por ANDRÉS MARTÍNEZ – “El Faro Crítico”
Aunque se ha dicho que la historia acabó y con ella las discusiones acerca del mejor modo de guiar nuestros destinos colectivamente, el momento que atravesamos demuestra como tal supuest ocierre de las opciones políticas ha resultado un falso fin. El sacrificio impuesto por los dioses del comercio y de la guerra de tener que vivir al borde de nuestras fuerzas y de las de la naturaleza cada vez más exhausta, no nos ha hecho ni mejores ni mas felices sino que ni siquiera ha servido para preservar un estatus quo que a la mayoría no nos (1) ha beneficiado... O de otra forma, veinte años de retrocesos sociales que han seguido el patrón recurrente de 'renunciad a un poco para no perderlo todo' solo han conducido al temido final que se quería evitar. Pues bien, el mundo posthistórico no ha sido tan bueno como para sufrir por que se acabe. Nos vuelven a amenazar, esta vez con la crisis. Tiene un regusto a 'deja vu'. Deberíamos reconocer al hombre del saco. En todo caso crisis, es una vieja palabra que viene del griego y significa aproximadamente cambio. Cambiar, cuando no se disfruta de una posición halagüeña es de sentido común.
Si política es la continuación de la ética por otros medios, la reflexión sobre la mejor forma de habitar juntos de tal modo que cada uno pueda disfrutar de la mayor cantidad de libertad para hacer lo que quiera o pueda con su vida, no parece que en actual reino de la falsa necesidad dictada por la economía de la imagen vaya encaminada a satisfacer esta aspiración. Siguen algunas reflexiones entorno a la crisis.
En primer lugar, como comentario muy genérico, me gustaría señalar la necesidad de una inversión de un valor dominante que lo impregna absolutamente todo a nuestro alrededor. Me refiero a la completa subordinación que sufrimos al dios del comercio o su versión cientifista, la economía (2). Es un tópico, pero con algunos ejemplos se puede ver hasta que punto lo han interiorizado los individuos. Hoy en día no es difícil encontrarse con gente que justifica el haber sido despedida, pues 'que otra cosa se podía hacer si la empresa no era rentable; yo, en su lugar, hubiese hecho lo mismo'. O como se nos ha olvidado que el termino reciclaje significaba en origen 'someter un material usado a un proceso para que se pueda volver a utilizar'. Su uso se amplio a los hombres y hoy todos estamos deseando que nos concedan semejante tratamiento. Los ejemplos se podrían multiplicar, pero estos de arriba son suficientes para dejar claro que nosotros como individuos no contamos, lo importante es el mercado y ya se sabe que el precio de una mercancía demasiado abundante tiende a la perder valor. Si la devaluación de la pieza de humano es un hecho, la novedad viene de haber interiorizado nuestro rol de mercancías y reconocer nuestra baja cotización. Cuando alguien se valora en tan poco como valorará a los demás.
Que hay que esforzarse por no convertirse en desperdicio no reciclable es algo que esta en nuestras conciencias de forma más o menos consciente. La precariedad creciente dota de verosimilitud a las amenazas con una consecuencia inmediata: el miedo. Claro que esta solo es la parte del palo. La de la zanahoria es hacernos sentir afortunados por defecto, función que satisfacen cumplidamente los medios de comunicación con el continuo bombardeo de noticias sobre los que son más desgraciados que nosotros. El resultado es una mezcla ambivalente de sentimiento de alivio por no estar a merced de los leones y de culpa difusa (normalmente no reconocida en voz alta) por preferir asegurar nuestro nicho en el edificio social que actuar con una mínima empatía hacia los desgraciados. Lógicamente el intento de los excluidos por escapar del tercer mundo nos resulta amenazante pues sabemos (por regla general tampoco se reconoce) que aquí no hay espacio para todos. Esta situación ha desembocado en la bunkerizacion de nuestro mundo. Vivimos bajo el signo del miedo en ciudades donde las vallas y los guardias de seguridad proliferan por doquier y en países que parecen una especie de campo de concentración invertido al modo de los resorts turísticos del tercer mundo o las lujosas urbanizaciones fortificadas para dejar fuera a los de estatus inferior que no sean necesarios para la hostelería o cualquierotra ocupación ínfima. Es un parque temático de la democracia o gran supermercado exclusivo que solo deja entrar a los saldos de mano de obra en función de las necesidades de la producción.
Con todo, los habitantes del mundo occidental que disfrutamos de los privilegios del desarrollo,de los derechos humanos y de las ventajas de la sociedad libre estamos demostrando tal desidia hacia nuestros propios intereses políticos, tal susceptibilidad a los dispositivos de sugestión de los diversos poderes reales que es dable pensar que dicha situación no sea irreversible. La democracia de los que son impotentes para asumir la responsabilidad de gobernarse a si mismos puede ser abolida en cualquier momento, aunque de momento se conformen con ir recortando derechos.
Cabe ahora intentar la descripción del sujeto (aunque sería más apropiado llamarle objeto) de tales presiones. Frente al protagonista de los sueños de emancipación de la Edad Ilustrada, un idealista que en pos de su proyecto podía caer en la criminalidad, nuestro momento se caracteriza, creo, por un sujeto eternamente adolescente, en permanente proyecto, que, auscultando su narcisismo, vive pendiente de los suministros de complementos para completar su personalidad nunca acabada. Elperfecto reverso de la sabiduría del limite del oráculo griego: un juego que consiste en hurtarse a si mismo la autonomía, pues se juega a no decidirse a ser completo jamás. El individuo en tal situación queda escindido entre su imagen, superficie neta proyectada a los otros y abismado en la inmadurez de su pura virtualidad. Se renuncia a una biografía real por infinitas imaginarias solo esbozadas. No se envejece, ni se fracasa pues siempre hay un nuevo principio. De esa forma se asemeja al dios platónico que es absoluta potencia (3) y se convierte en material maleable, entusiasta consumidor de novedades, para un mercado en incesante ampliación.
Aquí llego a la parte fundamental de lo que considero el corazón de la ideología dominante. GuyDebord en su ‘Sociedad del espectáculo’, expuso como la circulación de imágenes se había convertido ya en los cincuenta en la esfera autónoma dominante que se infiltraba hasta el centro de todos los campos de la cultura, transformando su naturaleza. Pero siendo la cultura el modo que tenemos de representar la realidad, cuando se dice que la imagen ha alterado su constitución, quiere decirse que por exceso de dispositivos de observación el mundo se ha volatilizado, hasta el punto de contaminar las propias disciplinas académicas (nuestros modos de producción de conocimiento), la vida publica, nuestra personalidad e incluso las relaciones intimas que, por contagio, se han vuelto pura superficie, apariencia. El aspecto externo como alma de nuestro mundo maquillando cualquier atisbo de verdad. Solo queda la simulación, y sin embargo los acontecimientos siguen ocurriendo... pues nuestra titánica movilización de fuerzas para mantener el decorado en funcionamiento conlleva un gasto de recursos proporcionalmente formidable.
Para el hombre como individuo tal situación de infantilización tiene sus ventajas. Los aspectos trágicos de la vida, el miedo a la enfermedad, la muerte, el envejecimiento, el error, son expulsados a los márgenes de nuestro parque de atracciones blindado. El tono general es de comedia. Se confía de forma optimista en que los nuevos avances serán capaces de solucionar todos nuestros problemas. Sin embargo el dolor aplazado vuelve y recobra sus derechos con intereses como muestra el incremento del número de casos de dolencias psíquicas. La inevitable confrontación con las trágicas realidades que conforman los limites de nuestro ser y la incapacidad, determinada por la cultura dominante, de afrontarlas llevan a los individuos a la locura. Es el precio de una felicidad soñada al margen de los dolores de la vida. De igual modo, una economía de la ficción, que ha soñado con un crecimiento ilimitado, se encuentra con que ha desperdiciado sus recursos en una dirección equivocada.
En tal estado de la cultura, que algunos llaman postmodernidad, se da un cumplimiento paradójico de los proyectos ilustrados: una democracia que va camino de ser universal y en la realización de su universalidad deja de ser democrática, quedando reducida sus aspectos más externos puesto que no hay verdaderas alternativas contrastadas entre las que elegir; o la aspiración de las vanguardias artísticas a que el arte deje de ser el domingo del trabajo, para que se generalice la estetización de todos los aspectos de nuestra vida, haciéndonos cada vez más vulnerables al influjo de la publicidad; o la teórica ubicuidad de los derechos humanos, más lejanos cuanto más se habla de ellos; o el simple hecho de que en el primer mundo se ha acabado con el hambre al precio de dejar de comer verdadera comida; o las nuevas formas de analfabetismo, ahora que la educación se ha generalizado a todos los sectores sociales... la realización del programa emancipatorio de la Ilustración se ha materializado como caricatura.
Los engranajes de la maquinaria social han girado a toda velocidad para preservar lo superfluo y mantener la alucinación de bienestar, consumiéndonos y consumiendo nuestro entorno. Pero tal situación no es estática. Hay unas condiciones materiales que las culturas deben respetar. Si no lo hacen desaparecen, como muchas han desaparecido en el curso de la historia. Los medios han sido capaces de enmascarar buena parte de estas contradicciones durante mucho tiempo y proporcionar esa brillante pero vacía apariencia de prosperidad.
Y ahora que el castillo de naipes se cae no hay alternativas en reserva. Desde los veinte años que hace que derribaron el Muro y se acabo la historia, se perdió la higiénica costumbre de debatir con otras alternativas ideológicas... esta carencia puede haber resultado cómoda para los beneficiarios del sistema dominante pero tiene un precio: ahora que la formula no funciona, la costumbre de pensar esta atrofiada. De los políticos cómplices no cabe esperar más que intenten reeditar lo que ya teníamos. En pocos días procederán a la refundación del capitalismo y dudo que de allí salgan soluciones geniales.Falta por ver cuan profunda es la crisis y que saldrá de este vacío de poder. Dos posibilidades inquietantes nos acechan. Por una parte el resurgir de fascismo, salida fácil que, a favor de losverdaderos responsables que quedaran indemnes, aprovecha la pereza mental de la gente y se limita a señalar a un culpable sobre el que se descarga la ira y el miedo generados. O una nueva fase del capitalismo en el que los pequeños capitales que no sean capaces de resistir la depresión serán asimilados por los más fuertes provocando una polarización aún mayor del poder económico.
Quedan todas las otras opciones pero es nuestra tarea pensarlas y ponerlas en obra.
1) Nosotros: clase media del mundo desarrollado (no necesariamente habitantes de lo que se llamaOccidente, hay especímenes en el tercer mundo). Entre nosotros y una situación verdaderamenteapurada solo nos separa un puesto de trabajo. Hace cien años hubiésemos sido proletarios. Gozamosde algunas chucherías que nos proporcionan una cierta ilusión de lujo (merced del señor Henry Ford)y de un difuso sentimiento de culpa por sabernos privilegiados. No habría que dejarse llevar aengaño.
2) Sin animo de apuntar hacia nadie: deberíamos execrar como es debido una ciencia tan grande,exacta, útil y a la que la humanidad le debe tantos favores.
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