Jose
Luis Manchón – El Faro Crítico
Pueblo ha sido un término esquivado hasta hace muy poco por
los discursos de izquierda. La situación ha cambiado. La emergencia de nuevos
paradigmas anticapitalistas que ya no referencian exclusivamente al movimiento
obrero (ecologismos, feminismos, pacifismos) ha sido fundamental para su
rescate del baúl de los trastos viejos y su conversión en central para pensar
el panorama político actual. Los nuevos movimientos sociales lo han recepcionado
como un desatascador y revitalizador necesario. No es casual. La disfunción histórica
del paradigma revolucionario de clase, había introducido a las luchas sociales
en un callejón sin salida. Concluir que la clase obrera no está en proceso de
articulación, sino todo lo contrario, es una realidad dolorosa que es necesario
asimilar cuanto antes para reorientar las luchas anticapitalistas e implica
reconocer algo novedoso invisibilizado por las ideologías de base dialéctica y
materialista; el conflicto político entre grupos se da principalmente entre
identidades, entre formas de vida, y no tanto entre intereses. El apoyo que
obtienen los grupos conservadores y neoliberales por los sectores más populares
y humildes de la población en muchos países, sostiene en buena medida esta tesis.
El marco cultural, el imaginario colectivo, las representaciones de éxito en el
que se ubica subjetivamente el individuo, son más determinantes a la hora de
optar por una u otra solución política, que la condición económica objetiva. En
las sociedades de consumo, los deseos están secuestrados por la publicidad. La
lucha de clases atraviesa a cada individuo.
En
este contexto, emergen las opciones populistas, tanto de izquierdas como
conservadoras. Ernesto Laclau, en La
razón populista, explica el proceso de construcción de un pueblo a gran escala. Su origen es negativo. Para que se constituya un pueblo, tiene que existir un conjunto de
demandas diferenciales insatisfechas. Es decir, tiene que existir una
institucionalidad incapaz de hacerse cargo de esas problemáticas ó resuelta a
negarlas. La frustración genera el caldo de cultivo para que esas demandas
diferenciales y aisladas, que proyectan sus esfuerzos en vertical, empiecen a conjugarse horizontalmente provocando así la emergencia
de una serie equivalencial de demandas. Ese estado de hermandad, de
articulación entre demandas equivalentes, escinde el espacio político en dos. La
serie equivalencial de demandas, enfrentándose unitariamente y de forma
antagónica a una institucionalidad, es el pueblo
para Laclau. En su teoría, es necesario que una o varias de las demandas, se
postulen como significantes vacíos para que puedan canalizar el malestar del pueblo de forma positiva en lo que
debería derivar en la conquista del poder constituido. El acceso desde
posiciones populistas al poder de gobierno, inagura un nuevo ciclo político donde
previsiblemente el pueblo populista
se irá diluyendo en la medida que sean satisfechas por las instituciones, de
forma diferencial, la mayoría de las demandas. Pero no existe cierre. La contradicción entre demandas pertenecientes a
la misma serie equivalencial, e incluso
la imposibilidad real de realización de algunas de ellas, dejará en evidencia
al gobierno populista. Son estas demandas no atendidas, las que volverán a
reiniciar un nuevo ciclo de luchas.
Es
sorprendente como el análisis de Laclau explica perfectamente fenómenos
históricos revolucionarios en muchos de los países donde se han producido
procesos de empoderamiento popular que han llevado al derrocamiento de
regímenes e instauración de nuevos órdenes sociales representativos. En el caso
español, permite comprender la posible función populista de los sectores más
reformistas del 15m en la emergencia posterior de Podemos, con la apelación al desalojo
de la casta política y la personalidad de Pablo Iglesias como significantes
vacíos. En el caso francés y a la derecha, tenemos el Populismo conservador de
Le Pen, que también apela al desalojo de los corruptos de las instituciones.
El análisis del Populismo en Laclau, es
lo suficientemente certero como para permitir entender perfectamente las
lógicas de resistencias ultra-democráticas que se están dando actualmente en algunos
Estados nacionales y también, sus limitaciones en el alcance de sus
consecuencias políticas. La lógica populista, consigue intermitentemente en
cada ciclo de empoderamiento popular, forzar una relación siempre contingente y
débil entre la concepción democrática de la política y la concepción liberal[1] para después, acabar siempre por reconstituir y legitimar las estructuras
liberales de dominación en la resolución final de los conflictos. En los
procesos populistas, mientras el pueblo
se constituye y se diluye en cada ciclo, la estructura liberal siempre
permanece, convirtiéndose así en un elemento inmanente a la lógica populista. Un
planteamiento problemático si lo que se está intentando articular son luchas
anticapitalistas, que son en definitiva, luchas contra pilares fundamentales
del liberalismo, como la propiedad.
El Populismo se hace cargo y resuelve el
problema de la escala, en la articulación de las luchas en sociedades de masas,
pero es precisamente esa escala la que impide cambios radicalmente
democráticos. El pueblo populista en
las sociedades de masas, debido a su magnitud, tiene que ser necesariamente
representado. La democracia representativa, aristocracia en su traducción
aristotélica, es lo máximo a lo que puede aspirar. Cuando se constituye, el pueblo populista evoca una fraternidad imaginaria
sin realidad efectiva. Su configuración es multitudinaria, colección de
individuos sin cohesión interna y por lo tanto, tendente a su disolución. Sus
movimientos son por demandas, es decir, piden ser atendidos por instancias separadas.
El pueblo, en clave populista, no
tiene potencia para realizar transformaciones por si mismo. Necesita ser asistido
y es el objeto de las instituciones liberales.
Entender
que la vía populista como tal, no puede ser revolucionaria en clave
anticapitalista, no significa que no pueda ser un punto de referencia a tener
muy en cuenta. Puede ser interesante aprender del análisis de Laclau para desde
ahí, intentar derivar otras vías[2]. El planteamiento de desviación del Populismo que
empezamos a explorar, está sustentado en base a determinados planteamientos que
consideramos ineludibles para la acción política en la coyuntura actual:
- El tandem Liberal-Capitalista tiende hacia un totalitarismo global de sesgo imperial-policial donde la política trata de las corporaciones transnacionales y sus intereses.
- Debido a la globalización de los modos de producción desarrollistas y extractivistas del Capitalismo, empezamos a estar en un momento de difícil retorno respecto a la degradación medioambiental y el agotamiento de muchos recursos naturales a nivel planetario. En concreto, el agotamiento de los recursos energéticos amenaza con convertir la crisis energética en un colapso civilizatorio.
- La escala social masiva en las sociedades humanas opera como una trampa de progreso. Hace inviable, aparentemente, cualquier solución política que no asuma la implementación de un grado mayor de complejidad para el sostenimiento de esta realidad.
- La concentración masiva de población en mega-urbes hace dependiente a buena parte de la población mundial del abastecimiento energético y mercantil. Esta concentración poblacional es paralela a la concentración de poder en las instituciones liberales y transnacionales, y es proporcional al expolio a las clases populares y los países del sur.
- Las resistencias democráticas a los cercamientos de los comunes, son necesariamente zonales y concretas. No coinciden ni en el espacio, ni en el tiempo. Un cambio global es necesario, pero la revolución no se dará en todos los territorios a la vez, como imaginaban las utopías clásicas de izquierdas de raíz ilustrada.
Romper el círculo virtuoso del Populismo
es crucial[3].
Estamos hablando de analizar la posibilidad de una salida rupturista respecto a
la articulación populista entre liberalismo y democracia. Si las demandas populistas nacen dentro del
marco político liberal. ¿Cómo impedimos desde dentro de la dinámica populista de
masas que estas sean finalmente resueltas en las instituciones liberales? Las
instituciones liberales, asociadas desde su nacimiento al desarrollo del
capitalismo, no son neutras y en las lógicas populistas se convierten en un principio
necesario de resolución que nunca se pone en cuestión. La razón populista se
desenvuelve en el marco descrito por Fukuyama, en El fin de la historía y el último hombre, que pronosticó un fin de
la historia donde el Estado moderno liberal[4] y su democracia representativa sería la culminación definitiva de la evolución
de definición histórica de estructuras políticas e ideológicas. Salir de este
marco implica canalizar la frustración no a través del significantes como “Hay
que echarlos”, que conceden cierta neutralidad a las instituciones liberales, y
focalizan la resolución de los problemas en la sustitución de los malos
gestores o garbanzos negros por gente honesta y eficiente que atienda las
problemáticas, sino a través de significantes vacíos que identifiquen a la
propia sociedad de masas, a las instituciones liberales y al capitalismo como ángulos
de un mismo triángulo que es necesario desarticular para restaurar la
posibilidad de la política de base y por lo tanto, la auto-resolución de las demandas
por los propios demandantes. La contradicción entre demandas de una misma serie
equivalencial extensa, y que por lo tanto, no pueden ser resueltas a la vez y
de forma unitaria por una entidad centralizada de poder, introduce la posibilidad de bifurcaciones en
la serie equivalencial que podrían permitir que el entramado institucional se
hiciera plural. Si en cada ciclo populista no hubiera una reconstitución y
relegitimación del aparato institucional en decadencia, sino un reconocimiento desde
el cuerpo social, de la incapacidad política por pura contradicción del aparato
liberal para resolver todas las cuestiones, podría darse la fragmentación de
las series equivalenciales en series afines no contradictorias y más pequeñas
que se dieran a si mismas legitimidad para resolver sus demandas. Estaríamos
pasando de una concepción de Pueblo
como multitud a una concepción plural y micropolítica de los diferentes Pueblos. Donde Pueblo dejaría de ser un abstracto para pasar a dividirse y multiplicarse
a través de una red de concreciones diferenciales cohesionadas internamente por
la política del bien común. Distintas formas de vida, diversidad de mundos y
restauración del conflicto político. Comunidades humanas constituidas en torno
a la tradición democrática[5],
es decir, al margen de la configuración liberal moderna de las macroestructuras
políticas del Capital. Opondremos a Populismo, el término Pueblismo. Si la razón populista
vehicula la construcción del pueblo en base a demandas insatisfechas que pide
en último término una nueva institucionalidad más hegemónica, el Pueblismo es
la articulación del cuerpo social, de forma orgánica, no para exigir a un ente
separado su satisfacción, sino para satisfacer sus necesidades de forma
directa. No hablamos de masas, nos referimos a la emergencia de nodos de
autogestión y apoyo mutuo, autónomos, que se otorgan a si mismos el derecho que
se les niega desde la institución. Reivindicamos el término pueblar como un
actuar político continúo que teje redes de solidaridad y vecindad, constituyendo
al pueblo no de forma antagónica o
negativa, en base a la frustración por las demandas insatisfechas, sino de
forma positiva, en base a la construcción política en común para la
satisfacción de esas demandas y su defensa. No de forma abstracta, sino
concreta. En esta apuesta política, la figura del significante vacío pierde
todo el sentido. La representación popular del significante vacío no es
necesaria en la democracia directa. Las demandas nacen ya dentro de una serie equivalencial. El análisis
holístico, no separado, de las demandas o necesidades, permiten su priorización
utilizando criterios directamente relacionados con el bien común por parte del propio
colectivo. El paradigma de los Comunes, que
pide hacer saltar por los aires la falsa dialéctica entre privado y público, y reivindica la comunidad política a escala
humana, articula esta propuesta.
Estamos convencidos que el escenario
descrito, tendrá que ser tenido en cuenta a partir de la toma de conciencia
general del desastre. El desmontaje del modelo socio-económico vigente a través
de la descomplejización de las sociedades humanas y en definitiva, la
fragmentación política en una nueva ruralización allí donde sea posible, es
quizás, la única alternativa viable ante el suicido que implica esperar al
colapso de la sociedad industrial capitalista.
[1] Por un lado, tenemos la
tradición liberal constituida por el gobierno de la ley, la defensa de los
derechos humanos y el respeto a la libertad individual; por el otro, la
tradición democrática, cuyas ideas principales son las de la igualdad, la
identidad entre gobernantes y gobernados y la soberanía popular. No hay una
relación necesaria entre esas dos tradiciones diferentes, sino sólo una
articulación histórica contingente. (Chantal Mouffe)
[2] Existe cierto determinismo
en Laclau, que en mi opinión tiene que ver con un decisionismo político muy
vigente en la actualidad, que desestima las alternativas libertarias en un
proceso revolucionario. La acción directa no forma parte de la posibilidad de
acción política de los demandantes. La autogestión no forma parte de la posible
alternativa institucional. No se contempla. Siempre se obvia la posibilidad
real de una solución descentralizada, democrática y atomizada.
[3] No olvidemos que el Estado
liberal es esencial para la supervivencia y el desarrollo de un Capitalismo que
nos está matando. Todos los Estados liberales del planeta son Capitalistas, los
populistas de izquierdas también. Consideramos la lucha contra el Capitalismo
como esencial. Preferimos los populismos de izquierda a la nada, pero no es una
alternativa al neoliberalismo implementar estados sociales en base a la
circulación capitalista y el crecimiento económico.
[4] El estado liberal. El
imperio de la ley y el orden que clausura la política. Que cristaliza en una
estructura institucional máximamente representativa una relación de fuerzas
concreta. Una práctica que sacrifica la vía comunitaria por una supuesta
seguridad y armonía entre individuos libres, en pos de evitar la rapiña de
todos contra todos si no se impusieran ciertos límites. Que no concibe la
política más allá de la administración y sus trámites burocráticos. Que produce
individuos aislados e impide por todos los medios posibles su agrupación.
[5] La democracia radical, o
democracia a secas, tolera bajas cotas de representación política. Considera
que el auto-gobierno colectivo es la vía, no elude la política como conflicto y
sus riesgos. No tolera la desigualdad. Concibe la práctica política como algo
vivo y evita en lo posible, fundamentarla y convertirla en una cuestión
papelesca. Le preocupa más la modalidad del proceso que la eficacia en la
consecución de objetivos. No es
esencialista.
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