viernes, 15 de junio de 2012

Capítulo octavo de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico

Uno que quiere ver y no ser visto tendería, una vez hallado el modo de ocluir las bocas abiertas de su cuerpo por las que podría salir luz, a esperar erguido de pie, la altura es básica para el espionaje, y esconderse en una superficie recortada de mínima apertura espacial y bajo contraste, un punto pardo, en el que disponer de un enorme campo angular sobre el que recibir información del exterior del agujero sin que la información revelase nada y, sobretodo, pues esto es lo que a ese uno le importaba, que no se revelara nada de él, es decir, que lo diferencial de ese punto fuese el que, desde allí, no se le revelaba a él ni a él se le revelaba nada sin que esto entrara en incompatibilidad con que lo que pretendiera en todo momento ese uno es ser uno y querer ver y no ser visto. La asimilación de ver a un sentido sensible y de ese sentido al de la vista no hacía sino permitir que localizara el mismo, el sentido, en un área particular de su cuerpo y con que, en vista de ello, considerase que una gafa de sol muy oscura podría facilitar el reconocimiento ajeno y dificultase el propio para otros. Si los ojos son el espejo del alma y el que haya ojos requiere al menos que haya unos ojos que ven y otros que son vistos no obstando esto para que el que ve sea visto a la vez y viceversa, es decir, si son cuatro, ¿cuántas almas tendré?, ¿y cuántos espejos necesitaré para animar y sacar a aquellos ojos de detrás de la gafa de sol que supone una cuenca ocular deprimida? Cuando ojos se dice realmente en plural, los tuyos y los míos, la línea media de conexión visual recorre tan poco espacio, constancia de la ausencia de parpadeos disimulantes hallados en el lugar de encuentro, que la línea estalla sin hincharse ni fragmentarse y uno, todavía siendo uno, ya no evita que tú, que él, que ella, que yo, osea, nosotros, seamos ya oscuros ya contables, ya, en definitiva, brillantes unitariamente.
            Pero Amadeo huía, quería ver y no ser visto y, por ello, la cloaca subterránea de una gran ciudad hubiera sido buen lugar si ésta fuera cloaca y si que estuviera debajo de la tierra significase algo más que un posicionamiento respecto a un plano sobre el que camina gente. Ciertamente en la cloaca en la que estuvo los tres días también caminaba gente, había una acera y desodorantes con olor a flores silvestres se activaban cada poco tiempo, pero, y fue por ello por lo que él tampoco pudo dejar de caminar durante los siete días, el exceso de pulcritud, las casas de lujo y los escaparates de vidrio muy transparente le hacían sentirse obligado, asunto terrible dada su situación, a observar todos los detalles ofrecidos a través del escaparate y no exclusivamente los seleccionados por él. La pregunta de a dónde iba la basura recogida de la cloaca, si a otra cloaca y, entonces, si aquella otra cloaca estaba ya más indisponible para el tránsito rodado de los caminantes haciéndose así más deseable para él, fue algo que dejó de preguntarse cuando recordó los recientes descubrimientos que, además de permitir que inexorablemente hubiese más y más descubrimientos, abrían la posibilidad de transformación a nivel sub-atómico, rindiendo ello enormes cantidades de energía, de excrementos humanos en comida para jilgueros.
            De los siete días que Amadeo anduvo por aquella cloaca, los dos primeros los pasó temiendo, entre recuerdos de la captura de Trebor, ser descubierto de nuevo por la policía o que su cara apareciera en un brick de leche de higo des-acidificada y enriquecida con proteínas de vaca adulta inoculadas en el momento de la floración justo antes del, debido al desplazamiento y acortamiento de los ciclos climáticos, comienzo de la navidad. “Esta la cosa muy mal...”, escuchó comentar a dos señoras que, frente a él, no paraban de mirarle de arriba a abajo, “...muy mal, muy mal... está la cosa muy mal...”, “...ya ni siquiera puede estar uno seguro en las cloacas... muy mal, muy mal”, escuchó mientras se alejaba de ellas acelerando el paso, “está la cosa muy mal...,sí, ¿te has enterado de que han capturado a dos jóvenes que estaban tocando instrumentos en un solar colectivo sin permiso?”, y definitivamente salió corriendo mientras las señoras le gritaban “fatal, ¡muy fatal!, está la cosa muy mal, al menos sonríe, eres un caballo, ¡un caballito!, ¡grita...!”.
Amadeo corrió con la cabeza muy baja y sin pausa durante diez minutos hasta que otra voz le detuvo.
- Alto, policía de solidaridad, ¡alto por su bien!
- ¿Sí...?, disculpe agente...
- No, no, perdone usted por interrumpir su carrera, footing, ¿verdad?, yo también lo hacía pero la rodilla me falló y... hace muy bien, hay que cuidarse, enhorabuena, la Organización Mundial de la Vida Saludable y Digna recomienda mantener una actividad constante durante todo el día, y si por desgracia no se puede trabajar, se recomienda mantener y entrenar nuestra fuerza activa con ejercicio físico concentrado diario y con tai-yoga hipotónico.
- Ah, claro, ya...perdone pero es que tengo un poco de prisa y...
- ¡Por supuesto que ya lo sabía!, ¡usted iba corriendo!, perdóneme pero en nuestra labor solidaria también está el informar y... bueno yo en realidad le paré porque saltó el detector de mínimos nutricionales y mi deber es ofrecerle una ayuda para mantener su ritmo de vida.
- No, no, muchas gracias, se lo agradezco pero...
- A penas va a perder nada de tiempo, venga, que es por su bien, tome estas dos pastillas y estas tres cápsulas y estará usted perfectamente alimentado durante dos días.
- Es que...
- Ya, ya, entiendo que mucha gente no nos toma todavía en serio, ¡la banda humanitaria nos llaman a veces!, pues sí, como no somos policía gubernamental, y menos en este barrio de pijos de mier..., ya sabía yo que tenía que haber cogido aquel trabajo de recepcionista de hotel, si fuera por ellos...
- ¡Disculpe...! - y Amadeo salió corriendo.
            Tomada la misma dirección previa a la detención forzada por el policía solidario y dándole igual a Amadeo mismo qué dirección en particular tomar, continuó su carrera, a ratos pasos rápidos a ratos carrera lenta, con la única orientación, por ello no había fijación rígida de ningún tipo, de continuar corriendo sin obstáculos de por medio. Que no hubiera nada por medio, es decir, que el medio como espacio contenedor se llenara de desplazamientos atendía a que si el espacio de desplazamiento por el que avanzaba y corría era ciertamente tal, lo era simplemente por la ausencia de obstáculos o cosas que detuviesen y obstasen su carrera. Obviamente esto no hacía suponer un espacio pre-existente pues, a pesar de que había una cloaca plasmada en mapas y planos que se ajustaban a una constatación empírica del lugar, en Amadeo lo empírico del lugar era lo constatado en cada caso en la carrera, el mismo ir abriendo camino con la carrera. Y sin embargo aquello tampoco era correr a ciegas ni una mera esquiva de cosas que el inventara o pusiera, pues lo esquivado, los obstáculos, lo que obstaba a su ir haciendo camino de huida mientras corría era justamente lo que tenía el carácter de permitirle ver y no ser visto. Un tiburón con ojos de girasol no puede dejar de moverse lejos de toda cosa como condición de no dejar de moverse, es decir, de alejarse lo suficiente de lo que haya para no quemarse y, en ello, convertir a las cosas en pequeños soles que por contacto abrasarían y en la lejanísima lejanía de su estaticidad respectiva no harían más que irradiar lo justo para calentar el cuerpo del escualo, o sea, ponerle en movimiento, y dejar una marca luminosa que permitiese que, de entre todas las partes de su cuerpo, las flores amarillas que ocupan sus órbitas fuesen las que girasen como única referencia operante para plasmar sus cosas como astros irradiantes y comestibles pues, esto último, la comestibilidad de los soles, es lo que favorecía que fuesen potencialmente resistentes a la videncia omnívora del tiburón, o lo que es lo mismo, que estando allá lo suficientemente lejos como para no ser alcanzables al tacto y que no quemasen ni molestasen al irreductible movimiento continuo, la cosa conservase cierta cercanía, la necesaria para que pudiese ser vista y no ver-le.
            Que además existiera desde hace años el Servicio Colectivo de Reposición de Flora y Fauna aliviaba la parte de Amadeo que, a pesar de estar absolutamente comprometida con su voraz huida, se preocupaba con que en su carrera pudiese atropellar cosas, otrora animales y plantas, que ni siquiera eran cosas a esquivar y ver, objetos que por ser meramente instrumentalizados eran supuestos como material para, por ejemplo y una vez aplastados en el caminar, adoquinar el camino recorrido y tapar huecos incómodos que podrían ocasionar caídas y esguinces en la caminata de los vía-andantes o provocar la inmovilización de la aleta directora posterior del tiburón haciendo que, aún así, no pudiera dejar de moverse, al menos, hasta que el arrastre de la corriente ambiental en íntima colaboración con las cualidades másicas del tiburón se vieran detenidos por la limitación del suelo, estuviera más o menos cerca, y entonces ya no se pudiese desplazar ni tampoco dejar de tratar de hacerlo para dirigirse de alguna manera a través del oleaje del fondo marino a diferenciarse del mero adoquín animal.
            En esas, y ya en el tercer día de estancia en la cloaca, Amadeo encontró algo cegador, algo que realmente detuvo su carrera, un obstáculo insalvable. Claro que el hecho de que aquello que le hizo parar fuese una luz cegadora, es decir, una luz que inhabilitó sus sistemas perceptivos visuales, no evitó que siguiera desplazándose pues el que tú no veas nada, ni siquiera tus propias partes corporales, satisface la parte de no ser visto del ver y no ser visto que dada la relación de implicación biunívoca que conllevaba el “y” hacía que, además de manifestar que la relación biunívoca no era tal pues se primaba genéticamente el polo del no ser visto como generador del segundo lado relacionado, ese mismo segundo lado de la relación, por ello, se viviese como un lado posibilitado por el primero y que, por tanto, se pudiera dar, de hecho no podía darse de otro modo, como aspiración continuamente por satisfacer y, así, no resultase chocante en absoluto el continuar corriendo a ciegas. Más bien fue algo que vino después del fogonazo lo que detuvo la carrera de Amadeo.
            Calle larga y no muy estrecha con acera impoluta de abonos de vida y mierda de animales recorrida hasta el acabamiento de la carrera, hasta un callejón sin salida. La calle terminaba en un muro con el que se chocó por su ceguera. Tampoco fue el choque lo que le detuvo, si bien algo tuvo que ver pues el impacto contra el muro ayudó a redistribuir el flujo sanguíneo por los foto-receptores retinianos facilitando que el pigmento se renovara más rápidamente y la unidades básicas lumínicas imprimieran su huella en ellos, como de costumbre, dando lugar a estímulo. Ganó unos pocos segundos y, en otra medida de tiempo, esto es un mundo, así que ciertamente ganó algo interesante aunque Amadeo estuviera sólo preocupado por el emergente chichón de su frente y por la figura que se delimitaba ante él según iba recuperando la vista. El hecho de que la preocupación viniera por eso y sólo por eso ya significaba que la cuestión del ver y no ser visto, a ciegas o no, se había interrumpido, pero no que su única ocupación continuase siendo el fundar caminos en el continuo ir caminando. La auténtica ruptura vino por otro lado, por el de la figura que apareció frente a él según recuperaba la vista.
            La figura era tan poco tal que casi no había figura ni nada, en general, frente a él o con lo que enfrentarse y sin embargo era algo, mas algo tan extraño que sólo pudo, sin moverse del sitio, acercarse a ello y contemplar minuciosamente cada detalle mientras giraba y giraba sobre sí decantando sus partes más pesadas hacia la periferia donde perdían gravedad y formaban diferentes estratos intercomunicados que ya no eran sendas ni caminos. No fue escuchar, ni intuir, ni recibir, ni mucho menos sentir, lo que apareció en Amadeo. Sabía, había lenguaje entre la extraña figura y él, entre ellos había, pero no palabras, por supuesto que había pero lo que había todavía era un medio poseído y esto ayudaba a que un osado observador que, reproduciendo la anterior actitud de Amadeo, viese la escena desde fuera pudiera considerar que estaba hablando a un molinillo de hojitas secas recogido por el viento.
- ¿Cómo?, ¿qué no eres de la tierra? - pronunció Amadeo.
- …
- Vaya...
- …
- ¿De veras?
- …
- …
- …
- ¿Y los otros también?
- …
- Estoy flipando, sí que está lejos, sí, ¿y en qué puedo ayudaros?, porque como guía... yo tampoco es que pueda enseñaros mucho, apenas he salido de mi sector residencial, del polígono a casa y de casa al polígono... y además... ahora... mi situación es un poco complicada...
- …
- Vale, entonces...
- …
- ¿En directo?
- …
- Sí, es mucha gente, bueno, gente, ya me entiendes...
- …
- Ya.
- …
- Ya, ya, me da igual que sean cincuenta o doscientos millones, o que el horario sea de máxima audiencia, es que...
- …
- No es eso, ¡es que no quiero pasar a la historia como el primer hombre visto en el universo entero, por muy inteligentes que seáis!, ¡pero es que es imposible vivir tranquilo, bien y a solas! no, quiero...
- …
- Ya, eso sí, seguro... que me libraría de la cárcel, ¡pero no!
           
            Asqueado de huir y convencido de que era imposible hacerlo. Cansadísimo de tratar exclusivamente de ver y no ser visto y asumido ahora el profundo agotamiento que suponía el que, habiendo siempre alguien, pero también aunque todo el tiempo no lo hubiera, que le tratase de dominar mientras él quería dominar a ese alguien, no hubiese nunca descanso pleno realmente placentero que compartir, pensó, en primer término, en buscar alguien con quien compartir. Salió de la cloaca mas, ahora, a la pata coja y a saltos, la pierna derecha plegada cogida a la altura del tobillo con la mano del mismo lado, la izquierda en tierra, y el ojo contralateral guiñado, el derecho tapado a ratos sí a ratos no, dependiendo de la claridad del día.

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