viernes, 26 de febrero de 2016

La Revuelta: el eterno retorno del Resto

(Tres consideraciones y una sola idea sobre lo imposible-necesario: lo Trágico).

José Vidal Calatayud - Revolución y Revuelta

Primero.- La Muerte de la Cosa, La Muerte de Dios (o de Hegel a Nietzsche).
Conocido es el dictamen hegeliano: “La palabra es la muerte de la cosa”. Y Heidegger dice en De camino al habla que el humano es el lugar donde coinciden mortalidad (lo sabemos) y lenguaje. Lo que marca de negatividad el decir: lo real, ser, es indecible, un “esto”, un “ahí”, que ni siquiera así puede nombrarse, pues entonces ya no corresponde a lo señalado ( ver, de G. Agamben, El lenguaje y la muerte). De esa forma, pensamos, moriría la Tesis en la dialéctica: si es el hombre viviente, real, quien es “Da-Sein” (“ser el ahí”), lo nombrado como fundamento y legitimación de la situación-estado dada no corresponde a ningún real: ni la “Verdad” es verdadera, ni la “Administración” administra, ni la que así se llama es “de Justicia”, ni los “Representantes” representan a nadie, ni la “Libertad” deja de esclavizar a todos, ni las medidas “para el Desarrollo” desarrollan la vida, etc..
Creer lo contrario, asegurarlo, es precisamente abrazar, en todos los casos desde intereses ilegítimos, el discurso estúpido, el que no sabe que no sabe.
De modo que todo lo vivo-efímero es relegado siempre a un resto de la palabra; la deconstrucción derridiana lo ha visto claro: Logocentrismo-Patriarcalismo-Teocentrismo.
Pero el resto retorna, retornará eternamente, casi revelado (“Alétheia” en los límites) y totalmente rebelado (Sacrificio en lo cotidiano), estallando con fecundidad incontenible contra las formas impuestas por las sucesivas, inacabables Revoluciones (:Vueltas) institucionalizadas. Y retorna no sólo “representando”, sino (más bien) presentando la muerte de aquellos dioses que intentan ser, que intentamos convertir en El Único: muerte de las Grandes Palabras, “Freddy is back”. Aunque los fantasmas de Herr Georg Wilhelm H. y su Estado prusiano nos amenacen aún con que habrá una Síntesis en la que la Tesis, el gran Principio Rector, retornará transformado pero reforzado, ya no le creemos.
Y basta, para que nos salgamos con la razón de las razones, con que hayamos decidido no creerle.

Segundo.- Lo histórico y lo a-histórico (o de la Segunda Consideración Intempestiva).
En esa Consideración Intempestiva Sobre los inconvenientes [“y las ventajas” dice también; de momento corramos un tupido velo sobre esta parte del título] de la Historia para la vida, Nietzsche señala cómo la creencia de la izquierda hegeliana de que hay un Curso de la Historia (prefijado por la Razón que se había revelado ya en el Cogito, imponiéndose como piedra de toque de toda verdad), ataría y mataría la eclosión de lo vivo y la consecuente posibilidad de crear y pensar, que ha de ser (como dirá, antes de Derrida, G. Bataille) no sólo imprevisible, sino incluso “imposible” desde lo actual. Es por ello que la moderna historiografía, idealista aunque se llame “de izquierdas”, pues cree en las grandes palabras (dice “Libertad”, “Igualdad”, “Revolución”, incluso “Estado”, con aparente inocencia), hace nacer todo lo llamado “nuevo” “con los cabellos grises”, ya viejo como ella, nuestra vieja izquierda. (La que no cree en lo Trágico, imposible pero necesario Acontecimiento, y sólo espera “lo corriente”).
Pero hay fuerzas y fenómenos (humanos e inhumanos) ahistóricos que se mantienen vivos (¿”por debajo”? Y en la superficie) en lo “normal” histórico: no sólo lo animal, lo infantil, lo maternal, lo extranjero; también el arte, la religión y la filosofía. “Espíritu Absoluto” más absoluto ahora por ab-suelto de la Historia de los vencedores (W. Benjamin dixit), y que por eso mismo parece surgir ya sin necesidad de “reconciliación dialéctica”, sin necesidad de fe en la Razón. Sino que nace en medio de una afirmación de la ficción, de lo falso vivo. Inventando la Belleza mortal, vivificante y mortífera, la Verdad de lo fingido-imaginado (¿incluso en forma de Naturaleza?), la re-ligación siempre interrumpida y reanudada con ser y con no-ser. Dando innecesarias excusas y fuerzas necesarias a lo vivo contra las rectas reglas, ortopédica ortodoxia que sostiene horriblemente erguidos a tantos muertos vivientes que sueñan con los deseos de otros (de Ellos), al gran ataúd social con forma de pantalla total.

Tercero.- Poder y soberanía (o de G. Bataille y de ser).
Para Ellos (en realidad “Yoes”), poder es potencia infinita. Potencia de matar, de someter, de sustraer, de depauperar, de retirar a lo real las fuerzas que le permitían hacer acontecer ideas, pensamientos, querencias, deseos, símbolos vivos, liberados del imaginario del sistema de la eterna penuria (“Not”) quizás hasta el mismo silencio. Poder es exclusividad del uso de la violencia, potencia de dar total, universalmente la muerte y miserable, insuficientemente la vida; y es por ello decisión sobre tales actos. Decisión de y para lo Uno-Nada, de lo que es uno siendo Todo y ninguno, de lo que “unifica” anulando, dejando fuera de lo unificado a tanto que no cabe por estar aún variando, es decir viviendo. Lecho de Procusto
¿Pero hemos dicho que es también potencia para dar la vida? Dar siempre es a otro. ¿A los otros, por muy otros que sean? No hay poder así. ¿Y lo habrá que la dé a lo más otro, a lo más lejano y más íntimo de cada uno, al “mí” que no es sabido ni por mí, pues es Otro?
En otras palabras, ¿Puede haber un poder que nos dé la soberanía, entendida en el sentido en que Bataille usaba esta palabra?
(Pero, ¿nos importará a nosotros lo que diga alguien calificado por Sartre y tantos más de “morboso”, y hasta de “enfermo mental”? De momento sólo recordemos que también fue calificado por Heidegger, en los años en que el autor de El Ser y la Nada recibía toda la adoración de quienes dictaban la moda intelectual en occidente, como “la mejor cabeza pensante de Francia”).
Precisamente la soberanía es descrita por él como la liberación total, la del instante eterno: “derroche”, “divinidad”, “milagro” y “sacralidad”.
En resumen, vivir de modo ab-soluto, impidiendo que nos esclavice la condición de que tal vez haya un futuro. O no ser siervo de la moral del trabajo. Romper los límites puestos a la vida sin pensar en las consecuencias, religarse con aquello a lo que pertenecemos o hemos decidido pertenecer sin sacrificar el instante, o en todo caso sacrificándolo solamente a la dimensión de retorno que lleva en sí mismo. Encontrar así en Eros y en Thanatos “lo milagroso” (que es lo imposible que sin embargo sucede, es real; pues mostrando en su fondo la Nada, da el ser); incluso lo trágico (que es imposible pero necesario, pues mostrando en su fondo el ser, da a la Nada). (Y ambos son no representables, imprevisibles). Y encontrar en la Belleza a Eros y Thánatos.
Y allí la clave del pensamiento. Que no consiste en calcular, ni en representar. Que consiste en religarnos con aquello que es nuestro legado. Aunque éste pareciera ser la Nada. Porque Ésta es también el cofre del Ser.
Todo esto es, desde un punto de vista ontológico, no biológico ni histórico, aquello en que la vida, o mejor, lo vivo consiste, y es igual, dice Bataille en La soberanía, en todos y para todos. Todo esto es lo que la rebelión saca a la luz y para lo que exige, o toma, espacio. Y para lo que una Revolución trata de crear -a veces sólo de “ensanchar”- reglas que de todas formas serán siempre demasiado estrechas.
…...

Y entonces, después... sería, pensamos, el momento de empezar a hablar del Pueblo, la Sociedad, la lucha, el comunismo y el Estado (esto es, del Nombre y la Diferencia, los nombres y las diferencias).

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