Sobre lo humano y lo divino |
Lo divino, pues,
atento, nos insta a escapar de nuestras penas individuales; si es que no
queremos olvidarnos de él. Un modo de invocarlo ‑pues muchas veces suele
aparecer así…‑ si algún día tenemos muchísimas ganas de verlo -aunque tan sólo
sea por un brevísimo instante- es no parando de hacer cosas con los demás:
muchas, volcando todo nuestro amor, pero también atentxs, pues quizá en algún
momento u otro aparezca… Lo divino pues, juega –ya lo decía Heráclito– al juego
de hacernos reír de nosotrxs mismxs y de nuestras penas; pues, cuando se digna a
enseñarnos algo, desde fuera nos remueve de fondo, llegándonos en algunos
momentos a hacer sentir como ridículos, pues siempre le gusta turbar a nuestro
sujetito abstracto, del que nos sabe incapaces de prescindir por completo. Lo
dicho, suele acontecer en comunidad...
Aunque no quiere
hacernos daño; tampoco quiere hacernos ningún bien, y, sin embargo, cuando
acontece, siempre es sabio. Algunxs piensan que lo divino podría darse sin que
hubiera persona alguna; yo creo que no, aunque no por ello crea que pueda
reducirse a lo meramente humano; pero es precisamente con las personas, quizá,
con quién más le guste jugar (quizá por creerse éstas tan sabias, que siempre
intentan usurparle su lugar; cuando no se empeñan en decir que es algo o
alguien, que nunca lo puede ser...). Sí, ahí lo divino rivaliza con lo humanx, y
siempre tiene las de ganar: se dice que filósofx es aquél que ama la sabiduría,
de modo, que quien la busque, nunca puede dejar de amar lo divino; esto es, de
buscarlo e invocarlo, de hacer lo posible por que se dé; pues éste, como se
dijo, siendo lo más sabio –sin que por ello podamos imaginarlo como a un dios
antropomórfico; pues lo divino, nunca se deja imaginar…–, no nos desea ni bien
ni mal, pero sí que nos ofrece siempre un poquito de saber… Cuando acontece,
hace que veamos lo mismo de un modo distinto –ese algo que algunxs llaman
“realidad”, pero que al ser “extenso” (o “físico”), entonces, precisamente por
imaginable, en modo alguno puede confundirse con lo divino, que se sirve de la
extensión para acontecer, pero sin poderse nunca reducir a ésta… Al tiempo que
también se burla del afortunadx que crea que su acontecer fue ya decisivo, que
sólo a él o a ella le reveló toda la verdad. Pues lo divino, al ser como un
niñx, gusta que juguemxs con él. Le encanta que nos equivoquemos, pues cuanto
más errores cometamos, más puede lo divino jugar con nosotrxs, y así,
enseñarnxs. Así son más los dardos que nos cruzamos con él; de una parte
nosotrxs montando castillitos de naipes y él con su cerbatana que aturde,
rompiéndolos una y otra vez… Lo divino no entiende a los adultxs, pues por ser
mayores, le aburren; eso sí, puede dejar que éstos pasen siglos enteros
ensimismadxs despaldas a él –aunque le estén haciendo daño, incluso lo ignoren–;
pero como sabe que sin él, ellxs no podrían ser, aguarda en su sala de juegos
que es este mundo, convencido de que en un momento u otro, han de volver a él…
Sin embargo, que nadie crea que dispone de él, pues entonces, como el niño
travieso que no sabe perder, a quién se crea sabio siendo humano le lanzará un
dardo –como siempre medio en broma y con cariño–, precisamente ahí donde más le
duela; y entonces, el humano, o se avergüenza y se exilia; o sigue jugando con
él.
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