Un recorrido en la nueva
geografía de la periferia milanesa, entre escombros y edificios de vidrio,
donde el capitalismo italiano ha depositado sus desechos.
Para llegar a nuestro lugar de
destierro la mejor manera (no la más rápida) es coger el tranvía
número 14, hasta su final de trayecto, Lorenteggio. Cruzamos la zona sur
oeste de Milán, a través de los ex polígonos industriales celebrados por el
mantra de la recalificación.
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Lorenteggio - Milán - Italia |
Recalificar. Uno de los verbos
fetiche desde los ochenta hasta hoy. Recalificar un barrio, una ex área
productiva, un trabajador despedido.
Esta zona de Milán se despliega
en los dos lados del ferrocarril, desde Porta Genova viaja a lo largo del
Naviglio Grande (canal del rio Ticino, antes navegable, ndt). Desfilan, justo a
continuación de las viviendas residenciales, los fantasmas del siglo diecinueve
de Ansaldo, Bisleri, General Electric, Riva Calzoni, Parisini,
Osram, Richard Ginori y Cartiere Burgo.
Miles de
trabajadores cogieron el transporte público después de la guerra, desde los
pueblos del perímetro y los otros barrios de la ciudad, los autobuses ya
estaban abarrotados a las cinco de la mañana para alcanzar las puertas de las
fábricas, a tiempo para el primer turno de las seis.
Desde por lo
menos tres décadas, la industria ha ocultado su lado menos atractivo para
limitarse a la superficie del marketing y la exaltación del agregado artificial
del consumo: ha pactado con la finanza y engendrado una nueva geografía. Desde
el inicio de los ochenta el precio de los inmuebles se ha convertido en pura
representación, estamos pasando por el glamour de Via Tortona y Via Solari,
estudios de producción y posproducción televisiva, gráfica, showrooms, atelier,
agencias de una inexplicada imagen. El sucedáneo de esta representación es el
evento televisivo, tan voraz de comérselo todo, incluso el aire a legitima
arqueología industrial devaluada a fetichismo, como en Via Giambellino 50. La
retorica de la clase obrera es usada como plus por los vendedores de inmuebles.
En el grande
espacio de Via Savona, a la altura del puente, la Osram fabricaba bombillas. A
la izquierda del tranvía (y ahora necesitamos torcernos un poco como cuando
subimos sobre la mesa para desenroscar una bombilla fundida), un poco
apartados, los edificios construidos por Acli (asociación de trabajadores
católica, ndt). Estos edificios, construidos al inicio de la década del nuevo
milenio, marcan dos partes bien distintas de Via Giambellino. Justo después del
semáforo, pasada una delegación del sindicato CGIL, el vehículo se abre la vía
entre las viviendas protegidas construidas en los años 30, en plena época
fascista, edificios de cuatro plantas, con el yeso desconchado que dibuja
figuras abstractas en los muros, con las parábolas que brotan sobre los
balcones de pisos a menudo vacíos y ladrillados para evitar okupas. Pegados a
los muros de estos edificios, se distinguen grandes paneles publicitarios, bajo
de ellos los carritos abandonados de los supermercados vagabundean y parecen
tener vida independiente, sin la moneda en la cerradura.
En periodo de campaña electoral,
los años pasados, sobre estos mismos muros destacaba siempre la grande cara de
Berlusconi, el maquillaje contrastaba de manera significativa con el yeso
deshecho de los edificios que la rodeaban y soportaban. En frente, resiste el
cartel del Pussycat, uno de los últimos cine porno de Milán. A continuación,
Plaza Tirana, y luego la recta avenida que llega al final de la corsa. La acera
derecha es Milán, si cruzamos la calle estamos en Corsico. Las líneas de
confines son lugares que desvelan conductas que suelen ocultarse. En Canton
Ticino (región de la Suiza italiana, ndt) por ejemplo, los suizos han
construido un vertedero a pocos metros del borde con Italia. Y también aquí,
entre Milán y Corsico, la situación es parecida: se trata siempre de desechos,
pero de otro tipo.
Caminamos hacia los palacios de
vidrio, bajo un cielo uniforme y pesado. Sobre seis de estos edificios destaca
el logo de Vodafone. En el otoño de 2007, Vodafone llevó a cabo la venta más
grande (hasta ahora) de trabajadores en Italia: 914 personas reubicadas desde
las sucursales en toda Italia y cedidas por esa multinacional (con beneficios
de millones de euros) a una pequeña empresa, Comdata Care, creada al día, una caja
vacía nacida para recoger el negocio (las actividades vendidas) más que los
trabajadores. Comdata Care se sitúa en el edificio de la casa madre, Comdata, a
300 metros
de Vodafone, pero es como si fuesen 3000 kilometros, justo al borde entre Milán
y Corsico.
Desde lejos, el edificio de
Comdata parece la cárcel de Opera (uno de los penitenciarios de Milán, ndt). Es
un bloque rectangular, cuatro plantas de hormigón extendidas en horizontal,
puntilladas de ventanillas cuadradas. En este edificio, sin marcas ni logos,
trabajan unos ochenta supervivientes de aquella operación financiera, titulada
“enfoque y especialización de competencias”, como está escrito en el convenio
ministerial del 2007. La venta de 914 personas ha sido posible gracias a uno de
los artículos más controvertidos de la ley 30, la dichosa “cesión del ramo
empresarial” que, en la práctica, rende inútil el artículo 18 de la Ley del
Trabajo (artículo que estableciendo una indemnización altísima de hecho impide
el despido improcedente, ndt). Para hacer una flor hace falta una rama / para
hacer una rama hace falta el árbol, escribía Gianni Rodari en la letra de una
antigua canción, sin embargo para los legisladores italianos, los de derecha
que se entusiasmaron con esta ley como los de izquierda que los siguieron en el
gobierno y no la cancelaron (agarrados en la patética contradicción entre
flexibilidad y precariedad), la rama es independiente del árbol, no es
estrictamente ligada a la planta y puede ser podada en cualquier momento. La
rama puede tener vida autónoma, más bien ya era autónoma antes de la poda.
En los días de la venta un
ejército de expertos sostuvo la operación: “No cambiará nada”, decían, los
trabajadores estarán protegidos por siete años, la duración del acuerdo. Había
que mirar adelante, hacia nuevas metas. Lo decía (y sigue diciéndolo) Pietro
Ichino (diputado del partido de centro-izquierda PD, ndt) cuyo bufete
defendería luego a Vodafone de las demandas de los trabajadores. Pier Luigi
Celli, exdirector de Omnitel, la empresa italiana absorbida por Vodafone,
escribió en el Corriere della Sera que “la seguridad (del empleo) a toda costa
está trayendo a los trabajadores más daño, a largo plazo, que verdaderas
mejoras”.
Ya en el año 2010 el trabajo por
el cual 914 personas fueron cedidas se había trasladado en Galati, Rumania. Una
infracción del punto 11 del acuerdo ministerial, según el cual “no está
prevista ninguna forma de subcontrato para las actividades objetos del
acuerdo”. Galati es una ciudad de 300 mil habitantes, en la orilla del río
Danubio, al borde con Moldova. Algunos trabajadores italianos de Comdata Care
se fueron a Galati para la formación del personal rumano que luego trabajaría
en su lugar.
Siempre hay alguien dispuesto a
la eliminación de otra persona, aún si, paradójicamente, esto lleva a auto
eliminarse. Las empresas como Comdata (con plantillas de miles de empleados)
utilizan en mayoría a interinos o personal con contratos de bajo nivel y a
menudo la misma tarea la desempeñan trabajadores con cuatro distintos contratos.
Comdata es proveedor de más de 40 grandes empresas, como Telecom y Wind
(telefonía), Enel, Eon, Edison (energía), Banca Mediolanum, Mondadori. Empresas
como Comdata utilizan un sistema de encadenamiento a la baja por el cual, en
Galati, se emplea mano de obra rumana en competición con la moldava, que vive a
pocos minutos de distancia, impulsando los viajes entre fronteras entre Galati
y Cahul, la ciudad moldava al otro lado del confine. Un trabajador en Galati
cobra 1000 rones para 6 horas y 10 minutos de lunes a sábado. 1000 rones son
230 euros al mes.
El neologismo que describe esta
práctica de dura explotación, deslocalización, apareció en el diccionario ya en
1991, nada más caer el comunismo en Europa del este. Sin embargo, en los años
90, deslocalizar representaba la producción material de bienes: lavadoras,
coches… En los años 90 las empresas del sector telecomunicación, seguros o
bancos todavía invertían en la formación del personal en Italia. Pero en la
última década el único objetivo ha sido el ahorro y el aumento de las
ganancias. A este capitalismo depredador, sin cultura del trabajo, le falta no
sólo la ética sino también un objetivo industrial a corto plazo, se concentra
únicamente en el informe diario de las piezas producidas o practicas despachadas
sin que le importe el cómo. Es un capitalismo que considera los lugares como un
accesorio sin importancia, gracias a la tecnología. El verdadero lugar de la
deslocalización es ningún lugar, la indeterminación fluctuante, es el flujo de
datos que llega a un terminal en las afueras de Galati, donde la mano de obra y
las oficinas cuestan mucho menos que en Milán.
El trabajo inmaterial traído a
Rumania por las empresas italianas es la representación de un fantasma, como
las naves milanesas vacías o convertidas a otro uso. Los clientes de una
compañía telefónica o de un banco, por ejemplo, tienen que enviar por fax copia
de su tarjeta de crédito, el IBAN y el DNI. Se trata de datos privados, los
clientes titubean, dudan, pero al final envían todo a un número italiano. La
tecnología convierte los faxes en formato electrónico, para gestionarlos en
cualquier zona del planeta, en nuestro caso en Galati, donde los trabajadores
hablan también italiano. Los DNI del los clientes viajan en el etéreo digital y
se topan con el teclado de una empleada que se levanta a la primeras luces en
Cahul, Moldova, sale en el hielo de la mañana y coge el autobús hasta el
confine y de allí la coincidencia por Galati donde teclea el nombre de usuario
para el acceso a la red de una empresa italiana, la contraseña derivada del
nombre del novio o del hijo, y desde ese instante la empleada está ganando,
para una jornada de 6 horas, 9,58 euros, o sea 1,59 euros por hora.
El capitalismo italiano tiene el
problema de gestionar la eliminación de los residuos, sean industriales o
humanos. Ha consignado las personas en edificios anónimos al margen de las
ciudades, a lo largo de las líneas de confine, en la espera que lo débiles
vínculos contractuales (ya en su mayoría violados) caduquen. Igual que ocurre
en algunas estaciones de ferrocarriles olvidadas, donde carros tóxicos esperan
su destino durante años, antes de desaparecer quien sabe dónde. En el caso de
Vodafone, la mayoría de los 914 residuos era formada por mujeres entre los 30 y
40 años, con hijos. En el grupo había también discapacitados y algunos
sindicalistas indeseados.
Desacostumbrados a formas de
lucha colectiva, educados desde décadas según el mito dominante que el
conflicto laboral es algo vergonzoso, sinónimo de derrotados y perdedores, a
los trabajadores se requiere un esfuerzo
individual, callado y aséptico, para enfrentarse a una legislación que sólo
puede agravar situaciones ya graves y endémicas, ignoradas por una política
ensimismada y esclava de otros poderes. Y un gobierno político como lo de
Monti, disfrazado de técnico, de médico de cabecera con la bata del
paternalismo, sólo puede empeorar las cosas, aplazando la edad de jubilación
mientras, en la realidad, los trabajadores son indeseados ya a los 40, a menos que no acepten
condiciones rumanas o, mejor, moldavas.
A pocos centenares de metros de
Comdata, se halla un área de 260 mil metros cuadrados, vallada y precintada por
la fiscalía desde noviembre de 2010. Es la antigua cantera Garegnano, cuya
extensión llega hasta el final de la línea de metro y hasta el borde de la
cárcel Beccaria (cárcel para menores de edad, ndt).
En esa cantera por muchos años se ha sepultado todo tipo de residuo industrial y urbano, amianto, diluentes, metales pesados y dioxina. La junta anterior había autorizado la construcción de viviendas, oficinas, tiendas para acoger más de 5000 personas. Desde luego el agua está envenenada. Los ancianos, que tenían huertas sobre esa tierra, han comido alimentos contaminados.
En esa cantera por muchos años se ha sepultado todo tipo de residuo industrial y urbano, amianto, diluentes, metales pesados y dioxina. La junta anterior había autorizado la construcción de viviendas, oficinas, tiendas para acoger más de 5000 personas. Desde luego el agua está envenenada. Los ancianos, que tenían huertas sobre esa tierra, han comido alimentos contaminados.
Los padrones olvidan que los
residuos, de cualquier tipo, aún si comprimidos y callados, finalmente liberan
el mal que con dolor han sufrido y encerrado en si, y el morbo se expande por
doquier desde las entrañas de la tierra a la superficie, en forma de trágica y
alegra liberación.
Fuente: www.ilmanifesto.it
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