viernes, 16 de noviembre de 2012

Capítulo undécimo de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico


No encontrar la palabra oportuna dejó de ser una pega insalvable cuando Elisa y Pedro empezaron a dejar de querer desear la tercera palabra, la que no era simultaneidad ni simetría, y a dejar de agradarse y desagradarse, ya fuera en cariñosas masturbaciones mutuas, ya en su día a día en solitario. Y es que simultaneidad y simetría no tendrían por qué haber sido incompatibles, si, atendiendo a la primera letra de cada palabra y a que todavía faltaba una tercera, se hubieran fijado en que el recorrido parejamente sinuoso que permite el balanceo hiriente de la primera no se veía obstado por supuestas cuestiones de proporcional exactitud nanométrica llevadas por la segunda. La tercera, aún sin ser captada, ya estaría por allí, y sólo se dejaría entrever cuando Elisa y Pedro, justo después de leer en las instrucciones de la lavadora recién comprada que “ser más o menos es cuestión de cambiar de cifra en una ruleta mientras que estar caliento/frío es asunto de dar a un botón en cierto momento”, se enteraron de que iban a ser padres. Por supuesto que amigos y familia se lanzaron de inmediato a nombrar al asunto, al niño, se entiende, de acuerdo a motivaciones varias, todas empujadas por la emoción domeñadora asociada a los bautismos nominales. Había quien decía “pues si nacerá más o menos en las mismas fechas que su abuelo, tiene que llamarse como él, Pablo”, otros, “si es niño deberá llamarse como su padre y si es niña como su madre” o “pues a mí Silvia o Sergio siempre me han gustado, me recuerdan a dos buenos amigos que tuve en el colegio…”. Los padres escucharon un bueno rato atentamente sin hablar, y escucharon otro buen rato ya queriendo decir algo, casi lo que fuera, así que finalmente sólo tosieron muy fuerte y dijeron juntos, “¡Silencio!, ¡porfavor!, se llama Silencio, sea chico o chica, ese será su nombre”. Así, la última “s” permitió que el niño no sólo gozase del estupendo nombre de Silencio G. Trebuchet, sino que finalmente fuese ya sí deseado y por ello tenido.
            Lo que no se pudo evitar fue que ocurriera aquello que suele ocurrir en los sitios en los que lo que rige es la cobardía confiada, que todo el mundo se pusiera a nombrar sin sentido y a cambiar la manera de nombrar a las cosas por la suya propia que resultaba ser la de casi todos. Así que a Silencio le llamaron Benito, sus vecinos, amigos, profesores, todos menos sus padres y algún que otro amigo especialmente espabilado, al son de “Uy, que nombre más raro...”. Claro que justo por esto, el problema nominal ambiental no influyó demasiado en la educación de sus padres, y el niño creció mucho y sonriente, siempre sonriente, y amando las pinturas, el dibujo en general. Le encantaba pintar, podía estar horas y horas trazando formas y coloreando márgenes sin salirse ni una pizca de los bordes de los dibujos, o eligiendo qué color poner aquí o acá para que la composición fuese lo menos compuesta posible. Esto último le intrigaba singularmente, y fue lo que un buen día le empujó a salir solo y sin avisar a la calle.
            La ausencia de base acrílica verde turquesa para las puntas finales de las alas del ser alado en que Benito estaba trabajando, fue suficiente para que tirase la paleta de colores al suelo, escupiera encima suyo y pretendiera salir de la casa. Sin dudar del hecho de que, el que de sus dos padres sólo uno de ellos estuviera en casa, pudiese facilitar su llegada sin muchos problemas hasta la puerta de salida, fue mucho más definitivo que el padre que permanecía en el hogar, su madre, preocupada tanto como estaba por lo hogareño, no se percatara de que Benito en un saltito con carrerilla de no más de un metro alcanzase, a pesar de su tan propia torpeza, las llaves del llavero alzado en la pared. Pasó por el pasillo del portal necesariamente, no mucho tiempo eso sí porque los pasillos siempre le habían parecido lugares agobiantes y de paso, como condición de salir a la calle y, en primer lugar, ver el sol y el cielo y comprobar si su azul era similar al verde turquesa en que estaba pensando. Después sólo tenía que ir a una tienda de esas donde se conseguían cosas de un tipo a cambio de cosas de otro y conseguir la suya propia. Tal vez ahí comenzó el primer gran problema de Benito, que no fue ni tener que cruzar la calle con el semáforo en verde, eso estaba chupado para alguien tan bien educado como él, ni tener que resistirse a los fuertes colores y mayores aún olores que salían de la pastelería junto a la tienda de pinturas. Como a él le gustaba tanto la miel y allí, en el escaparate de la pastelería, sólo había dulces de chocolate y nata, todo fue un poquito más fácil, apenas una mirada por el rabillo del ojo y un poco de salivación extra antes de llegar a la tienda de pinturas.
- Buenos días señor Jaime.
- Muy buenas Benito, ¿vienes hoy sin tus padres?
- Quieo una pintura azul del colo del cielo.
- Ah, vale, vale, de esas tenemos muchas Benito, pero ya sabes que el cielo no siempre tiene el mismo color, que cambia en función del día y la hora y...
- ¿Y qué hora e ahora?
- Pues como las once y cuarto.
- Pues... quieo una pintura azul cielo de mates a las once y trece minutos.
- Eh... ya... mira a ver si te vale esta.
- ¡E etupenda!
- Me alegro, bueno, pues son siete euros cincuenta Benito.
- Muchas gracia señor Jaime.
- Espera, espera, Benito, tienes que pagarme.
Benito se detuvo y dio la vuelta, justo cuando ya se disponía a salir por la puerta, sujeto por la mano del tendero.
- No, no, lo siento Benito, esa témpera es muy cara y si no vienen tus padres contigo no te la puedo fiar, lo siento.
- La témpera...
            Y sin entender muy bien por qué el señor que siempre le daba pinturas en esta ocasión no sólo no lo hacía sino que además le pedía no sé que cosa que no tenía pinta de servir para casi nada, ni se comía ni tenía música ni, por la cara del señor Jaime, servía para jugar, se quedó en la calle mirando el cielo y diciéndose “Me guta más el azul del cielo a la once y trece minutos que a las once y dieciete”. Aunque lo peor, sin duda, era que no conocía otro lugar donde conseguir pinturas. “Puedo preguntar a papá”, pensó también, pero sin tiempo para responderse, una de sus vecinas le tocó por la espalda.
- Pero Benito, ¡qué haces aquí solo en la calle!
- Quieo una pintura color azul de las onc...
- Venga, venga, déjate de tonterías y ¡vamos!, que te llevo a casa.
- Quiero una pintura de...
- ¡Que te he dicho que aquí no puedes estar solo en la calle!
- ¡No!, ¿po qué?
- Porque, porque no.
- ¿Po qué?
- Porque... porque no, no puedes estar solo aquí, ¡he dicho!
- ¿Cómo?
- ¡Benito!, pues porque tú no eres... porque tienes... porque ya sabes que no eres como el resto de niños... con tu problema...tu enfermedad... pues no puedes...
- ¡No!, no estoy mal ni enfemo, solamente engo síndrome de down, y sí que algo solo a la calle uchas veces.
            Benito dio un manotazo al brazo de la señora y salió corriendo dirección a un parque cercano en el que no había columpios, ni toboganes, ni zonas de recreo con bancos al sol, sólo árboles con densísimas copas, muchos y muy pegados pegados entre sí, tanto que el sol apenas pasaba entre ellos y en muchos días de primavera y otoño, cuando la luz no era todavía muy violenta, hacía mucho frío en el suelo y apenas se podían encontrar turistas vecinales por allí. “Aquí podé mirar el cielo, a ver si ha cambiado el color y me guta más” se dijo Benito al alcanzar una zona abierta por y entre árboles. Una cancioncilla que venía de lejos acompañó aquella contemplación. Una canción sencilla, poco más que tarareada, que decía una y otra vez lo mismo pero con variaciones de intensidad y distancia, parecía en ocasiones que se acercaba y otras que se alejaba, y que, respetando la unicidad de la única voz que participaba en ella, rompía en múltiples filos disonantes de estados oxidados, afilados, romos, abruptos, esmerilados, algunos de los cuales ya pertenecían al propio temita, otros provocados por él en el escuchante y pertenecientes entonces también ya a él en la provocación acústica propiciada por la generación del filo, de la canción que no desgarra el aire antes de llegar al tímpano funcional del que oye atentamente. Benito empezó a escuchar la letra sin saber todavía de dónde venía, “Laralaralalara...nanananananá...laralaralalara...¡ya está aquí!, ¡ya llegó!, señoras y jóvenes, dejen de preguntarse y busquen, ya estoy aquí, ¿qué quieren?, ¿necesitan algo?, ¿y qué están dispuestos a dejar para conseguirlo?, ¿algo precioso?, ¿algo inservible?, ¡ya está aquí!, ¡ya llegó!, dejen de preguntarse y busquen...laralaralalara... nanananananá...”, y enseguida tras unos troncos apareció un carro de madera con solamente dos ruedas y un tipo empujando desde atrás. El carro estaba lleno de cosas y trastos viejos, difícilmente identificables desde la posición de Benito, tan viejos como a simple vista parecía quien empujaba.
- Hola, ¿qué tal?, ¿cómo te llamas?
- Me llamo Silencio peo to el mundo me llama Benito.
- Vaya, qué pena, me encanta tu nombre, el de verdad, ¡claro! A mí me dicen muchas veces que hago ruido, que molesto porque las calles no están hechas para gritar, no entienden bien eso del silencio y por eso también quieren silenciar mi nombre. Yo me llamo Ray pero todo el mundo me llama “Thom el del carro”. Fíjate tú que originalidad...
- A mí me guta Ray.
- Claro... porque a ti se te ve con carácter. Y dime, ¿necesitas algo? Tal vez esta sea tu oportunidad, puedes echar un vistazo a todas las cosas que tengo en el carro, y si te gusta alguna, la puedes coger. Sólo hay dos condiciones.
- Do.
- Sí, la primera es que lo que elijas sea algo que desees completamente, algo sin lo cual no podrías vivir ni continuar viviendo así de bien como se te nota que vives ahora, algo que vayas a disfrutar mucho tiempo pero sin preocuparte mucho por ello, ¿vale?
- Ale.
- Y la segunda es que tienes que dejar algo a cambio, lo que quieras. Aunque esa cosa para ti no tenga ya mucha gracia puede ser lo que otro amigo al otro lado de la ciudad necesite.
- Ale... yo quiero una témpera azul cielo.
- Lo tienes muy claro, eso está bien, a ver, a ver... tengo aquí varios azules que una señora me dejó hace una semana, tenían que estar por aquí... ¡sí!, aquí.... y mira, también tengo aquí una témpera de color rojo que me dejó ayer mismo un niño, acababa de pintar un elefante con mil colores saltantes, quedó estupendo, y como ya no lo necesitaba lo dejó por aquí y se llevó una caja con dos cuerpos uno frente a otro que no se tocaban, nunca lo hacían pero no podían dejar de estar frente a frente... mira es este el color, si lo necesitas también te lo puedes llevar.
- No, yo quieo el color azul.
- Fantástico, fantástico, me encanta tu determinación.
- Éte, es éste. Y eto para tí.
- Ah, qué bien...
            Ray tomó el frasquito de cristal que Benito acababa de sacarse del bolsillo trasero del pantalón. Lo miró unos segundos y, con dudas sobre lo apropiado de decir aquello que dijo, susurró “bueno Silencio... ¿y esto qué es?”. Sin poder dejar de sonreír, siempre le ocurría, Benito respondió concienzudamente “son mis lágrima, la lágrimas de alguien que casi nunca llora... sólo por cosas de verdad”. “Vaya... esto es un tesoro, seguro que alguien lo requerirá pronto...” y ambos se dieron un enorme abrazo antes de despedirse y que Benito volviera a escuchar alejarse alternantemente la voz cantarina de Ray, “Laralaralalara...nanananananá...laralaralalara...¡ya está aquí!, ¡ya llegó!, señoras y jóvenes, dejen de preguntarse y busquen, ya estoy aquí, ¿qué quieren?, ¿necesitan...”
            Ahora ya no era tan grave que, tan contento como iba de vuelta a casa, Benito no cayera en que su vecina todavía, muy alarmada y escandalizada, anduviera buscándole por el barrio y le abordara con las mismas recriminaciones y obligaciones de siempre mas incluso, en esta ocasión, con la especial violencia que añadía el haberse sentido ninguneada por un pobre anormal como Benito, pues esto, la obsesiva vehemencia en la tarea de la señora, fue lo que permitió que no se percatara de que los padres de Benito venían dando un paseo cerca de allí. Ambos llegaron sin decir demasiado y se pusieron junto a Benito, uno a cada lado, escuchando lo que la vecina repetía de continuo, “¡ya se lo he dicho mil veces!, que no puede andar solo por la calle, mil veces, ¡y no me ha hecho ni caso!”. Miraron a su hijo y sólo bosquejaron un “¿qué tal Silencio?, ¿todo bien?”. Benito les enseñó su pintura y contó lo bien que iba a quedar en las alas que estaba preparando, sin preocuparse demasiado de que su voz apenas se escuchase entre las incesantes quejas y explicaciones estúpidas de su vecina. Cuando terminó de contar a sus padres, los tres atendieron a la señora y solamente vocalizaron un “SSS...” muy fuerte con un dedo cruzando la línea intermedia que une los labios. Enseguida llegaron a casa y Benito pudo perfeccionar el dibujo.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Pensar de otro modo: política, hermenéutica y postestructuralismo.

por Amanda Nuñez - El Faro Crítico


A pesar de lo que se considera normalmente, la cuestión política no sólo entraña un organizarse de otro modo sino radicalmente un pensar de otro modo. Ya Marx introduce su concepto de Fetiche para hacer notar que hay algo que siempre se nos interpone en un buen análisis de la economía política. Este fetiche al interponerse siempre en nuestras consideraciones termina por funcionar como una ley natural, termina por poseer carta de naturaleza, así dice Marx en el libro I de El Capital, capítulo I, epígrafe: “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”:

«Los trabajos privados [es decir, cualificados y “sujetos a una interdependencia multilateral”] […] son reducidos en todo momento a su medida de proporción social porque en las relaciones de intercambio entre sus productos, fortuitas, siempre fluctuantes, el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de los mismos se impone de modo irresistible como ley natural, tal como por ejemplo se impone la ley de la gravedad cuando a uno se le cae la casa encima.»[1]

Y es muy curiosa esta imagen pues Marx relaciona el imponerse de modo irresistible como ley natural a que a una se le caiga la casa encima…ahora podríamos decir, como que a una se le parta la tierra introduciendo la cuestión ecológica.

Pues bien, una fantasmagoría como la del fetiche que dice algo así como que todo se mueve y se soluciona en el nivel de la circulación y del intercambio, es decir al nivel abstracto y cuantitativo de la cantidad de trabajo socialmente necesario (“gelatina de trabajo” lo llega a llamar); algo que se nos interpone en los análisis y que posee hasta carta de naturaleza por socialmente aceptado, sin embargo tiene un secreto.

El secreto es que tal ley natural no está bien analizada y hemos caído en una ilusión trascendental como diría Kant, es decir, una ilusión como aquella que siempre vemos cuando metemos un objeto en el agua.

Cuando hacemos eso, cuando metemos un objeto en agua, siempre veremos que lo que hayamos metido se tuerce, pero no está torcido. Así pues se trata de una ley natural que depende de la óptica, pero aplicada a la cosa misma no resulta más que una ilusión. No podemos dejar de verlo así, es decir, no podemos dejar de ver la cosa torcida o la economía política sólo dependiente de la circulación, pero un análisis fino nos hace notar que no es la única dimensión que hay y que el carácter de fetiche no es esa ley por sí misma sino pensar que sólo hay esa dimensión, que sólo se da en nuestros ejemplos, la ley natural de la óptica o la circulación en la economía política.

De ese modo, lo que Marx llama “fetiche” no es que algo que no hay, sino que es un “fantasma” tal y como puede entenderse desde el psicoanálisis lacaniano. Es decir, se trata de una construcción de la imaginación que tiene una parte de ley pero que si se aplica universal y reduccionistamente, como si con ello bastara, se cae en una errancia y el problema, por ejemplo del comportamiento de los sólidos o de la economía política, queda mal planteado y no encontramos salida a él.

Así pues, en Marx se nos dice que si miramos las cuestiones desde la circulación de las mercancías se nos pierde algo por el camino y eso que se nos pierde es aquello en lo que nos iba todo. La pregunta entonces no es tanto cómo organizar de otro modo la circulación (la capitalista, el trueque, los emprendedores, el comercio justo etc. como en los debates que siempre escuchamos y lo que escuchamos desde economistas y políticos) sino que Marx apunta que esto remite al ámbito de la producción y sin ver esta cara nos quedamos en el mundo de la imaginación y no logramos pensar de otro modo. Gran libro El Capital para enseñarnos a pensar de otro modo.

Esta ponencia aunque desea expresar esta cuestión, sin embargo considera oportuno desplazarnos para salir de los tópicos acerca del marxismo tales como que la producción  no es más que las formas materiales bajo las cuales cae el trabajo, o la producción del objeto mercancía, o de lo que hace la riqueza de una nación (ilusoriamente o fetichistamente porque ya trata al trabajo homogéneamente y sólo en su circulación). Para pensar esta diferencia en Marx entre circulación y producción y más escuetamente el tema de nuestra ponencia, a saber, pensar de otro modo, tendremos que hacer más de una incursión.

Y la incursión por la que consideramos que se puede entrar en esta problemática tan compleja pero que tanto nos concierne tiene que ver con la diferencia entre “lo que no se puede decir” y “lo que no se puede decir”, esto es, dos modos del no poder decir. Esta cuestión no es baladí y de ella se han encargado tanto los intentos de Marx de alejar el fetiche de la mera circulación e introducir también el vector complementario y correctivo de la producción, en El Capital; como Heidegger en El origen de la obra de arte o La pregunta por la técnica (por citar sólo dos de sus obras) en las cuestiones del mundo y la tierra, o en la diferencia entre la técnica y la esencia de la técnica. El Antiedipo de Deleuze y Guattari también atiende a esto y enlaza a Marx con el psicoanálisis introduciendo lo simbólico y lo Real de Lacan y la diferencia entre represión (Verdrängung) y forculsión (Verwerfung) freudianas; o lo encontramos también en Verdad y Método de Gadamer con la cuestión de los monumenta y el recuerdo/olvido relacionados con la creatividad y con Nietzsche. Curioso que los tres llamados filósofos de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud sean lo que tratan y abren esta cuestión en nuestra contemporaneidad y que todos lo hagan no como una negación de la imaginación, sino como la falta de una dimensión, de la dimensión afirmativa por antonomasia como luego veremos.

Pero volvamos a nuestro tema, hay dos grados heterogéneos entre sí de un no poder, de un no poder decir: uno contingente y otro necesario. Por ejemplo, dentro de una estructura, una sociedad por ejemplo o una cultura, no se pueden decir determinadas cosas en determinados contextos. Ejemplos de ello tenemos miles y cotidianos, como el Decoro Barroco que prohibía introducir animales en los cuadros de una Iglesia o lo que solemos llamar decoro en general y que proviene de ese uso. Un arte decorativa tiene que estar relacionada con su contexto y esas reglas del decoro que mantenemos aplican que no se puede decir cualquier cosa en cualquier lugar. Así, en un restaurante caro no tiene decoro decir un insulto en alto, etc… se suele decir que “hay que conservar las formas”. Si algo así como una mala palabra en una cena se quiere decir, se reprime. Así, por ejemplo también cuando alguien cita la necesidad de una democracia en un supuesto estado democrático, se le llama al orden, a las “formas convenidas” rápidamente y se le dice que hace demagogia, populismo o que es un revolucionario. Pero todas esas fórmulas están concertadas, es decir, están dentro del campo de posibilidad en una estructura dada. Y ya sabemos por Freud que la represión no opera  más que como el retorno de lo reprimido, así la tensión en las cenas caras, en las cenas de navidad, en las iglesias o en los debates políticos. Pero habiendo esa represión siempre hay la posibilidad de decir esas cosas y ya incluso las respuestas a ellas están dadas: si se dice una mala palabra en una cena se es un maleducado, si se hace algo raro en una iglesia se es un hereje, si se dice democracia contra una supuesta democracia se es un revolucionario, un populista, etc. si se dice nosotras en lugar de nosotros como genérico se es una feminista.

Esta dimensión que, podríamos llamar, la circulación del discurso en sus valores y ámbitos sociales dentro de una estructura de posibilidad es importante, por supuesto; por ejemplo en el trabajo de las historiadoras es importante el datar y analizar determinadas cosas (y aquí debemos hacer un obligado homenaje a Eric Hobsbawm recientemente fallecido y especialista en estos análisis, quizá hasta visionario dentro de la historia de esto a lo que apuntamos en esta ponencia). Decíamos que debemos analizar y sobre todo contar determinadas cosas para que no haya olvido de ellas, que no queden reprimidas y así se pueda conjurar su repetición. Hay que poder hablar de esas cosas para que no retornen. Pero todo este campo está dentro de una estructura y tanto las cosas que se pueden o no se pueden decir ya están contempladas, ya se han dado.

Pero hay otro modo de no poder decir. El necesario, el imposible. Por ejemplo el famoso caso de los 30 tipos de blanco que tienen los esquimales para lo que nosotros llamamos simplemente “nieve”. Este caso está muy manido y parece poco interesante salvo si en ello nos va la vida: Pisar una nieve no es lo mismo que pisar otra, una se puede quebrar y otra no, etc. También podemos verlo en las derivas de las lenguas, por ejemplo en Griego moderno el antiguo “to Kalós” que significaba “bello” ahora dice “bueno”…lo cual se puede entender desde los transcendentales, pero el antiguo “bueno”, “To agathón”, ahora posee una connotación de “tonto” o se utiliza sólo en expresiones como “bienes de consumo”. Ello por no hablar de los “superágoras” que se encuentran en cualquier lugar o de la gran pérdida del vocablo Aletheia que gracias a Heidegger no hemos perdido del todo y cada vez parece que vamos ganando.

Hay muchos más casos y la filosofía los esgrime sin cesar, por ejemplo el “no dicho y no pensado” al que alude Heidegger en sus dos zonas, es decir, “lo no dicho” que quizá se podría decir en un texto y lo “no pensado”, es decir, aquello que es impensable y que, bajo otra estructura sí se puede pensar. Otro ejemplo es el “mundo” en el que se centra Gadamer y la importancia de los “monumenta” para intentar perder los menos códigos posibles o poder “recrearlos”; o incluso la petición de “queremos lo imposible” del Mayo del 68…es decir, queremos otro mundo, otra estructura.

Este caso de no poder decir que surge notablemente en los estudios antropológicos y que es causante de tanto problema intercultural es el que nos interesa aquí, el que nos permite salir de la imaginación y sus fantasmas o fetiches para poder acceder a algo real, a la cuestión del ser, a la cuestión de pensar de otro modo antes de que la globalización o mundialización haga indiferente este ámbito a favor de una convivencia y circulación e intercambio de mercancías (ya sean animales, cosas, palabras o humanos) homogénea…pacífica que es como se vende cuando encierra toda la violencia del mundo en una organización mundial de control, la más totalitaria de todas por ser abierta y deslocalizada.
***

Volvamos a la cuestión pues ante la aceleración y la velocidad de este sistema que se nos impone, pensar de otro modo ya requiere otro ritmo, pausado, tartamudeante, repetitivo.

Hemos localizado que hay un “no poder decir” contingente dentro de una estructura y un “no poder decir” necesario que es algo que dentro de una estructura o está perdido o todavía no se puede decir. Pero no es que todavía no se pueda decir aunque podamos vislumbrarlo sino que si se puede llegar a decir es porque algo ha ocurrido: un acontecimiento.

Contrariamente a lo que se supone que es un acontecimiento, llamativo, poderoso, espectacular (aunque los hay) el acontecimiento es discreto, un mero devenir…sin darnos cuenta algo ha pasado. Sin darnos cuenta ya no podemos nombrar los cuatro tiempos griegos que, sin embargo tienen huella en algunas lenguas: cronos, aión, aidíon y kairós; sin darnos cuenta podemos hablar de reiniciar, de robot; sin darnos cuenta el bueno era tonto y el guapo era bueno; sin darnos cuenta el espacio político, la plaza se nos ha convertido en mercado. Pero también sin darnos cuenta podemos aludir a otro modo de verdad, a la Aletheia; sin darnos cuenta hablamos de diferencia sin subsumirla en la identidad, sin darnos cuenta pedimos una democracia y desestimamos que el sistema en el que vivimos sea una democracia como dice el cántico, “lo llaman democracia y no lo es”.

Y es que no es el mismo ámbito aquel que se mueve dentro de una estructura que aquel que hace y deshace estructuras, el que puede mirar hacia dentro de la jauría y sin embargo tener la espalda hacia el afuera como señalan Deleuze y Guattari en el caso de los lobos en Mil Mesetas.

Probablemente ese ámbito de la producción que señala Marx y que es diferente del de la circulación en el que nos reconocemos, sea ese afuera, el que sí produce y produce fuera de una estructura o produce afueras de la estructura.

Y es este ámbito el que más nos interesa para poder pensar de otro modo en orden a poder organizarnos de otro modo, es decir que vivamos de otro modo y haya otra política.

Pero, si vemos bien, este ámbito no depende de la voluntad. No podemos tener voluntad sobre algo que no conocemos porque no está contemplado en una estructura. Pensar que ya está y que sólo hace falta descubrirlo sería una locura, tan loca como pensar que en lo bueno ya estaba lo tonto o que en la política sólo hay un mercado.

Esto queda explicado muy bien en la diferencia entre represión y forclusión en psicoanálisis. La represión (propia de la neurosis y un síntoma también de lo social) parte de algo que se sabe pero se olvida y pasa al inconsciente, por ello retorna en el lenguaje como en los el lapsus, los actos fallidos, las tensiones, el sufrimiento, etc. Su cura consiste en que, a pesar de los reparos que pone la imaginación donde en su ideal no cabe, no tiene decoro, emerja y se pueda integrar, es decir, que pueda situarse en lo simbólico donde quedó el hueco molesto.

Lo forcluído (propio de la psicosis, la esquizofrenia y también un síntoma de lo social) sin embargo nunca entró en lo simbólico y por ello no se ha olvidado ni pasa al inconsciente, sino que es olvido mismo y viene de fuera, del inconsciente: es el puro afuera. Forclusión es un término que viene del Derecho y que significa “cerrar el foro”,  o bien que se tuvo un derecho que ya no se tiene; se está excluido, desterrado antes de entrar es decir, lo forcluído no está en el foro. Si la represión es un acto de negación, entra en la posibilidad negar o no negar un contenido cuyo juicio de existencia ya está dado; sin embrago lo forcluído no introduce juicio de existencia porque no está, así pues, no se puede negar ni es un contenido porque no lo podemos decir de ninguna manera.

En términos heideggerianos, lo forcluído sería la lethe (el olvido que no es un olvido de esto o aquello), A-letheia sería producir un espacio para la posibilidad del esto o del aquello, es decir, una estructura; y sólo en el claro se podría negar o afirmar.

Por ello en psicoanálisis la Forclusión (Verwerfung) está asociada a la Bejahung (afirmación primordial) de la cual habla Freud, pues la cura consiste en que de eso que no tiene juicio de existencia, es decir de eso que es el afuera o lo real (o el ser podríamos decir) y que no tiene por ello contenido ni forma que guardar, se produzca un campo de sentido, una estructura simbólica o, en términos deleuzeanos mutatis mutandis, un plano de inmanencia que se define en ¿Qué es la filosofía? Como una imagen del pensamiento y una materia del ser a la vez.

Por tanto su acción es la pura afirmación y sólo se comprende como negativo en relación a la imaginación que ha imaginado, ha hecho un fantasma total donde un afuera sólo puede localizarse como una falta o carencia a imagen y semejanza de la carencia o hueco en lo simbólico producido por la represión neurótica. Así lo necesario para que se produzca una estructura es, sin embargo, visto desde la cara de la imaginación o la posibilidad como imposible.

Como dicen Deleuze y Guattari en su texto sobre Kafka: imposible decirlo, imposible no decirlo.

Un análisis entonces nos conduce a encontrar qué es lo reprimido por la imaginación, y un esquizoanálisis, sin embargo, analizaría en dirección a producir estructura a partir de una afirmación sin negación.
***
Dicho esto podemos retornar a Marx en el sentido de que su indicación hacia el ámbito de la producción no es ver como se producen las cosas en las fábricas, con el trabajo, etc. sino más bien qué pasa con la cosa cuando se ha convertido en mercancía y si podemos producir otra estructura, es decir, otras relaciones, donde la cosa no sea mercancía en circulación.

Esto no obedece al campo de las ideas o el idealismo, hacerse una idea de antemano y realizarla sería, por un lado, un acto de la imaginación que vería carente lo que hay y lo forzaría a adecuarse a esa Idea mientras que reprimiría muchas cosas por decoro…de ahí la presión final de todo idealismo. Tampoco pertenece al campo de la materia, si así fuera se realizaría la misma operación pero más terrible. Primero se tendría que proyectar sobre la materia lo que la materia es y luego imponer desde esa imagen de materia lo que la materia produce…por ello un materialismo no delirante no es esa cosa rara que nos han contado.

Se trata, sin embargo, de modos de producción, modos de pensar o pensar de otro modo, de relaciones. Y sólo puede hacerse a base de toparnos con lo real, con el afuera o con el ser desde nuestra estructura. De producir, crear, o recrear, o rememorar de una manera extraña no el contenido olvidado sino el afuera mismo.

Y a ese afuera se accede de diversas maneras porque ese afuera es íntimo, habitamos siempre con él y la muestra es que las estructuras cambian, que hemos perdido códigos, que tenemos otros y que hay por-venir y producción, que las cosas cambian y que hay cosas que cambian tan profundamente que no nos reconocemos ni a nosotras mismas. De hecho, Lacan llegó a llamar a este afuera: real, que aparece como puntuación sin texto, como alucinación o como déjà-vu. Imposible decirlo, imposible no decirlo.

¿Cómo podemos producirlo sin medio de la voluntad? Pues, creando, inventando, produciendo, repensando, rememorando, recreando, imitando, leyendo, estudiando, actuando, experimentando. En estos ámbitos donde la voluntad sólo está puesta en el llevar a cabo esa acción de encontrarse con el afuera y no en un contenido concreto que haya que realizar.

Así, a base de decir democracia y pedir democracia como ágora o espacio vacío que ha de ser cuidado una y otra vez y no abandonado tras un contrato social en el inicio de los tiempos, antes de los tiempos de lo civil, es ya una acción que tiene que ver con la producción más que con la circulación…

Y siento que esta ponencia no sea originalísima ni espectacular. Estoy diciendo algo que se repite desde muchos ámbitos y muchas disciplinas muchas veces, algo que desde el agujero de Tales de Mileto no hace más que aparecer, si no aparece en la huella del lenguaje ni en los forzamientos del lenguaje, es decir, en el poetizar o tartamudear o  analizar o extrañarse del lenguaje, aparece en lo real mismo: un agujero.

Y para que no llegue desde lo real el retorno de lo forcluído, peligro donde los haya pues podemos acabar con la tierra misma, sólo podemos decir desde estos foros y decirnos en estos foros que nos va la vida en construir nuevas estructuras que cuenten con el afuera como a un esquizofrénico le va la vida en poder hacer una afirmación. Y que no podemos eludir esta tarea que se hace mientras se dice porque lo único que dice esta ponencia es lo imposible. Que lo imposible es necesario y que es una tarea apremiante… y si no, la muerte.



[1] MARX: El Capital, Vol. I, Libro I. SXXI, México-Madrid, 1998. p. 92

lunes, 29 de octubre de 2012

Capítulo décimo de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico


- ¡Guau!
- Vale, ¿y la escena del crimen?
- Mmm...
- ¿Ajá?
- Mmm... ¡guau!
- Venga...
- Comida en un plato y trigo en la pared.
- Eh... ¿y cuántos granos hay en la pared?
- No lo recuerdo bien... pero lo que hay en el plato es una lata de conservas … sí, sí, una lata grande metálica y brillante con una gran etiqueta que cubre casi toda la lata, no leo lo que pone pero sí, es una lata de esas que uno ve en la tienda junto a otras muchas iguales y piensa qué perfección todas idénticas y tan bien colocadas y... y hasta da pena coger una y fastidiar el conjunto pero de repente le suenan a uno las tripas y se dice, joder que tengo hambre y la coge y queda un hueco, imagínate una detrás de otra y otra y otra y de repente un hueco, un hueco vacío, ¡qué horrible!, es que incluso te planteas dejar de nuevo la lata en su sitio y que todo vuelva a su orden o coger otra cosa, no sé, una barra de pan o lo que sea aunque no apetezca mucho, pero ese hueco vacío... horrible de verdad, joder, si al menos el reponedor estuviera atento, ¡que para eso le pagan, que se mueva!, tío que hay un hueco vacío, vale que yo he provocado el hueco pero es que tengo hambre, venga, por lo menos ocúpate de que no esté mucho tiempo...
- Sí... pero te había preguntado por los granos de cereal y...
- No, es que no hay latas de cereales, esos se conservan ellos solitos al aire y al sol, igual puedes coger unos granos de trigo y machacarlos y empaquetar su harina pero eso tampoco es una lata, sí aunque la harina sea muy fina nunca se conserva tanto tiempo como lo que puede haber dentro de una lata, venga hombre, ¿has hecho alguna vez un rebozado con harina pasada?, es horrible...
- Ya...
- ...horrible, sabes que lo de dentro estará tierno y jugoso y te dan muchísimas ganas de hincar el diente, y sabes que la parte de fuera si todo ha ido bien debería estar crujiente y lo miras y está doradito y dices sí, estará crujiente y delicioso, crujiente por fuera y tierno por dentro, ¡guau!, qué ganas de probarlo, ¿verdad?, pero no, la harina estaba pasada y el primer bocado va al suelo, qué pena, ¡para las hormigas!
- Para las hormigas...
- … y eso si hay suerte, porque a mí me cuesta cada vez más encontrar hormigas en la ciudad, ¡y ardillas ni te cuento!, sí, las ardillas también se podrían comer los restos de la croqueta rebozada con harina pasada, pero son tan difíciles de encontrar...
- Bueno, quizá las ardillas sean más de granos de cereal, ¿no?
- Ah, claro, no me imagino a una ardilla abriendo una lata y menos aún comiendo rebozados pasados, bueno sí que lo hago, pero una ardilla de esas de la tele con chalequito y gorro de aventurero que pide pizzas para llevar a casa, esas sí,  pero el resto... no, no, ni de broma...
- ¿Y los granos de cereal sin ardilla...?
- ¿Sí?
- ¿...ni hormiga...?
- Eh...
- ¿...ni harina ni lata?
- Bueno...
- ¿...cómo eran en la escena del crimen?

- Los granos... estaban en la pared, ni en el suelo ni en el aire, y tenían formas extrañas, no se perciben muy bien y también brillan pero son especialmente brillantes, dolía mirarlos, ¡grrrrrrrr!, ¡guau!
            Encaminarse a una estrella en el camino no profetizado del cielo del mundo suponía mucho más esfuerzo para Blanquito que el meramente esperar a que pasaran ciclos de veintiocho días para salir al patio y ladrar a la luna. Ni siquiera los impedimentos de su dueño y mentor podían en ese caso detenerle, salía corriendo por toda la casa y ya fuera por alguna ventana, ya por el hueco de la puerta de atrás, ya por la principal, se escurría hasta la calle y ladraba toda la noche junto con sus compinches caninos. Él lo llamaba libertad, su dueño, sinrazón, y los vecinos, humanos también, efectos colaterales de vivir en un barrio residencial a las afueras de una gran ciudad, es decir, de ser también libres. Todos así o asá mas todos en igualdad de condiciones, no muy en el fondo, ladraban de continuo y perseguían libélulas por el jardín y moscas en verano cuando las moscas por el calor están rabiosas y pican, y esquivaban cuidadosamente, pero sin parar, estatuas de bronce situadas a propósito en el pasillo para evitar aceleraciones indeseadas que despertasen a los conducentes o rayasen el suelo no muy encerado de la casa. Y si, de nuevo, se confundía una estrella altiva con un esquive pasivo sólo era posible porque se tenía tal capacidad, tal estúpido poder compartido llevado al extremo, porque se contaba con un super-héroe cualquiera y su estupidez habitual.

            Un perro que corre, blanco, ¡corre un poco más!, sólo un poco y no solo, poco a poco, poco de más, ¡pero que un poco de poquito es muy poco!, sólo un poco pero un poco de más hasta allí con mi dedo. Mira mé, a mi miedo hasta allí, así de más y a mí y mira mi mí hasta allí como poco de tu blancor pulcro que delimita la figura sobre la pared jalbergada de enfrente de. Un perro que corre y mira, sefíjate en mi dedo y da vueltas poco a poco ya, ya sin sin de allí, y da otra vuelta más mientras vas, perro, pero mira despacio, sin lo que usas mientras vas, sin pausa, ¡corre un poco más con rigor conservando!, y si lloras porque tienes hambre o toses mira que las lágrimas sean transparentes, sin, sin, que dejen pasar bien lo que de, lo que vuelve del rebote, ¡atiende a los bordes!, porque del dendelfuera transparente del borde, del allí a donde apunta el dedo, corre tras el dedo pero no dejes de mirar al dedo, hace que ladres y que, bien fijado, un ladrido parezca un tosido y una lagrima el esputo de un perro que no tiene otro modo de regularse térmicamente, de regular el mundo, que babear. 
Es una mascota, es, escucha, espera, se es, se esconde, es un hado determinado como cualquier otro, es un animal que corre, está, es un perro que es, estruendo, que es blanco ante todo.

            Blanquito, el perro futurista de un super-héroe también entonces futurista, no poseía especial cualidad alguna. Tal vez lo único relevante, conseguido a través de varias y flexibles presentaciones diarias, fuese que conocía la doble identidad de su dueño. “Buaa, qué tontería...” le decía su amigo Rudolph, un pastor alemán castaño operado del corazón con el que solía jugar al pádel los domingos, “mi dueño tiene al menos cuatro identidades diferentes, y cuando llegan las elecciones generales o hay recortes, llegan a cinco, ahí parece que incluso le importa la política...”.
            A Blanquito le costó tanto entender que solucionar una cuestión no podía ser desarmar las piezas de la asunto, es decir, convertir la cuestión en artilugio descomponible hasta llegar a la sencillez de ciertas partes excrementales que uno no pudiera sino aceptar para huir de ellas de inmediato dando bandazos de goce, todo excepto mecerse en una vacua plenitud, para re-ordenar y ordenar el punto orgánico-funcional de partida del artilugio como condición para pasar a otra y a otra y a otra configuración reformable, y así a gusto del consumidor, que cuando se encontró con un auténtico problema, además de ser incapaz de concebirlo como tal, no pudo hacer mucho más que rascarse una oreja y esperar a que pasara pronto, volver al hado, pasar a otra idéntica cosa y no comenzar a complicarse la vida no de cualquier modo. Algo que también aprendió de su dueño y que tenía que ver con su condición de perro futurista fue una rígida tabla de valores que marcaba lo que estaba bien y lo que estaba mal. Lo que en su dueño facilitó la aparición inesperada de unos patitos indefensos cruzando una carretera, para el perro supuso un proceso lento y ciertamente tortuoso en el que se fraguó su condición de perro futurista. Eso del futuro, de ser un turista del futuro, no hacía sino que Blanquito tuviera que mirar siempre hacia delante en un viajar, ciertamente a ningún lugar pero siempre hacia delante, en el que exclusivamente atendía al presente, al dónde pisaba ya cuando pisaba, para ladrarle y corroborar lo inadecuado que era todo a su estricta y propia, bueno de su amo, criteriología. Así era futurista, pues la relación entre el manto presente que pisaba en cada paso e instauraba en cada paso cuando pasaba justamente como continua insatisfacción del paso con respecto a las claves de buen funcionamiento del manto con el paso sólo conocidas por unos pocos de ellos, provocaba en el movimiento de perenne inadecuación entre manto y universo la generación constante y única de la mirada hacia delante, hacia demasiado lejos desde aquí, al cielo estrellado o a la luna en días de luna llena y no a una estrella, es decir, alejando en exceso los aquís desde unos pocos hasta todos los demás que también nadeaban.

Cuando mires adelante en la tarde nublada:
Verás. Verás en blanco. Verás en blanco muro. Verás un muro en blanco. Verás un muro en blanco escrito. Verás en un muro blanco escrito. Verás en blanco, un muro escrito. Verás que unen el muro blanco escrito. Verás que unen el muro blanco descrito. Verás que unen el muro en blanco descrito y derruido. Verás que unen escritos del muro en blanco derruido. Verás los escritos del muro en blanco derruido que unen y desunen. Verás en un escrito del muro en blanco derruido que desune ya. Ya verás en un escrito del muro en blanco derruido que desune ya. Verás, ya desuna ya una, el escrito del muro en blanco derruido. Verás, ya es ya, el muro blanco descrito y derruido que desune en dos veces, la primera y la segunda. Verás el muro blanco derruido y descrito en dos veces, la primera y la segunda, meado por un cualquiera de la gente del agente, desde ya hasta ya hacia delante.

            Claro que había ciertas normas que probablemente compartía con cualquier otro perro, cosas muy generales como no mear en cualquier sitio o tampoco defecar ni babear en exceso. En realidad parecía como si esas normas generalísimas, las únicas compartidas por cada perro, es decir, las únicas instauradas por todo amo, tocaran siempre conductas materiales relacionadas con la administración del hogar, del hogar del amo, se entiende. “¡No ahí, no!”, le gritaba cuando era pequeño, “no, atrás, atrás, eso en la calle, tras el muro, donde no se ve” y acompañaba las palabras, por si no hubiese suficiente comprensión, con gestos manifiestamente atemorizantes. Mas una vez superada esa fase de iniciación ritual en la que está legitimado el proceso de ensayo y error conducente a la fundación de normatividades compartidas, terminada esa supuesta educación, lo que le quedaba era pasar el tiempo, no mucho más que continuar con su vida de perro de un super-héroe. Esto fue, en el fondo, lo que hizo que Blanquito fuese un poco más allá y un poco más acá y tuviera esa tendencia obsesiva bilateral a delimitar lo que estaba bien y lo que estaba mal, y a imponer-se-lo a los que estaban alrededor. El ánimo impositivo venía de familia, su madre, una perra enorme (la confundían muy a menudo con un perro y al menos tres gatos juntos), trabajó durante años en el Servicio Colectivo de Reposición de Flora y Fauna, distinguiendo, mediante mordiscos claro está, mofetas de gatos y separándolos, muy mordisqueados y muertos ya, entre piezas sólo necesarias en el encuadre de fondo de un paisaje urbano en cuanto materia susceptible de ser re-utilizada como bio-asfalto y piezas con algún tipo de interés de ambientación ambiental en su conformación habitual.
            Con todos estos precedentes el tipo de conversaciones entre Blanquito y sus amigos se reducía a un pulso chino entre perros, algo así como a una competición en la que las manos, o más bien, la flexibilidad de la articulación de los dedos anulares es clave, pero sin tener ninguno de ellos nada parecido a un dedo anular siendo además la mandíbula la parte más sensible y susceptible de sustituir al pulgar oponible. Blanquito, bien aleccionado, solía ganar y así no sólo consiguió hacer valer su estatuto de perro de super-héroe sino que se convirtió él mismo en cabecilla de una jauría fantástica. Allí estaban “Flash Relampageante”, el galgo más rápido de la zona, también “Estulticia Euro Zone” un pequeño y escurridizo Setter cuya principal habilidad era ser pequeño y escurridizo, y “Super Light Rescue Flow”, una perrita sin ningún carácter especial (ni olía, ni sabía, ni apenas se la veía). Que esto, como al resto, fuese lo que permitiera a “Super Light Nube” pertenecer al grupo fantástico y que eso mismo tuviera que ver con que Blanquito, en cuanto carente también de super-capacidad especial alguna, fuese considerado el padre y líder del grupo, atendía a que no tener cualidad especial alguna, en su caso, era tenerlas todas de golpe y enseñar con el ejemplo.
            Dos horas a la semana la jauría fantástica se reunía y planificaba las acciones de la semana siguiente, si esa semana tocaba ayudar a una ancianita a cruzar la calle, al invidente de la esquina a llegar hasta el centro comercial, o si tocaba proteger a los gatitos del vecindario de algún perro extranjero, vagabundo y más que probablemente maleante.
            Pero un buen día, tras una larga jornada de trabajo, el dueño de Blanquito le puso un plato de su comida favorita en el suelo y comenzó a acariciarle el lomo.
- Blanquito, estoy muy orgulloso de ti, has llegado a tu madurez como super-héroe...
- ¡Guau!
- Con tu propia liga de super-héroes... nunca pensé que llegarías tan lejos... ha llegado el momento de dar el paso definitivo, quiero que me ayudes con un caso vital, vital para todos.
El perro ladró de nuevo y siguió comiendo.
- Ya sabes que nosotros, tú y yo, somos distintos al resto, tenemos un poder, la capacidad de hacer cosas irrealizables para la mayoría, acompañado de un sentido único que nos permite conocer cuándo sí y cuándo no hacer aquello para el resto. Pero a pesar del irreductible bien que llevamos a cabo, a pesar de que la gente acepta nuestra ayuda lo temen y niegan en cuanto pueden... es como si hubiera algo en ellos que rechazase lo mejor, como si considerasen que nuestra magnificencia pone en peligro su autosuficiencia... es extraño pero hay que respetarlo, ¿y sabes cuál es la solución para tratar de seguir cumpliendo nuestro deber sin atentar contra lo distintivo de cada uno?
- Grrrrrr...
- Pues no generalizar, no tratar a todo el mundo por igual del todo, no utilizar las mismas maneras con todos sino personalizar nuestras actuaciones como si cada ayudado fuese único. Claro que eso supone un esfuerzo por nuestra parte, supone llamar a cada vecino por su nombre y aprenderse más o menos su situación familiar y laboral, pero en fin..., a ti, dentro de tus pequeñas cosas del barrio todo te parece tan fácil, ¿verdad Blanquito?, pero yo que cada mañana tengo que cuidar de la ciudad, ¡¿qué sería de ella sin mí!?, de que todo funcione como tiene que funcionar... mira, lo importante es que recuerdes, ante todo, que eres único, que tus capacidades te hacen único y soberano, de ahí viene también nuestro deber sagrado de dar servicio pero también nuestra libertad de exigir cierta flexibilidad en el esfuerzo... sí, claro que el mal puede surgir en cualquier momento de las veinticuatro horas del día, y ahí estaremos nosotros siempre disponibles, pero... ¡pero al menos que nos avisen al “mysterious-phone”!, nada de andar todo el día para arriba y para abajo, patrullando como si no tuviésemos casa..., ¡un poco de flexibilidad por favor!”.
            Algo indignado, el dueño de Blanquito limpió el plato de su mascota, se lavó las manos y tomó el traje de “High Force Euro Zone” recién planchado. “Sí, ¡ya es hora de mostrar nuestro descontento!, se dijo y marchó volando hasta el Ayuntamiento con Blanquito siguiéndole muy de cerca pero por tierra y con la lengua por fuera.
            Al llegar, una enorme multitud llenaba gran parte del espacio exterior al Ayuntamiento. “Hig Force Euro Zone” aterrizó como pudo entre un pegote ruidoso y muy colorido compuesto por miles y miles de puntos superlativos. Blanquito se quedó a unos metros de su amo olisqueando los pies de algunos otros super-héroes que cantaban al unísono consignas rítmicas por adición contigüa de pisotones, codazos y voces, a través del uso cabal de sus super-poderes más asombrosos, la capacidad de ultra-unidad libre, el que cada uno, estando choque con choque con otros, pudiera conservar la exclusiva unicidad para consigo mismo en la amalgama colorida que les rodeaba. Localizó a su amo y corrió hacia él, abriéndose paso entre pancartas que decían “Somos emprendedores, pero no gilipollas” o “Soy panadero de vocación, pero no hay pan para tanto chorizo”.
            Así, con todos tan apretados y tan juntos, Blanquito, para abrirse paso, tuvo que utilizar su  habilidad más especial, es decir, la más trivial, que consistía no en otra cosa que en dar lugar a espacios vacíos internos a la extensión másica que permitiesen el continuo movimiento inercial de los cuerpos pegados unos respecto a otros, que posibilitaran, en definitiva, el cántico y pisotón in-dis-crimado que no deja entretela vacía mientras se mueve. Utilizó, pues, sus dotes en la molestia dirigida, lamió por aquí, orinó en un pie por allá, y el movimiento generado, aún sin cambiar absolutamente nada, fue en aumento hasta que el oleaje le llevó a la pierna de su amo.
            Blanquito se restregó y alzó la voz con él, aulló al cielo o más allá sin complejos ni complejidades de ningún tipo, al menos hasta que la explosión del cercano centro comercial dispersó la congregación. Muchos salieron corriendo, como siempre, en cualquier dirección con tal de no estar parados allí ante lo que ocurría, pero la fuerte vocación salvífica de nuestro héroe y su mascota les hizo permanecer el tiempo justo como para comprobar que el fuego ascendía de planta a planta del edificio. “Pronto llegará a la tercera planta, a la de los animales de compañía...” dijo el propio Blanquito mientras corría hacia allí. Entre tosido y tosido y en poco más de un minuto ya se encontraba en las escaleras del primer al segundo piso. Lo que ocurrió después, la segunda planta a oscuras y sin fuego y la entrada a la tercera planta bloqueada por decenas de sacos de arena, sorprendió tanto en un primer momento a Blanquito que tardó en diferenciar la sombra de su NO-archi-enemigo “Negruras” justo detrás de una estantería de latas de conserva. “Sí, soy yo, ¿creías que iba a desaprovechar esta oportunidad de cogerte despistado y confiado?”, gritó Negruras mientras tiraba galletitas al suelo dirigidas a guiar a Blanquito, indefenso ante su inevitable atracción, hacia una trampa en la sección de cereales. Que Blanquito pudiese esquivar la trampa mortal porque el mismo Negruras fuese, atraído también irrefenablemente, tras las galletitas que él mismo había tirado, y que durante un buen rato corrieran violentamente uno tras otro como perro y gato atendía, mas no de manera definitiva, a que el uno fuese perro y el otro gato pero, sobretodo, a que Negruras fuera también una mascota futurista preparada para la vida moderna con atributos parcialmente opuestos, y por ello tan parcialmente parecidos, a los de Blanquito. Cierto que uno disfrutaba de la carne y el otro del pescado, que a uno le gustaba dormir y al otro correr y que uno disfrutaba meando de pie, no diremos quien, y el otro sentado, pero ambos pateaban olvidando mal, porque eso como otras tantas cosas se puede hacer de muchos modos, y esto les hacía quedar anclados entre sí por un presente pasante que les unía y hacía ser a uno optimista e ingenuo, y al otro sufriente y pesadumbroso. A ambos liberados en liberación, autónomos y emprendedores, es decir, Blanquitos a tiempo cerrado.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo noveno de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico
Juan, recubierto sólo de capas de ropa, paredes y cielo, el universo nunca tocaba su piel, dudó sobre si ahora era el momento de tener exclusivamente ahoras. Claro que sabía que cortar un vaso de agua con un cuchillo sería una experiencia recomendable para todo el mundo al menos una vez si lo que se tratase de desgarrar fuera el vaso y no el tejido líquido que llamamos agua. Pero él, que ya no sentía nada, se vio en aquella peculiar situación de estar harto de escribir con bolígrafos gastados en pasatiempos de hojas de periódico cuando lo único que se le exigía era que, de vez en cuando, presionase marcando ligeramente con algo, bolígrafo, lápiz, trozo de madera o dedo, en algo, hoja de periódico, mesa, colmena o botón. No había, pues, tinta en sus bolígrafos, y trató de separar el agua del agua con un cuchillo cuando salió del tanatorio, llegó a casa y vio que estaba todo limpio, hecho y ordenado. Probó con diferentes cuchillos y vio que ninguno era suficientemente afilado para descomponer el agua en dos cosas diferentes que ya no fueran agua, así que se decidió a mezclar agua con aceite de romero. “Es tan diferente su tacto, huele tanto y tan distinto, que seguro anima al agua a revelarse un poco contra sí misma”, se decía mientras mezclaba ambos en un vaso grande de cristal que agitó durante un minuto. Y lo que consiguió de nuevo, además de arañar la mesa en la que había vertido y servía de substrato a la mezcla, fue separar lo idéntico con lo idéntico, agua por un lado, aceite de romero por el otro, troceados y en partes, y él, artífice de la composición-descomposición a su gusto, por fin por abajo diferenciado como conductor, es decir, preocupado por los arañazos de la mesa.

            Sin embargo había dudas, porque quedarse con que tu mejor yo depende de ti mismo resultaba insuficiente para alguien que pocas semanas atrás no había hecho sino proponerse asumir que la única solución posible para sus mundos no tenía que ser del todo invisible para un mundo, digamos, de ley. Así que tomó de la estantería de la entrada unos cuantos libros de cuentos variados, la mayoría escritos por él mismo y trató de recordar sus personajes, quiénes eran, cuáles eran sus historias, a dónde habían viajado en ellas, a quién conocido, y transpuso unos con otros. La clave era, una vez uno se decide a no tener vida ni plantearse vida ni tener ganas de tener vida más allá del seguir haciendo algo, si puede ser, eso sí, un algo diferente pero parecido en algún sentido difuso a lo que uno había venido haciendo antes mas dando absolutamente igual qué hacer concretamente ahora y qué no, elegir a un personaje al que utilizar como modelo explicativo de sus idas y venidas flasheadas que debilitara lo máximo posible la clausura del bloque doloroso de hielo que suponía el pasado.

            Se detuvo en Pedro G. La dificultad, sin embargo, era enorme, al menos tanto como tender a buscar explicaciones vitales vinculantes en relatos narratológicos demandando que el personaje modelo en cuestión, del cual ya sabríamos qué hizo qué hace y qué hará de manera fija, nos permitiese, mediante una interpretación auto-impuesta y supuestamente flexible del texto, seguir haciendo lo que hacíamos sin recordar muy bien qué era aquello y sin fijar ningún presente ni acariciar, si quiera durante un ratito, el futuro. Comparar dos sistemas articulados por vectores temporales diacrónicos cuando el elemento legitimador, el presente que fija, está de forma privilegiada exclusivamente en uno de ellos, reclama una proyección ensoñadora del primero sobre el segundo que, si bien dinamiza y des-estructura la interpretación unívoca y estática inicial de Pedro G., lo contamina de una excesiva movilidad, de un presente resbaladizo y empapado de agua del bloque de hielo que se derrite por la mera acción externa del resbalón presente en el que ya se estaba. Otro asunto, totalmente incluido en ello, es que a Juan le gustasen y estuviera habituado a resbalones, a presentes excesivamente licuados por los que patinar y dislocarse dolorosamente de vez en cuando, y que, por ello, se parase en Pedro G.
            Pedro G. había decidido en algún momento de su adolescencia y de forma súbita, y esto es lo mismo que decir que en la historia nada se decía de las implicaciones del modo de decidir que atañían a aquella decisión, que siempre que mirase a alguien que le miraba a él fijamente lo haría como cuando se trata de seguir con la mirada la hélice de un ventilador en movimiento, comenzando a rotar los ojos en torno a un punto fijo, los de quien te mira a ti, para poco a poco empezar a rotar también la cabeza sin tratar de perder de vista al otro. Claro está que esta situación le reportó situaciones muy divertidas, conoció a mucha gente, pues, el que en un grupo cultural suela estar bien considerado que la gente te mire a los ojos cuando le hablas como signo de transparencia, es decir, como ventana de acceso a lo que hay tras la ventana que identificaría de manera esencial al que lo dice, repercute y disloca, en ocasiones, el supuesto equilibrio de la relación “todos miramos a los ojos para ver lo diferencial de cada uno” a favor del final de enunciado, la que permite, no sólo que se viole una norma habitualmente aceptada con facilidad y agrado, sino que se valore a lo meramente distinto de cada uno en exclusiva de manera obsesiva, a lo que salta a la vista. Pedro G. tuvo, pues, en cierto y muy actual sentido, gran éxito, no le faltó nunca gente distinta que le tratase de mirar a los ojos ni gente a la que tratar de mirar él. Pero lo que suponía el gran asunto de la historia fue el encuentro de Pedro G. con Elisa Trebuchet, una joven de padre eslavo y dos madres, que en algún momento de su vida, tampoco especificado en el relato, había decidido no pararse nunca de cruzar y descruzar las piernas cuando estaba sentada, de un lado a otro y de un lado a otro, y, estando de pie, actuar como si estuviera cruzando un paso de cebra y sólo pudiese pisar por las zonas blancas, saltito, saltito. El asunto era que Elisa Trebuchet descubrió que cuando miraba el movimiento rotacional de cabeza de Pedro G. dejaba de tener ganas de cruzar o descruzar piernas y que incluso si le miraba a los ojos dejaba de dar saltos estando de pie. Era todo tan brillante que ambos pasaron mucho tiempo juntos, el suficiente, al menos, para olvidar y volver a recordar que ambos habían hecho una promesa perpetua a cumplir. Mas la promesa decidida, como tal pero no sin dificultad, se impuso en su vuelta, a lo cual ayudó que se diera la paradoja de que lo que a ambos había atraído mutuamente del otro se disolviera al estar juntos y que, siendo justo eso que se anulaba en su unidad lo único y exclusivo que ambos por separado y por promesa querían casi en cualquier caso como lo primero, la única posibilidad de volverse a interesar mutuamente fuese volver a sus viejos hábitos, es decir, forzar una ruptura violenta que reafirmara sus habituaciones meramente individuales, volver a extrañarse mutuamente. La historia se interrumpía con Pedro G. leyendo a un poeta que decía “desconocidos se están el uno del otro, mientras sigan en pie, los troncos vecinos“ cuando se iba muy lejos subido a un avión sin mover la cabeza mientras miraba fijamente entre las vidrieras del aeropuerto de partida a una chiquilla que esperaba otro avión dando saltos de un lado a otro sobre unos policías. Juan nunca se atrevió a hacer una segunda parte, pero se dijo al soltar el libro encima de la cama “sí, yo seré Pedro G.”.
            De manera que, además de confirmar con el comentario que realmente ya era Pedro G. antes incluso de hacer declaración de intenciones alguna, tomó nota de las actitudes generales del personaje, o lo que es lo mismo, decidió decidir siempre algo o, más bien, que hubiese siempre algo en general decidido de manera absoluta e inmóvil para él por pequeño y trivial que pudiese parecer para otros. “Eso guiará mi vida, el resto vendrá detrás...”, se decía, y salió a la calle en busca de los imprescindibles contenidos de su promesa intencional, “...seré un Pedro G. de la calle”, se decía ya volcado en la ciudad.

            Un panadero o un carnicero hubiesen sido buenos ejemplos si Juan no tuviera una cierta tendencia natural a huir de las cosas escasamente manipuladas por otros. Tampoco un barrendero, con perdón a los barrenderos, o un político, pues el pretender llenar una forma general con un fundamento puramente instrumental no resolvía la petición de contenido mínimo por fijar como dado que pedía su decisión vacía, además de dejar en el aire y sin suelo justamente eso, el suelo, el que absolutamente cualquier cosa pudiera ser, incluso la muerte. Y vio a lo lejos, no demasiado de su casa, una carretera bacheada muy negra por la que caminaban una familia de patitos muy blancos. En fila de uno cruzaban, primero la madre, luego el padre y después tres patos de tamaño muy similar, pequeñitos. Enseguida, en cuanto confirmó la visión, pensó en ir y rescatar a la familia de las posibles ruedas de los coches. “Pobrecillos, ahí expuestos a lo que les pueda ocurrir, a cualquier cosa... necesitan alguien que cuide de ellos...”, se decía mientras apretaba los puños, “sí, yo les cuidaré, dedicaré mi vida a cuidar y proteger al necesitado, seré un super-héroe y tendré un animal, una mascota, que también lo será”. Y volvió rapidísimo a casa a diseñar un uniforme.

            Ya delante de la máquina de coser, se le ocurrió cómo podría ser la segunda parte del libro de Pedro G., una historia en la que lo diferente para seguir siendo tal tuviera que afirmarse en su reunión diferenciante, pues cómo si no con agua el romero del aceite de romero llegaría a ser lo que ya venía siendo. Dejó de coser durante unos segundos pero enseguida continuó con el uniforme, se repitió “no, seré un super-héroe y mi mascota también lo será” y dio dos puntadas más.


martes, 18 de septiembre de 2012

Percepciones de un español en Cuba

por Pablo Ivan Romero Rovetta – El Faro Crítico


  1. La Brigada.
Tras una estancia de un mes en Cuba, Erasmo, a quien ya considero un amigo, me propone contar mi experiencia en un artículo para Havana Times. Como lector habitual de la web la idea me hace ilusión, aunque no sé muy bien que podría aportar más allá de las impresiones subjetivas de un extranjero que trata de descubrir qué hay de cierto en el “socialismo” cubano…
Aterrizo en el Aeropuerto José Martí la noche del 3 de julio, con otros 6 compañeros/as. Nos reciben miembros del ICAP, que nos ayudan a pasar por las aduanas los equipajes y los 150 kilos de material (sanitario, deportivo, de papelería) que envía la Asociación de Amistad Hispano-Cubana Bartolomé de las Casas, desde Madrid. Un autocar prácticamente vacío nos conduce a nuestro destino: el Campamento Internacional Julio Antonio Mella (CIJAM) en la provincia de Artemisa.
Una cantidad abrumadora de emociones me recorre cuando, a través de la oscuridad de las carreteras, voy viendo las primeras casas, los primeros pueblos. “Estoy en Cuba”. Cuba, la “esperanza del mundo”. El país en el que prácticamente todas las izquierdas del mundo ponen su fe, su corazón y su energía. El país que llevo tiempo planeando conocer, tratando de entender a través de todo lo que cae en mis manos. Ya se ven los primeros carteles de propaganda…
Nos alojan en el campamento de forma bastante improvisada. El resto de brigadistas llegaron hace dos días, y todo el programa ya ha empezado. Los murales del Ché, de Martí, de los 5 y demás iconografía de la revolución cubana nos deja claro dónde estamos. Un amigo, emocionado, me comenta: “por fin estamos pisando tierra socialista”. Yo no estoy tan seguro… A ver qué me encuentro.
Al día siguiente nos levantan a las 5.45 de la mañana. Por los altavoces suena un gallo, y una serie de canciones que nos acompañarán en cada despertar: el Guajira Guantanamera (que acabaremos odiando por pura repetición), Yolanda, Fusil contra fusil, La Victoria de Sara González, etc. Desayunamos un café, un huevo duro y un pedazo de pan seco (con suerte con mantequilla o mayonesa) antes de hacer un matutino y partir hacia el trabajo en el campo. Nos meten en un carro tirado por un tractor que nos lleva a los españoles/as hasta la cooperativa del pueblo de al lado, Guayabal, donde nos toca arrancar malas hierbas a mano durante toda la mañana. Me pregunto cómo funcionará la cooperativa, si será de modo democrático con voz y voto de los trabajadores/as. No me da tiempo a preguntarlo, pero pronto comprenderé que en Cuba prácticamente nada escapa al control estatal y a una jerarquía verticalista…
Somos la Brigada Europea José Martí de trabajo voluntario, un programa de “solidaridad” con Cuba, que realmente es una actividad política de tantas en las que Cuba trabaja la imagen que tiene que mostrar al mundo. El objetivo es acercarnos a la “realidad cubana” (la realidad oficial, claro), para que después hagamos en nuestros respectivos países militancia a favor del gobierno castrista.
Estaremos en la brigada hasta el día 20. Las primeras dos semanas nos toca el trabajo voluntario en la cooperativa, las tierras del CIJAM o el autoconsumo del campamento. No es un trabajo matador, cuatro horas y media no demasiado duras, salvo por el sol omnipresente y el calor sofocante. Por las tardes, tenemos la suerte de conocer Cuba… a través de conferencias en el salón de actos del campamento. Es cierto que hubo conferencias interesantes, al menos para quienes venimos de otro país, pero eran completamente oficialistas. Y no hace falta ser demasiado avispado para darse cuenta de que hay… lagunas. Y preguntas incómodas que son esquivadas y, realmente, quedan sin respuesta. ¿Será cosa de los ponentes o un patrón común en el funcionamiento de esta islita?
Las noches son prácticamente shows para turistas. Vienen grupos a tocar música cubana, la gente bebe ron que compra en la tienda (más barato que en la calle), cervezas Bucanero o mojitos del bar. Cuando acaba la música en directo, la noche continúa con reggaetón y decenas de turistas/brigadistas bailando y festejando. Buen ambiente…
El CIJAM es una pequeña burbuja. Toda la simbología del régimen está concentrada en él, entre los murales de los barracones, las banderas, los discursos y la música. Es un escaparate de lo que mucha gente espera encontrar en Cuba. Sé que hay todo tipo de personas en la brigada. Sé que muchas personas vienen como yo, algo escépticos, a ver que se encuentran. Sé que otras creen firmemente en el discurso oficial, en Fidel y en el Partido, pero al menos son coherentes con su propia moral comunista. Sin embargo, no puedo evitar tener la sensación de que muchas personas vienen atraídas por la simbología, que les importa más la estética, el significado abstracto de lo que están haciendo, que la realidad del pueblo cubano. Y el CIJAM ofrece eso. Ofrece poder sentirse emocionado de cantar la Internacional en varios idiomas, con el puño en alto, bajo las palmeras y las banderas cubanas. Ofrece poder hablar de solidaridad entre pueblos, de héroes revolucionarios. Ofrece sentirse partícipe del que suele considerarse el último país socialista digno (lo cual no es difícil teniendo en cuenta cuáles son los otros)… Y ofrece todo esto sin tener que enfrentarse a la no tan bonita realidad cubana.
En medio de este espectáculo político/turístico, no podía faltar el homenaje a los 5 héroes cubanos prisioneros del imperio. El día 5 del mes lo pasamos ahí, y desde luego nos tocan los actos por la libertad de los 5. La madre de René va a venir a visitarnos y contarnos su experiencia, así que el director del campamento nos pide a la brigada española que hagamos algo. No sabemos muy bien qué hacer, y él nos indica que debe ser una interpretación, un teatrillo o algo así. Inventamos algo medio improvisado la tarde anterior, y en el momento de la representación descubrimos que, por arte de magia, la interpretación que nos pidieron hacer ha sido idea nuestra y la representamos “en la Puerta del Sol todos los días 5 de cada mes”.
Llevo poco tiempo en Cuba y ya me parece agotador el tema de los 5. Sin olvidar la tragedia que supone para las familias, desde luego, me parece que el Estado cubano necesitaba nuevos héroes con los que fomentar el nacionalismo frente a un proyecto que hacía aguas cada vez más claramente… Montan una exposición sobre los 5 en el CIJAM, y nos cuentan que van a exponerla por toda Cuba… incluso en las cárceles. Me salta un chip en el cerebro… ¿cómo coño puedes ir ante personas a las que tú tienes presas y hablarles de la condena injusta de los 5? ¿Tan cínico puede llegar a ser el gobierno cubano?
Unos compañeros y yo vamos viendo demasiadas cosas que no nos cierran.
El argumento para justificar  el partido único y las instituciones de masas únicas es la homogeneidad monolítica del pueblo cubano en torno al proyecto revolucionario, pero basta hablar con varias personas para darse cuenta de que esto no es así. 11 millones de personas, 11 millones de realidades. Quizás esa homogeneidad estuviese más presente durante el fervor revolucionario, pero 50 años después, con nuevas generaciones, no me lo creo. Lo siento.
Los precios nos vuelven locos. Vemos productos baratísimos en moneda nacional, suponemos que subvencionados por el Estado, pero la primera vez que entramos a una tienda en divisa casi nos caemos de espaldas. ¿Cómo puede un litro de leche costar más que en Madrid? ¿Hasta qué punto son de “segunda necesidad” productos como un champú o una cuchilla de afeitar? Todo se vuelve más desquiciante aún cuando nos enteramos de que un cubano/a gana menos de 20 dólares al mes (algo que en las charlas de la brigada no nos comentan). ¿De quién es la culpa de esto? ¿Del gobierno? ¿Del bloqueo? ¿De la pobreza y escasez de recursos de país?
No entendemos Cuba.
Escuchamos comentarios a cubanos que nos van dejando caer cosas: autores prohibidos (que no están prohibidos, ojo, “simplemente” no los venden en librerías), Seguridad del Estado, actos voluntarios que no parecen tan voluntarios…
A veces salimos del CIJAM con la brigada. Nos llevan a La Habana, a Artemisa y 3 noches a Pinar del Río. Nos movemos en autocares chinos Yutong escoltados por la policía. No creo que la policía nos escolte por nuestra seguridad en uno de los países más tranquilos de América, pero ahí está. ¿Su función? Detener el tráfico cubano, apartar a de nuestro camino a cubanos y cubanas para que lleguemos a tiempo y sin problemas al acto del día. Nos da vergüenza y cabreo…
En cada lugar nos reciben como a una importante delegación. En La Habana una orquesta militar nos espera para hacer una ofrenda floral a José Martí en el Parque Central. En las otras zonas, sale siempre a recibirnos un dirigente local del Partido, un representante de la comunidad, algún estudiante extranjero que cante una canción y una orquestita que nos toca Hasta Siempre, Guajira Guantanamera y, con suerte, Chan Chan y El cuarto de Tula, las que a veces parecieran ser las únicas cuatro canciones compuestas en la isla…
En Pinar del Río nos llevan a ver una fábrica de tabacos, un círculo infantil y un CDR. La primera es decepcionante: gente trabajando por unos pocos dólares al mes ante un retrato de Fidel, sin tan siquiera rotaciones de turnos o poder de decisión. No es una cooperativa, no es una fábrica colectivizada. Es la misma lógica de producción capitalista, enajenada, con la diferencia de que la función del capitalista la cumple el Estado. No creo que esos trabajadores/as estén menos alienados que en el mundo capitalista…
En el círculo infantil la sensación es diferente. Una guardería, muy bien, muy accesible. Los niños y niñas nos reciben con un teatrillo de bailes y dibujitos para tocar la fibra sensible de los brigadistas. Me parecería una guardería normal, decente, si no fuese por los enormes retratos de Fidel y Raúl que encontramos en la entrada, o los carteles de “Saludamos el 26 de julio” que, supongo, también han puesto voluntariamente los críos de 3 y 4 años…
La noche en el CDR fue quizás una de las mejores experiencias. Nos llevaron a los que debían ser los mejores comités de Pinar del Río, donde nos recibieron unos viejitos y viejitas encantadores con frutas, agua de coco, música y conversaciones. El CDR, si realmente funciona como dicen, parece una de las instituciones con más potencial que he encontrado en Cuba aunque, como todo, con una parte tenebrosa: la vigilancia estatal dentro de cada cuadra y cada edificio…
En ocasiones discuto (siempre desde el cariño) con compañeros/as de la brigada. Me frustro. A veces parece imposible ser crítico con un gobierno de izquierdas, del que casi automáticamente se presupone que todo lo hace con buenas intenciones y pensando en el pueblo… Parece que en Cuba no hay nada que reprochar. Lo bueno hay que agradecérselo al gobierno, lo malo son “errores bienintencionados” o es siempre culpa de terceros… La realidad cubana simplificada en la bipolaridad entre “revolucionarios” y “gusanos”. A veces me sorprende la capacidad que tiene la izquierda para desmontar la sutil propaganda capitalista, y lo ciegamente que cree en la obvia propaganda cubana…
Todo se justifica con que el resto del continente está peor, todo se justifica con que “esto en España también pasa”… Pero España es capitalista, es contra lo que lucho, y si el país que pretende mostrarse como alternativa tiene derecho a cumplir los mismos “errores”, ¿para qué coño lucho?
Dos semanas y media de brigada han sido una experiencia confusa… Cuba me despierta muchas dudas, no termino de entender nada. Veo cosas buenas y cosas malas. ¿Lo bueno será tan bueno y lo malo tan malo?
No puedo terminar sin hacer mención a la gente encantadora que trabaja en el campamento y sus alrededores; a Yordán, el taxista del pueblo vecino que nos acogió como amigos de toda la vida; a los jóvenes estudiantes de relaciones internacionales que, aun convencidos del sistema, vinieron a darnos su opinión más sincera del país…
La segunda parte de mi viaje me resolverá muchas cuestiones: en La Habana me esperan redactores de Havana Times y miembros del Observatorio Crítico, para mostrarme la otra cara de la moneda, el otro discurso cubano de izquierda…

2. La Habana

            “Todo tiene su final, nada dura para siempre”, que diría la canción de Willie Colón y Héctor Lavoe…
            Me despido frente a la sede del ICAP de los compañeros y compañeras más cercanos con los que he vivido esta experiencia. Suben al taxi que les lleva hasta el aeropuerto, y yo recojo mi equipaje mientras les veo desaparecer… Un colega cubano que desprende alegría y sinceridad me conduce hasta mi nueva casa en el Vedado. Para quien no haya ido nunca a Cuba, recomiendo la opción de rentar un cuarto, que no sólo es más económico sino que permite vivir en una casa común con una familia cualquiera, acercándote más a la realidad cubana que una habitación de hotel.
            La gente de la brigada me pregunta por qué me quedo diez días en La Habana, pudiendo aprovechar para conocer otras ciudades como Trinidad o Villa Clara. Lo cierto es que el turismo no me interesa. He venido a conocer la realidad cubana (dentro de lo posible) y La Habana me parece una ciudad en la que vale la pena asentarme durante toda mi estancia, vivirla con calma.
            En el portal del edificio, en el Vedado, me dan los buenos días cada mañana una foto de los 5 (“¡Cuba es su casa!”), y una de Fidel y Raúl saludando (“Unidad y Victoria”).
            Los días en La Habana son a otro ritmo que en el campamento. Voy por libre, los tiempos son más distendidos y tengo la oportunidad de moverme con cubanos/as y hablar con bastante gente. La variedad de opiniones y matices es muy amplia, contrariamente a la simple dualidad castrista/derechista que plantean los medios de prensa tanto en Cuba como en España.
            La segunda noche conozco por fin a Isbel, Jimmy, Erasmo e Irina. Me preguntan por la brigada mientras tomamos unas cervezas en una plaza del Vedado. A partir de ahí ellos me acompañarán durante buena parte de mi estancia y me darán una visión de Cuba que considero sumamente interesante…
            Al día siguiente me llevan a un proyecto infantil independiente, creado por una pareja de artistas. Al fin, entre el ambiente libertario, me siento como pez en el agua. Estamos acompañados además de una pareja de anarquistas de San Diego, por lo que aprovechamos la tarde en el parque Almendares para intercambiar opiniones entre todos/as y hablar de política en general.
            La gente del Observatorio no se muerde la lengua. La crítica es dura, directa, y me hace replantearme bastantes cosas que, realmente, son difíciles de aceptar para una persona de izquierdas…
            Una noche, bebiendo ron en el Malecón con gente que quedó de la brigada y algunos cubanos que conocimos en el CIJAM, entablamos conversación con un rapero que andaba fumando un puro y bebiendo ron de cajita. Entre el alcohol y unas rimas (yo también fui rapero) hablamos de Cuba. El defiende algunas cosas, defiende la sanidad y la educación, que está convencido de que en Cuba no hay un niño desescolarizado, pero critica duramente lo demás: critica no poder salir, la censura, los salarios absurdos y que la noche anterior le llevasen detenido por hablar con una extranjera. Se declara seguidor de Camilo, y cree firmemente que Fidel les traicionó a él y al Che.
 “El Titanic se hundió en medio del Atlántico y lo han encontrado, Camilo se hundió aquí al lado y no aparece ni rastro” me dice.
Tras contar un repertorio de chistes homófobos, me suelta una frase que se me queda en la cabeza clavada, aunque ya me venía rondando de antes: “en realidad la sanidad y la educación no son gratuitas, tú las pagas con tu vida”.
Más de un cubano me ha insinuado este tipo de cosas. Podemos decir que nadie queda excluido de la educación, a priori, por razones económicas, pero no que la educación sea gratis. El Estado no regala nada. Como socialista, me parece bien que se usen las plusvalías del trabajo de forma social, para financiar los servicios públicos, pero en Cuba el absurdo está en que el salario no alcanza para comer.
Cobrando 15 dólares al mes (que sí, que alcanzan para más que en otro país, pero aún así no dan), inventando por la calle para comprar unos frijoles, y teniendo las prohibiciones de viajes para que no haya fuga (o “robo”, que diría Fidel) de cerebros y mano de obra, no podemos decir que en Cuba estos servicios sean realmente gratis…
Con esto no desmerezco a toda la gente que durante años se ha esforzado por los sistemas de educación y salud pública, pero creo que hay un problema sistémico, y soy crítico porque las paredes de La Habana me recuerdan que revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado… ¿o no?
 “Aquí hace 50 años había una dictadura, y Fidel y los demás lucharon contra ella. Ahora tenemos otra dictadura y nos toca a nosotros luchar como ellos. No nos vamos”, dice. Me deja su teléfono, pero soy incapaz de localizarle de nuevo…
            En el tiempo que estuve en La Habana me di cuenta de ciertas cosas que, creo, un turista común no percibe. Muchos turistas suelen afirmar que en Cuba hay libertad de expresión porque la gente por la calle les habla y les putea del régimen. Obviando el hecho de que libertad de expresión debería ser mucho más que poder hablar por la calle, lo cierto es que me doy cuenta de que ni eso es del todo cierto. La gente con la que voy, en muchas ocasiones, baja el volumen o se calla si hay otra persona cerca y estamos hablando de algo “delicado”…
            Recorro librerías. Me fascinan los precios de los libros y compro cantidad de material que en España es muy difícil o prácticamente imposible de encontrar. Sin embargo, veo que son los mismos libros en todas partes, y la variedad en textos políticos y sociales es nula. Cuba, territorio libre de analfabetismo, Diario de un guerrillero en la Sierra, Fidel Castro ante las catástrofes naturales, Fidel, Fidel, el Che, pinta y colorea a Fidel y playa Girón, etc.
            Una compañera de la brigada tiene muchas dudas sobre el país, le parece que hay cosas buenas pero muchas otras que no cuadran ni tienen sentido. La invito a una reunión con el Observatorio para conocer, al menos, una versión diferente a la del CIJAM y sacar sus conclusiones.
            Nos reunimos en una casa ruinosa de Marianao, donde comparto la experiencia del 15-M en los barrios de Madrid y el funcionamiento de la estructura asamblearia. La jornada es buena, distendida, pero hay algo que tiene a todos/as nerviosos. Al compañero Mario Castillo le han aparecido “por arte de magia” 5 gramos de cocaína pura en casa, que se apresura a denunciar a la policía. Este suceso ya fue denunciado por OC en su blog (http://observatoriocriticodesdecuba.wordpress.com/2012/07/27/colocan-droga-en-una-de-las-sedes-del-taller-libertario-alfredo-lopez-de-la-red-observatorio-critico/ ), y aunque afirman no haber visto antes nada igual, es inevitable tener la mosca detrás de la oreja ante posibles formas de criminalizar al movimiento…
            Mi último día lo paso en Alamar junto a Erasmo e Irina, en un ambiente familiar, hablando, para variar, de política y sociedad en Cuba y España. Da pena ver cómo oscurece y se va mi último atardecer en la isla. Andamos como 3 kilómetros desde Habana del Este para conseguir una guagua que cruce el túnel, entre decenas de familias y jóvenes que vienen de pasar un domingo playero.
            Me despido velozmente de Erasmo frente al Capitolio, tomo otra guagua hacia el Vedado, bajo por G entre un mosaico de tribus urbanas, dejo las cosas en casa y salgo a despedirme de La Habana. Voy solo, pues ya es tarde; nadie a quien pueda llamar está en casa y nadie me va a contestar al celular. Compro una Mayabé y me siento en el muro del malecón, frente a la Oficina de Intereses y la Tribuna Antiimperialista y miro el mar tratando de escribir algunos versos…
            Me despido en mi última noche en La Habana, mirando el mar desde el muro del malecón. A mi espalda quedan banderas cubanas, frente a mí los sueños de la migración… Y me atasco. Pienso en todo lo que he visto y vivido durante el último mes.
            Veo a Cuba como un modelo de Estado diferente al nuestro. Por lo tanto tiene problemáticas propias, al mismo tiempo que está exenta de problemáticas que nosotros sufrimos. También tiene cosas buenas, igual que otros modelos tienen sus propias cosas buenas.
            Considero que quizás sea el país menos desigual de América, donde me da la impresión de que incluso las élites están limitadas por el sistema (Miramar no es comparable a los barrios ricos privados de otros países latinoamericanos), y aunque hay pobreza y hambre no he encontrado esa miseria desesperada que sí he visto en otras partes. Es un país muy seguro, y me da sensación de tranquilidad a pesar de todo.
Me parece importante la subvención estatal a productos básicos, el fácil acceso a la cultura (la que no moleste al régimen, claro) y el nivel prácticamente nulo de indigencia (aunque sí se hace notar la infravivienda y el hacinamiento).
Considero que la represión cubana es muy sutil, aunque efectiva. Me da una sensación de asfixia en la población civil. No deja de ser irónico que en un continente tan rico en movimientos populares como es América Latina, La Habana me transmitiese esa sensación de inmovilismo. Lo que asoma la cabeza, o entra en la estructura estatal (lo que a veces significa anularlo) o se va estigmatizando de forma gradual hasta llegar al acoso o los calificativos de “mercenario”, etc.
Un estudiante cubano me decía que ahí no hay culto a la personalidad porque no hay grandes estatuas de Fidel ni calles con su nombre. Está claro que si “culto a la personalidad” es sinónimo de Corea del Norte, Cuba no entra en ese patrón. Aún así, a mí me da la impresión de que algo hay… Los retratos de Fidel y Raúl están en todas partes: tiendas, comités, portales, escuelas, círculos infantiles, puestos de trabajo, edificios oficiales, etc. Sus frases adornan las paredes y los carteles de la carretera. Todo lo bueno del país emana de ellos como si de fuentes divinas se tratasen.
Comprendo que durante las décadas del fervor revolucionario mucha gente admirase y amase a Fidel de forma espontánea y sincera, pero cuando se han educado a generaciones en la admiración a su figura, ya no creo que podamos hablar de espontaneidad, sino de adoctrinamiento…
Desde luego, no podría decir ni de lejos que Cuba sea el país más represivo de América, como pretenden los medios derechistas de mi país. En un continente donde existen elementos genocidas como el ex – presidente Álvaro Uribe, Cuba no sale tan mal parada. Pero el crimen de otros no le exime a uno mismo de responsabilidad…
            Podemos decir que Cuba no es el peor sistema, sí, pero ser menos malo no significa ser bueno. No puedo pretender que un cubano acepte su situación porque “el resto del mundo está peor”.
Como conjunto, no puedo defender el régimen cubano porque creo que es negativo de raíz: un partido único vertical y jerárquico (¿cuántos convencidos militantes de la UJC han abandonado porque no se les hacía caso?), instituciones únicas verticales y jerárquicas, un modelo productivo vertical y jerárquico.
Cuba es un Estado autoritario. La propaganda es obvia y asfixiante, y se hace notar más por lo repetitivo que por la cantidad (probablemente tengamos más bombardeo publicitario/propagandístico en España).
Las prohibiciones a los viajes son vergonzosas. El trato preferente que han tenido los turistas durante mucho tiempo es vergonzoso…
Vigilancia. Me da la sensación de sociedad vigilada, entre CDR y Seguridad del Estado (a la que, según supe más tarde, tuve la “suerte” de tener a mi lado, presuntamente, un par de días en La Habana). El Estado tiene ojos y oídos en todas las esquinas…
Existen las élites militares, y eso todo el mundo lo sabe. Y donde existe una élite, existe quien vive del sistema tal como está. Y mientras exista esa clase que vive de que las cosas no cambien, va a esforzarse por que las cosas no cambien… o que cambien para su beneficio.
            Decía Engels en Anti-Dühring que “mientras la población verdaderamente laboriosa estaba de tal modo ocupada en el trabajo indispensable que no le quedaba tiempo para ocuparse de los asuntos comunes de la sociedad (dirección del trabajo, asuntos públicos y jurídicos, arte, ciencia, etc.), preciso era que existiera una clase especial que, emancipada del trabajo, cumpliera esa tarea, al mismo tiempo que aumentaba, en beneficio propio, la carga del trabajo impuesto a las masas laboriosas.
            Creo que este párrafo, que hace referencia al origen de las clases sociales, es perfectamente aplicable a la Cuba de hoy, y por tanto la raíz del problema de la explotación humana sigue presente.
            Creo que Cuba no ha salido de la lógica del capitalismo. Es un capitalismo estatal, que hará frente al capital internacional (al menos en teoría) pero que, de puertas para adentro, no ha cambiado en esencia la forma de funcionar. Además, como supo ver el Che allá en los 60, si aceptas algunos pilares básicos del capitalismo pero no sus reglas de juego (el mercado) estás condenado a una economía híbrida e ineficaz…
            Creo que Cuba es una forma diferente de explotación. No lo considero un Estado más “bondadoso” que otros, ni que sus dirigentes sean más honrados…
            Me llevo una impresión más o menos formada, pero soy consciente de la complejidad de la realidad de cualquier país, y más de la realidad cubana, repleta de contradicciones. No vivo ahí, no puedo dar lecciones a nadie, pero tampoco ocultar lo que he visto o sentido, aunque al final resulte ser sólo subjetividad…
            Me he dedicado a escuchar todas las opiniones que he podido. Salvo con la gente con la que tenía confianza, no he discutido a nadie (no me consideraba con legitimidad); ni al que soñaba con la vida de Miami, ni al que defendía al gobierno y confiaba en sus buenas intenciones. Las conclusiones de este artículo son el resultado de tratar de juntar todas las piezas que he ido recogiendo durante un mes para hacer un puzzle con la imagen de Cuba, que espero sea mínimamente acertado.
            Me voy de la isla con varios sentimientos amargos. Por un lado, me da tristeza ver un pueblo que ha luchado durante tanto tiempo, que ha sido golpeado por tanta gente (desde sus propios gobiernos hasta Estados Unidos y otros países), que ha pasado situaciones tan duras como el Período Especial y que sigue estancado o dando un pasito adelante y dos atrás…
            Por otro lado, sé que echaré de menos el país. Sus Chevrolets, sus pizzas en la calle, sus jugos y refrescos de un peso, su gente, sus paisajes y esa luz mágica de La Habana cuando amanece o se pone el sol, sus casas de colores, su Chan Chan y su reggaetón, sus calles de cifras y letras, su acento, su “candela”, su “pinga” y su “asere”. (Aviso al turista potencial que lea estas líneas, que el agua del grifo y los refrescos callejeros que extraño pueden tener consecuencias: volví a Madrid con parásitos)
            Y, sobre todo, dejo a mucha gente a la que he cogido tremendo cariño. A algunos tengo la suerte de poder escribirles mail, a otros tendré que mandarles postales. Pero me duele pensar que, quizás, no vuelva a ver a la mayoría. Hay demasiadas historias y personas que no caben en estos artículos…
            El vuelo de Cubana despega a medianoche del aeropuerto José Martí, exactamente 4 semanas después de que el ICAP viniese a recogernos. ¿Tan rápido pasa el tiempo? Es frustrante…

            VIVA CUBA LIBRE! (aunque nadie sepa muy bien qué significa eso)


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