Por Antonio Hernández Samaniego -”El Faro Crítico”
Parece que estemos obligados a buscar una definición que se ajuste a los fenómenos que pasan ante nuestros ojos y que emiten a diario los medios de comunicación, mientras permanecemos boquiabiertos ante el espectáculo que estamos padeciendo estos últimos meses. Aunque, ya con anterioridad, percibíamos que esto no marchaba bien, dada la acumulación de causas de extrema gravedad que se dejaban sin resolver y que de alguna manera íbamos interiorizando, no sin una cierta impotencia.
Bien, esta definición en sus distintas acepciones: crisis económica, colapso del modelo, ruptura, etc., lo que nos da a entender es un cambio de tendencia, cuyo origen viene determinado por las sacudidas sísmicas de la economía de las décadas de los años 70, 80 y 90, que nos ha abocado a la situación de colapso financiero, en que nos encontramos a comienzos del siglo XXI.
La teoría del caos, como predicción en la evolución de un proceso, en el que un pequeño cambio en las condiciones iniciales puede cambiar drásticamente el comportamiento a largo plazo de un sistema, y cuando cada cambio particular es aleatorio e impredecible, pero la secuencia de los cambios es independiente de la escala, pues bien, esta teoría se ha cumplido tanto en los países del socialismo real, como en los países del capitalismo neoliberal, modelos ambos que daban prioridad a los temas económicos, en detrimento de otros aspectos que se han ido reclamando a lo largo de todo el siglo XX, desde distintos ámbitos socioculturales, por lo general minoritarios. Aspectos, todos ellos, de una intensidad emocional creciente en la población, como las hambrunas en gran parte de la humanidad, los conflictos armados con sus catastróficas consecuencias, o el deterioro medioambiental progresivamente generalizado en el planeta.
Estos acontecimientos que se han convertido en cotidianos, hacen que se tambaleen nuestras esperanzas de una humanidad en paz y en un entorno natural digno.
El deterioro de los aspectos anteriormente considerados, invalida completamente la vieja concepción del tiempo lineal que desde la Ilustración venía siendo aceptada en los países occidentales, por la que se interpretaba la evolución de las culturas como un progreso indefinido, desde la barbarie primitiva hasta alcanzar una sociedad en la que el individuo fuese libre, con la ayuda de la razón y la ciencia.
Esta versión optimista que desde Platón contempla este desarrollo, en la creencia de una historia con un avance continuo en todos los sentidos, incluso en el político, se contrapone con otra versión, igualmente optimista,representada por el mito del eterno retorno por el cual, cuando una civilización llega a su máximo desarrollo y entra en decadencia, se vuelve nuevamente a una situación primigenia, en la que se reinicia el proceso humano desde una simplicidad próxima al estado de naturaleza, reconstruyéndose así una nueva sociedad.
En este desarrollo, se plantean las posturas enfrentadas y que como modelo simplificado nos pueden servir las de Rousseau para el que la civilización no produce un aumento de la felicidad y que la educación destruye la bondad, representada por la infancia de la humanidad, frente a la de Voltaire y Los Enciclopedistas que consideran que el avance continuo de la Razón dará al hombre la libertad y la plena felicidad.
A poco que reflexionemos sobre la encrucijada actual, comprenderemos que ninguna de las dos opciones nos dan una respuesta ni nos son de gran utilidad, tanto la de un tiempo lineal, con un desarrollo ininterrumpido, como la de una vuelta más en el eterno retorno.
Con frecuencia, en las conversaciones en las que se analiza la situación en que nos encontramos, se emiten mensajes de incertidumbre y desesperanza, un no saber que hacer ni qué es lo que nos espera, que terminan degenerando en una angustia por el miedo a lo desconocido. Esta situación, a su vez, provoca una parálisis que nos deja incapacitados para pensar y actuar con una cierta lógica, acabando por hacerse propuestas precipitadas y en ocasiones irrealizables.
Sería conveniente ante esta coyuntura, una aproximación y una mirada crítica a la historia (¿mito del eterno retorno?) que nos permita analizar y comprender lo ocurrido en épocas anteriores y si algunos aspectos que encontremos en ella son extrapolables a la situación actual, que es en definitiva uno de los recursos que nos permite el análisis histórico. Analizar qué situaciones se han repetido, sus aspectos comunes y su aportación a los tiempos presentes.
Así, a lo largo del desarrollo de la Civilización Occidental (la nuestra) se han producido varios saltos, en los cuales tras una etapa de crisis, más o menos dilatada, los grupos humanos se han reorganizado no partiendo de cero, sino con el apoyo de determinadas estructuras sociales de la etapa precedente. Por ejemplo, así ocurrió en el paso del modelo de la Grecia antigua al modelo imperial de Roma, por la que ésta última apoyándose en la cultura y en las artes griegas, mucho más avanzadas, fue adaptando progresivamente una legislación sin precedentes y cuya aplicación llega hasta nuestros días. Posteriormente con la decadencia del Imperio romano, se incorpora en Europa occidental el nuevo modelo de los llamados pueblos bárbaros que intentaron repetir el modo imperial anterior con Carlomagno (Imperio Carolingio) y los Otón (Imperio Germano-cristiano) ambos con un nuevo paradigma que constituyó el eje central de la civilización medieval, el cristianismo. A su vez, la sociedad feudal así originada cedió el paso en la Época Moderna a las Monarquías absolutas dando lugar a los estados europeos que conocemos en la actualidad.
Siguiendo a Bossuet, para quien la verdadera esencia de la historia consiste “en descubrir en cada época las tendencias ocultas que han franqueado el paso a los grandes cambios y a las importantes combinaciones de circunstancias que los producen”, podemos observar que hay importantes acontecimientos que se repiten con una cierta regularidad, como son la tendencia al gigantismo de las estructuras sociales, por la que se construyen grandes imperios de difícil gobernación, y a lo que ningún gobierno de los países hegemónicos está dispuesto a prescindir y que en parte es causa de su posterior decadencia. Esto tiene lugar al mismo tiempo que se produce una atomización en los nuevos poderes emergentes, acompañados de un nuevo paradigma que ayude al aglutinamiento y hermanamiento de los individuos de la nueva sociedad.
Así considerada la historia, ésta sería un proceso por medio del cual el hombre construye instituciones, emite leyes y desarrolla costumbres, lenguajes y artes que se renuevan periódicamente a lo largo de la vida de esa sociedad..
De las variadas aportaciones que este análisis histórico simplificado nos permite introducir, en las reflexiones sobre la situación actual, me interesan destacar:
En primer lugar la duración de la etapa de decadencia, provocada por la resistencia del propio sistema al cambio y que puede prolongarse durante décadas. Y aunque la aceleración histórica nos dice que los fenómenos actuales se producen con mayor rapidez que en el pasado, conviene tener en cuenta que en épocas anteriores, estos cambios se producían en centenares de años. Consecuencia de esta prolongada duración es que son varias las generaciones de ciudadanos que van a verse involucradas en este proceso y por tanto limita a que las propuestas iniciales que se hagan sean muy generales y puedan ser admitidas por una gran parte de la población, cualquiera que sea su origen y situación, y por ello han de tener un valor universal. Además de que puedan estar en vigor durante un tiempo dilatado, sin que por ello pierdan ni queden diluidas sus intenciones. Que no sean propuestas de “quita y pon” y que puedan servir no solo para una generación sino también para las siguientes.
A su vez, al ser un fenómeno dilatado en el tiempo y de gran complejidad no requiere por ello una solución inmediata y precipitada. Este aplazamiento nos debe ayudar a disminuir la ansiedad que está provocando la búsqueda de respuestas a la crisis, como si pudiésemos resolverlas ahora mismo.
También, esta dilatación en el tiempo, nos permite observar la situación con un cierto distanciamiento, como un fenómeno que se está produciendo en un laboratorio, y que no tiene unas consecuencias inmediatas en el observador. Esta postura generaría un cierto relativismo que permitiría un análisis más reposado y por tanto con mayores garantías de su utilidad en un futuro, diferenciando a corto, medio y largo plazo, y en las que a su vez las generaciones venideras deberían aportar sus nuevas opciones y hacer las modificaciones oportunas.
En segundo lugar están los fenómenos de la dispersión de los intereses de la población y la atomización de las estructuras de poder. Se observa que en situaciones anteriores, a lo largo de las grandes crisis, al dejar de actuar el paradigma, o conjunto de creencias que mantenía unida a la población en un proyecto común, se desarrollan fuerzas centrífugas, como la tendencia al individualismo y la búsqueda de soluciones particulares. Son épocas de gran confusión, de aparición de sectas, propuestas mágicas que atraen a una parte de los ciudadanos, los más desprotegidos física e intelectualmente. La necesidad de paliar esta dispersión vuelve a incidir en que las propuestas a presentar en un primer momento deban ser muy generales y asumibles por casi todo el mundo.
Por otra parte, la atomización de las estructuras de poder puede originar una multiplicidad de polos emergentes, rompiendo la tendencia del estado anterior de modelo único. La confederación futura de estos nuevos núcleos de poder estarían obligados a enfrentarse a la solución de los problemas repartidos por todo el mundo.
Los conceptos y nociones desarrollados por la teoría del caos, proporcionan herramientas que pueden contribuir a entender procesos complejos, desordenados y caóticos desde los que posiblemente emerge ya un nuevo orden, impredecible e incierto. En medio de la crítica y el derrumbe de los grandes paradigmas, surge la perspectiva del caos como una alternativa ordenadora que realimenta la imaginación sociológica y política.
En tercer lugar está el nacimiento de un nuevo paradigma, con el que se iniciará la recuperación de las nuevas estructuras sociales y el nuevo modelo de civilización. En este aspecto, y aunque en esta fase intervendrán más activamente las generaciones futuras, hemos de tener en cuenta que las raíces habrán de ser implantadas en los primeros momentos, de ahí la importancia de un análisis lo más adecuado y certero posible. Por otra parte, atendiendo al contenido del paradigma, no hemos de olvidar que es creador de ideologías que se prolongaran en el tiempo (como es el caso del cristianismo en la Edad Media) y que en algunas situaciones también pueden crear monstruos (como las Monarquías absolutas en la Edad Moderna o los estados totalitarios en la Contemporánea) Por tanto se ha ser muy riguroso en las propuestas, evitando además de lo anteriormente citado, las tendencias de exclusión del otro, etc.
De todo lo anteriormente expuesto me gustaría que lográsemos sacar la conclusión de que como reza el título de este artículo “La crisis como oportunidad de cambio” nos alejemos de los aspectos negativos a los que nos han conducido los primeros momentos de la crisis, para aproximarnos con mayor intensidad a aquellos temas que van a ser necesario abordar para la nueva situación, sin prisas ni precipitaciones, sino con la tranquilidad y reflexión necesarias, puesto que no estaremos solos en este proceso que se desarrollará a lo largo de varias generaciones y a escala planetaria.
Lo que si es urgente es el posicionamiento político para evitar que la “democracia evolucione hacia el totalitarismo de la indiferencia” como indica J. Ramoneda en “La era de la inocencia” (El Pais 4-01-09)
Parece que estemos obligados a buscar una definición que se ajuste a los fenómenos que pasan ante nuestros ojos y que emiten a diario los medios de comunicación, mientras permanecemos boquiabiertos ante el espectáculo que estamos padeciendo estos últimos meses. Aunque, ya con anterioridad, percibíamos que esto no marchaba bien, dada la acumulación de causas de extrema gravedad que se dejaban sin resolver y que de alguna manera íbamos interiorizando, no sin una cierta impotencia.
Bien, esta definición en sus distintas acepciones: crisis económica, colapso del modelo, ruptura, etc., lo que nos da a entender es un cambio de tendencia, cuyo origen viene determinado por las sacudidas sísmicas de la economía de las décadas de los años 70, 80 y 90, que nos ha abocado a la situación de colapso financiero, en que nos encontramos a comienzos del siglo XXI.
La teoría del caos, como predicción en la evolución de un proceso, en el que un pequeño cambio en las condiciones iniciales puede cambiar drásticamente el comportamiento a largo plazo de un sistema, y cuando cada cambio particular es aleatorio e impredecible, pero la secuencia de los cambios es independiente de la escala, pues bien, esta teoría se ha cumplido tanto en los países del socialismo real, como en los países del capitalismo neoliberal, modelos ambos que daban prioridad a los temas económicos, en detrimento de otros aspectos que se han ido reclamando a lo largo de todo el siglo XX, desde distintos ámbitos socioculturales, por lo general minoritarios. Aspectos, todos ellos, de una intensidad emocional creciente en la población, como las hambrunas en gran parte de la humanidad, los conflictos armados con sus catastróficas consecuencias, o el deterioro medioambiental progresivamente generalizado en el planeta.
Estos acontecimientos que se han convertido en cotidianos, hacen que se tambaleen nuestras esperanzas de una humanidad en paz y en un entorno natural digno.
El deterioro de los aspectos anteriormente considerados, invalida completamente la vieja concepción del tiempo lineal que desde la Ilustración venía siendo aceptada en los países occidentales, por la que se interpretaba la evolución de las culturas como un progreso indefinido, desde la barbarie primitiva hasta alcanzar una sociedad en la que el individuo fuese libre, con la ayuda de la razón y la ciencia.
Esta versión optimista que desde Platón contempla este desarrollo, en la creencia de una historia con un avance continuo en todos los sentidos, incluso en el político, se contrapone con otra versión, igualmente optimista,representada por el mito del eterno retorno por el cual, cuando una civilización llega a su máximo desarrollo y entra en decadencia, se vuelve nuevamente a una situación primigenia, en la que se reinicia el proceso humano desde una simplicidad próxima al estado de naturaleza, reconstruyéndose así una nueva sociedad.
En este desarrollo, se plantean las posturas enfrentadas y que como modelo simplificado nos pueden servir las de Rousseau para el que la civilización no produce un aumento de la felicidad y que la educación destruye la bondad, representada por la infancia de la humanidad, frente a la de Voltaire y Los Enciclopedistas que consideran que el avance continuo de la Razón dará al hombre la libertad y la plena felicidad.
A poco que reflexionemos sobre la encrucijada actual, comprenderemos que ninguna de las dos opciones nos dan una respuesta ni nos son de gran utilidad, tanto la de un tiempo lineal, con un desarrollo ininterrumpido, como la de una vuelta más en el eterno retorno.
Con frecuencia, en las conversaciones en las que se analiza la situación en que nos encontramos, se emiten mensajes de incertidumbre y desesperanza, un no saber que hacer ni qué es lo que nos espera, que terminan degenerando en una angustia por el miedo a lo desconocido. Esta situación, a su vez, provoca una parálisis que nos deja incapacitados para pensar y actuar con una cierta lógica, acabando por hacerse propuestas precipitadas y en ocasiones irrealizables.
Sería conveniente ante esta coyuntura, una aproximación y una mirada crítica a la historia (¿mito del eterno retorno?) que nos permita analizar y comprender lo ocurrido en épocas anteriores y si algunos aspectos que encontremos en ella son extrapolables a la situación actual, que es en definitiva uno de los recursos que nos permite el análisis histórico. Analizar qué situaciones se han repetido, sus aspectos comunes y su aportación a los tiempos presentes.
Así, a lo largo del desarrollo de la Civilización Occidental (la nuestra) se han producido varios saltos, en los cuales tras una etapa de crisis, más o menos dilatada, los grupos humanos se han reorganizado no partiendo de cero, sino con el apoyo de determinadas estructuras sociales de la etapa precedente. Por ejemplo, así ocurrió en el paso del modelo de la Grecia antigua al modelo imperial de Roma, por la que ésta última apoyándose en la cultura y en las artes griegas, mucho más avanzadas, fue adaptando progresivamente una legislación sin precedentes y cuya aplicación llega hasta nuestros días. Posteriormente con la decadencia del Imperio romano, se incorpora en Europa occidental el nuevo modelo de los llamados pueblos bárbaros que intentaron repetir el modo imperial anterior con Carlomagno (Imperio Carolingio) y los Otón (Imperio Germano-cristiano) ambos con un nuevo paradigma que constituyó el eje central de la civilización medieval, el cristianismo. A su vez, la sociedad feudal así originada cedió el paso en la Época Moderna a las Monarquías absolutas dando lugar a los estados europeos que conocemos en la actualidad.
Siguiendo a Bossuet, para quien la verdadera esencia de la historia consiste “en descubrir en cada época las tendencias ocultas que han franqueado el paso a los grandes cambios y a las importantes combinaciones de circunstancias que los producen”, podemos observar que hay importantes acontecimientos que se repiten con una cierta regularidad, como son la tendencia al gigantismo de las estructuras sociales, por la que se construyen grandes imperios de difícil gobernación, y a lo que ningún gobierno de los países hegemónicos está dispuesto a prescindir y que en parte es causa de su posterior decadencia. Esto tiene lugar al mismo tiempo que se produce una atomización en los nuevos poderes emergentes, acompañados de un nuevo paradigma que ayude al aglutinamiento y hermanamiento de los individuos de la nueva sociedad.
Así considerada la historia, ésta sería un proceso por medio del cual el hombre construye instituciones, emite leyes y desarrolla costumbres, lenguajes y artes que se renuevan periódicamente a lo largo de la vida de esa sociedad..
De las variadas aportaciones que este análisis histórico simplificado nos permite introducir, en las reflexiones sobre la situación actual, me interesan destacar:
En primer lugar la duración de la etapa de decadencia, provocada por la resistencia del propio sistema al cambio y que puede prolongarse durante décadas. Y aunque la aceleración histórica nos dice que los fenómenos actuales se producen con mayor rapidez que en el pasado, conviene tener en cuenta que en épocas anteriores, estos cambios se producían en centenares de años. Consecuencia de esta prolongada duración es que son varias las generaciones de ciudadanos que van a verse involucradas en este proceso y por tanto limita a que las propuestas iniciales que se hagan sean muy generales y puedan ser admitidas por una gran parte de la población, cualquiera que sea su origen y situación, y por ello han de tener un valor universal. Además de que puedan estar en vigor durante un tiempo dilatado, sin que por ello pierdan ni queden diluidas sus intenciones. Que no sean propuestas de “quita y pon” y que puedan servir no solo para una generación sino también para las siguientes.
A su vez, al ser un fenómeno dilatado en el tiempo y de gran complejidad no requiere por ello una solución inmediata y precipitada. Este aplazamiento nos debe ayudar a disminuir la ansiedad que está provocando la búsqueda de respuestas a la crisis, como si pudiésemos resolverlas ahora mismo.
También, esta dilatación en el tiempo, nos permite observar la situación con un cierto distanciamiento, como un fenómeno que se está produciendo en un laboratorio, y que no tiene unas consecuencias inmediatas en el observador. Esta postura generaría un cierto relativismo que permitiría un análisis más reposado y por tanto con mayores garantías de su utilidad en un futuro, diferenciando a corto, medio y largo plazo, y en las que a su vez las generaciones venideras deberían aportar sus nuevas opciones y hacer las modificaciones oportunas.
En segundo lugar están los fenómenos de la dispersión de los intereses de la población y la atomización de las estructuras de poder. Se observa que en situaciones anteriores, a lo largo de las grandes crisis, al dejar de actuar el paradigma, o conjunto de creencias que mantenía unida a la población en un proyecto común, se desarrollan fuerzas centrífugas, como la tendencia al individualismo y la búsqueda de soluciones particulares. Son épocas de gran confusión, de aparición de sectas, propuestas mágicas que atraen a una parte de los ciudadanos, los más desprotegidos física e intelectualmente. La necesidad de paliar esta dispersión vuelve a incidir en que las propuestas a presentar en un primer momento deban ser muy generales y asumibles por casi todo el mundo.
Por otra parte, la atomización de las estructuras de poder puede originar una multiplicidad de polos emergentes, rompiendo la tendencia del estado anterior de modelo único. La confederación futura de estos nuevos núcleos de poder estarían obligados a enfrentarse a la solución de los problemas repartidos por todo el mundo.
Los conceptos y nociones desarrollados por la teoría del caos, proporcionan herramientas que pueden contribuir a entender procesos complejos, desordenados y caóticos desde los que posiblemente emerge ya un nuevo orden, impredecible e incierto. En medio de la crítica y el derrumbe de los grandes paradigmas, surge la perspectiva del caos como una alternativa ordenadora que realimenta la imaginación sociológica y política.
En tercer lugar está el nacimiento de un nuevo paradigma, con el que se iniciará la recuperación de las nuevas estructuras sociales y el nuevo modelo de civilización. En este aspecto, y aunque en esta fase intervendrán más activamente las generaciones futuras, hemos de tener en cuenta que las raíces habrán de ser implantadas en los primeros momentos, de ahí la importancia de un análisis lo más adecuado y certero posible. Por otra parte, atendiendo al contenido del paradigma, no hemos de olvidar que es creador de ideologías que se prolongaran en el tiempo (como es el caso del cristianismo en la Edad Media) y que en algunas situaciones también pueden crear monstruos (como las Monarquías absolutas en la Edad Moderna o los estados totalitarios en la Contemporánea) Por tanto se ha ser muy riguroso en las propuestas, evitando además de lo anteriormente citado, las tendencias de exclusión del otro, etc.
De todo lo anteriormente expuesto me gustaría que lográsemos sacar la conclusión de que como reza el título de este artículo “La crisis como oportunidad de cambio” nos alejemos de los aspectos negativos a los que nos han conducido los primeros momentos de la crisis, para aproximarnos con mayor intensidad a aquellos temas que van a ser necesario abordar para la nueva situación, sin prisas ni precipitaciones, sino con la tranquilidad y reflexión necesarias, puesto que no estaremos solos en este proceso que se desarrollará a lo largo de varias generaciones y a escala planetaria.
Lo que si es urgente es el posicionamiento político para evitar que la “democracia evolucione hacia el totalitarismo de la indiferencia” como indica J. Ramoneda en “La era de la inocencia” (El Pais 4-01-09)
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