por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico

Uno que quiere ver y no ser visto
tendería, una vez hallado el modo de ocluir las bocas abiertas de su cuerpo por
las que podría salir luz, a esperar erguido de pie, la altura es básica para el
espionaje, y esconderse en una superficie recortada de mínima apertura espacial
y bajo contraste, un punto pardo, en el que disponer de un enorme campo angular
sobre el que recibir información del exterior del agujero sin que la información
revelase nada y, sobretodo, pues esto es lo que a ese uno le importaba, que no
se revelara nada de él, es decir, que lo diferencial de ese punto fuese el que,
desde allí, no se le revelaba a él ni a él se le revelaba nada sin que esto
entrara en incompatibilidad con que lo que pretendiera en todo momento ese uno
es ser uno y querer ver y no ser visto. La asimilación de ver a un sentido
sensible y de ese sentido al de la vista no hacía sino permitir que localizara
el mismo, el sentido, en un área particular de su cuerpo y con que, en vista de
ello, considerase que una gafa de sol muy oscura podría facilitar el
reconocimiento ajeno y dificultase el propio para otros. Si los ojos son el
espejo del alma y el que haya ojos requiere al menos que haya unos ojos que ven
y otros que son vistos no obstando esto para que el que ve sea visto a la vez y
viceversa, es decir, si son cuatro, ¿cuántas almas tendré?, ¿y cuántos espejos
necesitaré para animar y sacar a aquellos ojos de detrás de la gafa de sol que
supone una cuenca ocular deprimida? Cuando ojos se dice realmente en plural,
los tuyos y los míos, la línea media de conexión visual recorre tan poco
espacio, constancia de la ausencia de parpadeos disimulantes hallados en el
lugar de encuentro, que la línea estalla sin hincharse ni fragmentarse y uno,
todavía siendo uno, ya no evita que tú, que él, que ella, que yo, osea,
nosotros, seamos ya oscuros ya contables, ya, en definitiva, brillantes
unitariamente.
Pero
Amadeo huía, quería ver y no ser visto y, por ello, la cloaca subterránea de
una gran ciudad hubiera sido buen lugar si ésta fuera cloaca y si que estuviera
debajo de la tierra significase algo más que un posicionamiento respecto a un
plano sobre el que camina gente. Ciertamente en la cloaca en la que estuvo los
tres días también caminaba gente, había una acera y desodorantes con olor a
flores silvestres se activaban cada poco tiempo, pero, y fue por ello por lo
que él tampoco pudo dejar de caminar durante los siete días, el exceso de
pulcritud, las casas de lujo y los escaparates de vidrio muy transparente le
hacían sentirse obligado, asunto terrible dada su situación, a observar todos
los detalles ofrecidos a través del escaparate y no exclusivamente los
seleccionados por él. La pregunta de a dónde iba la basura recogida de la
cloaca, si a otra cloaca y, entonces, si aquella otra cloaca estaba ya más
indisponible para el tránsito rodado de los caminantes haciéndose así más
deseable para él, fue algo que dejó de preguntarse cuando recordó los recientes
descubrimientos que, además de permitir que inexorablemente hubiese más y más
descubrimientos, abrían la posibilidad de transformación a nivel sub-atómico,
rindiendo ello enormes cantidades de energía, de excrementos humanos en comida
para jilgueros.
De
los siete días que Amadeo anduvo por aquella cloaca, los dos primeros los pasó
temiendo, entre recuerdos de la captura de Trebor, ser descubierto de nuevo por
la policía o que su cara apareciera en un brick de leche de higo
des-acidificada y enriquecida con proteínas de vaca adulta inoculadas en el
momento de la floración justo antes del, debido al desplazamiento y
acortamiento de los ciclos climáticos, comienzo de la navidad. “Esta la cosa
muy mal...”, escuchó comentar a dos señoras que, frente a él, no paraban de
mirarle de arriba a abajo, “...muy mal, muy mal... está la cosa muy mal...”,
“...ya ni siquiera puede estar uno seguro en las cloacas... muy mal, muy mal”,
escuchó mientras se alejaba de ellas acelerando el paso, “está la cosa muy
mal...,sí, ¿te has enterado de que han capturado a dos jóvenes que estaban
tocando instrumentos en un solar colectivo sin permiso?”, y definitivamente
salió corriendo mientras las señoras le gritaban “fatal, ¡muy fatal!, está la
cosa muy mal, al menos sonríe, eres un caballo, ¡un caballito!, ¡grita...!”.
Amadeo corrió con la cabeza muy
baja y sin pausa durante diez minutos hasta que otra voz le detuvo.
- Alto, policía de solidaridad,
¡alto por su bien!
- ¿Sí...?, disculpe agente...
- No, no, perdone usted por
interrumpir su carrera, footing, ¿verdad?, yo también lo hacía pero la rodilla
me falló y... hace muy bien, hay que cuidarse, enhorabuena, la Organización
Mundial de la Vida Saludable y Digna recomienda mantener una actividad
constante durante todo el día, y si por desgracia no se puede trabajar, se
recomienda mantener y entrenar nuestra fuerza activa con ejercicio físico
concentrado diario y con tai-yoga hipotónico.
- Ah, claro, ya...perdone pero es
que tengo un poco de prisa y...
- ¡Por supuesto que ya lo sabía!,
¡usted iba corriendo!, perdóneme pero en nuestra labor solidaria también está
el informar y... bueno yo en realidad le paré porque saltó el detector de
mínimos nutricionales y mi deber es ofrecerle una ayuda para mantener su ritmo
de vida.
- No, no, muchas gracias, se lo
agradezco pero...
- A penas va a perder nada de
tiempo, venga, que es por su bien, tome estas dos pastillas y estas tres
cápsulas y estará usted perfectamente alimentado durante dos días.
- Es que...
- Ya, ya, entiendo que mucha
gente no nos toma todavía en serio, ¡la banda humanitaria nos llaman a veces!,
pues sí, como no somos policía gubernamental, y menos en este barrio de pijos
de mier..., ya sabía yo que tenía que haber cogido aquel trabajo de
recepcionista de hotel, si fuera por ellos...
- ¡Disculpe...! - y Amadeo salió
corriendo.
Tomada
la misma dirección previa a la detención forzada por el policía solidario y
dándole igual a Amadeo mismo qué dirección en particular tomar, continuó su
carrera, a ratos pasos rápidos a ratos carrera lenta, con la única orientación,
por ello no había fijación rígida de ningún tipo, de continuar corriendo sin
obstáculos de por medio. Que no hubiera nada por medio, es decir, que el medio
como espacio contenedor se llenara de desplazamientos atendía a que si el espacio
de desplazamiento por el que avanzaba y corría era ciertamente tal, lo era
simplemente por la ausencia de obstáculos o cosas que detuviesen y obstasen su
carrera. Obviamente esto no hacía suponer un espacio pre-existente pues, a
pesar de que había una cloaca plasmada en mapas y planos que se ajustaban a una
constatación empírica del lugar, en Amadeo lo empírico del lugar era lo
constatado en cada caso en la carrera, el mismo ir abriendo camino con la
carrera. Y sin embargo aquello tampoco era correr a ciegas ni una mera esquiva
de cosas que el inventara o pusiera, pues lo esquivado, los obstáculos, lo que
obstaba a su ir haciendo camino de huida mientras corría era justamente lo que
tenía el carácter de permitirle ver y no ser visto. Un tiburón con ojos de
girasol no puede dejar de moverse lejos de toda cosa como condición de no dejar
de moverse, es decir, de alejarse lo suficiente de lo que haya para no quemarse
y, en ello, convertir a las cosas en pequeños soles que por contacto abrasarían
y en la lejanísima lejanía de su estaticidad respectiva no harían más que
irradiar lo justo para calentar el cuerpo del escualo, o sea, ponerle en
movimiento, y dejar una marca luminosa que permitiese que, de entre todas las
partes de su cuerpo, las flores amarillas que ocupan sus órbitas fuesen las que
girasen como única referencia operante para plasmar sus cosas como astros
irradiantes y comestibles pues, esto último, la comestibilidad de los soles, es
lo que favorecía que fuesen potencialmente resistentes a la videncia omnívora
del tiburón, o lo que es lo mismo, que estando allá lo suficientemente lejos
como para no ser alcanzables al tacto y que no quemasen ni molestasen al
irreductible movimiento continuo, la cosa conservase cierta cercanía, la
necesaria para que pudiese ser vista y no ver-le.
Que
además existiera desde hace años el Servicio Colectivo de Reposición de Flora y
Fauna aliviaba la parte de Amadeo que, a pesar de estar absolutamente
comprometida con su voraz huida, se preocupaba con que en su carrera pudiese
atropellar cosas, otrora animales y plantas, que ni siquiera eran cosas a
esquivar y ver, objetos que por ser meramente instrumentalizados eran supuestos
como material para, por ejemplo y una vez aplastados en el caminar, adoquinar
el camino recorrido y tapar huecos incómodos que podrían ocasionar caídas y
esguinces en la caminata de los vía-andantes o provocar la inmovilización de la
aleta directora posterior del tiburón haciendo que, aún así, no pudiera dejar
de moverse, al menos, hasta que el arrastre de la corriente ambiental en íntima
colaboración con las cualidades másicas del tiburón se vieran detenidos por la
limitación del suelo, estuviera más o menos cerca, y entonces ya no se pudiese
desplazar ni tampoco dejar de tratar de hacerlo para dirigirse de alguna manera
a través del oleaje del fondo marino a diferenciarse del mero adoquín animal.
En
esas, y ya en el tercer día de estancia en la cloaca, Amadeo encontró algo
cegador, algo que realmente detuvo su carrera, un obstáculo insalvable. Claro
que el hecho de que aquello que le hizo parar fuese una luz cegadora, es decir,
una luz que inhabilitó sus sistemas perceptivos visuales, no evitó que siguiera
desplazándose pues el que tú no veas nada, ni siquiera tus propias partes
corporales, satisface la parte de no ser visto del ver y no ser visto que dada
la relación de implicación biunívoca que conllevaba el “y” hacía que, además de
manifestar que la relación biunívoca no era tal pues se primaba genéticamente
el polo del no ser visto como generador del segundo lado relacionado, ese mismo
segundo lado de la relación, por ello, se viviese como un lado posibilitado por
el primero y que, por tanto, se pudiera dar, de hecho no podía darse de otro
modo, como aspiración continuamente por satisfacer y, así, no resultase
chocante en absoluto el continuar corriendo a ciegas. Más bien fue algo que
vino después del fogonazo lo que detuvo la carrera de Amadeo.
Calle
larga y no muy estrecha con acera impoluta de abonos de vida y mierda de
animales recorrida hasta el acabamiento de la carrera, hasta un callejón sin
salida. La calle terminaba en un muro con el que se chocó por su ceguera.
Tampoco fue el choque lo que le detuvo, si bien algo tuvo que ver pues el
impacto contra el muro ayudó a redistribuir el flujo sanguíneo por los
foto-receptores retinianos facilitando que el pigmento se renovara más
rápidamente y la unidades básicas lumínicas imprimieran su huella en ellos,
como de costumbre, dando lugar a estímulo. Ganó unos pocos segundos y, en otra
medida de tiempo, esto es un mundo, así que ciertamente ganó algo interesante
aunque Amadeo estuviera sólo preocupado por el emergente chichón de su frente y
por la figura que se delimitaba ante él según iba recuperando la vista. El
hecho de que la preocupación viniera por eso y sólo por eso ya significaba que
la cuestión del ver y no ser visto, a ciegas o no, se había interrumpido, pero
no que su única ocupación continuase siendo el fundar caminos en el continuo ir
caminando. La auténtica ruptura vino por otro lado, por el de la figura que
apareció frente a él según recuperaba la vista.
La
figura era tan poco tal que casi no había figura ni nada, en general, frente a
él o con lo que enfrentarse y sin embargo era algo, mas algo tan extraño que
sólo pudo, sin moverse del sitio, acercarse a ello y contemplar minuciosamente
cada detalle mientras giraba y giraba sobre sí decantando sus partes más
pesadas hacia la periferia donde perdían gravedad y formaban diferentes
estratos intercomunicados que ya no eran sendas ni caminos. No fue escuchar, ni
intuir, ni recibir, ni mucho menos sentir, lo que apareció en Amadeo. Sabía,
había lenguaje entre la extraña figura y él, entre ellos había, pero no
palabras, por supuesto que había pero lo que había todavía era un medio poseído
y esto ayudaba a que un osado observador que, reproduciendo la anterior actitud
de Amadeo, viese la escena desde fuera pudiera considerar que estaba hablando a
un molinillo de hojitas secas recogido por el viento.
- ¿Cómo?, ¿qué no eres de la
tierra? - pronunció Amadeo.
- …
- Vaya...
- …
- ¿De veras?
- …
- …
- …
- ¿Y los otros también?
- …
- Estoy flipando, sí que está
lejos, sí, ¿y en qué puedo ayudaros?, porque como guía... yo tampoco es que
pueda enseñaros mucho, apenas he salido de mi sector residencial, del polígono
a casa y de casa al polígono... y además... ahora... mi situación es un poco
complicada...
- …
- Vale, entonces...
- …
- ¿En directo?
- …
- Sí, es mucha gente, bueno,
gente, ya me entiendes...
- …
- Ya.
- …
- Ya, ya, me da igual que sean
cincuenta o doscientos millones, o que el horario sea de máxima audiencia, es
que...
- …
- No es eso, ¡es que no quiero
pasar a la historia como el primer hombre visto en el universo entero, por muy
inteligentes que seáis!, ¡pero es que es imposible vivir tranquilo, bien y a
solas! no, quiero...
- …
- Ya, eso sí, seguro... que me
libraría de la cárcel, ¡pero no!
Asqueado
de huir y convencido de que era imposible hacerlo. Cansadísimo de tratar
exclusivamente de ver y no ser visto y asumido ahora el profundo agotamiento
que suponía el que, habiendo siempre alguien, pero también aunque todo el
tiempo no lo hubiera, que le tratase de dominar mientras él quería dominar a
ese alguien, no hubiese nunca descanso pleno realmente placentero que
compartir, pensó, en primer término, en buscar alguien con quien compartir.
Salió de la cloaca mas, ahora, a la pata coja y a saltos, la pierna derecha
plegada cogida a la altura del tobillo con la mano del mismo lado, la izquierda
en tierra, y el ojo contralateral guiñado, el derecho tapado a ratos sí a ratos
no, dependiendo de la claridad del día.
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