Andrés Martínez
Díaz - El Faro Crítico
Ciclo15M Tercer Aniversario
Ciclo15M Tercer Aniversario
Como todo sistema de
cuentas, el de los siglos es una convención arbitraria. Si nos fiamos demasiado
de la cronología en base cien corremos el riesgo de perder completamente la
perspectiva de los acontecimientos. El siglo pasado fue, a decir de Hobsbawn,
un siglo corto, de 77 años, los que median entre la Primera Guerra
Mundial y el hundimiento de la
URSS. Hacia 1992 las democracias occidentales celebraban la
caída del comunismo real como el ‘Fin de la Historia ’. Se in-auguraba una nueva época en la
que descartada la alternativa del socialismo real, el mundo disfrutaría de paz
y prosperidad bajo la ecuación democracia-liberalismo. Sólo era cuestión de
tiempo. Cuando todos los países del mundo aplicasen la fórmula ganadora del
combate ideológico que había sido el siglo XX, llegaría el reino de la
felicidad universal. No es necesario abundar en el tema, tópico por otro
lado... por mucho que se haya hablado de una “huelga de los acontecimientos”,
el curso de los tiempos se ha encargado de arrumbar tan halagüeñas perspectivas.
El historiador busca el acontecimiento
simbólico que permita trazar fronteras en el confuso mixto de sucesos que
traman la historia de los hombres. Sin embargo, a poco que se reflexione,
resulta evidente que no hay un único proceso histórico –algo así como una
historia universal– sino varios que se solapan, entrelazan sus interacciones,
ocurren sin relacionarse, concurren en direcciones opuestas, permanecen
latentes o amenazan con invadirlo todo. Por este motivo, el oficio de aislar
periodos –o definir movimientos característicos de las diversas agrupaciones
humanas en el tiempo– está sometido a decisiones siempre arriesgadas en las que
confluyen prejuicios, intereses, esperanzas y miedos. Al historiador siempre se
le escapa algo. Cuando el encargado de hablar del pasado hace su trabajo, tiene
presente el futuro y al hacerlo se inviste de profeta o de ideólogo publicista.
O bien pone el foco de atención en un aspecto concreto dejando en segundo plano
los demás. En algún defecto incurrirá. Dada la positiva imposibilidad de
alcanzar el hecho cierto, aquel que quiera afrontar la tarea de entender los
sucesos humanos, únicamente puede ser consciente de que el error, o mejor la
incapacidad de comprehenderlo todo, es inevitable. A una interpretación siempre
podremos oponerle otra... y aunque las haya que no se pueden tomar en serio, no
se puede evitar la necesidad de poner orden en el flujo continuo y sin
dirección final del devenir de los hombres, de hacer el esfuerzo de
conceptualizar las épocas, aunque no se pueda evitar del todo cierta
arbitrariedad. Esta dimensión polémica de la historicidad no es rebasable y
respecto a ella lo único que cabe hacer es posicionarse. Eso haré: lo que sigue
son algunos razonamientos en torno al 15M al cual me adhiero como la única opción
política en estos momentos en los que parecía que nuestro horizonte iba a ser
un largo vía crucis de renuncias por miedo al miedo. El temor constante a
perderlo todo nos lleva a perderlo de todas formas aunque sea por partes. Al
menos la reacción de Sol es poner el pie en el freno.
Así, el comienzo de
nuestro momento, este que desemboca en la actual oleada de protestas que
atraviesa el planeta de uno a otro extremo, debemos buscarlo en la resaca que
se produjo después de los acontecimientos de mayo del 68. Estos fueron una
secuencia política extraña si se compara con el ciclo de revoluciones burguesas
del XIX o con la revolución soviética. Sincrónicos a la pregunta y tensión que
lanza la
Revolución Cultural China proyectan en el apogeo del Estado
del Bienestar una inquietud que podría denominarse ‘espiritual’. Cuando Europa
disfruta, después del trauma de dos conflagraciones mundiales, de una
prosperidad, ciertamente envidiable desde nuestra presente situación de crisis,
se da un movimiento para reivindicar formas-de-vida más plenas que colmen un
deseo que no se contenta con una nevera o un coche nuevo. El fuego prendió a lo
largo y ancho del mundo... como pone de relieve Ernesto Laclau, las cadenas
de significantes vacíos remueven toda sutura[1] política –inercia estática de un Estado de cosas instituido a permanecer-
trastocando el panorama fijo que los poderes dominantes del momento aspiraban a
mantener. Desde la insatisfacción con la burda abundancia material hacia formas
de convivencia en las que los hombres liberen sus deseos y dejen de ser
elementos dentro de las funciones determinadas para la producción industrial
-por benevolente que fuese el sometimiento al maquinismo en aquellos tiempos-
mayo del 68 se nos aparece como un claro antecedente de las movilizaciones que
conmueven nuestro presente.
En efecto, de las cenizas
del conato libertario sesentaiochista surge nuestro periodo, cuyas
contradicciones desembocan en la encrucijada que se intenta resolver en la Puerta del Sol, en Chile o
en Libia. Cualquiera que tenga propensiones paranoicas podría hacer una lectura
en clave conspirativa de lo que sucedió a partir de los años 70’s. Mayo del 68
marca un cenit, al menos para los países occidentales, que fue abruptamente
cortado por una tendencia reactiva de signo contrario. Por lo que se refiere a
la coyuntura económica, la crisis del petróleo, abandono del patrón oro y un
nuevo fenómeno, la estanflación generalizada, paro e inflación, –fenómeno que
supone un auténtico desafío a la ‘Teoría de la oferta y la demanda’– invierten
la situación de los 60’s: en un contexto en que el paro no se daba había sido
posible pensar en un ‘plus’ vital más allá de la mera supervivencia, por ello
las demandas políticas se encaminan a proyectos de una felicidad integral. Desde
ahora la tónica dominante será de amenaza al Estado del Bienestar y la
necesidad de su reforma-recorte en nombre de su salvación. En ese entorno mucho
menos acogedor que el de los años anteriores la que había sido vanguardia
europea de la izquierda derivará hacia la socialdemocracia moderada por un sano
principio de realismo político que se combina con una cierta sensibilidad
medioambiental –los movimientos ecologistas tienen su origen por aquellos años–
, el extremismo terrorista –las Brigadas Rojas, la Baader-Meinhoff – y
una salida menos visible, la fuga sentimental hacia la vida personal. Esta
última dirección es fundamental en lo que se refiere a la constitución del
sujeto de la posmodernidad: aislado de sus prójimos, vive abismado en su propia
existencia sin posibilidad de una relación política con su entorno y sin
interés por reentablar algún modo-de-vida explícitamente político.
Una puntualización, con
lo anterior no querría parecer, en modo alguno, nostálgico de un Estado del
Bienestar. Esta formación política debería ser considerada algo así como una
reserva natural…. una especie de resort donde se dan ciertas cantidades
de confort material y de cumplimiento de unos derechos mínimos al precio de
transferir costes –trasladar residuos– a la periferia. Su viabilidad siempre
dependió de la existencia del Tercer Mundo. Debería tenerse en cuenta que la
actual fase de demolición de dicha formación política coincide con la
desaparición de los imperios forjados en el siglo XIX. La independencia de las
antiguas colonias supondrá la necesidad de nuevos equilibrios. En buena medida
la situación histórica que estamos viviendo está asociada directamente con las
recientes relaciones internacionales en las que los nuevos actores hacen uso de
una mayor independencia.
Por entonces, aparece la Escuela de Chicago, con
Milton Friedman como figura señera, que propugna el retorno a las formulas
económicas de un liberalismo puro no sometido a ninguna regulación. La tesis
básica de esta tendencia económica es que el mercado es el medio regulador
natural al sistema capitalista por lo que cualquier intento de moderar sus
desequilibrios tiene un efecto adverso. Es decir, en menos palabras, las
políticas que llevaron al Estado del Bienestar son declaradas obsoletas. Tras
la crisis del 29, que presenta numerosas analogías con la nuestra, J. M. Keynes
ante la inoperatividad de las teorías económicas vigentes y con la intención de
salvar el capitalismo, propone un cierto intervencionismo de los gobiernos para
corregir los desequilibrios que produce cíclicamente la caída tendencial de
la tasa de ganancias[2]. Un auténtico giro
copernicano frente a la ortodoxia tradicional de la economía clásica que
Foucault resume en la fórmula “autolimitación de la razón gubernamental"[3], el
tradicional ‘laissez-faire’ que pide la eliminación de cualquier traba a las
actividades del dinero. Pues bien, los años 70’s suponen un retorno a las
posiciones clásicas del liberalismo económico. Un poco más avanzada la década
los mandatos de M. Thatcher y R. Reagan supondrán la consagración del principio
de desregulación. Desde entonces los principios del economicismo neoclásico han
quedado recogidos como reglas neutras, naturales, indiscutibles y no discutidas
de la gobernanza de cualquier Estado que aspire a ser considerado ‘serio’ en el
panorama internacional. Se debe enfatizar este aspecto: antes se ha tolerado un
régimen irrespetuoso con los derechos humanos que una excepción a esta
doctrina, la de la búsqueda de la integración del mercado mundial.
Mientras, en otra
institución no tan conocida como la anterior, la ‘Escuela de las Américas’, se
entrena al modo de Westpoint a las elites militares que frenarán el avance de
gobiernos democráticos de sesgo socialista en América Latina. El laboratorio
privilegiado donde confluyen las prácticas de ambas instituciones será Chile.
El país del Cono Sur pudo beneficiarse de las primicias de la receta neoliberal
aplicada con puño de hierro... Su historia reciente muestra cómo un país,
supuestamente saneado, con macroindicadores aceptables según la ortodoxia
económica se ha convertido en donante neto de emigración: los disturbios
estudiantiles de estos días en dicho país son otra muestra del callejón sin
salida al que conducen las políticas de destrucción de lo social que marcan el
dogma indiscutible que guía la política actual.
El fin del imperialismo y
el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, en un entorno de
desregulación han favorecido la deslocalización de la producción hacia áreas
antes marginales o periféricas y la liberación del movimiento de los capitales
a una velocidad creciente. El capital busca condiciones de máxima movilidad
donde pueda operar con máxima velocidad y sin restricciones. Esta evolución,
que percibimos en los países tradicionalmente desarrollados como un retroceso
propio, está poniendo en el horizonte a nuevos actores internacionales que se
perfilan como futuras primeras potencias de previsibles (des)órdenes en los que
cada vez pese menos la hegemonía europea.
Estos párrafos tan sólo
quieren ilustrar cómo el comienzo de la secuencia histórica que nos toca vivir
tiene comienzo tras Mayo del 68 y puede ser interpretada como un movimiento de
reacción frente a la eventual amenaza para el orden imperante de que, en una
situación de seguridad vital para la ciudadanía, ésta pudiese dirigir sus
aspiraciones políticas –o vitales en última instancia, puesto que somos
formas-de-vida necesariamente sociales– hacia reivindicaciones de
autodeterminación de nuestros proyectos vitales, incompatibles con el capitalismo.
En unas circunstancias de crisis con un paro creciente, el impulso
revolucionario e incluso simplemente político se verá frenado y forzado a
situarse en una posición defensiva. Si a ello le sumamos la debacle de los
regímenes comunistas, se hace evidente la dificultad de oponerse a la corriente
ideológica dominante. Tan sólo queda defenderse de un clima de miedo enfermizo
y de las consecuentes perspectivas de un repliegue ilimitado.
Sentadas estas premisas
relativas a nuestras circunstancias procedo a exponer las tesis que este
artículo quiere defender:
1. Tenemos, por
una parte, un Capitalismo que ha conseguido liberarse de las restricciones a su
libre actuación que supuso el Keynesianismo tras la Gran Depresión. El
intervencionismo estatal no ha desaparecido, sino que más bien ha cambiado su
dirección para facilitar la fluidez del intercambio –y, de paso, la
concentración de las rentas–. Con ello, y con la consiguiente aceleración de
los movimientos económicos, la propensión a las crisis cíclicas que aquejan al
Capitalismo –más bien a quienes lo sufrimos– desde el periodo de su formación
se ha visto reforzada.
2. Se da la
fabricación de una cultura ‘ad hoc’, afín al sistema económico dominante con la
subsiguiente fabricación de un sujeto hambriento de distracciones, cuyas
relaciones se pretenden –y se consiguen– mediar totalmente a través de los
dispositivos de la sociedad de consumo. Hay una desaparición del ciudadano –por
galopante irrelevancia de la participación política en la democracia posmoderna–
reemplazado por el consumidor egotista preocupado por su autorepresentación que
solamente puede ser realizada dentro de los códigos del consumismo. El
imperativo de goce vigente tiene por resultado un frágil
sujeto narcisista que paradójicamente vive pendiente del juicio de sus
congéneres. La obligación de personalizarse da lugar a una fuga por cultivar la
propia originalidad… hay una apariencia de pluralidad más o menos pintoresca
que adolece de una profunda falta de originalidad. En todo caso, se trata de
generar una general e íntima insatisfacción que nunca pueda ser satisfecha del
todo.
3. En paralelo a
la constitución de las subjetualidades posmodernas se da la desaparición de la
izquierda tradicional organizada en torno a la forma de partido –por la que no
se debería sentir especial querencia– y la atomización de la militancia de
izquierdas en movimientos sociales dirigidos hacia demandas particulares. En
esa parcialidad, mayor aún que la del partido, se trasluce el abandono de la
noción de común como objeto de sus demandas políticas, las cuales en
sintonía con la melodía ambiente, son orientadas hacia la visibilidad o a la
demanda de indemnizaciones con la aceptación implícita del estado de la
situación como orden natural de las cosas. Sujeta a una lógica del victimismo o
a aspirantes a una mayor notoriedad hay una floración de grupos aparentemente
plurales cuyo común denominador es el cierre en la reivindicación propia, de
forma análoga al paradigma vigente de sujeto.
4. Se da una
evidente contradicción entre una sociedad de individuos que sólo saben
realizarse consumiendo y la dinámica entrópica de una economía que no puede
proporcionar el consumo prometido, aunque necesite a toda costa la prevalencia
de la ideología consumista para su, de todas maneras insostenible, pervivencia.
Tal incoherencia puede ser rastreada en todos los ámbitos: el personal, el
económico, el social, cultural, ecológico, el político… El cortocircuito se
extiende a todas las esferas de nuestra existencia.
5. Lo sucedido en
la Puerta del
Sol podría parecer, y lo es aunque sólo en cierto modo, la consecuencia lógica
de las contradicciones enumeradas más arriba, pero lo cierto es que podría
perfectamente no haber ocurrido. Hay algo de milagroso en el acontecimiento que
desbloquea cierres y abre oportunidades: surge la plaza como espacio natural de
una verdadera praxis política. No da una solución, pues no puede haberla, sino
indica un camino, una dirección para una acción colectiva donde cabe que la
comunidad resurja.
Cada uno de estos puntos
sería materia de un tratamiento mucho más extenso del que me es posible dar en
el reducido espacio del que dispongo, por lo que me limitaré a trazar algunas
líneas generales que señalen las conexiones entre las tesis ya enumeradas.
Que la crisis es la
sombra inseparable del Capitalismo es algo evidente desde sus fases más
tempranas. La Burbuja
de los tulipanes[4] en
Holanda durante el primer tercio del XVII muestra como la perversa interacción
entre crédito abundante –con el desarrollo de un instrumental financiero
sorprendentemente sofisticado– y oportunidades de negocio en una promisoria
espiral ascendente dieron lugar a un clima de euforia en el que parecía que el
precio de los bulbos de dicha flor crecería exponencialmente ad infinitum.
Se podía comprar a un valor demencialmente alto sabiendo que se podría vender a
otro todavía mayor. Un solo tulipán llego a venderse por el salario que
cobraría un artesano acomodado durante 15 años. El prodigio parecía posible: un
dinero que produce dinero sin pasar por el proceso de producción realiza,
desligado de cualquier otra esfera, un milagro de autofecundación y genera, en
el vacío, beneficios. Un único inconveniente: naturalmente cuando uno de los
inversores quiso recoger sus ganancias la pirámide de Ponzi se vino
abajo. No hubo más remedio que reconocer la naturaleza alucinatoria del
fenómeno alcista y hacer tabula rasa… la economía holandesa sufrió una
depresión de la que tardó décadas en recuperarse. La Historia aquí se revela
como un depósito de inquietantes recuerdos que anuncian sistemáticos tropiezos
futuros. Como el neurótico condenado a la recurrente repetición de los mismos
gestos que le conducirán a familiares callejones sin salida, se podría
interpretar la teoría económica ortodoxa como un esfuerzo por olvidar el pasado
para poder seguir repitiéndolo. Como la borrachera de un alcohólico o cuando el
ludópata se dispone a jugar, el espejismo del capital portador de interés
desligado del sector productivo, se extiende a través del dulce rumor de
beneficios fáciles, dando pie a una dinámica recurrente que puede rastrearse
desde los orígenes de nuestro modo de producción. En el siglo XVIII se
producirán similares episodios de euforia ciclotímica vinculados a las
compañías comerciales de ultramar[5], o en
el XIX Madrid asistirá en 3 años a la duplicación del precio del metro cuadrado
edificable[6],
todos ellos finalizados por una coda catastrófica. Otra invariante, desde el
temprano incidente de los tulipanes será la imprescindible intervención de las
autoridades para restablecer el descabalado equilibrio: la cuaresma que llega
tras las saturnales. Si se rastrea la historia de las crisis se hace evidente
bajo la aparente capa de racionalismo funcional, con la que pretende
legitimarse el Capital, cómo hay un sistema del tropiezo y, en paralelo, se ha
desarrollado una práctica teórica que lo justifica y lo alienta.
No puedo desarrollar el
tema de la crisis como un elemento inherente al Capitalismo, ni las diferentes
interpretaciones que las diversas escuelas económicas le han dado. Dejo
igualmente sin mencionar las crisis de sobreproducción –tipología realmente
característica de este modo de producción–. Sin embargo la notoria incapacidad
de la ciencia económica vigente, con su supersticiosa fe en las virtudes de la
mano invisible, para dar cuenta, evitar o incluso manejar las consecuencias
adversas de esta sempiterna lacra muestra un punto ciego que la supuesta
ciencia económica es incapaz de manejar. Y cuando nuestros conocimientos se
revelan prejuicios y no son capaces de dar cuenta de lo que sucede a nuestro
alrededor, es un buen momento para ponerlos en tela de juicio a no ser que se
actúe de mala fe o se trate de un recuerdo reprimido. En todo caso surge aquí
la notable operatividad de la crítica de la economía política que el denostado
Marx nos legó. Fascinado por la crisis de 1857 y su rápida difusión mundial es
capaz de señalar cómo existe una tendencia incontrolable –si no media una
intervención política– a que el valor de uso y el valor de cambio, los dos
aspectos constituyentes de la mercancía, cobren autonomía mutua para llegar a
ser completamente disfuncionales. No se puede hablar de un hecho anecdótico: la
deriva hacia el desorden es propia de la naturaleza del Capitalismo y la
supuesta virtud comunicativa del mercado, medio privilegiado para armonizar los
desajustes de oferta y demanda, sirve más bien como coartada o pretexto para
otras operaciones especulativas que se pretenden justificar.
El crash del año 29 marca
una inflexión en el desarrollo del Capitalismo. Por un lado, es la crisis de la
“emergencia estadounidense"[7]. por
otro sus efectos fueron tan devastadores que forzaron un cambio de paradigma
económico[8] –el
llamado Keynesianismo, origen del Estado del Bienestar como única salida para la
salvación del Capitalismo– e hicieron necesaria una guerra mundial para
reintroducir el equilibrio dentro del sistema. Los años de posguerra asistirán
a un avance de las conquistas sociales, en buena medida para afrontar la
alternativa ideológica del Comunismo. Después de 1973, la incapacidad de las
políticas keynesianas para relanzar la actividad productiva deja el campo
abierto a una sorprendente contra-revolución conservadora; la que nos ha
conducido como si fuese un tobogán a la situación que nos toca vivir en estos
días. Cabe preguntarse por qué ni siquiera la social-democracia se plantea la
recuperación de las medidas que permitieron la prosperidad… puede ser que se
espere un reequilibrio por vía bélica o quizás algo más siniestro.
La incorporación de los
individuos al régimen del Capitalismo tiene lugar en la esfera de la necesidad.
Que la mercancía sea la forma básica de riqueza supone la obligación de
efectuar el valor dinerario del producto resultante del trabajo de cada cual
antes de poder acceder a valores de uso. O de otra forma: en una sociedad cuya
producción está fragmentada en especialidades es inevitable pasar por el
intercambio para satisfacer las necesidades que uno mismo se ve imposibilitado
de cubrir individualmente y, puesto que los intercambios requieren de dinero
para poder realizarse, la capacidad de trabajo deberá entregarse por adelantado
para la consecución del medio de pago. Por ello la única posibilidad para
alguien que rechace ser una bestia o un dios, es decir que quiera vivir en una
sociedad de mercado, es aceptar sus reglas de juego. De acuerdo con esta lógica
de la necesidad –contingente pues es histórica– los individuos adoptan
comportamientos adecuados a la existencia de mercados para poder asegurar su
propia supervivencia. De aquí se sigue la tendencia a la universalización de
esta medición de todo a través del tiempo de trabajo abstracto que ha pasado a
ser, como anunciaba Marx en los Manuscritos de 1857, una forma “miserable” de
medir las relaciones sociales. Tal sistema métrico determina una experiencia
subjetiva darwinista: las condiciones de existencia están reguladas por el
imperativo de la mera subsistencia dentro de una mecánica casi geométrica en la
que todos los elementos del sistema compiten entre sí… en tales condiciones
cualquier lujo superfluo se convierte en un error. Y así será durante buena
parte de su desarrollo histórico.
En efecto, hasta la
segunda década del siglo XX predominan, en los países donde se halla más
desarrollado el modo de producción capitalista, costumbres austeras en lo que
se refiere al consumo, enraizadas en la tradición protestante. Sin embargo
estos comportamientos estaban llamados a cambiar… Durante la década de los
20’s, se sufre en los Estados Unidos una crisis de sobreproducción industrial
que produjo un dramático descenso de las ventas. La tasa decreciente de
ganancias resultante de la propia competencia intercapitalista fuerza a un
aumento de la productividad industrial mediante la introducción de maquinaria
más eficaz con el consiguiente aumento del paro tecnológico. Un parado no
consume así que, en una coyuntura de crecimiento de la producción, el stock de
las empresas se iba acumulando en las estanterías de sus almacenes. Se llegó al
cómico punto de que la prensa llegó a hablar de una ‘huelga de consumo'[9]. Y en
este preciso instante la comunidad empresarial estadounidense dió con una
solución que iba a marcar el rumbo de la vida humana en el planeta hasta
nuestros días. Hablo, evidentemente, de la invención del consumidor y por extensión
de la ideología de consumo. “En Nueva York los hombres de empresa
organizaron el Prosperity Boureau y urgieron a los consumidores a
‘comprar ahora’ y a ‘poner su dinero a trabajar’ "[10]. La
puesta en práctica de este plan maestro encontró menos resistencia por parte de
la tradición de lo que cabía esperar y en menos de una década se había
implantado en Estados Unidos una nueva cultura consumista que en poco tiempo
pasó a exportarse al resto del mundo. Su triunfo ha sido tal que puede ser
considerada la primera cultura cuyo alcance llega a un ámbito universal.
En esta ocasión la
función crea el órgano: aparece una nueva especialización empresarial, el
sector publicitario, dirigida a la formación de un tipo de subjetualidad que
estará subordinada a las necesidades del mercado. El ámbito económico de la
producción pasa a generar la necesidad en vez de simplemente satisfacerla.
Desde ahora surge una industria encargada de producir un tipo de sujeto con
miras al objeto. A diferencia de la imposibilidad de sobrevivir al margen de
los mercados –el refuerzo negativo de las conductas- que podría entenderse como un
condicionamiento externo de tipo físico, la lógica imperial del capitalismo
conquista el corazón de los hombres para borrar las diferencia entre dentro/fuera,
ocio/negocio, productor/producto. La publicidad pone el deseo humano al
servicio de la maquinaria productiva que supuestamente le debería servir a él.
Uno de los impulsores
fundamentales de esta corriente, Edward Bernays, quien fue sobrino de Freud y
es considerado el creador de las relaciones públicas, utilizó con notable éxito
los descubrimientos de su tío para conseguir influir en la opinión pública
dando lugar al más gigantesco mecanismo disperso de persuasión retórica que se
haya conocido. Si en la obra del psiquiatra vienés se pone de relieve la
importancia de los contenidos emotivos y su carácter irracional inconsciente,
Bernays vio la posibilidad de crear "una ciencia aplicada social"
para manejar científicamente y manipular el pensamiento y el comportamiento de
un público irracional masivo “y parecido a una manada (sic).”.
Según cita en su libro Propaganda[11]: “La
manipulación consciente e inteligente de los hábitos organizados y las
opiniones de las masas como un elemento importante en la sociedad democrática”
“Aquellos que manipulan este mecanismo invisible de la sociedad constituyen
un gobierno invisible que es el poder verdadero dirigente de nuestro país”.
En paralelo, Goebels, estricto coetáneo de Bernays, comienza a hacer uso,
igualmente sistemático y no con menor desparpajo, de los mass media para
propulsar el aquelarre al que los nazis consiguieron conducir a toda la nación
alemana. No creo necesario incidir más sobre la influencia política de esta
forma hipertrófica de retórica que, gracias a la ingente potencia amplificadora
de los medios, ha dominado el curso del siglo XX.
Desde entonces, la
industria cultural ha ido adueñándose de todo espacio vacío. Su triunfante
invasión se ha manifestado como un verdadero fetichismo de los media con
una progresiva densificación de la llamada iconosfera[12] hasta llegar a una saturación que ha cambiado nuestras condiciones de
existencia con respecto a cualquier otro momento pasado de la humanidad: Hoy
somos objeto de una exposición a cantidades de información superiores a las que
somos capaces de admitir. En tiempos menos ruidosos aquellos que se veían en
situaciones de exceso de estimulación perceptiva sufrían el denominado síndrome
de Stendahl, un colapso nervioso por saturación de los sentidos. Hoy nuestra
capacidad de admisión de datos ha mutado para llegar a crecer exponencialmente
en proporción a la continua corriente de signos e imágenes con la que se nos
bombardea a diario. De este modo la contaminación informativa, un proceso
inflacionario concomitante al Capitalismo contemporáneo, ha transformado
nuestra noción de lo real… las imágenes dejan de estar sometidas a la función
de mímesis para crear realidad: si “una mentira repetida mil veces… se
transforma en verdad” pensemos en el efecto de la reiteración de un millón de
imágenes. El espectacular resultado de estas operaciones es un mundo invertido
en el que “lo verdadero es un momento de lo falso"[13].
Llega el momento de hablar
del habitante de semejante mundo continuamente reconstruido como decorado,
aquel del que se querría sustraer cualquier acontecimiento, el sujeto de la
posmodernidad, cualquiera de nosotros. El comunismo de la incomunicación, que
es la Sociedad
del Espectáculo, ha formado una red de entidades separadas que sólo pueden
socializar a través de lo que les separa. La alienación crece en intensidad y
aparece la figura crepuscular del Bloom[14],
como una potencia que desligada de toda acción real –e incluso de su
posibilidad- profundiza en la mera potencia. Así se produce una debilitación
progresiva de los sujetos que “soportamos dosis de verdad cada vez más
reducidas"[15] y vivimos en una continua
fuga en busca de narcosis. Figurante de un gigantesco parque temático tan sólo
espera que el carrusel del espectáculo nunca pare. La autorrepresentación bajo
el imperativo del goce le obliga a mantener ante sí mismo y ante los demás la
ficción de ser. El mundo se configura como una comedia sin gracia de sirvientes
voluntarios, atentos a los gestos del vecino para impostar una normalidad que
se pretende realidad. Bajo el mandato de la “ostentación negativa"[16] –no ser menos que nadie– se trata de proveerse de atributos para camuflar su
radical inautenticidad. Así llegamos a la picaresca generalizada como la única
vía de relación entre los farsantes.
Otra aproximación a nuestro
personaje es el ‘homo sacer'[17]. Sería el humano resultado final de los procedimientos de control de la
biopólitica un complejo de técnicas de gobierno blando que gestionan las masas
velando por su felicidad. Este benévolo poder ganadero fomenta con su pastoreo
a un animal de granja, antiguo depredador, que ha sido artificialmente
convertido en herbívoro… mientras sea útil dicho herbívoro será mantenido, pero
en el momento en que deje de ser necesario, la granja tornará lager. Sin
embargo, bajo este paradigma, la violencia deja de ejercerse positivamente para
ser aplicada por defecto. La proliferación de campos de refugiados o la
progresiva incapacidad de los gobiernos para hacerse cargo, en términos de
bienestar, de aéreas cada vez mayores de su territorio son jirones de una
realidad emergente que amenaza con adueñarse del planeta.
En relación con estos modos
de subjetivación querría señalar cómo la izquierda política se ha configurado
tras el 68 en formas que son profundamente solidarias con el régimen neoliberal
dominante y que han demostrado ser profundamente ineficaces en frenar su
avance. De los sindicatos, agentes que históricamente canalizaron la lucha
política y lograron buena parte de las conquistas sociales que se están esfumando
a ojos vista, sólo cabe levantar acta de defunción. Son zombis que se saben
muertos: la despotenciación de 30 o 40 años retrocediendo les desacredita ante
sus propios ojos. Incluso, ante sus propios ojos, les falta credibilidad para
oponerse a la sistemática demolición de la sociedad con un mínimo de
convicción. En cuanto a la social-democracia, si alguna vez fue un proyecto
factible, naufraga en su mar de contradicciones. Es absolutamente incapaz de
mantener sus tibios programas en un entorno totalmente opuesto a sus
principios. Las perspectivas para los movimientos sociales, forma subjetiva más
característica de esta época, tampoco resultan mejores.
Tras la Revolución Cultural
China el partido político como fórmula de organización de la lucha política entra
en crisis[18] y la militancia se
fracciona en lo que se ha conocido como movimientos sociales. Básicamente han
sido y son grupos que actúan a escala local con agendas referidas a uno o dos
puntos concretos, perdiendo de vista actuaciones con una proyección social
amplia o con transformaciones profundas de la realidad social. Estas formas
organizativas, típicamente posmodernas, se configuran como representantes de
minorías y colectivos marginados que reclaman reconocimiento, subsidios o
indemnizaciones. En primer lugar, la vía reformista, su aceptación del orden
imperante implica quitar filo a sus posibilidades como alternativa al
Capitalismo. Su acento en la representación identitaria, cuyo contenido
fundamental es la condición de víctima en busca de integración, rima con los
leitmotiv de la sociedad actual: sostener “el nombre de uno”, pegarse al
atributo por el que nos distinguimos-separamos de los demás, en un modo
perfectamente asumible por la
Sociedad del Espectáculo en la que prima la
obligación de autorrepresentación –forma fundamental de participación en la
misma–. Estos grupos de consumidores agraviados se constituyen como marcas
comerciales cuya imagen debe ser administrada de forma similar a cualquier otro
producto de mercado. Marcas rivales pierden de vista lo común, núcleo de toda
política, para concentrarse en demandas parciales. Cada uno la suya. Su
característica fragmentación es una proyección del individualismo dominante en
el mundo de la izquierda y ha demostrado ser políticamente de una eficacia
bastante limitada: se ha conseguido cierta visibilidad para algunas minorías
pero en realidad únicamente ha supuesto poner en circulación otros estilos de
vida para que el comercio pueda proveerles de complementos. Lo sucedido en Sol
puede ser leído como una superación de esta deriva: la plaza vacía como lugar
de encuentro para defender lo común superando las barreras que impone el culto
a la propia etiqueta para defender la posibilidad de un lugar desde donde hacer
política.
Sobre la insostenibilidad
de nuestro estilo de vida en las presentes circunstancias poco es necesario
decir. Nuestro mundo, un complejo residencial, lujo algo cochambroso nunca
verdaderamente acogedor, tenía puesta la fecha de caducidad. La omnipotente
economía ha incurrido en un cortocircuito generalizado que impide su propio
funcionamiento y, para mantener una apariencia de movimiento y funcionalidad,
es necesario sacrificarlo todo en el altar de los negocios –por mor de los
negocios-. Los gestos de los brujos de la tribu son elocuentes: su magia no
llega a la mínima eficacia y su vacua gesticulación no logra contener el
pánico. Su orden, causante de tantos problemas, es un problema para sí mismo.
El decorado que ha sido el Estado del Bienestar se cae y los extras de esta
película estamos temiendo ver qué se oculta tras las cortinas… y sin embargo
hay nostalgia de una vida protegida por padres postizos que tomen decisiones
por nosotros. Si el signo del Capital es la velocidad extrema para escapar de
la sombra que el mismo arroja, hemos llegado a la disyuntiva en que detenemos
la maquinaria o su velocidad nos convertirá en residuos de su cada vez más
disfuncional metabolismo.
La ciudadanía vuelve a
recordar que es habitante de la ciudad, su hogar común. De repente al término
“economía” se le restituye su verdadero sentido etimológico: ciencia de la
casa. Sólo que la nuestra es una casa abierta, una plaza. Quizás la historia
desde que el hombre se hizo sedentario pueda resumirse en un simple tensión
entre quien quiere ocupar el espacio para detener el libre fluir y aquellos que
llevados por una u otra circunstancia se ven obligados a recuperar las
posibilidades de convivencia. Si el poder instituido siempre quiere ofrecerse
como la única alternativa al diluvio, debemos tener en cuenta que “cuando se le
repite a la gente que esto o aquello es imposible, se hace siempre para lograr
su sumisión"[19].
[1] Vid. e.g. LACLAU, E: “Por qué los significantes vacíos son importantes para la
política” en Emancipación y diferencia. Ariel, Argentina, 1996. Vid. asimismo,
para el concepto “sutura”, la obra de A. BADIOU, e.g. Manifiesto por la
filosofía. Madrid: Cátedra. 1989.
[2] Vid.
K. MARX, El Capital, Vol. III: 213-263; México, FCE, 2ª ed. 1959,.
[3] Vid. M. FOUCAULT, El nacimiento de la biopólitica. Bs.
As., FCE,
2007.
[4] Vid. Ch. MACKAY, Memoirs of
Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, London : Routledge & Co., 1856.
[5] Ibid.
[6] Vid. A. BAHAMONDE et al. , Historia de España
siglo XX : 1875-1939, Madrid, Cátedra, 2000.
[7] Vid. D. BENSAID, “La crisis capitalista: Apenas un comienzo”, Revista
Memoria, No. 236, Revista de Política y Cultura, Centro de Estudios del
Movimiento Obre-ro y Socialista (CEMOS), México D.F., junio-julio del 2009.
[8] No
estará de más señalar cómo la supuestamente neutra separación científica de
economía y política en disciplinas diferenciadas escamotea su profunda
imbricación mutua hasta el punto de poderse decir que casi son lo mismo. La
denominación primitiva “Economía-política” responde mucho mejor a esta
realidad.
[9] Vid. R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Non olet. Barcelona: Destino, 2003.
[10] Ibid.
[11] Vid. E. BERNAYS, Propaganda. Barcelona: Melusina, 2008.
[12] Vid. R. GUBERN, Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto.
Anagrama, Barcelona, 1999.
[13] Vid. G. DEBORD, La sociedad transparente. Valencia, Pretextos, 2002.
[14] Vid. TIQQUN, Teoría del Bloom. Ed. Melusina, Barcelona, 2005.
[15] Vid. TIQQUN, Introducción a la guerra civil, Ed. Melusina, Barcelona, 2008. p. 5
[16] Vid. R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Non olet. Op. Cit.
[17] Vid. G. AGAMBEN, Estado de excepción. Homo sacer II, 1,
Pre-Textos, Valencia, 2004.
[18] Vid. Badiou, A. y Hounie, A.
(Comp) La idea de comunismo. Paidós, Buenos Aires, 2010.
[19] BADIOU, A., Condiciones,
Siglo XXI, Bs. Aires, 2002. pág.52.
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