por ANDRÉS MARTÍNEZ – “El Faro Crítico”
Imaginaos que alguien, una noche, se despierta en un sitio a oscuras y no se acuerda de donde esta. Se pone en pie y a tientas va en busca del interruptor de la luz. Entonces, su pie no toca el suelo y cae. Durante una fracción de segundo espera el impacto, pero este no llega y continua cayendo… pasa tiempo, aunque le es difícil tener una noción clara, igual podrían haber pasado horas que minutos y sigue cayendo. Durante ese lapso indefinido le da tiempo a pensar con pavor como será el golpe después de tan larga caída o incluso se permite fantasear con la esperanza que no habrá choque porque nunca llegara al suelo o a imaginar que quizás abajo habrá una red.
Bueno, mientras esperamos el choque definitivo, os querría proponer algunas ideas.
En primer lugar me gustaría hacer una reflexión sobre algo que se debe exigir a la política. Eficacia. Es una fea palabra que con toda justicia provoca prevención. Huele a capitalismo. Evidentemente, es una marca de nuestra civilización tecnológica en la que prima el dominio de la razón instrumental y sin embargo debe ser vindicada para cualquier proyecto que quiera ser considerado político.
Sin especificar en detalle las articulaciones de la ética con la política, se puede afirmar que ambas ocupan campos que se superponen en buena medida. Si la ética forma al individuo, este no se configura al margen de unas condiciones que vienen dadas por su entorno político. A su vez dicho medio social que conforma las individualidades es continuamente re-creado por estas. Pues bien, si resulta evidente que cuando hablamos de ética, la eficacia es fundamental, pues nadie se tomaría en serio una teoría ética que no aspirase a una praxis realizable, debe plantearse la misma exigencia a la política. Un proyecto de organizar la vida en común de los hombres que no pueda ser puesto en obra es una contradicción en sus propios términos. O se proponen soluciones a nuestros problemas o se esta haciendo una cosa distinta a la política.
De puro evidente, la necesidad de eficacia en cualquier reflexión política, puede parecer una perogrullada, pero tengo la impresión de que el pensamiento postmetafísico, en tanto quiere oponerse a la tradición tecnológico-platónica con medios distintos, por no incurrir en los mismos fallos, ha renunciado a una praxis que tenga verdaderas posibilidades de cambiar el orden imperante o al menos de hacerlo a una velocidad que en términos de vida humana podamos apreciar. Otro tanto es atribuible a la izquierda del mundo occidental todavía desarbolada por el fracaso de los socialismos reales, sin energías para oponerse al rampante pensamiento liberal e incluso habiendo asumido el núcleo de sus planteamientos. Aun a riesgo de pecar por caer en las viejas posiciones dialécticas de la confrontación, creo que la deconstrucción del lenguaje del poder vigente va al corazón del problema sin ser capaz de dar respuestas en forma de una agenda política positiva a los problemas que nos acucian.
Sin embargo la evidencia de una acción política se funda en una paradoja. En la aspiración a la nietzscheana 'unidad de estilo' esta la clave. Cuando en sus primeros escritos critica esta carencia de la civilización europea esta reclamando un mundo en que los hombres puedan llevar existencias autenticas, no escindidas entre sus deseos y las necesidades impuestas desde el exterior. En el caso de que este equilibrio no sea alcanzable, se decanta por el individuo. De otra forma lo que esta criticando es la escisión entre un mundo sublunar y otro ideal nunca alcanzable. El caso de Platón y Sócrates resulta paradigmático.
Platón fue como cualquier hombre un hijo de su momento. Miembro de la aristocracia ateniense, la carrera política era su destino natural y a ella se sentía inclinado. Pero las circunstancias no fueron propicias para que pudiese seguir su vocación. El encanallamiento de la situación tras la derrota de su ciudad y la muerte de su maestro le apartaron de lo que previsiblemente hubiese sido el destino de alguien de su clase... e invento la Filosofía, como un proyecto de fundar la ciudad sobre bases más seguras para impedir que se volviese a producir una situación en la que el intento de conciliar lo político con lo ético no condujese al mejor de los hombres, Sócrates, al martirio.
En esa tentativa de encontrar un asidero firme sobre el que refundar la ciudad dio con el Mundo de las ideas (la metafísica: el mundo superuranio, modelo del mundo sublunar al que aspira y nunca alcanza) que ha sido el gran hilo conductor del pensamiento y la historia de occidente... Las implicaciones de todo ello son de vasto alcance, pero permitidme seguir tan solo la línea de la contradicción que quiero señalar: con hipostasiar un mundo que no es este que los vivos pisamos pero al que debemos aspirar, el político-filosofo cuando quiere poner sus proyectos en obra se ve en la necesidad de practicar una ingeniería social que frecuentemente lleva asociada algún tipo de crimen a gran escala... La consecuencia de ese nihilismo del idealista le conduce a forzar con violencia a este mundo imperfecto que jamás se quiere adaptar a al plano de esa solución ideal que ha concebido en su cabeza. O de otra forma por, afán de justicia se cae en lo contrario de lo que se persigue. Nadie querría vivir en la Republica de Platón por mucho que no cueste concederle buenas intenciones. Que el bien ideal puede conducir al mal lo muestra con claridad el caso de Robespierre, el incorruptible, hombre de moralidad irreprochable que cuenta con el dudoso honor de haber inventado el régimen del terror en pos de implantar los ideales de la Revolución. Por contra hay otra forma de nihilismo que corre en paralelo y es la de los que sin ningún tipo de idealismo actúan de mala fe escudándose en ideales con análogas consecuencias.
Bien, aquí llegamos a lo que es la paradoja de la política como praxis buscada y nunca del todo lograda. Por una parte, la política surge del fracaso organizativo de todas las sociedades humanas… si cualquiera de los sistemas de convivencia que se han dado hubiese funcionado, no se hubiese hecho necesaria una reflexión sobre los mismos. Es decir el punto de partida del pensamiento político es una realidad social que debe ser cambiada y debe serlo alcanzando una cierta eficacia que corrija o minimice errores e injusticias. Ese imperativo del cambio supone un grado de violencia hacia lo existente, pues el pensar otra realidad es poner un ideal por encima de lo que hay, violentándolo aunque tan solo sea en pensamiento. Y sin embargo si queremos ser políticos, es decir buscar la mejor forma de vivir juntos no es posible renunciar al deseo de eliminar del mundo aquellos aspectos que nos parecen injustos y no quedarse en el deseo sino lograr cumplirlo.
Una vez esbozados los dos límites de la política como praxis, paso a intentar formular lo que creo es el gran problema político al que nos enfrentamos hoy en día. La ilustración nos deja como legado la idea de humanidad, el universal de los hombres, sujeto de un proceso de progresiva emancipación cuyo cumplimiento corre proporcional a la implantación de la razón una y universal. En nombre de este proyecto de ilustración los pensamientos utópicos del siglo veinte desencadenaron guerras y carnicerías a una escala inédita. Todos aprendimos la moraleja: la razón no es una, el intento de reducir la multiplicidad de razones a la unidad no es un programa viable y además lleva necesariamente al crimen. Del convencimiento de que no era posible implantar una sola visión parcial del mundo sin causar daño a las otras partes hemos llegado a revindicar la pluralidad como valor máximo de nuestra forma de ver el mundo. Así evitamos caer en esos errores, pero al precio de hacer muy difícil la solución del mayor problema que suscitan los tiempos que corren… a saber, como nos arreglaremos para que las diferencias convivan, cuales serian los puntos de acuerdo para que las diversidades puedan seguir siendo plurales sin ser subsumidas por un centralismo siempre violento y como evitar que su carácter heterogéneo las lleve al enfrentamiento. De repente una categoría demodé vuelve a demostrarse crucial. En un momento en que los problemas de la especie humana cada vez van demostrando tener una escala planetaria, entender el mundo como una comunidad de comunidades que debe gestionar sus diferencias, se suscita a mí entender como la cuestión mayor.
En resumen, la deconstrucción de los lenguajes del poder que se legitiman a si mismos como justos es un momento indispensable del pensamiento político, sin embargo al pensamiento le queda pendiente establecer una agenda política positiva que nos proporcione una solución.
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