parece inmóvil”
*El sistema ha devorado cualquier capacidad de devenir verdaderamente
revolucionario. El escenario clásico de la revolución se ha disuelto a
fuerza de desviar y emponzoñar los vectores del deseo y la imaginación,
imprescindibles para la lucha. El posible sujeto revolucionario ha sido
contagiado hasta la médula por el esquema único y la lógica del capital, y así
la revolución clásica, la reapropiación de medios de producción, del objeto
producido finalizado, de la fuerza de trabajo, si se diera, no sería más que un
atroz y triste fin en sí mismo. El capital no haría sino cambiar de manos, en
un turno de posesión triste e indigno de llamarse revolucionario. Los
“amos” y “los esclavos” intercambiarían los papeles en una farsa irrespirable,
perversa, y profundamente violenta por la que dudo que valiera la pena
luchar.
Los
dominados hoy somos toda una clase que se constituye no sólo por una relación laboral de explotación, por una
carencia de derechos salariales, sindicales, laborales… Necesitamos entender que los conceptos de
clase, básicamente estructurados en la diferencia entre dominantes/dominados no
juegan sólo en el tablero de la relación clásica “patrón-proletario”. No es que
hayamos sido desposeídos de los BIENES
COMUNES, sino que, y sobre todo, hemos sido desposeídos de LO COMÚN, de lo inapropiable, que no es
lo mismo.
La clase dominada hoy es la clase manipulada y lo que comparte radicalmente es haber
sido desposeída no sólo de imprescindibles bienes materiales, sino desposeída de la experiencia y la práctica
de lo común, incluso de las herramientas del deseo y de la imaginación que
lo pudieran anticipar y así comenzar a hacerlo posible.
Alienados a través de perversos mecanismos que conocemos,
acabamos por compartir ideales como ganar gran hermano o ser futbolista
multimillonario, acabamos teniendo al fin el modelo económico como único
horizonte de comprensión y posibilidad. Así
nos convertimos directamente
en víctimas eternas a las que ni un salario digno, ni una sociedad del
bienestar, ni todo el oro del mundo podrían sacar de la esclavitud vital y
del resentimiento inacabable.
Si el proletariado es una clase social que nace -y sigue-
vinculada al capitalismo y se ha dicho hasta la saciedad que será el único
capaz de acabar con él, cuando el modo en que el capital se cuela en nuestras
vidas va sufriendo metamorfosis y adaptándose como un gas a todos los rincones
de nuestra existencia, entonces quizá sea momento de entender que su disolvente
natural (el proletariado, los desposeídos) también hemos sufrido la dramática
mutación, siendo expulsados de algo
mucho más profundo que los bienes materiales o los medios de producción.
El capital, dúctil, mutante y volátil se ha convertido en el
único aire que respiramos, los refinados
modos de actuación del sistema capitalista evolucionan, se retuercen, se
pliegan y repliegan, se hacen transparentes de pura presencia taponando todas las posibilidades no
experimentadas hasta que ya no pueden ser ni pensadas, ni deseadas. Las han
arrancado del inventario de lo
posible.
Por
ello no sólo hacen falta nuevos enfoques en el análisis revolucionario, sino
recuperar otros modos de pensamiento y
acción que quizá no se parezcan en nada a los que hemos conocido. Quizá
haga falta una dosis extraordinaria de aquella “audacia, audacia y más audacia”
que Lenin copiaba a Danton. Audacia, paciencia y extraordinaria imaginación para
poner en juego otros modos de recuperar y reapropiarnos de nuestras propias
vidas.
La paciencia, otro requisito revolucionario que está
presente en las recetas de los clásicos, no puede ser sino una paciencia
activa, constituyente, hasta cierto punto agazapada esperando no EL momento
preciso, sino TODOS los momentos precisos en que las microrrevueltas cordiales, todos los tipos de experiencias
comunitarias vuelvan a nuestras manos. Desde la parresía griega del
decir-obrar, hasta una cierta reforma del entendimiento al modo de Spinoza que
requiere siempre de una labor interior y a la vez colectiva, hasta una valentía
de la permanencia, de la fidelidad a los encuentros. Sólo así podremos pasar de la
institucionalización a la práctica de INSTITUIR
que reclaman nuestros autores franceses Laval y Dardot, sólo así se puede pensar algo diferente al Comunismo de
estado.
Y para todo ello, lo siento, no creo que las viejas
categorías revolucionarias puedan seguir funcionando solas. Hoy la izquierda,
llámese como quiera, no puede olvidar sus reivindicaciones sociales, por
descontado, pero debe entender que, incluso para lograrlas, ha de ampliar sus
esquemas, su crítica y su deseo para hacer la vida imposible a un capitalismo
en permanente metamorfosis. El capital
de hoy tiene una capacidad metastásica impredecible, se extiende a zonas del
“organismo” donde los primeros diagnósticos jamás pensaron que fuera a llegar.
Se nos ha colado en nuestro modo de conocer, de desear y de vivir. Por ello la
crítica marxista, lúcida y valiosa, ha de “estirarse” para hacerse cargo de
nuevas irrupciones, para entender profundamente la idea de trabajo en Marx,
para concebir y experimentar una praxis de lo común que apenas si nos dejan ya
imaginar. Y nos hará falta audacia, paciencia, fidelidad, rigor y mucha, mucha imaginación.
Ni el
proletariado es ya la clase dominada, ni los amos son los mismos que en la
Inglaterra de Marx o la Rusia de Lenin. Hoy la clase dominada ha de encontrar
otra voz, porque los nuevos “obreros” son otros. La clase manipulada está
habitada por miembros tan heterogéneos que hacen falta los famosos algoritmos
de Google para clasificarnos. Ya no nos aglutina una ideología fuerte, no nos
representa un sindicato, no nos defiende un líder carismático con un manifiesto
bajo el brazo –aunque hay quienes lo intentan-. Dentro de una única clase
manipulada hay quien quiere ser consciente del encierro y quién no. Incluso los “amos” del actual capitalismo
están también atrapados en el mismo magma del que sus multimillonarias cuentas
corrientes tampoco les pueden sacar.
Y necesitamos la historia, los otros pasados posibles que
sólo ocurrirán ampliando y “deconstruyendo” nuestros “inventarios” vitales.
Sea la gran revolución o las microrrevueltas, sea con unas
estrategias o con otras –y nuestros autores de esta semana profundizan en ello- se tratará de atacar el
modelo de vida (muerte) económico desde todos los afueras posibles. El arte, la
ontología, los lenguajes, al fin, habrán de ser los más audaces para
recordarnos que eso de “LO” COMÚN no
puede entenderse como cosificado, como bienes materiales de los que disponer.
Las luchas, los acontecimientos verdaderamente transformadores tendrán que ver
con el deseo y la praxis colectiva o no valdrán la pena. Sólo rehabitando nuestros
deseos por donde podemos recomenzar las vueltas y revueltas para que algo
parecido a una revolución sea verdaderamente ilusionante, verdaderamente
posible. Para que el Síndrome de
Estocolmo salte por los aires y dejemos de dar las gracias al sistema que
nos bendice, porque podría ser peor. Para que vayamos olvidando la indefensión aprendida, sin soñar con una
revolución con mayúsculas que nos libere. Sin necesitar que nos quiten unas
esposas que son mucho más frágiles de lo que pensamos y, a veces, las llevamos
autoincorporadas. Para hacer posible, habitable justo lo que nos habían hecho
olvidar, porque ya no necesitaban prohibirnos.
A eso sí vale la pena apuntarse.
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