(Tres
consideraciones y una sola idea sobre lo imposible-necesario: lo
Trágico).
José Vidal Calatayud - Revolución y Revuelta
Primero.-
La Muerte de la Cosa, La Muerte de Dios (o de Hegel a
Nietzsche).
Conocido es el
dictamen hegeliano: “La palabra es la muerte de la cosa”. Y
Heidegger dice en De camino al habla que
el humano es el lugar donde coinciden mortalidad (lo sabemos) y
lenguaje. Lo que marca de negatividad el decir: lo real, ser, es
indecible, un “esto”, un “ahí”, que ni siquiera así puede
nombrarse, pues entonces ya no corresponde a lo señalado ( ver, de
G. Agamben, El lenguaje y la muerte).
De esa forma, pensamos, moriría la Tesis en la dialéctica: si es el
hombre viviente, real, quien es “Da-Sein” (“ser el ahí”), lo
nombrado como fundamento y legitimación de la situación-estado dada
no corresponde a ningún real: ni la “Verdad” es verdadera, ni la
“Administración” administra, ni la que así se llama es “de
Justicia”, ni los “Representantes” representan a nadie, ni la
“Libertad” deja de esclavizar a todos, ni las medidas “para el
Desarrollo” desarrollan la vida, etc..
Creer lo contrario, asegurarlo, es precisamente abrazar, en todos
los casos desde intereses ilegítimos, el discurso estúpido, el que
no sabe que no sabe.
De modo que todo lo vivo-efímero es relegado siempre a un resto de
la palabra; la deconstrucción derridiana lo ha visto claro:
Logocentrismo-Patriarcalismo-Teocentrismo.
Pero el resto retorna, retornará eternamente, casi revelado
(“Alétheia” en los límites) y totalmente rebelado
(Sacrificio en lo cotidiano), estallando con fecundidad incontenible
contra las formas impuestas por las sucesivas, inacabables
Revoluciones (:Vueltas) institucionalizadas. Y retorna no sólo
“representando”, sino (más bien) presentando la muerte de
aquellos dioses que intentan ser, que intentamos convertir en El
Único: muerte de las Grandes Palabras, “Freddy is back”. Aunque
los fantasmas de Herr Georg Wilhelm H. y su Estado prusiano nos
amenacen aún con que habrá una Síntesis en la que la Tesis, el
gran Principio Rector, retornará transformado pero reforzado, ya no
le creemos.
Y basta, para que nos salgamos con la razón de las razones, con que
hayamos decidido no creerle.
Segundo.-
Lo histórico y lo a-histórico (o de la Segunda Consideración
Intempestiva).
En esa
Consideración Intempestiva Sobre los inconvenientes [“y
las ventajas” dice también;
de momento corramos un tupido velo sobre esta parte del título]
de la Historia para la vida, Nietzsche señala cómo la creencia
de la izquierda hegeliana de que hay un Curso de la Historia
(prefijado por la Razón que se había revelado ya en el Cogito,
imponiéndose como piedra de toque de toda verdad), ataría y mataría
la eclosión de lo vivo y la consecuente posibilidad de crear y
pensar, que ha de ser (como dirá, antes de Derrida, G. Bataille) no
sólo imprevisible, sino incluso “imposible” desde lo actual. Es
por ello que la moderna historiografía, idealista aunque se llame
“de izquierdas”, pues cree en las grandes palabras (dice
“Libertad”, “Igualdad”, “Revolución”, incluso “Estado”,
con aparente inocencia), hace nacer todo lo llamado “nuevo” “con
los cabellos grises”, ya viejo como ella, nuestra vieja izquierda.
(La que no cree en lo Trágico, imposible pero necesario
Acontecimiento, y sólo espera “lo corriente”).
Pero hay fuerzas
y fenómenos (humanos e inhumanos) ahistóricos que se mantienen
vivos (¿”por debajo”? Y en la superficie) en lo “normal”
histórico: no sólo lo animal, lo infantil, lo maternal, lo
extranjero; también el arte, la religión y la filosofía. “Espíritu
Absoluto” más absoluto ahora por ab-suelto de la Historia de los
vencedores (W. Benjamin dixit), y que por eso mismo parece surgir ya
sin necesidad de “reconciliación dialéctica”, sin necesidad de
fe en la Razón. Sino que nace en medio de una afirmación de la
ficción, de lo falso vivo. Inventando la Belleza mortal,
vivificante y mortífera, la Verdad de lo fingido-imaginado (¿incluso
en forma de Naturaleza?), la re-ligación siempre interrumpida y
reanudada con ser y con no-ser. Dando innecesarias excusas y fuerzas
necesarias a lo vivo contra las rectas reglas, ortopédica ortodoxia
que sostiene horriblemente erguidos a tantos muertos vivientes que
sueñan con los deseos de otros (de Ellos), al gran ataúd social con
forma de pantalla total.
Tercero.-
Poder y soberanía (o de G. Bataille y de ser).
Para Ellos (en
realidad “Yoes”), poder es potencia infinita. Potencia de matar,
de someter, de sustraer, de depauperar, de retirar a lo real las
fuerzas que le permitían hacer acontecer ideas, pensamientos,
querencias, deseos, símbolos vivos, liberados del imaginario del
sistema de la eterna penuria (“Not”) quizás hasta el mismo
silencio. Poder es exclusividad del uso de la violencia, potencia de
dar total, universalmente la muerte y miserable, insuficientemente la
vida; y es por ello decisión sobre tales actos. Decisión de y para
lo Uno-Nada, de lo que es uno siendo Todo y ninguno, de lo que
“unifica” anulando, dejando fuera de lo unificado a tanto que no
cabe por estar aún variando, es decir viviendo. Lecho de Procusto
¿Pero hemos
dicho que es también potencia para dar la vida? Dar siempre es a
otro. ¿A los otros, por muy otros que sean? No hay poder así. ¿Y
lo habrá que la dé a lo más otro, a lo más lejano y más íntimo
de cada uno, al “mí” que no es sabido ni por mí, pues es Otro?
En otras
palabras, ¿Puede haber un poder que nos dé la soberanía, entendida
en el sentido en que Bataille usaba esta palabra?
(Pero, ¿nos
importará a nosotros lo que diga alguien calificado por Sartre y
tantos más de “morboso”, y hasta de “enfermo mental”? De
momento sólo recordemos que también fue calificado por Heidegger,
en los años en que el autor de El Ser y la Nada recibía
toda la adoración de quienes dictaban la moda intelectual en
occidente, como “la mejor cabeza pensante de Francia”).
Precisamente la
soberanía es descrita por él como la liberación total, la del
instante eterno: “derroche”, “divinidad”, “milagro” y
“sacralidad”.
En resumen, vivir
de modo ab-soluto, impidiendo que nos esclavice la condición de que
tal vez haya un futuro. O no ser siervo de la moral del trabajo.
Romper los límites puestos a la vida sin pensar en las
consecuencias, religarse con aquello a lo que pertenecemos o hemos
decidido pertenecer sin sacrificar el instante, o en todo caso
sacrificándolo solamente a la dimensión de retorno que lleva en sí
mismo. Encontrar así en Eros y en Thanatos “lo milagroso” (que
es lo imposible que sin embargo sucede, es real; pues mostrando en su
fondo la Nada, da el ser); incluso lo trágico (que es imposible pero
necesario, pues mostrando en su fondo el ser, da a la Nada). (Y ambos
son no representables, imprevisibles). Y encontrar en la Belleza a
Eros y Thánatos.
Y allí la clave
del pensamiento. Que no consiste en calcular, ni en representar. Que
consiste en religarnos con aquello que es nuestro legado. Aunque éste
pareciera ser la Nada. Porque Ésta es también el cofre del Ser.
Todo esto es,
desde un punto de vista ontológico, no biológico ni histórico,
aquello en que la vida, o mejor, lo vivo consiste, y es igual, dice
Bataille en La soberanía, en todos y para todos. Todo esto es
lo que la rebelión saca a la luz y para lo que exige, o toma,
espacio. Y para lo que una Revolución trata de crear -a veces sólo
de “ensanchar”- reglas que de todas formas serán siempre
demasiado estrechas.
…...
Y entonces,
después... sería, pensamos, el momento de empezar a hablar del
Pueblo, la Sociedad, la lucha, el comunismo y el Estado (esto es,
del Nombre y la Diferencia, los nombres y las diferencias).
***
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