miércoles, 11 de septiembre de 2013

Kierkegaard TV

por Susan Martínez Sánchez - El Faro Crítico
La televisión un instrumento tan trivial y controvertido cuando se analiza desde el punto de vista de su utilización para la enseñanza, puede, sin embargo, darnos pista sobre el impacto que ciertas ideas han tenido en nuestra sociedad.

Filmes, series juveniles, telenovelas, animados e incluso programas educativos, con las simplificaciones propias del lenguaje de estos medios, convierten a menudo el camino estético en una personificación del mal en su forma más moderada (el mal actuar sin tener conciencia de ello) y su camino hacia la “rectificación de sus errores” lo lleva hacia la conciencia social como una ruta a la iluminación, a un estado superior de realización personal: la felicidad (eso que en los filmes del oeste donde el protagonista acaba llevándose la recompensa y a la chica en la parte trasera de la montura, cabalgando hacia la puesta de sol o del ejecutivo que rechaza la posibilidad de un ascenso profesional por motivos éticos o para “pasar más tiempo con su familia”).

Tomemos a Soren Kierkegaard y sus concepciones sobre el individuo. El existencialismo del cual ha sido apuntado como precursor salta desde la pantalla cada dos por tres.

Desde los filmes de domingo en la tarde, hasta las historias referidas en el formato correspondiente por los noticieros de todo el mundo nos mira ese paradigma del triunfo más elaborado.

Vamos a obviar mucho. Vamos a volvernos locos y desechar de plano la relevancia del hecho de que los medios, todos los medios, nuestros medios son instrumentos de la ingeniería social en manos del poder (incluso aquellos que abiertamente se oponen a la forma de gobierno imperante). Vamos a obviar que el convertir estas ideas en parte del conjunto común de toda la sociedad, ayuda a promover patrones de conducta en los individuos que son coherentes con los intereses de muchos sistemas de ejercicio del poder.

Mi asunto con Kierkengaard, sus ideas y la televisión, es que este trío ignora o no toda la riqueza de posibilidades de la existencia.

Sus estados de la vida, el estético y el ético y el religioso, en la medida en que la religión misma cede en relevancia dentro de la existencia del individuo moderno, desfilan ante nuestros ojos en las más variadas formas, de la misma manera en que lo hacen las transiciones entre unos y otros.

Caso particularmente recurrente es el del cambio que se opera en el individuo que pasa del estadio estético al ético, descrito por los medios como una forma de elevación del espíritu y el estatus.

En muchas ocasiones, estas representaciones blancas y negras de la doctrina existencialista de Kierkegaard no son conscientes de sí mismas, son concebidas en el desconocimiento de las ideas con las que coinciden. Esto es porque nociones de este tipo están profundamente envueltas en el imaginario colectivo de la llamada “cultura occidental” en la actualidad.

De acuerdo con este, el individuo, el “yo” es todo, centro y objeto de su estudio, estudio que no era otra cosa que el acto y voluntad de vivir poniendo la existencia en el foco, analizándose a lo largo de la sucesión de eventos y aprendiendo y enriqueciendo su doctrina a partir de su propia experiencia.

Acotamos al margen que no es extraño entonces que las ideas de Kierkegaard y su propia vida sean tan similares.

Este “yo” se conforma a partir de la serie de posibilidades a la que lo va confrontando el devenir de la existencia y cada decisión tomada redefine al individuo. De esta manera el “yo” decisor va construyéndose y conformándose mediante el acto de decidir. Por tanto, se desarrolla de manera independiente a todo conocimiento o “verdad” definida por otros entes.

De hecho para Kierkengaard, no son importantes los hechos asumidos o los “saltos de fe” que el individuo asumía en su autoconstrucción. La tal “verdad” es para él un concepto interno, influenciado por los eventos del exterior, pero no dictado por él.

Esta noción emana del segmento de Kierkengaard que es un hombre religioso y otorga solo a Dios la capacidad de entender a cabalidad un supuesto sistema a partir del cual la realidad se conforma y, por tanto, la capacidad de arribar a la noción de verdades absolutas.

Siendo así, toda verdad a la que podemos aspirar los mortales en este barrio es subjetiva o siquiera parcial. Eso precisamente la hace irrelevante a sus ojos, y todo lo que queda para él es el control que el individuo ejerce sobre su conciencia y sobre su capacidad para observarse a sí mismos, que lo ponen en condiciones de dictar el destino del “yo”.

Y he ahí precisamente otra noción idolatrada por los medios occidentales, repicada a rebato y consagrada como fórmula mágica para el éxito: la del hombre que toma consciencia del “yo”, que fija la mirada en lo que quiere hacer con él, en la lontananza en la que se espera a sí mismo ese nuevo individuo, él, mejor, más pleno, mejor conformado, más “feliz”.

Vamos a pasar por encima de todo eso, porque eso solo nos dice el por qué estas ideas (que seductoras son en muchos aspectos y para mucha gente), han pasado a formar parte medular del modo de pensamiento de las masas dentro de la “cultura occidental”.

El autor extrae sus conclusiones a partir de su propia experiencia, tal y como preconizan sus ideas. Si es así, supongamos que tiene la razón… ¿cómo podría realmente saberlo? La muestra estadística es infinitesimal como mínimo y muy probablemente atípica. Claro que en última instancia la “verdad” es “subjetiva” pero… ¿Qué es la mentira entonces?

Y la evidencia está en que lo que el concibe como un tránsito lineal de un estado de la vida a otro al que le concede como única flexibilidad el que ocurran o no, puede realizarse en dirección contraria. Quiero decir, todos encontraremos ejemplos en la vida real de personas en estado “ético social” que se pasan al estado “estético” (para ubicarnos, en el cine hay un curioso y controvertido ejemplo en la película “American Beauty”) y hasta de “religiosos” reconvertidos a lo más frígido de lo terrenal.

Luego está, por supuesto, ese ente que se zafa de las circunstancias, las trasciende en el proceso de armarse a si mismo, de modelarse más allá de las ideas de los otros, de las verdades de los otros.

Estos eventos que parecen tan ajenos y lejanos, influyen medularmente sobre este ensayo, no solo determinando el idioma en que está redactado, sino igual y más, la cultura a la que se adscribe quien emborrona cuartillas, todo lo que la nacionalidad aporta al individuo y lo conforma.

Resulta imposible para el individuo el desligarse de sus circunstancias entendiendo como tales todas las influencias externas que obran sobre él, las perciba o no (y mi idea es que Kierkengaard, al formular sus ideas no estaba en capacidad de percibir la extensión y profundidad de esta influencia).

Me parece una paradoja latente en los escritos del autor el que para que sea el individuo quien se conforma a si mismo, fuera de las ideas de otros pues para poder hacerlo debes vaciarte de toda influencia exterior. Debes trascender, salir y sacar de ti lo que has aprendido, leído, comido, bebido, extirpar todo lo que confluye y si es así, vaciado de una vez. ¿ qué queda del individuo original a quien se le encomendara la tarea constructiva?




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