martes, 3 de mayo de 2016

El sentido (de lo) común ….para no ser eternas víctimas.

Elvira Bobo - Común
“el hombre que esta labrando la tierra,
parece inmóvil”


*El sistema ha devorado cualquier capacidad de devenir verdaderamente revolucionario. El escenario clásico de la revolución se ha disuelto a fuerza de desviar y emponzoñar los vectores del deseo y la imaginación, imprescindibles para la lucha. El posible sujeto revolucionario ha sido contagiado hasta la médula por el esquema único y la lógica del capital, y así la revolución clásica, la reapropiación de medios de producción, del objeto producido finalizado, de la fuerza de trabajo, si se diera, no sería más que un atroz y triste fin en sí mismo. El capital no haría sino cambiar de manos, en un turno de posesión triste e indigno de llamarse revolucionario. Los “amos” y “los esclavos” intercambiarían los papeles en una farsa irrespirable, perversa, y profundamente violenta por la que dudo que valiera la pena luchar.

Los dominados hoy somos toda una clase que se constituye no sólo por una relación laboral de explotación, por una carencia de derechos salariales, sindicales, laborales…  Necesitamos entender que los conceptos de clase, básicamente estructurados en la diferencia entre dominantes/dominados no juegan sólo en el tablero de la relación clásica “patrón-proletario”. No es que hayamos sido desposeídos de los BIENES COMUNES, sino que, y sobre todo, hemos sido desposeídos de LO COMÚN, de lo inapropiable, que no es lo mismo. 

La clase dominada hoy es la clase manipulada y lo que comparte radicalmente es haber sido desposeída no sólo de imprescindibles bienes materiales, sino desposeída de la experiencia y la práctica de lo común, incluso de las herramientas del deseo y de la imaginación que lo pudieran anticipar y así comenzar a hacerlo posible.

Alienados a través de perversos mecanismos que conocemos, acabamos por compartir ideales como ganar gran hermano o ser futbolista multimillonario, acabamos teniendo al fin el modelo económico como único horizonte de comprensión y posibilidad. Así  nos convertimos directamente en víctimas eternas a las que ni un salario digno, ni una sociedad del bienestar, ni todo el oro del mundo podrían sacar de la esclavitud vital y del resentimiento inacabable.

Si el proletariado es una clase social que nace -y sigue- vinculada al capitalismo y se ha dicho hasta la saciedad que será el único capaz de acabar con él, cuando el modo en que el capital se cuela en nuestras vidas va sufriendo metamorfosis y adaptándose como un gas a todos los rincones de nuestra existencia, entonces quizá sea momento de entender que su disolvente natural (el proletariado, los desposeídos) también hemos sufrido la dramática mutación, siendo  expulsados de algo mucho más profundo que los bienes materiales o los medios de producción.

El capital, dúctil, mutante y volátil se ha convertido en el único aire que respiramos,  los refinados modos de actuación del sistema capitalista evolucionan, se retuercen, se pliegan y repliegan, se hacen transparentes de pura presencia taponando todas las posibilidades no experimentadas hasta que ya no pueden ser ni pensadas, ni deseadas. Las han arrancado del inventario de lo posible.

Por ello no sólo hacen falta nuevos enfoques en el análisis revolucionario, sino recuperar otros modos de pensamiento y acción que quizá no se parezcan en nada a los que hemos conocido. Quizá haga falta una dosis extraordinaria de aquella “audacia, audacia y más audacia” que Lenin copiaba a Danton. Audacia, paciencia y extraordinaria imaginación para poner en juego otros modos de recuperar y reapropiarnos de nuestras propias vidas.

La paciencia, otro requisito revolucionario que está presente en las recetas de los clásicos, no puede ser sino una paciencia activa, constituyente, hasta cierto punto agazapada esperando no EL momento preciso, sino TODOS los momentos precisos en que las microrrevueltas cordiales, todos los tipos de experiencias comunitarias vuelvan a nuestras manos. Desde la parresía griega del decir-obrar, hasta una cierta reforma del entendimiento al modo de Spinoza que requiere siempre de una labor interior y a la vez colectiva, hasta una valentía de la permanencia, de la fidelidad a los encuentros.  Sólo así podremos pasar de la institucionalización a la práctica de INSTITUIR que reclaman nuestros autores franceses Laval y Dardot, sólo así se puede pensar algo diferente al Comunismo de estado.

Y para todo ello, lo siento, no creo que las viejas categorías revolucionarias puedan seguir funcionando solas. Hoy la izquierda, llámese como quiera, no puede olvidar sus reivindicaciones sociales, por descontado, pero debe entender que, incluso para lograrlas, ha de ampliar sus esquemas, su crítica y su deseo para hacer la vida imposible a un capitalismo en permanente metamorfosis. El capital de hoy tiene una capacidad metastásica impredecible, se extiende a zonas del “organismo” donde los primeros diagnósticos jamás pensaron que fuera a llegar. Se nos ha colado en nuestro modo de conocer, de desear y de vivir. Por ello la crítica marxista, lúcida y valiosa, ha de “estirarse” para hacerse cargo de nuevas irrupciones, para entender profundamente la idea de trabajo en Marx, para concebir y experimentar una praxis de lo común que apenas si nos dejan ya imaginar. Y nos hará falta audacia, paciencia, fidelidad, rigor  y mucha, mucha imaginación.

Ni el proletariado es ya la clase dominada, ni los amos son los mismos que en la Inglaterra de Marx o la Rusia de Lenin. Hoy la clase dominada ha de encontrar otra voz, porque los nuevos “obreros” son otros. La clase manipulada está habitada por miembros tan heterogéneos que hacen falta los famosos algoritmos de Google para clasificarnos. Ya no nos aglutina una ideología fuerte, no nos representa un sindicato, no nos defiende un líder carismático con un manifiesto bajo el brazo –aunque hay quienes lo intentan-. Dentro de una única clase manipulada hay quien quiere ser consciente del encierro y quién no. Incluso los “amos” del actual capitalismo están también atrapados en el mismo magma del que sus multimillonarias cuentas corrientes tampoco les pueden sacar.

Y necesitamos la historia, los otros pasados posibles que sólo ocurrirán ampliando y “deconstruyendo” nuestros “inventarios” vitales.

Sea la gran revolución o las microrrevueltas, sea con unas estrategias o con otras –y nuestros autores de esta semana  profundizan en ello- se tratará de atacar el modelo de vida (muerte) económico desde todos los afueras posibles. El arte, la ontología, los lenguajes, al fin, habrán de ser los más audaces para recordarnos que eso de “LO” COMÚN no puede entenderse como cosificado, como bienes materiales de los que disponer. Las luchas, los acontecimientos verdaderamente transformadores tendrán que ver con el deseo y la praxis colectiva o no valdrán la pena. Sólo rehabitando nuestros deseos por donde podemos recomenzar las vueltas y revueltas para que algo parecido a una revolución sea verdaderamente ilusionante, verdaderamente posible. Para que el Síndrome de Estocolmo salte por los aires y dejemos de dar las gracias al sistema que nos bendice, porque podría ser peor. Para que vayamos olvidando la indefensión aprendida, sin soñar con una revolución con mayúsculas que nos libere. Sin necesitar que nos quiten unas esposas que son mucho más frágiles de lo que pensamos y, a veces, las llevamos autoincorporadas. Para hacer posible, habitable justo lo que nos habían hecho olvidar, porque ya no necesitaban prohibirnos.  A eso sí vale la pena apuntarse.



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