- ¿Te imaginas que no te pudiera responder a nada?
- Claro, no tendríamos de qué hablar.
- ¿Pero seguiríamos hablando?
Con
un filtro escamoso delante, una malla muy densa, cruzada y entrecruzada, opaca
hasta para la luz, se refirió en su pregunta a la situación novedosa que
intuían como niños. No es exactamente que ocurriera algo fuera, en la calle,
que ellos percibieran, aún muy vagamente, y no supieran desde su primitiva ignorancia
identificar. Tampoco, aunque algo más influía, tenía que ver que los niños
llevasen toda la mañana memorizando tablas de multiplicar. Ocurría simplemente
que lo que hacían ahí, memorizar tablas de multiplicar, dejó de ser acumular
números en un cajón muy personal, y eso les permitió, y a ello estaban
acostumbrados, hacer las mismas preguntas de todos los días sin provocar queja
alguna entre ellos, sólo, muy de vez en cuando, quejas ningunas, ciertos
momentos de calma demasiado poco tensa en los que la imaginación volaba en
exceso.
Los que estaban alrededor, algo
mayores, también agradecían que no desearan poseer aquellos números sin más.
¿Qué hacemos con ellos pues?, sería una buena pregunta si uno de ellos se
hubiera planteado hacer algo distinto a aquello, y entonces todavía se
refiriese, como de hecho haría, a los números como cositas a memorizar y
utilizar a su antojo, pero todavía no supiera bien qué hacer con esas cositas
que ya no fuera hacer algo con ellas que no tuviera que ver con memorizar números.
No era el caso, los niños ya estaban acostumbrados a hacer malabares con las
tablas de multiplicar. Jugueteaban con ellas, se las pasaban, las recorrían en
oblicuo y en diferentes sentidos. Tablaos resonantes de multiplicar.
Cayó
una escama.
-
A ver... tres veces cinco es quince, ¿y si sumamos las tres cifras y las
multiplicas por tres?
- Pues... uno más cinco más tres
me da nueve que por tres... veintisiete.
- Vale, y veintisiete se compone
de dos y siete que sumados dan nueve, ¿y si ahora relacionamos nueve con
veintisiete?
- Bufff, no creo que el
veintisiete quiera saber nada de lo que antes le componía. Al fin y al cabo
hemos separado el veintisiete en dos y siete, hemos destrozado el número, y él
parece que en ningún momento se resistió, ¿crees que les gustará ahora juntarse
con eso que cuando era suyo no le daba mucha importancia y que ahora que dejó
de serlo hizo que él mismo se descompusiera?
- Pues no sé, pero supongo que si
ya tenemos un veintisiete compuesto, a este le dará igual juntarse con los
restos de otro veintisiete, a no ser que..., bueno no sé nunca he entendido muy
bien los conflictos individuales de los números.
La
escama era vieja y dejó lugar a otra que ya estaba preparada antes de que se
fuera la primera. La nueva empujó a la vieja, en realidad, solamente porque la
vieja ya había dado lugar.
-
¿A no ser qué?
- A no ser que los relacionemos
de otra manera. Si sumarlos da problemas, ¡pues multipliquemos!
- Claro, potenciemos los dos.
Veintisiete veces nueve es lo mismo que nueve veces veintisiete, da igual qué
número vaya delante o cuál detrás, en ambos casos hay una potenciación
recíproca.
- Sí, da igual, porque el
resultado es idéntico.
- El resultado es 243 – sentenció
Arenoso, que había entrado en el cuarto hacía un rato.
Una
escama, una de las viejas, se hace vieja y entonces da paso a la nueva por el
roce de algo fino, duro y constante, pongamos, por el roce de la arena.
Arenoso
era el nombre que habían puesto al desconocido encontrado en la playa. Le
nombraron así no porque fuera escurridizo y fino. Ni siquiera porque lo
hubieran encontrado en la playa y una vez en la casa, hambriento y
desorientado, no se hubiera cuidado de evitar que todo se llenara de arena,
sino porque, entre otras cosas, no sabían que su nombre era Trebor. Y sin
embargo alguna de las otras cosas que ayudaron a nombrarlo sí referían a cierta
propiedad de la arena que, como en él, no permitía que cualquier construcción
se mantuviera mucho tiempo sin atención, ya fuera humedeciendo la arena para
mantener o echando abajo para reconstruir.
Su particular memoria, o más bien
la ausencia de ella, permitía esto y le unía de un modo especial a Sharon. Si
bien, había profundas diferencias entre ellos.
Los
niños lo sabían, por eso no se extrañaron de la rápida respuesta de Arenoso y
por eso mismo también dejaron que continuara hablando y dijera que el
resultado, 243, siempre sería idéntico para esa operación y para ninguna otra,
y que lo realmente curioso era que independientemente de ese resultado, de que
particularmente fuese siempre y en ese sentido idéntico cada vez que se operase
con esos números aplicados a la función multiplicación, sólo sería resultado y
por lo tanto dejaría de serlo de inmediato, únicamente llegaría a ser esa otra
cosa que ya no podría llamarse resultado, por la relación de potenciación de
los dos números dependientes en una dependencia que les llevaba a los dos a
algo que ya no era meramente lo que eran por separado, mediado o no por un
tercero funcional, y a lo que sólo se podría llegar por participación
plenificadora con el otro número.
- Ya... - contestó uno de los
niños - ¿pero qué ocurre con la unidad? Porque no es muy justo decir que veinte
veces uno y una vez veinte sean lo mismo. El uno se podría multiplicar muchas
veces y potenciarse, sí, pero, ¿qué pasa con la inversa? El veinte se queda tal
cual multiplicado por el uno, ¡no hay potenciación!, ¡la unidad rompe la
relación recíproca de potenciación! - gritó como si acabase de descubrir algo
enorme.
Su
propio amigo, más niño todavía, le miró sorprendido por la seguridad con que
afirmaba tal estupidez. “¿Pero no acaba de escuchar a Arenoso?”, pensó y miró
al adulto que ya no estaba en aquella conversación. Miraba por la ventana a Sam
y Sharon, a sus gestos y los movimientos de sus manos.
Arenoso
no recordaba nada anterior a dos semanas, pero esa nada ya permitía que, al
menos, sí hablara, trabajara con números, y conservara una cierta actitud, una
tendencia natural a cierto tipo de cosas que sí y cierto tipo de cosas que no
le resultaban placenteras según cómo ocurrieran, o dejaran de ocurrir, aquellas
cosas con él. Por eso le pudieron extrañar los gestos de Sharon y Sam. Ambos
levantaban mucho las manos todo el rato, muy por encima de los hombros.
También, a tenor de lo mucho que bailaban los pliegues de sus labios, Arenoso
pensó que estaban tratando de algún tema especialmente interesante. “A ver que
se cuentan...” pensó y se levantó, dejando a los niños multiplicándose en su
conversación, camino de la puerta de salida a la calle.
De
camino se detuvo y no llegó, alguien, antes de su llegada, había abierto ya la
puerta de un empujón.
Sharon
se plantó junto a Arenoso. Quería ver, y ver algo, a Arenoso, su rostro. Así
que, frente a él, miró sus rasgos y también sus perfiles durante un buen rato.
Un vistazo más o menos largo no
habría variado apenas la respuesta de Arenoso, por ello cuando Sharon, ya con
una buena y reciente fotografía del rostro de Arenoso, marchó de la casa tras
preguntar atemorizada si Arenoso había estado alguna vez en la cárcel, él
rompió aparentemente su pasividad y corrió y la siguió hasta fuera de la casa.
- Espera Arenoso tienes que ver
esto – gritó Víctor agarrándole del brazo y mostrándole un periódico – mira...
“Ocupación
indefinida, más de dos millones de personas toman parques, colegios, centros de
salud y otros organismos públicos en la capital del Estado Español...” decía la
portada del periódico. Arenoso tras leerlo sonrió y antes incluso que su
pensamiento pudiera estructurar una tela consciente que dijese “bien, ya era
hora...” o “estupendo, ocupemos los lugares públicos que sólo pueden ser
nuestros” o “venga, vayamos allí y
echemos una mano” o “claro, pero, ¿qué tipo de unidad es la que realmente puede
romper una relación recíproca bidireccional asimétrica?”, se topó, ya en la
segunda página del diario, con una editorial que pretendía explicar el asunto.
Un texto largo, que leyó muy por encima, coronado por una gran foto acompañada
de un pie de página que concluía “Fotografía de archivo de Trebor Deer Alswork,
preso por cuya extraña desaparición comenzaron las protestas en Madrid”.
Que fuese
la falta de garantía de transparencia en el trato de los presos lo único sobre
lo que aparentemente se protestaba en los papeles, no inquietó todavía en
exceso a Arenoso. “Me cagüen la puta, soy yo”, es lo que dijo.
Sininminenciádese con mi
sangrantemente húmedo y medido
vestigio tecnocrático del dispositivo de penetración primigenia
entre alienaciones lumínicas
entrentrentrentrentre
no luces que flotan
de nuevo
en un océano magmático primigenio
desenvuelvo el recinto enlazado
que yo supongo como regalo para otros que no soy yo.
Cuando un astro
pongamos el sol
anaranjado
vizqueante
altivo para la luna
en la distancia móvil entre el
horizonte y un nube
dibuja sonrisas
quizá solo una
pero hueca y asalariada
quizá también por la luna
mejor reponer constantemente los
puntos hasta el final de la línea continua horizontal del horizonte
que contar
ciertamente por contar
solamente sin solución de
continuidad
punto por punto sin el disimulo
de una cortina de humo con aspecto de nube
ciertamente más aterciopelada y
omnipropietaria
que socave la distancia entre el
horizonte y la nube.
¿Puede haber una escama circular?
descentrada o no
vieja a ratos o nueva
¿esperamos reconocernos en los
pedazos de piel caídos en los hombros de alguien?
¿y en sus tobillos hinchados?
¿y en los nuestros?
Si no pudiera viajar a la pata
coja
si la interferencia sonora del
ruido de un (en)tren(tre) no me emocionara
si la posible segunda venida de
un Redentor no me revolviera de mi sitio
ya no estaría aquí
estaría
en cualquier caso estaría
y siempre absorto
y fulano o mengano
y siempre desdibujado por un
compás que me pincha y fija al papel antes de perfilar
con pulcra exactitud decimal
la raya del ojo que me observa
y se deslumbra y se pregunta
por un sol todavía más esférico
que la mayor simetría escamosa que uno pueda hallar tras rascarse en el punto
donde convergen
con interés anticipado por sus
trayectorias
dos líneas limbares parabólicas
con planos gravitacionales
paralelos al substrato que los sostiene como manchas.
Una mancha roja en la redondez
superficial del sol
en su piel.
- Me cagüen la puta, soy yo –
repitió Arenoso.
Y todas la escamas envejecieron
de golpe.
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