranoia y nos hacen aún más vulnerables, no sólo ante sus cinturones de bombas, sino para los amos de nuestros calabozos que, de refilón esbozan una sospechosa sonrisilla bajo su aparente indignación. De rebote fortalecen las políticas de control, la sospecha extendida, el régimen del gran hermano. E indirectamente –y mucho más grave- nos ayudan a perpetuar el aislamiento colectivo, nos ponen las gafas de ver que "el emperador está vestido", cuando está en paños menores, como siempre o más que nunca.

No trato, es evidente, de defender el yihadismo y sus formas extremas de terror. (Supongo que hay que decir esto por si alguien estaba ya con las vestiduras a punto de ser rasgadas). No quiero decir que nos merezcamos el terror a domicilio por ser una banda de panolis y de zombis. Se trata de que para lamentar y luchar contra "la-amenaza- que- se- cierne", nos agarramos con más fuerza a unas banderas y credos mugrientos, desalmados, raquíticos y dañinos, por los que no sólo no cabría dar un duro, sino contra los que muchos tratamos de luchar en tiempos de ¿paz?, precisamente porque son credos y banderas aparentemente indiscutibles pero, en realidad,  mortíferos , lenta y gravemente tóxicos.

Este es justo el momento para incrustarse de hoz y coz en lo políticamente incorrecto. Más incorrecto que nunca, pues los muertos aún palpitan y las balas apenas han dejado de silbar. Es el peor escenario posible para decir que estamos, otra vez, como siempre, en otro momento urgente, en un decisivo reto para nuestro pensar/vivir. El reto al que no queremos mirar de frente porque las bombas y las armas automáticas nos dan la excusa perfecta para seguir en nuestras pequeñas muertes cotidianas, tóxicas y contagiosas. ¿Cómo se puede decir A LA VEZ que no queremos ser masacrados por ninguna ideología o religión sin que para defendernos enarbolemos unas banderas caducas y manchadas de sangre, unos modos de vida patéticamente desmayados, sin que tengamos que preferir otra vez el miedo del "virgencita que me quede como estaba". Sin tener, al fin, que elegir entre "zuto o muete", porque tal vez, tal vez, sean dos aterradoras caras de lo mismo.

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