- ¡Guau!
- Vale, ¿y la escena del crimen?
- Mmm...
- ¿Ajá?
- Mmm... ¡guau!
- Venga...
- Comida en un plato y trigo en
la pared.
- Eh... ¿y cuántos granos hay en
la pared?
- No lo recuerdo bien... pero lo
que hay en el plato es una lata de conservas … sí, sí, una lata grande metálica
y brillante con una gran etiqueta que cubre casi toda la lata, no leo lo que
pone pero sí, es una lata de esas que uno ve en la tienda junto a otras muchas
iguales y piensa qué perfección todas idénticas y tan bien colocadas y... y
hasta da pena coger una y fastidiar el conjunto pero de repente le suenan a uno
las tripas y se dice, joder que tengo hambre y la coge y queda un hueco,
imagínate una detrás de otra y otra y otra y de repente un hueco, un hueco
vacío, ¡qué horrible!, es que incluso te planteas dejar de nuevo la lata en su
sitio y que todo vuelva a su orden o coger otra cosa, no sé, una barra de pan o
lo que sea aunque no apetezca mucho, pero ese hueco vacío... horrible de
verdad, joder, si al menos el reponedor estuviera atento, ¡que para eso le
pagan, que se mueva!, tío que hay un hueco vacío, vale que yo he provocado el
hueco pero es que tengo hambre, venga, por lo menos ocúpate de que no esté
mucho tiempo...
- Sí... pero te había preguntado
por los granos de cereal y...
- No, es que no hay latas de
cereales, esos se conservan ellos solitos al aire y al sol, igual puedes coger
unos granos de trigo y machacarlos y empaquetar su harina pero eso tampoco es
una lata, sí aunque la harina sea muy fina nunca se conserva tanto tiempo como
lo que puede haber dentro de una lata, venga hombre, ¿has hecho alguna vez un
rebozado con harina pasada?, es horrible...
- Ya...
- ...horrible, sabes que lo de dentro
estará tierno y jugoso y te dan muchísimas ganas de hincar el diente, y sabes
que la parte de fuera si todo ha ido bien debería estar crujiente y lo miras y
está doradito y dices sí, estará crujiente y delicioso, crujiente por fuera y
tierno por dentro, ¡guau!, qué ganas de probarlo, ¿verdad?, pero no, la harina
estaba pasada y el primer bocado va al suelo, qué pena, ¡para las hormigas!
- Para las hormigas...
- … y eso si hay suerte, porque a
mí me cuesta cada vez más encontrar hormigas en la ciudad, ¡y ardillas ni te
cuento!, sí, las ardillas también se podrían comer los restos de la croqueta
rebozada con harina pasada, pero son tan difíciles de encontrar...
- Bueno, quizá las ardillas sean
más de granos de cereal, ¿no?
- Ah, claro, no me imagino a una
ardilla abriendo una lata y menos aún comiendo rebozados pasados, bueno sí que
lo hago, pero una ardilla de esas de la tele con chalequito y gorro de
aventurero que pide pizzas para llevar a casa, esas sí, pero el resto... no, no, ni de broma...
- ¿Y los granos de cereal sin
ardilla...?
- ¿Sí?
- ¿...ni hormiga...?
- Eh...
- ¿...ni harina ni lata?
- Bueno...
- ¿...cómo eran en la escena del
crimen?
- Los granos... estaban en la
pared, ni en el suelo ni en el aire, y tenían formas extrañas, no se perciben
muy bien y también brillan pero son especialmente brillantes, dolía mirarlos,
¡grrrrrrrr!, ¡guau!
Encaminarse
a una estrella en el camino no profetizado del cielo del mundo suponía mucho
más esfuerzo para Blanquito que el meramente esperar a que pasaran ciclos de
veintiocho días para salir al patio y ladrar a la luna. Ni siquiera los
impedimentos de su dueño y mentor podían en ese caso detenerle, salía corriendo
por toda la casa y ya fuera por alguna ventana, ya por el hueco de la puerta de
atrás, ya por la principal, se escurría hasta la calle y ladraba toda la noche
junto con sus compinches caninos. Él lo llamaba libertad, su dueño, sinrazón, y
los vecinos, humanos también, efectos colaterales de vivir en un barrio
residencial a las afueras de una gran ciudad, es decir, de ser también libres.
Todos así o asá mas todos en igualdad de condiciones, no muy en el fondo,
ladraban de continuo y perseguían libélulas por el jardín y moscas en verano
cuando las moscas por el calor están rabiosas y pican, y esquivaban
cuidadosamente, pero sin parar, estatuas de bronce situadas a propósito en el
pasillo para evitar aceleraciones indeseadas que despertasen a los conducentes
o rayasen el suelo no muy encerado de la casa. Y si, de nuevo, se confundía una
estrella altiva con un esquive pasivo sólo era posible porque se tenía tal
capacidad, tal estúpido poder compartido llevado al extremo, porque se contaba
con un super-héroe cualquiera y su estupidez habitual.
Un
perro que corre, blanco, ¡corre un poco más!, sólo un poco y no solo, poco a
poco, poco de más, ¡pero que un poco de poquito es muy poco!, sólo un poco pero
un poco de más hasta allí con mi dedo. Mira mé, a mi miedo hasta allí, así de
más y a mí y mira mi mí hasta allí como poco de tu blancor pulcro que delimita
la figura sobre la pared jalbergada de enfrente de. Un perro que corre y mira,
sefíjate en mi dedo y da vueltas poco a poco ya, ya sin sin de allí, y da otra
vuelta más mientras vas, perro, pero mira despacio, sin lo que usas mientras
vas, sin pausa, ¡corre un poco más con rigor conservando!, y si lloras porque
tienes hambre o toses mira que las lágrimas sean transparentes, sin, sin, que
dejen pasar bien lo que de, lo que vuelve del rebote, ¡atiende a los bordes!,
porque del dendelfuera transparente del borde, del allí a donde apunta el dedo,
corre tras el dedo pero no dejes de mirar al dedo, hace que ladres y que, bien
fijado, un ladrido parezca un tosido y una lagrima el esputo de un perro que no
tiene otro modo de regularse térmicamente, de regular el mundo, que
babear.
Es una mascota, es, escucha,
espera, se es, se esconde, es un hado determinado como cualquier otro, es un
animal que corre, está, es un perro que es, estruendo, que es blanco ante todo.
Blanquito,
el perro futurista de un super-héroe también entonces futurista, no poseía
especial cualidad alguna. Tal vez lo único relevante, conseguido a través de
varias y flexibles presentaciones diarias, fuese que conocía la doble identidad
de su dueño. “Buaa, qué tontería...” le decía su amigo Rudolph, un pastor
alemán castaño operado del corazón con el que solía jugar al pádel los
domingos, “mi dueño tiene al menos cuatro identidades diferentes, y cuando
llegan las elecciones generales o hay recortes, llegan a cinco, ahí parece que
incluso le importa la política...”.
A
Blanquito le costó tanto entender que solucionar una cuestión no podía ser
desarmar las piezas de la asunto, es decir, convertir la cuestión en artilugio
descomponible hasta llegar a la sencillez de ciertas partes excrementales que
uno no pudiera sino aceptar para huir de ellas de inmediato dando bandazos de
goce, todo excepto mecerse en una vacua plenitud, para re-ordenar y ordenar el
punto orgánico-funcional de partida del artilugio como condición para pasar a
otra y a otra y a otra configuración reformable, y así a gusto del consumidor,
que cuando se encontró con un auténtico problema, además de ser incapaz de
concebirlo como tal, no pudo hacer mucho más que rascarse una oreja y esperar a
que pasara pronto, volver al hado, pasar a otra idéntica cosa y no comenzar a
complicarse la vida no de cualquier modo. Algo que también aprendió de su dueño
y que tenía que ver con su condición de perro futurista fue una rígida tabla de
valores que marcaba lo que estaba bien y lo que estaba mal. Lo que en su dueño
facilitó la aparición inesperada de unos patitos indefensos cruzando una
carretera, para el perro supuso un proceso lento y ciertamente tortuoso en el
que se fraguó su condición de perro futurista. Eso del futuro, de ser un
turista del futuro, no hacía sino que Blanquito tuviera que mirar siempre hacia
delante en un viajar, ciertamente a ningún lugar pero siempre hacia delante, en
el que exclusivamente atendía al presente, al dónde pisaba ya cuando pisaba,
para ladrarle y corroborar lo inadecuado que era todo a su estricta y propia,
bueno de su amo, criteriología. Así era futurista, pues la relación entre el
manto presente que pisaba en cada paso e instauraba en cada paso cuando pasaba
justamente como continua insatisfacción del paso con respecto a las claves de
buen funcionamiento del manto con el paso sólo conocidas por unos pocos de
ellos, provocaba en el movimiento de perenne inadecuación entre manto y
universo la generación constante y única de la mirada hacia delante, hacia
demasiado lejos desde aquí, al cielo estrellado o a la luna en días de luna
llena y no a una estrella, es decir, alejando en exceso los aquís desde unos
pocos hasta todos los demás que también nadeaban.
Cuando mires adelante en la tarde
nublada:
Verás. Verás en blanco. Verás en
blanco muro. Verás un muro en blanco. Verás un muro en blanco escrito. Verás en
un muro blanco escrito. Verás en blanco, un muro escrito. Verás que unen el
muro blanco escrito. Verás que unen el muro blanco descrito. Verás que unen el
muro en blanco descrito y derruido. Verás que unen escritos del muro en blanco
derruido. Verás los escritos del muro en blanco derruido que unen y desunen.
Verás en un escrito del muro en blanco derruido que desune ya. Ya verás en un
escrito del muro en blanco derruido que desune ya. Verás, ya desuna ya una, el
escrito del muro en blanco derruido. Verás, ya es ya, el muro blanco descrito y
derruido que desune en dos veces, la primera y la segunda. Verás el muro blanco
derruido y descrito en dos veces, la primera y la segunda, meado por un
cualquiera de la gente del agente, desde ya hasta ya hacia delante.
Claro
que había ciertas normas que probablemente compartía con cualquier otro perro,
cosas muy generales como no mear en cualquier sitio o tampoco defecar ni babear
en exceso. En realidad parecía como si esas normas generalísimas, las únicas
compartidas por cada perro, es decir, las únicas instauradas por todo amo,
tocaran siempre conductas materiales relacionadas con la administración del
hogar, del hogar del amo, se entiende. “¡No ahí, no!”, le gritaba cuando era
pequeño, “no, atrás, atrás, eso en la calle, tras el muro, donde no se ve” y
acompañaba las palabras, por si no hubiese suficiente comprensión, con gestos
manifiestamente atemorizantes. Mas una vez superada esa fase de iniciación
ritual en la que está legitimado el proceso de ensayo y error conducente a la
fundación de normatividades compartidas, terminada esa supuesta educación, lo
que le quedaba era pasar el tiempo, no mucho más que continuar con su vida de
perro de un super-héroe. Esto fue, en el fondo, lo que hizo que Blanquito fuese
un poco más allá y un poco más acá y tuviera esa tendencia obsesiva bilateral a
delimitar lo que estaba bien y lo que estaba mal, y a imponer-se-lo a los que
estaban alrededor. El ánimo impositivo venía de familia, su madre, una perra
enorme (la confundían muy a menudo con un perro y al menos tres gatos juntos),
trabajó durante años en el Servicio Colectivo de Reposición de Flora y Fauna,
distinguiendo, mediante mordiscos claro está, mofetas de gatos y separándolos,
muy mordisqueados y muertos ya, entre piezas sólo necesarias en el encuadre de
fondo de un paisaje urbano en cuanto materia susceptible de ser re-utilizada
como bio-asfalto y piezas con algún tipo de interés de ambientación ambiental
en su conformación habitual.
Con
todos estos precedentes el tipo de conversaciones entre Blanquito y sus amigos
se reducía a un pulso chino entre perros, algo así como a una competición en la
que las manos, o más bien, la flexibilidad de la articulación de los dedos
anulares es clave, pero sin tener ninguno de ellos nada parecido a un dedo
anular siendo además la mandíbula la parte más sensible y susceptible de
sustituir al pulgar oponible. Blanquito, bien aleccionado, solía ganar y así no
sólo consiguió hacer valer su estatuto de perro de super-héroe sino que se
convirtió él mismo en cabecilla de una jauría fantástica. Allí estaban “Flash
Relampageante”, el galgo más rápido de la zona, también “Estulticia Euro Zone”
un pequeño y escurridizo Setter cuya principal habilidad era ser pequeño y
escurridizo, y “Super Light Rescue Flow”, una perrita sin ningún carácter
especial (ni olía, ni sabía, ni apenas se la veía). Que esto, como al resto,
fuese lo que permitiera a “Super Light Nube” pertenecer al grupo fantástico y
que eso mismo tuviera que ver con que Blanquito, en cuanto carente también de
super-capacidad especial alguna, fuese considerado el padre y líder del grupo,
atendía a que no tener cualidad especial alguna, en su caso, era tenerlas todas
de golpe y enseñar con el ejemplo.
Dos
horas a la semana la jauría fantástica se reunía y planificaba las acciones de
la semana siguiente, si esa semana tocaba ayudar a una ancianita a cruzar la
calle, al invidente de la esquina a llegar hasta el centro comercial, o si
tocaba proteger a los gatitos del vecindario de algún perro extranjero,
vagabundo y más que probablemente maleante.
Pero
un buen día, tras una larga jornada de trabajo, el dueño de Blanquito le puso
un plato de su comida favorita en el suelo y comenzó a acariciarle el lomo.
- Blanquito, estoy muy orgulloso
de ti, has llegado a tu madurez como super-héroe...
- ¡Guau!
- Con tu propia liga de
super-héroes... nunca pensé que llegarías tan lejos... ha llegado el momento de
dar el paso definitivo, quiero que me ayudes con un caso vital, vital para
todos.
El perro ladró de nuevo y siguió
comiendo.
- Ya sabes que nosotros, tú y yo,
somos distintos al resto, tenemos un poder, la capacidad de hacer cosas
irrealizables para la mayoría, acompañado de un sentido único que nos permite
conocer cuándo sí y cuándo no hacer aquello para el resto. Pero a pesar del
irreductible bien que llevamos a cabo, a pesar de que la gente acepta nuestra
ayuda lo temen y niegan en cuanto pueden... es como si hubiera algo en ellos
que rechazase lo mejor, como si considerasen que nuestra magnificencia pone en
peligro su autosuficiencia... es extraño pero hay que respetarlo, ¿y sabes cuál
es la solución para tratar de seguir cumpliendo nuestro deber sin atentar
contra lo distintivo de cada uno?
- Grrrrrr...
- Pues no generalizar, no tratar
a todo el mundo por igual del todo, no utilizar las mismas maneras con todos
sino personalizar nuestras actuaciones como si cada ayudado fuese único. Claro
que eso supone un esfuerzo por nuestra parte, supone llamar a cada vecino por
su nombre y aprenderse más o menos su situación familiar y laboral, pero en
fin..., a ti, dentro de tus pequeñas cosas del barrio todo te parece tan fácil,
¿verdad Blanquito?, pero yo que cada mañana tengo que cuidar de la ciudad,
¡¿qué sería de ella sin mí!?, de que todo funcione como tiene que funcionar...
mira, lo importante es que recuerdes, ante todo, que eres único, que tus
capacidades te hacen único y soberano, de ahí viene también nuestro deber sagrado
de dar servicio pero también nuestra libertad de exigir cierta flexibilidad en
el esfuerzo... sí, claro que el mal puede surgir en cualquier momento de las
veinticuatro horas del día, y ahí estaremos nosotros siempre disponibles,
pero... ¡pero al menos que nos avisen al “mysterious-phone”!, nada de andar
todo el día para arriba y para abajo, patrullando como si no tuviésemos
casa..., ¡un poco de flexibilidad por favor!”.
Algo
indignado, el dueño de Blanquito limpió el plato de su mascota, se lavó las manos
y tomó el traje de “High Force Euro Zone” recién planchado. “Sí, ¡ya es hora de
mostrar nuestro descontento!, se dijo y marchó volando hasta el Ayuntamiento
con Blanquito siguiéndole muy de cerca pero por tierra y con la lengua por
fuera.
Al
llegar, una enorme multitud llenaba gran parte del espacio exterior al
Ayuntamiento. “Hig Force Euro Zone” aterrizó como pudo entre un pegote ruidoso
y muy colorido compuesto por miles y miles de puntos superlativos. Blanquito se
quedó a unos metros de su amo olisqueando los pies de algunos otros
super-héroes que cantaban al unísono consignas rítmicas por adición contigüa de
pisotones, codazos y voces, a través del uso cabal de sus super-poderes más
asombrosos, la capacidad de ultra-unidad libre, el que cada uno, estando choque
con choque con otros, pudiera conservar la exclusiva unicidad para consigo
mismo en la amalgama colorida que les rodeaba. Localizó a su amo y corrió hacia
él, abriéndose paso entre pancartas que decían “Somos emprendedores, pero no
gilipollas” o “Soy panadero de vocación, pero no hay pan para tanto chorizo”.
Así,
con todos tan apretados y tan juntos, Blanquito, para abrirse paso, tuvo que
utilizar su habilidad más especial, es
decir, la más trivial, que consistía no en otra cosa que en dar lugar a
espacios vacíos internos a la extensión másica que permitiesen el continuo
movimiento inercial de los cuerpos pegados unos respecto a otros, que
posibilitaran, en definitiva, el cántico y pisotón in-dis-crimado que no deja
entretela vacía mientras se mueve. Utilizó, pues, sus dotes en la molestia
dirigida, lamió por aquí, orinó en un pie por allá, y el movimiento generado,
aún sin cambiar absolutamente nada, fue en aumento hasta que el oleaje le llevó
a la pierna de su amo.
Blanquito
se restregó y alzó la voz con él, aulló al cielo o más allá sin complejos ni
complejidades de ningún tipo, al menos hasta que la explosión del cercano
centro comercial dispersó la congregación. Muchos salieron corriendo, como
siempre, en cualquier dirección con tal de no estar parados allí ante lo que
ocurría, pero la fuerte vocación salvífica de nuestro héroe y su mascota les
hizo permanecer el tiempo justo como para comprobar que el fuego ascendía de
planta a planta del edificio. “Pronto llegará a la tercera planta, a la de los
animales de compañía...” dijo el propio Blanquito mientras corría hacia allí.
Entre tosido y tosido y en poco más de un minuto ya se encontraba en las
escaleras del primer al segundo piso. Lo que ocurrió después, la segunda planta
a oscuras y sin fuego y la entrada a la tercera planta bloqueada por decenas de
sacos de arena, sorprendió tanto en un primer momento a Blanquito que tardó en
diferenciar la sombra de su NO-archi-enemigo “Negruras” justo detrás de una
estantería de latas de conserva. “Sí, soy yo, ¿creías que iba a desaprovechar
esta oportunidad de cogerte despistado y confiado?”, gritó Negruras mientras
tiraba galletitas al suelo dirigidas a guiar a Blanquito, indefenso ante su
inevitable atracción, hacia una trampa en la sección de cereales. Que Blanquito
pudiese esquivar la trampa mortal porque el mismo Negruras fuese, atraído
también irrefenablemente, tras las galletitas que él mismo había tirado, y que
durante un buen rato corrieran violentamente uno tras otro como perro y gato
atendía, mas no de manera definitiva, a que el uno fuese perro y el otro gato
pero, sobretodo, a que Negruras fuera también una mascota futurista preparada
para la vida moderna con atributos parcialmente opuestos, y por ello tan
parcialmente parecidos, a los de Blanquito. Cierto que uno disfrutaba de la
carne y el otro del pescado, que a uno le gustaba dormir y al otro correr y que
uno disfrutaba meando de pie, no diremos quien, y el otro sentado, pero ambos
pateaban olvidando mal, porque eso como otras tantas cosas se puede hacer de
muchos modos, y esto les hacía quedar anclados entre sí por un presente pasante
que les unía y hacía ser a uno optimista e ingenuo, y al otro sufriente y
pesadumbroso. A ambos liberados en liberación, autónomos y emprendedores, es
decir, Blanquitos a tiempo cerrado.