por MLP– “El Faro Crítico”
Enfrascada como estoy desde hace unas semanas pensando en el momento actual, los que significa o no, las implicaciones que tiene, en como esta el mundo,… me he metido en un laberinto y no salgo de el. ¿Dónde está Adriana? Yo me agarro al hilo de la filo-sophia, la que está en las aulas, en las estanterías, en los cines o en los bares, a lo que tengan que decir los “antiguos”, “modernos”, “postmodernos”, “neomodernos” y lo que venga. Y a vuestro hilo también, al de los amigos. Pero ahora mismo no soy capaz de aportar una sola solución, ni siquiera un diagnóstico claro, salvo lanzaros mi propia confusión. Me hubiera encantado mandaros un escrito más concreto y esclarecedor, pero no tengo ese discurso y os necesito para encontrarlo. Quiero participar en el diálogo y por lo tanto, aquí va mi “laberinto”.
Desde que nos conocemos ha surgido en todos nuestros diálogos ese regusto que “lo que hay”, tal como es, no nos gusta demasiado. Y hemos hablado mucho sobre que aspectos de la realidad nos molestan, nos incomodan, no soportamos más e incluso que la “actual crisis” nos parecía positiva en el sentido que podría ser una posibilidad de cambio de los modelos económicos, sociales, políticos e incluso culturales que nos rigen. Por regla general, siempre terminamos en una pregunta tipo ¿Qué hacer?. Y aquí comienza mi primer problema: desde luego parece que la situación está haciendo una llamada urgente a la acción pero no siempre lo urgente es lo necesario, quizás antes de hacer haga falta comprender. Es posible que el pensar y actuar sean consecuencia uno de otro o que uno no se da sin el otro, pero también es posible que entre ambos términos se este expresando sino una antitesis si al menos una gran tensión: igual no es posible pensar y actuar al mismo tiempo. En La ilustre vida de los filósofos, Diógenes de Laercio cuenta que Pitágoras una vez dijo que a la Olimpiadas acuden tres tipos de personas: los competidores, los que disfrutan con la competición y los que simplemente se sientan a mirar. Yo añado que no es un mirar cualquiera sino el que mira buscando la verdad de lo que se está dando en el juego. ¿Es posible ese mirar si se está jugando?
Leí hace poco a Hanna Arendt que lo eterno y definitivo comienza tras la muerte. Poder hacer un análisis de una realidad compleja, de un mundo complejo, de hombres y mujeres complejos siendo esos hombres y mujeres, siendo parte de ese mundo y de esa realidad, y al mismo tiempo que todo acontece resulta un tanto ¿inabarcable?. Haría falta un salirse fuera, un mirar desde la grada, sin implicación ni compromiso, o esperar que la actualidad deje de serlo para encontrar en ella lo que de verdad haya tenido. Algo así creo que es lo que intenta la ciencia, una manera de objetivar el mundo para poder nombrar agentes, causas, orígenes, génesis, diagnósticos y por supuesto soluciones. Pero la verdad, yo no tengo tan claro que podamos salir de nuestra propia existencia y mirar la tierra desde Marte, aunque si lo que se quiere es vivir sin que la vida pase sin darnos cuenta no queda más remedio que comprometerse con ella de alguna manera, tratar de comprenderla (en sentido de incluir o contener), para decirlo con Parménides, “lo mismo es ser que pensar”. Porque al margen de relativismos, el salirse fuera, aún siendo posible y aún siendo efectivo puede desconectarnos de lo que nos ha llevado a pensarlo, el que nosotros somos al mismo tiempo que pensamos. Desde luego, esta asunto no es nuevo, llevamos siglos reflexionando sobre el “sujeto pensante”, pero traigo esto en nuestro debate para plantear que entendemos cada uno de nosotros que es lo que la filosofía, como episteme aletheia, puede y debe decir de la realidad y como hacerlo.
Porque yo no tengo tan claro que la cuestión sea plantear propuestas, ni diagnósticos sin antes hacer “un pensar” que pregunte hasta las últimas preguntas y llegar quizás a la conclusión que no todas pueden tener respuestas pero entre tanto, hacer un recorrido que elimine de la actualidad lo que es necesario de lo que sólo se da por contingencia, por convención, por conveniencia o por interés. Quizás no demos con soluciones pero al menos nos habríamos comprometido con nuestro presente para poder dar cuenta de él, poderlo interpretar y comunicarlo con la verdad. Como decía Nietzsche la filosofía no puede cambiar una cultura pero al menos puede bombardearla.
En este sentido, creo que me mantengo con cierta distancia respecto a Andrés y José Luis. Da la impresión por vuestros escritos que habéis identificado al enemigo, que está claro el problema de la “actual crisis” pero ¿Es tan actual? ¿Es una mera crisis financiera o económica? ¿Hay un solo enemigo? ¿Hay algún enemigo?... Aún estando de acuerdo en muchas de las cosas que decís, creo que el “pensar” todavía tiene que ir más lejos y me da cierto temor, además, que por la urgencia de “hacer” convirtamos el saber en bombas arrojadizas y las palabras en clichés que dejan de tener ningún tipo de autoridad, ningún tipo de verdad en nuestras vidas. Crisis, economía, consumo, capital, poder, justicia, política, individuo, ciudadano,… ¿significan hoy lo que deben significar? ¿Tienen el valor que deberían tener?
Hace poco oía en la radio una entrevista a una política, creo que era Leire Majón, que decía que detrás de cada economía hay una política. Eso es lo mismo que decir que la realidad está formada por planos diferentes colocados unos detrás de otros, bajo algún tipo de jerarquía. Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a ver a si el mundo, una serie de planos colocados por orden y que según de que hablamos cobran importancia. Desde que yo alcanzo a recordar, en los 70 el primer plano fue la energía, en los primeros años de los 80, la salud, después un mundo sin bloques ideológicos claros, en los 90 la ecología, en los primeros años del siglo XXI el choque de civilizaciones o culturas y hoy por hoy, la economía. En la medida que cambia el plano de orden, cambia el debate, los intereses de la ciencia, la política, el arte, la educación y la economía. Si esta concepción del mundo fuera cierta sería tan fácil como cambiar un plano que entra en conflicto en un momento determinado por otro. Pero parece que nuestra realidad no es tan manejable y que su estructura no es tan clara. Parece más bien que lo que subyace en la realidad en una fuerte red de conexiones que ponen en relación unos elementos con otros y en función de la retícula que crean, “lo que está ahí” aparece de una forma o de otra. Deleuze lo explicaba como un muro donde la piedras se colocan sin argamasa, de forma que puedes tirarlo y crear un nuevo muro con las mismas piedras pero colocadas de otra forma. O como Teresa Oñate nos ha explicado alguna vez, atendiendo a Deleuze y otros autores, una compleja combinatoria de las diferentes dimensiones de la realidad. Si nuestra concepción del mundo fuera ésta, una amplia sábana donde todo está conectado, como en la película “Extrañas coincidencias”, es prácticamente imposible comprender la economía, la política, el arte, la naturaleza y la cultura como fenómenos aislados en los que unos se dan tras otros.
Si una de estas dimensiones cobra mayor visibilidad u ocupa mayor espacio que otras, se convierte en el vector que aparentemente tiene el poder de explicar la realidad, pero no por necesidad sino por su capacidad de establecer mayor número de relaciones con el resto. En ese momento, las demás dimensiones, si no quieren verse asfixiadas, tendrán que eliminar esas conexiones pero no a la dimensión que los lanza, a no ser que estemos dispuestos a quedarnos sin un trozo de la sábana. En nuestra actualidad, donde el capital parece monopoliza todos los aspectos de nuestra vida, todos los lenguajes, todos los medios de comunicación y todos los debates, no se trata de declararle la guerra y acabar con él de la única forma que se acaba con las cosas, matándolo bruscamente. Pero desde luego no podemos seguir consintiendo que sea la única dimensión que domine la realidad, que sea la única posibilidad de explicarla, de seguir dando oxígeno a sus conexiones para que el resto no se den en la misma intensidad y necesidad para que la realidad sea completa, plena.
Por eso, a pesar de dar más que mil vueltas sobre el tema económico, sobre el capital ultra-neoliberador, sin leyes ni concierto que se ahoga y nos arrastra a todos a ahogarnos por su ambición sin límites, no creo que sea el motivo de la crisis. He imaginado un supuesto y os ruego que me sigáis, aunque hay cosas difíciles de imaginar: un profesor de una universidad americana (tiene que ser americana por fuerza) con un programa capaz de disolver el actual sistema y poner en marcha un nuevo orden económico. Es un plan tan perfecto que no admite crítica, algo sumamente novedoso que aun sometiéndolo a todo tipo de análisis económicos, sociales y políticos, a todos los filtros de opinión posibles no admite falló alguno. Los grandes mandatarios del mundo se reúnen y rendidos ante la evidencia deciden implantar “El plan” en todo el mundo. “Los mercados” funcionan, se vuelve a dar dividendos, se comienzan a crecer por encima del 3% y se consigue el pleno empleo en todo el planeta hasta el punto que pronto se decide inaugurar en Ginebra una nueva sala denominada “El hambre” en recuerdo de esa vergüenza que la humanidad vivió, hasta que dieron con “El Plan”. No tenemos experiencia de algo tan estupendo pero si de cómo durante años países que han vivido en la opulencia han mantenido en sus sociedades campos de concentración, leyes injustas, comercio humano, destrucción de ecosistemas,… Hace menos de un año los sociólogos hablaban de la “desaparición de la clase media” pues se estaba consiguiendo que una gran cantidad de población mundial viviera con los standards económicos que en rigor, hasta décadas anteriores, habían estado restringida a una población menor. En nuestro país, sin ir más lejos, hemos vivido unos años de una prosperidad sin precedentes en los que no han parado de surgir y convivir problemas que están muy poco relacionados con la economía.
Desde luego, la “mano invisible del mercado”, por imperativo de su propio programa, se ha hecho sumamente poderosa y “visible” obstaculizando la visión de otros problemas, crisis y conflictos que yacen un nuestra sociedad, en cada uno de nosotros, pero eso no convierte a la economía, ni siquiera el capital en el único problema que desencadena una situación que deprime a una parte de la población del planeta (porque recordemos que hay otra gran parte que económicamente está deprimida desde siempre). Y todos estamos en el mismo juego, tanto los justos como injustos, todos somos pequeños especuladores, propietarios, comerciantes, explotadores, consumistas, hombres y mujeres de éxito, arriesgados, modernos, a la última…y por ende, conservadores, perdedores, desahuciados, explotados, temerosos, preocupados y consumidos. Por supuesto que hay que limar responsabilidades, no todos jugamos con las mismas barajas, pero lo magnífico del capitalismo es que exige para su realización un grado de fe que mueve montañas y a pesar que la fe supone renuncias, es tanto lo que promete, es tan maravilloso el futuro, es tan genial lo bien que viviremos, lo felices que seremos, lo mucho que conseguiremos que el sacrificio es parte del dogma, se vive con alegría, como decía el catecismo. De hay que sus tentáculos, sus redes de conexión, sean tan poderosas porque la capacidad de crear relaciones no sólo depende de él sino que no hace a todos participes de su creación.
Pero a lo mejor la verdad, que no necesita demostración, se impone. Los hombres y mujeres de principios del siglo XXI parece que asistimos a la evidencia que nuestra concepción del mundo se desmorona porque el mundo es otra cosa bien distinta a la que pensamos. No se trata de planos jerarquizados, cuya hegemonía es otorgada en función de nuestros intereses y deseos de libertad, igualdad y fraternidad, de progreso y bienestar, sino una compleja combinatoria donde todos sus elementos deben intervenir en equilibrio. A principios del siglo XXI, a pesar de nuestro desarrollo científico, de estar casi a punto de dar con la “partícula de dios” nos damos cuenta que el mundo va por un lado y nuestras mentes por otro. Siguiendo no se que lectura llegue hace poco a El Mundo como voluntad y representación de Shopenhauer en el que dedica un capítulo completo a la necesidad de metafísica del hombre y viene a decir que si negamos la metafísica, la posibilidad de pensar en otro mundo por ejemplo y creer en él, nos quedamos huérfanos. Y llevaba razón, estamos tan acostumbrados a movernos entre dos mundos que ni nos damos cuenta de que lo hacemos y mientras cae una nevada en Australia una semana antes de que empiece el verano o andamos dando subvenciones con dinero público al capital que está arruinando a las poblaciones que generan el dinero público, nuestra forma de pensar el mundo se viene abajo. Porque lo que esta en crisis, y va a seguir estando mucho tiempo, es un mundo que a fuerza de nombrarlo nos lo hemos creído. Y es más, no es una crisis nueva aunque sea hoy cuando las pantallas de la televisión, las estadísticas y los expertos nos hayan dejado claro que no se puede, por ejemplo, hacer ningún tipo de economía que no sea real; decía Walter Benjamin, a mediados del siglo XX, que ninguna generación de la modernidad había dejado de sentir que estaba en crisis. Hoy estamos echándonos las manos a la cabeza con la hecatombe que vivimos pero se nos olvida la larga sucesión de desastres que no hace tanto tiempo la humanidad se ha procurado y aunque, si bien es cierto que se pueden dar motivos económicos, no en todos los caso ha sido el dinero el motor que ha activado bombas atómicas, campos de concentración, genocidios o derrumbe de rascacielos. Hay ideologías, creencias, deseos insatisfechos, odios, rencores,… que mueven este mundo tanto o igual que la economía, este mundo que hemos creído que podía ser como nosotros quisiéramos.
Si fuéramos capaces de afirmar el mundo, la realidad, la actualidad o como queramos llamarlo tal como es, no como la pretendemos, en su evolución o involución y en sus desastres y éxitos, lo primero que afirmaríamos sería la vida, la nuestra y la del otro, la inevitable dependencia que nos tenemos, de la necesidad imposible de obviar de tener que vivir juntos y por supuesto, dejaría de tener sentido en el mundo, en el real, la posibilidad de la especulación, de paraísos fiscales, consumos desmedidos, agotamiento de recursos,… no se podrían dar porque esas cosas se dan en el mundo en que vivimos ahora, en el que es posible tener un pie aquí y otro no sabemos muy bien donde, un mundo que no va por su cuenta mientras que nosotros nos empeñamos en que sea lo que más se ajusta a nuestra idea de él. Si nuestros políticos en febrero o en marzo, cuando se vuelven a reunir con el fin de arreglar el cambalache comienzan poniendo encima de la mesa lo que hay, no lo que quisiéramos que fuera sino lo que se da de verdad, millones de personas en un planeta haciendo uso de recursos de una naturaleza exhausta con necesidades de comida, bebida, sanidad y educación, además de unos mínimos de convivencia que hagan posible la paz, la armonía, la creatividad y el diálogo… En este otro supuesto difícil de imaginar, nuestros políticos saldrían de la reunión bastante afectados pero firmemente convencidos de decirle a los ciudadanos del mundo que lo que es, es, que no hay paraísos ni un lugar en la historia para la máxima opulencia pero si para un momento en que definitivamente podamos vivir plenamente, conviviendo con lo azaroso, lo incontrolable, lo que no es como nosotros, los que piensan de otra manera, comen de otra forma,…sin miedo.
Yo creo que recibirían gran pitada y abucheos ¿quién quiere perder lo conseguido a pesar que lo conseguido le este matando? Yo creo que se les tacharía de idealistas, soñadores, poco realistas, sin fundamentos,… todos al paredón. En fin, yo creo que posiblemente ahora también me estéis fusilando mentalmente y que todo esto os parezca una diarrea mental un tanto naif. Pero a mi todo lo que está pasando no me pone en contra de nada salvo de mi misma para de una vez por todas vivir con lo que hay, en este mundo con sus crisis, sus guerras, sus injusticias,… El momento presente no me deja pensar en nuevas revoluciones, en nuevas luchas o programas que me lleven a un futuro más prometedor. Todo lo que pasa me obliga a no tener más ropa en el armario que la que necesito, no gastar energía de más, a mirar hacia los lados y encontrar gente que con un poco de lo que yo gano sobrevive y contagiarme de todo de todo lo suyo, de sus alegrías y de sus penas. Con lo que pasa, de lo único que tengo realmente ganas es de buscar espacios donde pueda surgir lo creativo, lo nuevo y lo distinto, de estudiar, de tratar de comprender, de dialogar y de pensar.
He comenzado con la frase “El mundo se derrumba y tú y yo nos enamoramos” que Bogart le dice a Bergman en Casablanca. La volví a ver este fin de semana pasado y una vez más me conmociono ¡Pero que bonita es esa película! El mundo de Ilsa y Rick se vino abajo en el París que se conocieron y en su recuentro en Casablanca años después pero eso no evitaba que vivieran una de las historias de amor más intensas que hemos conocido. Algo así nos puede estar pasando sin darnos cuenta ¿no? Puede que al final de todo esto, entre escombros, paro y déficit vivamos la historia más intensa que Hollywood haya sido capaz de imaginar y para ello toca comprender no sólo el mundo que se derrumba sino el que ha estado siempre y no hemos dejado nunca que se de. Volver a restaurar el valor de las palabras, la verdad de los discursos, dar lugar al diálogo con el otro con la pretensión de decir y escuchar algo, darnos la oportunidad de ser ciudadanos, de debatir sobre las leyes y las instituciones, sobre nuestras creencias y emociones, no a la idea o modo del partido, dios o el ejercito, sino como sólo se puede dar, en comunidad, unos con otros.
A modo de conclusión (siempre provisional): Me encanta bucear en las palabras. Resulta que crisis, que proviene del griego, era un término jurídico para designar el acto de deliberar que hacer con un reo, lo que implica un cambio de estado de su situación pues tras la “crisis” el reo puede ser condenado o liberado. Es decir, crisis es el acto de deliberar que conlleva cambio necesariamente, lo cual resulta muy alentador, pero implica el acto de deliberar, de pensar y dialogar. Si vivimos un momento de crisis la propia palabra nos esta diciendo que tenemos que hacer. ¿Qué hacer? Poner en acto la “crisis”, deliberar y pensar es lo que toca ahora.
Desde que nos conocemos ha surgido en todos nuestros diálogos ese regusto que “lo que hay”, tal como es, no nos gusta demasiado. Y hemos hablado mucho sobre que aspectos de la realidad nos molestan, nos incomodan, no soportamos más e incluso que la “actual crisis” nos parecía positiva en el sentido que podría ser una posibilidad de cambio de los modelos económicos, sociales, políticos e incluso culturales que nos rigen. Por regla general, siempre terminamos en una pregunta tipo ¿Qué hacer?. Y aquí comienza mi primer problema: desde luego parece que la situación está haciendo una llamada urgente a la acción pero no siempre lo urgente es lo necesario, quizás antes de hacer haga falta comprender. Es posible que el pensar y actuar sean consecuencia uno de otro o que uno no se da sin el otro, pero también es posible que entre ambos términos se este expresando sino una antitesis si al menos una gran tensión: igual no es posible pensar y actuar al mismo tiempo. En La ilustre vida de los filósofos, Diógenes de Laercio cuenta que Pitágoras una vez dijo que a la Olimpiadas acuden tres tipos de personas: los competidores, los que disfrutan con la competición y los que simplemente se sientan a mirar. Yo añado que no es un mirar cualquiera sino el que mira buscando la verdad de lo que se está dando en el juego. ¿Es posible ese mirar si se está jugando?
Leí hace poco a Hanna Arendt que lo eterno y definitivo comienza tras la muerte. Poder hacer un análisis de una realidad compleja, de un mundo complejo, de hombres y mujeres complejos siendo esos hombres y mujeres, siendo parte de ese mundo y de esa realidad, y al mismo tiempo que todo acontece resulta un tanto ¿inabarcable?. Haría falta un salirse fuera, un mirar desde la grada, sin implicación ni compromiso, o esperar que la actualidad deje de serlo para encontrar en ella lo que de verdad haya tenido. Algo así creo que es lo que intenta la ciencia, una manera de objetivar el mundo para poder nombrar agentes, causas, orígenes, génesis, diagnósticos y por supuesto soluciones. Pero la verdad, yo no tengo tan claro que podamos salir de nuestra propia existencia y mirar la tierra desde Marte, aunque si lo que se quiere es vivir sin que la vida pase sin darnos cuenta no queda más remedio que comprometerse con ella de alguna manera, tratar de comprenderla (en sentido de incluir o contener), para decirlo con Parménides, “lo mismo es ser que pensar”. Porque al margen de relativismos, el salirse fuera, aún siendo posible y aún siendo efectivo puede desconectarnos de lo que nos ha llevado a pensarlo, el que nosotros somos al mismo tiempo que pensamos. Desde luego, esta asunto no es nuevo, llevamos siglos reflexionando sobre el “sujeto pensante”, pero traigo esto en nuestro debate para plantear que entendemos cada uno de nosotros que es lo que la filosofía, como episteme aletheia, puede y debe decir de la realidad y como hacerlo.
Porque yo no tengo tan claro que la cuestión sea plantear propuestas, ni diagnósticos sin antes hacer “un pensar” que pregunte hasta las últimas preguntas y llegar quizás a la conclusión que no todas pueden tener respuestas pero entre tanto, hacer un recorrido que elimine de la actualidad lo que es necesario de lo que sólo se da por contingencia, por convención, por conveniencia o por interés. Quizás no demos con soluciones pero al menos nos habríamos comprometido con nuestro presente para poder dar cuenta de él, poderlo interpretar y comunicarlo con la verdad. Como decía Nietzsche la filosofía no puede cambiar una cultura pero al menos puede bombardearla.
En este sentido, creo que me mantengo con cierta distancia respecto a Andrés y José Luis. Da la impresión por vuestros escritos que habéis identificado al enemigo, que está claro el problema de la “actual crisis” pero ¿Es tan actual? ¿Es una mera crisis financiera o económica? ¿Hay un solo enemigo? ¿Hay algún enemigo?... Aún estando de acuerdo en muchas de las cosas que decís, creo que el “pensar” todavía tiene que ir más lejos y me da cierto temor, además, que por la urgencia de “hacer” convirtamos el saber en bombas arrojadizas y las palabras en clichés que dejan de tener ningún tipo de autoridad, ningún tipo de verdad en nuestras vidas. Crisis, economía, consumo, capital, poder, justicia, política, individuo, ciudadano,… ¿significan hoy lo que deben significar? ¿Tienen el valor que deberían tener?
Hace poco oía en la radio una entrevista a una política, creo que era Leire Majón, que decía que detrás de cada economía hay una política. Eso es lo mismo que decir que la realidad está formada por planos diferentes colocados unos detrás de otros, bajo algún tipo de jerarquía. Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a ver a si el mundo, una serie de planos colocados por orden y que según de que hablamos cobran importancia. Desde que yo alcanzo a recordar, en los 70 el primer plano fue la energía, en los primeros años de los 80, la salud, después un mundo sin bloques ideológicos claros, en los 90 la ecología, en los primeros años del siglo XXI el choque de civilizaciones o culturas y hoy por hoy, la economía. En la medida que cambia el plano de orden, cambia el debate, los intereses de la ciencia, la política, el arte, la educación y la economía. Si esta concepción del mundo fuera cierta sería tan fácil como cambiar un plano que entra en conflicto en un momento determinado por otro. Pero parece que nuestra realidad no es tan manejable y que su estructura no es tan clara. Parece más bien que lo que subyace en la realidad en una fuerte red de conexiones que ponen en relación unos elementos con otros y en función de la retícula que crean, “lo que está ahí” aparece de una forma o de otra. Deleuze lo explicaba como un muro donde la piedras se colocan sin argamasa, de forma que puedes tirarlo y crear un nuevo muro con las mismas piedras pero colocadas de otra forma. O como Teresa Oñate nos ha explicado alguna vez, atendiendo a Deleuze y otros autores, una compleja combinatoria de las diferentes dimensiones de la realidad. Si nuestra concepción del mundo fuera ésta, una amplia sábana donde todo está conectado, como en la película “Extrañas coincidencias”, es prácticamente imposible comprender la economía, la política, el arte, la naturaleza y la cultura como fenómenos aislados en los que unos se dan tras otros.
Si una de estas dimensiones cobra mayor visibilidad u ocupa mayor espacio que otras, se convierte en el vector que aparentemente tiene el poder de explicar la realidad, pero no por necesidad sino por su capacidad de establecer mayor número de relaciones con el resto. En ese momento, las demás dimensiones, si no quieren verse asfixiadas, tendrán que eliminar esas conexiones pero no a la dimensión que los lanza, a no ser que estemos dispuestos a quedarnos sin un trozo de la sábana. En nuestra actualidad, donde el capital parece monopoliza todos los aspectos de nuestra vida, todos los lenguajes, todos los medios de comunicación y todos los debates, no se trata de declararle la guerra y acabar con él de la única forma que se acaba con las cosas, matándolo bruscamente. Pero desde luego no podemos seguir consintiendo que sea la única dimensión que domine la realidad, que sea la única posibilidad de explicarla, de seguir dando oxígeno a sus conexiones para que el resto no se den en la misma intensidad y necesidad para que la realidad sea completa, plena.
Por eso, a pesar de dar más que mil vueltas sobre el tema económico, sobre el capital ultra-neoliberador, sin leyes ni concierto que se ahoga y nos arrastra a todos a ahogarnos por su ambición sin límites, no creo que sea el motivo de la crisis. He imaginado un supuesto y os ruego que me sigáis, aunque hay cosas difíciles de imaginar: un profesor de una universidad americana (tiene que ser americana por fuerza) con un programa capaz de disolver el actual sistema y poner en marcha un nuevo orden económico. Es un plan tan perfecto que no admite crítica, algo sumamente novedoso que aun sometiéndolo a todo tipo de análisis económicos, sociales y políticos, a todos los filtros de opinión posibles no admite falló alguno. Los grandes mandatarios del mundo se reúnen y rendidos ante la evidencia deciden implantar “El plan” en todo el mundo. “Los mercados” funcionan, se vuelve a dar dividendos, se comienzan a crecer por encima del 3% y se consigue el pleno empleo en todo el planeta hasta el punto que pronto se decide inaugurar en Ginebra una nueva sala denominada “El hambre” en recuerdo de esa vergüenza que la humanidad vivió, hasta que dieron con “El Plan”. No tenemos experiencia de algo tan estupendo pero si de cómo durante años países que han vivido en la opulencia han mantenido en sus sociedades campos de concentración, leyes injustas, comercio humano, destrucción de ecosistemas,… Hace menos de un año los sociólogos hablaban de la “desaparición de la clase media” pues se estaba consiguiendo que una gran cantidad de población mundial viviera con los standards económicos que en rigor, hasta décadas anteriores, habían estado restringida a una población menor. En nuestro país, sin ir más lejos, hemos vivido unos años de una prosperidad sin precedentes en los que no han parado de surgir y convivir problemas que están muy poco relacionados con la economía.
Desde luego, la “mano invisible del mercado”, por imperativo de su propio programa, se ha hecho sumamente poderosa y “visible” obstaculizando la visión de otros problemas, crisis y conflictos que yacen un nuestra sociedad, en cada uno de nosotros, pero eso no convierte a la economía, ni siquiera el capital en el único problema que desencadena una situación que deprime a una parte de la población del planeta (porque recordemos que hay otra gran parte que económicamente está deprimida desde siempre). Y todos estamos en el mismo juego, tanto los justos como injustos, todos somos pequeños especuladores, propietarios, comerciantes, explotadores, consumistas, hombres y mujeres de éxito, arriesgados, modernos, a la última…y por ende, conservadores, perdedores, desahuciados, explotados, temerosos, preocupados y consumidos. Por supuesto que hay que limar responsabilidades, no todos jugamos con las mismas barajas, pero lo magnífico del capitalismo es que exige para su realización un grado de fe que mueve montañas y a pesar que la fe supone renuncias, es tanto lo que promete, es tan maravilloso el futuro, es tan genial lo bien que viviremos, lo felices que seremos, lo mucho que conseguiremos que el sacrificio es parte del dogma, se vive con alegría, como decía el catecismo. De hay que sus tentáculos, sus redes de conexión, sean tan poderosas porque la capacidad de crear relaciones no sólo depende de él sino que no hace a todos participes de su creación.
Pero a lo mejor la verdad, que no necesita demostración, se impone. Los hombres y mujeres de principios del siglo XXI parece que asistimos a la evidencia que nuestra concepción del mundo se desmorona porque el mundo es otra cosa bien distinta a la que pensamos. No se trata de planos jerarquizados, cuya hegemonía es otorgada en función de nuestros intereses y deseos de libertad, igualdad y fraternidad, de progreso y bienestar, sino una compleja combinatoria donde todos sus elementos deben intervenir en equilibrio. A principios del siglo XXI, a pesar de nuestro desarrollo científico, de estar casi a punto de dar con la “partícula de dios” nos damos cuenta que el mundo va por un lado y nuestras mentes por otro. Siguiendo no se que lectura llegue hace poco a El Mundo como voluntad y representación de Shopenhauer en el que dedica un capítulo completo a la necesidad de metafísica del hombre y viene a decir que si negamos la metafísica, la posibilidad de pensar en otro mundo por ejemplo y creer en él, nos quedamos huérfanos. Y llevaba razón, estamos tan acostumbrados a movernos entre dos mundos que ni nos damos cuenta de que lo hacemos y mientras cae una nevada en Australia una semana antes de que empiece el verano o andamos dando subvenciones con dinero público al capital que está arruinando a las poblaciones que generan el dinero público, nuestra forma de pensar el mundo se viene abajo. Porque lo que esta en crisis, y va a seguir estando mucho tiempo, es un mundo que a fuerza de nombrarlo nos lo hemos creído. Y es más, no es una crisis nueva aunque sea hoy cuando las pantallas de la televisión, las estadísticas y los expertos nos hayan dejado claro que no se puede, por ejemplo, hacer ningún tipo de economía que no sea real; decía Walter Benjamin, a mediados del siglo XX, que ninguna generación de la modernidad había dejado de sentir que estaba en crisis. Hoy estamos echándonos las manos a la cabeza con la hecatombe que vivimos pero se nos olvida la larga sucesión de desastres que no hace tanto tiempo la humanidad se ha procurado y aunque, si bien es cierto que se pueden dar motivos económicos, no en todos los caso ha sido el dinero el motor que ha activado bombas atómicas, campos de concentración, genocidios o derrumbe de rascacielos. Hay ideologías, creencias, deseos insatisfechos, odios, rencores,… que mueven este mundo tanto o igual que la economía, este mundo que hemos creído que podía ser como nosotros quisiéramos.
Si fuéramos capaces de afirmar el mundo, la realidad, la actualidad o como queramos llamarlo tal como es, no como la pretendemos, en su evolución o involución y en sus desastres y éxitos, lo primero que afirmaríamos sería la vida, la nuestra y la del otro, la inevitable dependencia que nos tenemos, de la necesidad imposible de obviar de tener que vivir juntos y por supuesto, dejaría de tener sentido en el mundo, en el real, la posibilidad de la especulación, de paraísos fiscales, consumos desmedidos, agotamiento de recursos,… no se podrían dar porque esas cosas se dan en el mundo en que vivimos ahora, en el que es posible tener un pie aquí y otro no sabemos muy bien donde, un mundo que no va por su cuenta mientras que nosotros nos empeñamos en que sea lo que más se ajusta a nuestra idea de él. Si nuestros políticos en febrero o en marzo, cuando se vuelven a reunir con el fin de arreglar el cambalache comienzan poniendo encima de la mesa lo que hay, no lo que quisiéramos que fuera sino lo que se da de verdad, millones de personas en un planeta haciendo uso de recursos de una naturaleza exhausta con necesidades de comida, bebida, sanidad y educación, además de unos mínimos de convivencia que hagan posible la paz, la armonía, la creatividad y el diálogo… En este otro supuesto difícil de imaginar, nuestros políticos saldrían de la reunión bastante afectados pero firmemente convencidos de decirle a los ciudadanos del mundo que lo que es, es, que no hay paraísos ni un lugar en la historia para la máxima opulencia pero si para un momento en que definitivamente podamos vivir plenamente, conviviendo con lo azaroso, lo incontrolable, lo que no es como nosotros, los que piensan de otra manera, comen de otra forma,…sin miedo.
Yo creo que recibirían gran pitada y abucheos ¿quién quiere perder lo conseguido a pesar que lo conseguido le este matando? Yo creo que se les tacharía de idealistas, soñadores, poco realistas, sin fundamentos,… todos al paredón. En fin, yo creo que posiblemente ahora también me estéis fusilando mentalmente y que todo esto os parezca una diarrea mental un tanto naif. Pero a mi todo lo que está pasando no me pone en contra de nada salvo de mi misma para de una vez por todas vivir con lo que hay, en este mundo con sus crisis, sus guerras, sus injusticias,… El momento presente no me deja pensar en nuevas revoluciones, en nuevas luchas o programas que me lleven a un futuro más prometedor. Todo lo que pasa me obliga a no tener más ropa en el armario que la que necesito, no gastar energía de más, a mirar hacia los lados y encontrar gente que con un poco de lo que yo gano sobrevive y contagiarme de todo de todo lo suyo, de sus alegrías y de sus penas. Con lo que pasa, de lo único que tengo realmente ganas es de buscar espacios donde pueda surgir lo creativo, lo nuevo y lo distinto, de estudiar, de tratar de comprender, de dialogar y de pensar.
He comenzado con la frase “El mundo se derrumba y tú y yo nos enamoramos” que Bogart le dice a Bergman en Casablanca. La volví a ver este fin de semana pasado y una vez más me conmociono ¡Pero que bonita es esa película! El mundo de Ilsa y Rick se vino abajo en el París que se conocieron y en su recuentro en Casablanca años después pero eso no evitaba que vivieran una de las historias de amor más intensas que hemos conocido. Algo así nos puede estar pasando sin darnos cuenta ¿no? Puede que al final de todo esto, entre escombros, paro y déficit vivamos la historia más intensa que Hollywood haya sido capaz de imaginar y para ello toca comprender no sólo el mundo que se derrumba sino el que ha estado siempre y no hemos dejado nunca que se de. Volver a restaurar el valor de las palabras, la verdad de los discursos, dar lugar al diálogo con el otro con la pretensión de decir y escuchar algo, darnos la oportunidad de ser ciudadanos, de debatir sobre las leyes y las instituciones, sobre nuestras creencias y emociones, no a la idea o modo del partido, dios o el ejercito, sino como sólo se puede dar, en comunidad, unos con otros.
A modo de conclusión (siempre provisional): Me encanta bucear en las palabras. Resulta que crisis, que proviene del griego, era un término jurídico para designar el acto de deliberar que hacer con un reo, lo que implica un cambio de estado de su situación pues tras la “crisis” el reo puede ser condenado o liberado. Es decir, crisis es el acto de deliberar que conlleva cambio necesariamente, lo cual resulta muy alentador, pero implica el acto de deliberar, de pensar y dialogar. Si vivimos un momento de crisis la propia palabra nos esta diciendo que tenemos que hacer. ¿Qué hacer? Poner en acto la “crisis”, deliberar y pensar es lo que toca ahora.
2 comentarios:
Qué lindo psot y que cierto todo lo que dices. Quizá el mundo hace rato que se ha derrumbado y nosotros ni cuenta nos hemos dado, pero lo peor es que tampoco nos hemos dado chance de enamorarnos.
Saludos
Acabo de toparme con el post de casualidad.
Sólo quería felicitarte por él.
Enhorabuena.
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