Amanda Núñez
García - El Faro Crítico
Ciclo15M Tercer Aniversario
La cueva y la muerte
Hay algo ahí fuera,
íntimo para nosotrxs pero absolutamente indisponible que siempre se ha llamado phýsis, naturaleza, exterior, espacios,
paisajes, mar, tierra, etc. Incluso, si nos fijamos bien, algo como nuestro
cuerpo, el inconsciente, la salud, la enfermedad que nos atraviesan, los
acontecimientos, la fortuna o la muerte también son de esta “naturaleza”.
Con-vivimos con ellos y ellos nos con-viven.
De esta con-vivencia han
salido muchos de los términos que manejamos en nuestra cotidianidad. Resuena
debajo de ellos algo que no nos pertenece y que, por ello, nuestro afán de
control ha eliminado u ocultado de entre sus connotaciones. Esa huída de las
connotaciones lingüísticas de muchos términos de la lengua que muestran aquello
que no podemos controlar es paralela y sincrónica al intento de deshacernos de
la misma muerte, del dolor, de la enfermedad, de la fortuna…de la naturaleza.
Si pensamos en términos
como “economía” y “ecología”, como nos hace notar Jean-François Lyotard[1],
ambos refieren a “oikos”, es decir, término griego que nombra casa, lugar, espacio
donde habitar, donde con-viven nuestras vidas y las de todo lo otro: los
animales, las plantas, lo divino que hay en toda vida, las montañas, los mares.
Si pensamos en “ética” y “etología”, comprendemos que hay un “ethos” debajo, es
decir, otra vez un hogar, una cueva, un espacio que se construye y que, tal
como trata la “etología”, ese espacio no
es otra cosa que un conjunto de relaciones, de ritmos, de baile de unxs con
otrxs, también con las montañas cuya tierra nos da las cuevas de las cuáles el “ethos”
mismo es parte, como apunta Gilles Deleuze con Aristóteles[2]. Si
pensamos en “comunidad” frente a “inmunidad”, como hace notar Roberto Espósito[3], nos
referimos a un “don”, a algo que siempre viene de fuera o, por el contrario, de
la inmunización a ese don …es decir, como el cuerpo se inmuniza de algo externo
que lo ataca, la co-munitas puede hacerse in-munitas y no aceptar ese exterior
que tan pronto puede matar como alimentar…Quizá el miedo a la muerte y la
lógica de la supervivencia nos ha llevado a no querer (distinto que desear)
cualquier extranjero; llámese a eso inmigrante, tierra, agua, fuego o aire
hasta el punto de que moriremos en un ataque de supervivencia, del mismo modo
que la asepsia de nuestro tiempo produce más alergias y enfermedades que la
mezcla con lo otro no teledirigido. Y si mencionamos la “política” o las
sociedades “cosmopolitas”, hablamos de ciudad, otra vez de un espacio de
con-vivencia con todo lo otro, llegando a extender esa convivencia al cosmos
mismo como bien hacían saber los estoicos.
En todos los lenguajes
resuena siempre aquello a lo que acompañamos y que no nos pertenece aunque nos
dice y nos hace: el lenguaje, la gravedad, la muerte, el lugar, los tiempos,
los ritmos de las placas tectónicas, las mareas, la luna, el sol.
Si atendiéramos a nuestra
propia lengua, sabríamos, oiríamos, escucharíamos que siempre se establece una
suerte de equilibrio desequilibrado. De ese mismo modo, Michel Serres nos hace
notar que lo local y lo global siempre han mantenido ese
extraño equilibrio[4]. Aquí o allá podía ocurrir
una catástrofe, un imperio…no duraría siempre porque tendría que morir y, a la
vez que esa muerte, en otra localidad, ya habría surgido algo nuevo. No cerrar
el sistema, dejarlo abierto a su afuera nos otorgaba el equilibrio
desequilibrante que daba posibilidad a la vida y a la com-munitas o, mejor dicho, a un verdadero cosmopolitismo.
El problema de nuestra
contemporaneidad es que el poder y el control, es decir, la “immunnitas” o
inmunidad que tanto se busca y se predica en inmunidad diplomática, asepsia, limpieza, etc. intenta cerrar el
sistema de la tierra misma, el sistema de los lugares. Intenta cerrar la cueva
para que no entren agentes patógenos,
in-migrantes, agua, torbellinos, radicales
libres, etc. La idea de la “Aldea global” es esta cuestión y sólo ésta[5]. El
problema no era, entonces, tanto la globalidad como que ésta –que, en cierto modo el cosmopolitismo– se
convirtiera en una misma aldea con su policía, en una misma ciudad cerrada a
una velocidad cada vez más acelerada…Y ya sabemos que si a una cueva se le
cierra todo lo que da al afuera por miedo a lo exterior –siempre malo– que pueda venir, también la
dejamos sin aire y morimos de asfixia solos en nuestro interior voluntarista,
eso sí, muy velozmente intercomunicado.
Así pues, el problema de
la globalización es convertir en una sola ciudad el mundo entero. Es decir,
extender lo local y su paletismo miedoso a toda la faz de la tierra. Extender
el localismo que sólo piensa en la muerte y en el control a todo lo que se le
escapa en aras a una supervivencia (vivir más allá o por encima de…la muerte).
Esto es lo que ha ocurrido de manera muy lenta desde la década de los 60.
Ello tiene muchas
consecuencias, las más terribles son: Por un lado que, al utilizar tres cuartas
partes del planeta en zonas suburbiales de esa ciudad grande, extensa e
higiénica, hemos cerrado el sistema de tal manera que, justo de allí donde se
traían los materiales como “materias primas” –pobre materia viva, reducida a
material inerte; pobres gentes reducidas a material; pobres aguas, reducidas a
material; pobres cuerpos, reducidos a material modelable quirúrgicamente, pobre
inconsciente, reducido a material de creatividad, pobre fortuna, reducida a
material de aventuras–, se comenzaron a expulsar los residuos de su consumo en
esos lugares mismos de donde provenía el material. Material con material en un
equilibrio alocado. Cagar donde se come. Cerrar la cueva. Cerrar los espacios.
Eliminar las plazas y el espacio de lo político o del vivir-con. Por otro lado,
y al hilo de la anterior, sólo se puede mantener un sistema cerrado con una
policía deslocalizada que “ponga orden” (el idéntico orden siempre) en todos
los lugares. Se necesita entonces, una policía interior, la más trascendente e inasible
que haya, a la que no se pueda insultar y que nos pueda golpear sin que la
veamos, que pueda generar guerras deslocalizadas y hambrunas, que pueda
establecer castigos, que realice ataques preventivos, incluso que pueda
rescatar…Dos caras de esta misma policía: el invisible capitalismo de consumo y
su faceta visible y salvadora, el FMI. El poli bueno y el poli malo.
¡Por fin encontramos el
equilibrio! ¡Por fin fuimos higiénicos y asépticos! ¡Por fin controlamos lo
incontrolable! ¡Por fin sólo vivimos con lo humano y sólo con ello, sin
irracionalidad, con todos los animales domesticados y con el cielo por
controlar! ¡Por fin acabamos con la ecología o el vivir-con sustituyéndola por
una economía que ya no es tal sino sólo crematística! ¡Por fin nos comemos
nuestros residuos en una autodeterminación radical de nosotros con nosotros
mismos! ¡Ya somos dueños del azar o la fortuna! La fortuna ya sólo es una
cuestión monetaria.
Pero, la muerte acecha, y
al atenderla tanto en cuanto enemiga, como lo que hay que expulsar, pensando
como supervivientes, lo que hemos hecho es invitarla al interior de nuestros
hogares sin darle posibilidad para que esté en otros sitios y que nos venga a
visitar de vez en cuando, al igual que la fortuna o un golpe de aire fresco. Hemos
vivido para la muerte en nuestra inmunidad, ¿cómo sería vivir para la vida y,
con ello, aceptar la visita serena de la muerte o aquella de la fortuna?
La puerta y la fortuna
Si algo nos han enseñado
los desastres marítimos es que el choque de un barco, su ruptura, afecta a lo
local tanto como a lo global. El Prestige
o Fukushima no sólo fue un drama para aquellos que lo vivieron, para las costas
gallegas o las poblaciones japonesas, sino, como siempre ocurre en los ámbitos
acuáticos o aéreos donde lo local y lo global están íntimamente unidos, afectó
a los mares, a los cielos, a la tierra, a todxs nosotrxs.
Como sabemos, en un
sistema fluido, una onda en un lugar local afecta de diversos modos a todos los
lugares extendiéndose, a la globalidad del fluido, como cuando en la esquina de
un vaso se echa sal, todo el agua se vuelve salada. Antes teníamos la fortuna
de que el sistema fuera abierto: lo local era local y lo global, global,
interconectados pero diferentes. Había muerte y catástrofes pero se medían por
proporciones razonables. Podía matarnos un animal, una ventisca, una hambruna
no controlada…incluso un accidente de automóvil o un cáncer de pulmón antes de
que nos protegieran tanto de nuestro cuerpo y del inconsciente. Ahora, con la
“gran aldea de la humanidad y su policía”, no
podemos salir de la localidad global y el Prestige
o Fukushima son muestras de ello.
La difícil salida del
sistema de capitalismo de consumo que pone y quita dictadores a su antojo y
regula la población y la circulación monetaria a base de guerras también lo es.
Las materias que hemos convertido en materiales para tapar nuestra cueva y no
dejar que nada llame a nuestra puerta por miedo a la muerte han devenido
nuestra peor fortuna. Estamos ante pestes mundiales, crematísticas mundiales,
en un solo mundo y sin salida.
Pero no todo son malas
noticias. Que lo local y lo global se hayan fundido posee sólo un matiz de
afuera. Quizá tan sólo es un desajuste, pero esa es nuestra oportunidad. Parece
que la fortuna, tímidamente, y ya que la muerte vivía en nuestra cueva, llama a
la puerta a través de pequeñas fisuras del sistema…curiosamente, para liberar a
la muerte y que pueda ir de aquí para allá sin estar atada al miedo que la
tiene secuestrada.
Sabemos que, al igual que
las ondas acuáticas o las aéreas, incluso las ondas de la tierra o del fuego se
extienden de lo local a lo global…en nuestro caso, de lo local a lo
local-global por ser un local mundial. Y en ese punto podemos incidir,
realizando acciones locales que puedan aumentar sus ondas a lo local-global y
no sea sólo de un modo nocivo-policial. Si ya no nos puede salvar el afuera y
su régimen global, al menos romper la
Gran localidad o la aldea global pueda ser un modo de abrir
la puerta. Y ello parece que sólo puede ser de un modo local concreto, haciendo
fisuras de localidad en lo global cerrado para que puedan afectar a la tierra
entera. Gran responsabilidad la que nos corresponde en esta época.
Es en este punto donde
entran todos los movimientos sociales
en los que trabajamos desde hace ya largo tiempo. Movimientos políticos que no
sólo se reducen a la representación política de partidos o sindicatos (la peor
faceta de esos movimientos por tener que jugar al juego de los poderes), sino
que son político-sociales, que trabajan con capas desfavorecidas, con otros
países, interfiriendo en los sistemas, movimientos ecológicos, poéticos,
okupas, artísticos, filosóficos, movimientos obreros, etc. La constitución de
movimientos ha intentado desde hace años –desde la ocupación de la tierra por
una aldea paleta global– establecer esas ondas que puedan extenderse hacia una
apertura y no una cerrazón policial-capitalista. Esas hendiduras han abierto
múltiples puertas para llamar a que un acontecimiento no preparado –al
contrario de lo que fue el 11S que derrumbó los escombros en la puerta para que
ya no hubiera entradas ni salidas– pueda acaecer y por fin abrir algún espacio.
Porque espacio y aire es lo que nos falta. Los Foros sociales han intentado una
articulación de los diversos movimientos en orden a que existiera una onda
expansiva que hiciera circular los flujos hacia un trabajo común de apertura y
no se disolvieran en contrariedades que sólo son consecuencias de un
individualismo y una pelea por el liderazgo paleto del barrio dentro de la gran
aldea.
Todo este trabajo de
base, que no ha sido otra cosa que preparar
y clamar a un acontecimiento desde diversos puntos, parece haber tenido
sus frutos. Pero, como ocurre en los acontecimientos, los frutos no son nuestros
como la fortuna tampoco lo es. Considerar a la fortuna como una posesión es una
cuestión crematística que sólo le ocurre a Bill Gates y a algunas otras mafias.
El lenguaje tampoco nos pertenece, ni nuestros cuerpos ni nuestro inconsciente
nos pertenece. ¿Por qué necesitaríamos que nos perteneciera el acontecimiento?
Si la fortuna llama a nuestras puertas, sólo podemos abrir. Sólo podemos
trabajar y seguir trabajando para, entre los escombros, hacer fisuras, dejarla
entrar.
Sería entonces difícil
pensar en algo como el 15M a la manera de un movimiento. Si un movimiento tiene
un origen, un fin, unos objetivos y una trayectoria, como sabemos de todos los
movimientos de los cuáles hemos hablado; sin embargo, un acontecimiento es sólo
una tímida llamada a una puerta de la fortuna; un lapsus donde el inconsciente y/o la naturaleza o como llamemos en
cada caso a lo indisponible que está más acá de todas nuestras palabras,
acciones y sucesos vitales, aflora cambiando el tablero de juego y dando una
oportunidad.
Si atendemos a F. Nietzsche
y G. Deleuze, sabremos que un acontecimiento no es histórico[6]. Los
movimientos lo son porque los podemos seguir, los acontecimientos no. Podremos
leer y releer los libros de historia buscando por qué una guerra y una hambruna
desencadenaron revoluciones y por qué en tantos lugares de esta actual aldea
global peores guerras y hambrunas no provocan ni tan siquiera un mínimo cambio
en el sistema policial y cerrado de la circulación del capital rodando al
infinito, tan sólo lo alimentan. El acontecimiento, como las revoluciones y los
lapsus no tienen origen, sólo poseen
atmósferas desencadenantes y lugares. Algo como el llamado 15M se da como un
lugar de apertura: una plaza; donde los movimientos confluyen dando lugar a un
espacio de palabra y acción, de visualización y esperemos que de otros modos de
subjetualidad. Un espacio donde, al menos por un tiempo, no hay grupos-sujetos
peleando por el domino –ya sea mandatario, ya sea de la palabra, de la
conciencia, de la verdad, o del lugar mismo–. Un lugar donde las fronteras
todavía no están fijadas porque no se desean ni proyectos ni contornos dados de
antemano. Un lugar por fin abierto, una ventana abierta para poder respirar.
Esperemos que, a pesar de la cerrazón de sujetos y partidos, siga abierta un
tiempo más, al menos para poder tomar aire y volver a trabajar en las
profundidades de un sistema asfixiante a escala planetaria o para agrandar la
fisura y poder retornar a una di-stancia entre lo local y lo global.
Pero no sólo eso. Si
buscamos las causas del 15M no las encontraremos porque no tiene causa, tan
sólo, como hemos visto, un ambiente; un medio que se abre a otros tiempos
históricos, a otros lugares y que recibe ideas de otros pensamientos, tan
antiguos como Grecia, tan nuevos como Grecia.
Cuando algo nos
sobrevuela sin trayectoria, sin programa dado de antemano y donde todo el mundo
se mira preguntándose ¿Quién inició esto? O, lo que es peor, cuando muchxs
reclaman que ellxs lo iniciaron (resquicios de poder), no podemos darle el
nombre de “movimiento”, se trata más bien de un acontecimiento[7]. De
un abierto que se nos ofrece en medio de una crisis, en las ruinas de una
crisis planetaria ¿económica? y ecológica que nos grita que tenemos una
oportunidad, que surge algo que es un cuestionar, un abrir, un golpe de la
fortuna y un reto…y que es tan frágil que, como no le podamos dar un lugar,
muchos lugares, se irá tan rápido como vino, como se van los aplausos una vez
pasó la emoción del espectáculo o como se nos escapa la ocasión a la cual
pintan calva porque no se la puede agarrar por los pelos y volver a traerla[8].
Como no sabemos de dónde
vino este acontecimiento ni tiene dirección establecida de antemano, sólo
podemos guiarnos por las luces intermitentes de los faros que encontramos por
el camino; de pensamientos, de acciones, de lecturas, de palabras, de estudios,
de tesón, de alegría…no podemos repetir idénticamente ninguna revolución, ni
siquiera sabemos si esto es una revolución. Aquí un pequeño faro indica algunas
sendas y algunos límites para poder pensarlos.
Parece que no podemos
caer en programas dados de antemano sin saber siquiera qué está ocurriendo,
sabemos que las situaciones son tan complejas que no puede tratarse de una
cuestión de adhesión sin más a unos ideales ya dados a modo de productos
idénticos en el supermercado ya que a lo que nos llama este abierto de una
plaza es a pensar alternativas, no a ser epígonos dogmáticos de no se sabe qué
escuelas o comprar el mismo jabón ya sea de una marca que preferimos o de otra
más barata quizá. Parece que no podemos intentar quedarnos con lo que no nos
pertenece pues este acontecimiento es de todxs y, por lo tanto, nadie es su
dueñx.
Pensamos desde aquí que
tampoco puede tratarse de tan sólo una indignación, de un movimiento reactivo,
pues las reacciones cesan pronto, los movimientos pueden cambiar de dirección,
las indignaciones se sofocan, se perdonan o no…pero no permiten construir[9].
Pensamos que tenemos que estar preparadxs para construir, para la gran labor
pequeña de hacer lugares, de contar con el largo plazo y con cierta
continuidad, aunque este evento cese de ser mediático; pues si no es así,
sabemos que cesará cuando las cámaras apaguen sus focos y esta oportunidad o
fortuna en el quicio de una crisis se habrá convertido en un espectáculo más
entre el fútbol, los escaparates y los fuegos artificiales de fin de año; se
habrá consumido y asfixiado entre las paredes de la cueva global[10].
No sabemos si se podrá
conseguir hacer explotar este sistema en esta crisis la cual, como todas, es
una explicitación clara de lo que hay detrás; pero nos sirve de mucho atender a
ella y poder actuar en ella. En primer lugar para poder salir de la Gran Guerra Mundial
(de 30 años como dice Hobsbawm[11]) y
sus dominios ideológicos y geográficos cerrados y fijos. Para descubrir los
tejemanejes del Capital asociado a la perversión de los Estados-Nación los
cuales, como las mafias, procuran la defensa de los que se constituyen como
tales, pero sólo les dejan constituirse como tales si tienen “crédito”, es
decir, confianza para lxs inversores o especuladores, crédito para tener
crédito, para tener deuda y, por lo tanto en el mundo al revés, una ficción
abstracta que les haga reales, pues en su realidad sólo pueden morir
exterminados como en los casos de Palestina, Somaliland, el Sahara Occidental,
y muchos otros ni siquiera conocidos ni mediáticos, meros suburbios de la aldea
global o zonas oscuras.
Las dos caras de la fortuna
No sabemos nada, sólo
sabemos ahora, que no lo sabemos y que sólo nos queda construir, habitar y
pensar. Y si no sabemos nada, no podemos decir muchas cosas, sólo podemos
plantear problemas y deseos. Deseamos un afuera, un lugar para el deseo, para
la alegría, para nosotrxs mismxs, para las relaciones, para la tierra, para el
cielo, para las aguas, para la vida con sus tiempos diversos, sus espacios,
para las culturas, para los animadxs e inanimadxs. Deseamos poder pensar y
cuestionar y poder con-mover a que cambien los vientos con las sacudidas de los
movimientos. Deseamos no morir en vida. Deseamos poder hablar y leer a nuestros
muertos. Deseamos que no estén teledirigidos nuestros deseos, nuestros
recuerdos, nuestros futuros. Deseamos respirar. Deseamos que la vida siga.
Deseamos que nada quede como un mero número que sea y no sea en una velocidad
vertiginosa. Deseamos la lugares de acontecimientos locales a otros lugares y
tiempos y, sobre todo, que pueda haber un afuera y una proporción razonable
entre la vida y la muerte. No deseamos la policía metida en nuestras camas ni
deseamos comer nuestro detritus por muy brillante que sea el envase.
Pero estos deseos no son
nuevos, si algo han hecho las ciencias no del poder, las artes, las filosofías,
las vidas cotidianas, los animales, las plantas, etc. es desear siempre poner
límites a aquello que se autoconsume en una ilusión de infinitud cerrada que
arrasa todo a su paso. No por otro asunto podemos hablar, podemos y debemos
hablar y actuar todxs; y la filosofía (el terreno de la que escribe) ha
incidido tanto en las ontologías estéticas y políticas por estas cuestiones:
porque lo que nos jugamos es el tiempo y el espacio, nos jugamos volver a
encontrar lo local y lo global diferenciados, nos jugamos vivir-con (sobre todo
con lo otro no humano, con lo etológico) y no a-costa-de inmunizarnos. Porque
nos jugamos los aires, las relaciones, el deseo y, como no, la propia vida.
Porque no podemos cambiar un juego si jugamos maquinalmente con las piezas que
nos venden en la cueva cerrada, porque así no podremos combinarlas con otras
mil y una piezas, sueños, deseos, organizaciones, amores, amistades, plantas,
cielos, arenas, aguas, olores...
Este acontecimiento con
ya más de una decena de nombres no sabemos a qué llevará, no sabemos si será
una revolución, si cambiará grandes cosas, pequeñas, diminutas. Pero podemos
luchar contra la desilusión, sólo ello nos dará fuerzas para continuar ya que
el camino es largo y difícilmente se construyen lugares aniquilados y con
graves medidas de seguridad y prevención para que no surjan de nuevo, para que
no haya otros nuevos, diversos, o antiguos, o inmemoriales….muerte o fortuna. Y
podemos luchar contra esa desilusión sabiendo que ésta es inyectada por los
medios, por nuestro mismo torpe deseo de inmediatez, consumo de experiencias
rápidas y pasajeras o efectividad (a imagen y semejanza de lo que no
deseábamos), por el intento de saltarle los límites, los cuerpos, el
inconsciente, los deseos; esto es, por el intento de ser voluntades férreas y
tecnológicas que consiguen lo que quieren sin dilación, sin espera, sin lugar,
sin fallos, sin cansancio; por los intentos de autenticidad y autoespectáculo
de nuestros sujetos, por llevarnos de manos de la reactividad en lugar de
escuchar lo activo que trabaja siempre fuera de los escaparates y las grandes
catástrofes o guerras.
La buena noticia es que
los acontecimientos nunca mueren, una vez que se dan, que aparecen y, debido a
que no están en el curso de la historia, sólo se quedan esperando el lugar
donde puedan aposentarse y abrir. La fortuna llama a nuestra puerta y estos
libros y estas obras del 15M no morirán, cambiarán de lugar, se irán, volverán,
llamarán a otros, resonarán con otros. Sol ya es un acontecimiento.
La noticia a la que nos
lleva la anterior es que tenemos que construir lugares de apertura para esos
acontecimientos. Que no podemos parar, que una vez la fortuna ha llamado a la
puerta, lo peor que puede ocurrir es que la muerte en forma de policía de la
deuda o de los hábitos de consumo (sostenible o no) cierre esa puerta. Hay
mucho que hacer y no nos faltan ganas, sólo que hay que unir fuerzas en una
sola dirección, hacer un movimiento de movimientos que dure, que sea tan terco
como la cerrazón inmunitaria que nos secuestra desde hace siglos. Un movimiento
articulado, dejando los sujetos íntimos (ya sean individuales, grupales o
mundiales) aparte, que cuente con las diferencias en diversos ámbitos (desde la
vida privada y los hábitos más supuestamente banales hasta los bancos y el
capital), que sepa contar con lo no disponible, lo que nos mata y da vida, con
lo otro de lo humano y su diferencia radical.
Este libro sólo es un
libro. Sólo desea ser leído, que haya lugar para ser leído y que haya tiempo no
efectivo, ni calculado, ni dirigido, para poder ser leído. Por ello este libro,
como tantas cosas, como el acontecimiento y la vida mismas necesitan un cambio
y esta es una oportunidad que se nos brinda. Llama la fortuna. Seamos dignos de
nuestra oportunidad y de nuestro acontecimiento en lugar de vivir y morir
indignados…nos va la vida en ello y queda poco tiempo terrestre para poder
hacerlo antes de la asfixia global.
[1]Vid. J-F. Lyotard. “Notas sobre sistema y
ecología” en G. VATTIMO (Comp.): La
secularización de la filosofía. Hermenéutica y postmodernidad. Gedisa,
Barcelona, 1992.
[2] Vid. G. DELEUZE: En medio de Spinoza. Cactus, Buenos
Aires, 2003. p. 46. Y ARISTÓTELES: Ética
a Nicómaco y Ética Eudemia. Gredos, Madrid, 1985.
[3] Vid. R. ESPÓSITO: Communitas. Origen y destino de la comunidad,
Amorrortu, Buenos Aires, 2003. E Immunitas.
Protección y negación de la vida. Amorrortu, Buenos Aires, 2005.
[4] Vid. M. SERRES: El nacimiento de la física en el texto de
Lucrecio. Caudales y turbulencias. Pretextos, Valencia, 1994. y Atlas, Cátedra, Madrid, 1994.
[5] Vid. M. McLuhan y Q. FIORE: Guerra y paz en la Aldea Global. Eds.
Martínez Roca, Barcelona, 1971. Sería interesante compararlo esta utopía
desastrosa con las consecuencias que vislumbra tanto P. VIRILIO en su obra, por
ejemplo en: El Cibermundo. La
política de lo peor. Cátedra, Madrid, 1999 o F. GUATTARI en obras tales
como: Las tres ecologías. Pretextos,
Valencia, 2000; o la recopilación de textos: Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones
moleculares. Traficantes de sueños, Madrid, 2004.
[6] Vid. G. DELEUZE: Nietzsche y la filosofía. Anagrama,
Barcelona, 1986. también G. DELEUZE y F. GUATTARI: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona, 1999.
[7] Vid. las nociones de “acontecer”
y “acontecimiento” en M. Heidegger,
por ejemplo en Caminos de bosque , Alianza Editorial, Madrid, 1997; o Tiempo y ser, Tecnos, Madrid 2000; y
en G. Deleuze, sobre todo en Lógica
del sentido. Paidós, Barcelona, 1989. También en T. OÑATE en sus libros de
recopilación de escritos: Materiales de
ontología estética. Los hijos de Nietzsche I y El retorno teológico-político de
la inocencia. Los hijos de Nietzsche II. Dykinson, Madrid, 2009. O bien los
trabajos que hemos realizado en conjunto. Vid. el artículo de T. OÑATE en este
mismo volumen.
[8] Vid. A. NÚÑEZ: “Los pliegues del
tiempo. Kronos, Aión y Kairós” en Paperback.
Publicación electrónica sobre arte, diseño y educación. Abril de 2007, nº. 04.
http://www.paperback.es/articulos/nunhez/nunhez04.htm
[9] «Las noticias positivas son
ilegibles, mientras que el espectáculo, para aparentar mejor, exige lo
negativo. Cuando prepara el saber y la paz, el dinamismo engendrador de los
preceptores no se ve […] y esto quiere decir simplemente, que la sangre y las
lágrimas garantizan el espectáculo. […] la construcción real de un nuevo
universo, aunque sea virtual, exige el pudor tácito de los trabajos
preventivos. […] Para no resignarnos a convertir a nuestros hijos en asesinos,
levantamos casas y trazamos caminos. » M. Serres.
Atlas, Op. Cit. “Leyenda para leer
fácilmente este atlas”
[10] Vid. G. DEBORD: La sociedad del espectáculo. Pretextos,
Valencia, 2002.
[11] Vid. E. Hobsbawm: Historia del
siglo XX. 1914-1991. Crítica, Barcelona, 2010.
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