El lenguaje
del poder es también el lenguaje del eufemismo. Vacía la verdad de certeza,
para transformarla en artificio. Pero la verdad es creada interesadamente, por
supuesto hay alguien detrás creando formas de decir, de pensar o de señalar. En
ese lenguaje de dominación nada cae en lo insondable del azar, más aún cuando
se reproduce con celo y puntualidad. La distracción creada para evitar que nos
preguntemos por el quién es otra palabra: Moda. Otro nuevo eufemismo que oculta
los incómodos interrogantes por esa nueva acuñación lingüística.
La retranca
constituiría el freno de esa máquina productora de sentidos y significados. Un
obstáculo que no permite llegar al final del camino de la concreción en su
significación, y que nos lleva caer en la indefinición del camino a medias, que
además abre otras posibilidades a recorrer. La cuestión a tratar es si la
indefinición de la retranca es precisamente una rebelión contra la supremacía
del eufemismo, o si por el contrario es precisamente hacerle el juego al
lenguaje del poder, facilitándole el trayecto para despojar a la verdad de su
efectividad.
Parecería que la retranca y su
actitud se resistieran a la colonización, pero en este caso también habría un
quién: ¿Quién desearía usar la retranca para apreciar el triple, cuádruple o
infinito juego de la indefinición?. Ese freno de la imprecisión, ciertamente,
puede constituir un juego, un eterno cadáver exquisito que permite el
compartir, que se recrea una y otra vez en un intercambio que nos hace mejores
y que participa, en su vertiente más revolucionaria, contra la concreción de la
maquinaria del poder que pretende fijar definiciones interesadas. Sobran
ejemplos en la infancia del niño que con una pregunta abierta despoja al padre
de su autoridad, de su sabiduría de cartón piedra, enfadándole o silenciándole
en su perplejidad. Pero también, en ciertos ámbitos, principalmente el laboral,
puede participar de un discurso cuya motivación es la negación encubierta, la
insatisfacción, o incluso el buscar a veces crear cierta solidaridad. Formular
los puntos suspensivos como interrogante en las relaciones de poder puede oler
a dinamita. El lenguaje, que siempre es comunitario, sean puntos suspensivos o
promesas en un mitin, busca la adhesión. Muchas de las consignas del 15M, que
una parte han sido una adhesión al no por indefinición, han conseguido
congregar muchos adeptos, pero, por el contrario, en ciertos espacios más
reducidos como una cadena de montaje o el ambiente frío y distante de una
oficina, desprenden una ambigüedad que
es inmediatamente solapada como ironía o incluso como silencio que no otorga.
Hay una
servidumbre “involuntaria” en esa rebelión del sin-sentido. Amoldándose para
tratar tabúes, o al menos pasear cerca de ellos. Pero, por el contrario, y con
mayor riesgo, es que también destapa la esencia de la guerra civil permanente,
del todos contra todos latente que habita en el lenguaje del poder. Podemos
practicar la rebelión desde las propias palabras que usamos. La posibilidad de
que nuestro propio entender y comunicar sea una forma de lucha, hay que
valorarlo como el primer arma a emplear. El prefiero no hacerlo de aquel, o el
silencio a exhortaciones concretas, revuelven el lugar y las personas que lo
habitan. Las armas empiezan en el lenguaje. La retranca, podría ser el
pistoletazo de salida.
Bajo esa
estrategia habría que plantearse dónde o cuándo usar la retranca. Dependiendo
del lugar o del momento, esa indefinición puede ser estéril, o puede llevarnos
a nuestra propia ruina (esto no sería una novedad dados los tiempos que
vivimos). Y lo que es aún peor, la propia indefinición puede ser también una
forma de colaboracionismo. El que calla accede, o el que no se define acaba en
la cámara de gas, son también probabilidades, pero no son sólo las únicas. La
indefinición puede resultar también una forma de apuntalar la jerarquía y
además, aumenta las posibilidades de ascenso al no pisar ningún charco (aunque
eso tampoco es seguro). Los lugares de aplicación de la retranca son quizás la
estrategia fundamental de su uso. Hasta qué punto la propia indefinición puede
amoldarse como un guante a los ambientes metálicos de oficinas sin luz natural,
o a las frías e indiferentes máquinas de una cadena de montaje. También, y no
debe olvidarse, la retranca es también la voz del miedo. Los puntos suspensivos
dependerían del gesto. El doble sentido sería el castañetear de dientes.
La retranca
que origina esa infinidad de sentidos, no tiene un solo interlocutor que habla,
hay toda una trascendencia en la posibilidad de dejar las puertas abiertas al
establecimiento del academicismo más rancio, al intelectualismo más elitista, o
al bufonismo, e incluso a algo más importante para el asunto que tratamos, a
las posibilidades de cambio. Puede ser la retranca la ruptura de los
significados que han sepultado la verdad que nos ha sido robada con eufemismos.
Puede ser la retranca el lugar desde el que partir. Pero, ¿qué debemos hacer
con nuestros puntos suspensivos?, ¿Tratar de pelar la cebolla de los significados
inculcados por el fascismo?, o ¿quizás es mejor tirar del freno donde nos
plazca y abrir vías alternativas dentro del enorme juego lingüístico que además
ya poseemos?.
Porque, usar
la retranca, sino es por puro egocentrismo, tiene objetivos comunes, dispara a
la diana de la extrañeza de las verdades masivas, y niega de golpe la relación
asumida con el otro. La retranca abre sendas interminables. Puede llegar a
negar la relación amo-esclavo, invirtiéndola incluso, como en el guión de
Pinter en El Sirviente. Aunque también ese doble sentido, puede no pretender
afirmarse nunca, quedándose en pequeñas quejas, digestionadas con facilidad por
los medios habituales, y aceptando el statu quo sin que esa aprobación sea muy
explícita, para así amoldarse discretamente a las formas habituales y adoptando
la pose de revolucionario-burgués, todo en uno. Por tanto, ¿Sería la retranca
una posibilidad de anticapitalismo o, por el contrario, una afirmación del sujeto individualista e
ingenioso?.
Aunque el retranquista, permitidme que así le llame,
puede encontrarse que es desprendido de su oficio, debido a que tiró del freno
demasiado tarde y le cazan, dominándole con un solo sentido, con un solo
significado. Y lo peor es que, además, seguro que no era el que quería dar al
asunto, precisamente porque el retranquista puede ser un simple incendiario que
no le importa saber lo que quema sino sólo quemar, o un alma normalizada que se
sorprende de pagar el cristal roto cuando todo era un juego. El poder busca
fijar al retranquista, sea quién sea, no es una cuestión de que juegue para el
poder o contra él, la cuestión se bate principalmente en el control. El poder
debe saber a qué se enfrenta, pero con el retranquista nunca podría
averiguarlo, porque su objetivo es precisamente no ser tomado en lo único que
le pertenece, su propio estilo.
Si el
sin-sentido es alcanzado por la doble moral (nunca es triple), entonces el
retranquista es claramente vaciado en la normalidad que mata lo original y
cercena el juego.
Detectar si la
revolución está en marcha en los lugares que habitamos es fijarse simplemente
si el retranquista revolucionario, que no el colaboracionista (este bromea,
pero juega las reglas con culpabilidad pero también con puntualidad), es de
continuo reorientado, redirigido, sometido o aislado allá donde se encuentre.
Todos aquellos que le están enfatizando de continuo reglas, le están
excluyendo. Pero el retranquista se escabulle, para luego rodear al contrario y
continuar con su genuino estilo para demoler.
Pero el gran
ataque que sufre el estilo retranquista proviene desde la publicidad, que ha
conseguido conquistar un territorio que le correspondía por derecho. El uso de
los puntos suspensivos en los anuncios es claramente una línea que indica la
dirección a seguir: El propio consumo de una idea. La labor del retranquista
que pretende el sabotaje es usar significados que no pueden ser conquistados
por las fauces del capitalismo y su circulación. Ahí es dónde la guerra civil
sale a la luz. La guerra de significantes, significados y sentidos tienen que
ver con la posibilidad de alterar las reglas del movimiento normalizado, del
intercambio. Estamos inmersos en diferentes zonas copadas por un lenguaje
extremadamente minucioso que día a día busca domesticar la violencia, la
agresividad de un lenguaje herido que se niega a ser dominado, y que reivindica
lo habitual de sus consignas, precisamente como reivindicación del lenguaje más
elemental que no puede ser conquistado.
Próximamente
el fonema acabará siendo el elemento clave a defender.
Atrás quedan
los tiempos en que el doble sentido pertenecía sólo a las elites dominantes y
la retranca era para el tonto del pueblo. Estos nuevos retranquistas, a menudo
considerados como impertinentes, han descubierto que las palabras crean
condiciones, que los puntos suspensivos multiplican las posibilidades, y que
las respuestas a destiempo, o fuera de la conversación, resultan pólvora contra
el poder. La calculadora de consecuencias y posibilidades adormecería la
retranca, pero si asumimos ese letargo, esa servidumbre, ¿qué nos queda?.¿El
silencio quizás?. ¿No habría revolución porque lloviera, o simplemente
preferiríamos quedarnos en casa para guarecernos?. Ceci n’est pas une pipe?.
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