jueves, 30 de julio de 2009

LA DIGNIDAD Y EL ORGULLO EN CRISIS

por FKastro – “El Faro Crítico”
La crisis, empieza a dejar de ser un concepto. Hasta hace unos meses parecía una abstracción. Aunque supiéramos con anterioridad que en el tercer mundo la crisis tiene forma de niño palmándola por todo lo que yo puedo resolver en un supermercado o en la consulta del médico de cabecera. En cualquier caso, tanto hablar de crisis ha dejado un reguero de abstracciones que van tomando forma, que van adquiriendo la solidez del parado y del vagabundo entre cartones.

La posibilidad real de que algo suceda nos ha dejado un dolor extraño y terrible, un embotamiento paralizante, que no es ni más ni menos la primaria necesidad de intentar decidir por nosotros mismos. No dudo que decidir, y también sobre cuestiones que tanto nos atañen, lleva tiempo, tanto más cuando a menudo contemplamos que los diferentes agentes económicos y sociales no apuestan un céntimo por ninguna decisión individual.

En cualquier caso, aterrice hoy, mañana ó dentro de 1 año la crisis real que nos convierte en desechos, hay que advertir desde ya que debemos ir aparcando 2 conceptos que, aunque depreciados y actualizados, nos han acompañado estos últimos años. Hablo de la dignidad y el orgullo. Entiendo por dignidad, no el concepto que tenía que ver con el decoro y la urbanidad que se le acuñó durante siglos, sino al concepto con el que lo políticamente correcto lo ha imbuido, que no es otro que el de la capacidad de consumir. La capacidad de adquirir, proveer, ó poseer ha hecho que los individuos sean considerados dignos, incluso podríamos ir más allá considerándolos honrados, gente de provecho y gente de buena fe. El orgullo, que sería un paso más allá en ese periplo de la adquisición y en ese asentamiento de la dignidad como capacidad de consumo; sería lo consumido, lo ya adquirido, que además aumenta, y debe aumentar, de continuo. El orgullo de lo que se tiene (y hablo en presente), de lo consumido, adquirido, crecido y aumentado.

Estos 2 conceptos, la dignidad como identidad desde la cual nos reconocemos y nos señalan, Y el orgullo como expectativas cumplidas, éxitos logrados, lugar localizado en la sociedad. Son dos conceptos que en el nuevo modo de producción que la crisis económica lleva consigo, van a sufrir una erosión que puede transmutarlo todo en nuevos sentidos, nuevos modos de ser. Tragedias para unos, oportunidades para otros.

Viene todo esto a colación, porque aún no sabiendo con seguridad la dimensión de la crisis, y hasta dónde puede atacar, el verdadero último miedo es caer precisamente en la infrahumanidad (el tercer mundo). El consumidor occidental contempla aún 2 escalones antes, que serían la dignidad y el orgullo mencionado anteriormente. Ambos están siendo completamente erosionados. La dignidad era suministrada económicamente y el orgullo también, sólo que a esta última le añadíamos una pizca de marketing, autoayuda y budismo, para aumentar hasta el infinito nuestra vanidad consumista.

En cualquier caso, ambos conceptos, como otros muchos, fueron ocupados por el capital económico, y de alguna forma, desde la cuna, y a lo largo de nuestra educación teníamos una idea de vida que ya estaba diseñada (por quién y para qué no es importante) y en las cuales nosotros no debíamos decidir gran cosa. Si acaso la posibilidad de adquirir una vivienda en este u otro lugar, cambiar de automóvil de vez en cuando, y acudir a las reuniones del colegio de nuestros hijos. El consumo logrado, sea lo anterior o cualquier otra cosa, aumentaría nuestro orgullo y con ello nuestra vanidad. Vanidad y felicidad ya habrían sido rápidamente emparentados como primos hermanos. La dignidad, antes en pos de la comunidad para la que se servía, también sigue sirviendo a la comunidad, pero ahora en la demostración “ejemplificadora” de cómo alcanzar la posibilidad de tener y tener, mediante nuestra inteligencia, esfuerzo, u oportunidad. Perdón, inteligencia económica, esfuerzo económico u oportunidad económica. Hasta dar patadas a un balón tiene sus referencias económicas.

La crisis arremete claramente contra el consumo, contra la especulación, y sobre todo contra el orgullo y la felicidad arrumbada por el sistema económico. Y también contra la dignidad. Porque aún cercenando la capacidad de consumir, cuando nuestra capacidad de consumo empieza a orientarse hacia bienes de primera necesidad, y no a las vacaciones en las Seychelles, entonces nos acercamos a la infrahumanidad. Y la infrahumanidad es ese último peldaño en el que la dignidad ya ha dejado de existir.

La destrucción de la dignidad y el orgullo, ocupan en la mente de quienes han sido educados y actualizados en un sistema económico, toda su vida de punta a punta. Soy digno porque puedo tener. Estoy orgulloso porque tengo. Fuera de esa lógica surge el miedo paralizante. Y ante todo, para todo aquel que no sepa a que me refiero, hago referencia a que toca tomar decisiones. Decisiones individuales o comunitarias que nos alejan de la dinámica económica, o que nos acercan, según se mire. Miles de personas querrán retomar la dignidad para volver a tener la posibilidad de adquirir un nuevo utilitario o un nuevo inmueble en la costa. Pero los más realistas, comprobarán en breve, que la dignidad y el orgullo, como los hemos conocido hasta ahora, son sólo un fino barniz que está desapareciendo.

Nos descubriremos que no éramos tan personas como creíamos, ni tampoco tan talentosos, al descubrir que paseamos en colas silenciosas que ya no pueden consumir. La crisis puede hacer que nuestras mentes se emboten para protegernos del dolor de lo perdido o lo no adquirido, y también de alguna manera veremos que las alertas que antes manteníamos siempre encendidas para trabajar a destajo, de repente se habrán fundido. Embobados y absortos para protegernos del shock, nos quedaremos paralizados cuando nos toque decidir. ¿El qué?. Decidir cómo vivir, cómo actuar, y cómo movernos lejos de una economía que ha sido nuestra propia vida.