Se esmeró
tanto en no entristecerse tras la muerte de su padre que cuando esa tarde le
vio paseando por el Retiro con sus mejores galas no le quedó otra que, desde la
más que razonable duda de si era su padre o no, llorar (quedarse mudo) sin
lugar todavía para la alegría. No pasaba nada por no conseguirlo pero aquello
era el colmo. Su padre siempre dejaba las cosas a medias, nunca fue un gran educador
para sus hijos, cambiaba continuamente de trabajo y de color de pelo, y se casó
cuatro veces con dos mujeres diferentes, pero dejar su muerte a medias empezaba
a ser demasiado. “No papá, no, así no se hacen las cosas”, se dijo observándole
a lo lejos. Porque era él, seguro. De eso se terminó convenciendo a la vez que
recuperaba la voz. Llevaba su capa azul, los pantalones de pana y las botas de
Spreggo. Ropa perfecta de paseo para un día frío y no muy lluvioso. ¡Incluso
medio-muerto tenía estilo! Aunque eso potenciaba lo feo que resultaba el que
hubiera tenido tiempo para cambiarse la ropa con la que le enterraron por otra
y no tiempo para avisar y decir algo de su nuevo estado a la familia. ¿No
habría querido? Podía ser que la familia, al menos la cercana, la que estuvo en
el funeral, hubieran hecho algo mal, algo que ofendiera, en vida, muerte o
medio-muerte (muerte como medio para vivir), al buen caballero. ¿Molesto por
algo? La ceremonia y el entierro fueron sencillos pero dignos, y el nicho que
le habían reservado no estaba ni muy pegado al suelo (málditas humedades) ni
muy alto (pobre el cuello de quien quisiera leer su lápida). Entonces es que,
tal vez, había perdido la memoria y la posibilidad de re-conocer. Claro, muchas
pelis malas de zombies y serie B subrayaban ese detalle. El tipo repulsivo en
cuestión, el resucitado-a-medias-mejor-que-se hubiera-quedado-muerto, solía
tener la capacidad sensomotriciz intacta, a veces algo sesgada (el tipo de
estímulos sensibles percibidos eran sobretodo olores y sonidos, lo visual, dominante
en la mayoría de mortales-que-mueren-incluso-vivos (o meramente vivos), quedaba
relegada a un cuarto lugar en una escala de capacidades receptivas espontáneas,
sensibilidades: sonido, olor-gusto, tacto, visión-movimiento (no visión de
formas y/o colores sino de formas y colores en movimiento)), pero siempre
relegando lo visual y los umbrales de discernibilidad del mínimo detalle
reconocible a la posibilidad de cognición/reacción ante formas en movimiento
(lo visual en lugar secundario porque se suprime por completo la percepción de
la imagen estática (si no nos movemos no nos verá (da igual si lo dice un T.
Rex o un zombie)) por lo cinético a secas) siendo esta reducción la misma que
ocurría entre lo visual y lo sonoro y, ya dentro de lo sonoro, entre las
diferentes intensidades de lo sonoro entre sí (el silencio no estimula, con
silencio uno vaga, pero puede ser igual el chasquido de una rama en el suelo al
pisarla que un grito en la lejanía, la función intensidad/distancia/reacción es
lineal o al menos la progresión se mantiene constante respecto a la de un
meramente vivo). Así que no tenía mucho sentido gritar a su padre desde la
lejanía, mejor acercarse un poco y realizar muchos aspavientos. Otra cosa es
cuál o cómo, una vez se consiguiera la reacción por el estímulo adecuado, sería
la acción de respuesta. Ahí las pelis no eran muy halagüeñas, pues, y esto
estaba claramente conectado con la atrofia de la distinción de diferencias
estáticas, el resucitado-a-medias-mejor-que-se-hubiera-quedado-muerto solía
carecer de “facultad moral” y de lingüisticidad. Ambas relacionadas o no, los
pobres sólo podían vagar de aquí para allá sin decisión, voluntad ni
enjuiciamiento más allá de su (¿espontáneo?, no, ¿magmático?, eso qué coño es,
¿autosuprimiente?, mejor) deambular. Conservaban a lo sumo cierto interés en
(auto)conservarse, en no morirse del todo, vaya (aunque, de hecho, no pudieran
apenas descansar y con ello acelerasen su putrefacción corporal). En cualquier
caso, como aún mínima sí había algún tipo de economía de los recursos (y era lo
único que había, independientemente de que fuera economía efectiva o no), en
esas al final, casualmente, todo era comida, mi comida (ciertamente podría ser
no “mi” cosa, sino “nuestra”, “suya” o cualquier expresión posesiva plural que
se nos ocurra, pero comida-supervivencia-conservación-vaguedad y sólo eso sin más
(a secas) como lo vinculante de la pluralidad en cuestión). Y eso les convertía
a todos en idénticos (siempre todo el mundo se quejaba de que hubiera carne
fría de primero). Habitantes de un no-lugar (limbo grueso) que barrían con
extraordinaria frecuencia. De ahí a decir que eran pura masa informe (y
deformable) y a establecer algún tipo de metáfora con estados de naturaleza
pre-cívicos o situaciones socio-políticas globales indeseables (bla, blá, bla,
blá, bla, blá, bla, blá) había un paso demasiado corto (como el de unos 4 bla y
4 blá) como para no detenerse en él un poco. “Si yo me situara frente a él, muy
cerca y le gritase mientras doy saltos…” comenzó a decirse, “…me atendería…
pero también me atendería la gente que hay alrededor, la kioskera y el niño que
juega a la pelota… si quisiese seleccionarle, llamar su atención, sólo la suya,
tendría que utilizar su nombre, pero eso no lo hay, no lo reconocería…”. La
clave parecía que estaba en el nombre y en el recorte de la realidad, en cómo
éste permitía el acceso a la memoria (extralingüística?!?), o en cómo la
posibilidad de la posibilidad de la posibilidad de lenguajes que suponía el
aislar e individuar un fragmento de lo que hay con intereses comunicacionales
puros dejaba de lado la participación, el que tal vez entablar conversación con
la kioskera trabajando, el niño jugando y el padre medio-muerto a la vez
resultaba mucho mejor, incluso resucitaba del todo, si se pudiese, a alguno de
los interesados.
Y eso
asumiendo que realmente el padre, al volver, se hubiera convertido en un obseso
por TODO lo reluciente. Pero sin embargo el padre no parecía muy desquiciado, loco
o asocial. Llevaba un ratito de cuclillas dando de comer a unas palomas que le
rodeaban en el suelo. Y cuando al niño se le escapó la pelota, se la pasó con
la mano con toda naturalidad. La paloma siguió en el suelo. El niño de pie. Y
la pelota jugaba. Otros también ayudaban a que el rozamiento fuera suave. Tres
árboles, dos bancos y un lago. Y el camino que recorría el Retiro hasta el
césped. Ése acolchaba los pies de quienes levantaban polvo. Agotados del día a
día, dando paso al siguiente. Adiós. Es dolor y tú mi padre. Un poco de zoom y
el parque entero mostrará que también eres mi madre y mi mejor amante. Un poco
de campo y sólo se podrá preguntar: ¿podría ser que simplemente no fuera él?
(pobre, en paz descanse, respetemos su memoria y olvidemos esto como si nunca
hubiera pasado).
Súbitamente
el hombre de la capa y los pantalones de pana y las botas de Spreggo se giró
hacia él. Su hijo notó el giro pero no quiso mirar su rostro. Tanto porque sus
botas relucían mucho como porque la cara de su padre era muy común, una más,
sin nigún rasgo diferenciador claro (ni nariz grande, ni verruga, ni cicatriz
en la mejilla o parche en el ojo). Prefería mirar a su pecho. Así sería más
fácil identificarlo. Y era el suyo, seguro, el de su padre. Cada vez lo sabía
mejor, cada vez lo veía más cerca y él estaba inmóvil. El caballero se detuvo a
poco más de un metro de él y le dio un papel escrito con letras impresas de
diferentes tamaños y estilos pegadas sobre el papel. El texto decía:
Por favor, échenme una mano. Denme
una limosna para no morir del todo.
¿Por qué?
Porque soy un cielo nublado de
noche. Y un ganso y una esponja. Lo tomo todo como oo. A veces también respiro
sin perfumar el aire de alrededor dedor a, ante todo dora, mis compañeros.
También soy un plano que palpita
de calor. Tambor. Limo asperezas para que no haya sombra. Invento para-rayos. Y
golpeo y percuto como iteración radial regular radicalmente rígida en la r. No
en la rr.
Sospecho a men, demás, demasiado
a men, a menudo. Y brinco sin mí sobre otros. Con los otros muy unidos para
acolchar, flexibilizar, paralizar, encontrar, ses, es y gar: conformando una riña
apetitiva de repetición en el recreo. Entretanto me voy. Me mé a mí. A ninguna
A que no es sin B, sin C, sin D... A mi parte de mí que se va a escucharme no de
cualquier modo.
De modo que cuando salto un poco
más alto del público. Buscando bajezas en lo alto de la coronilla. Encima de la
elongación vertebral (¿viste que nos saludaron esos de allí?) se forja el
desencanto racial más propio. No me valen ni tu piel (ni siquiera tus pieles),
ni tus huesos (ni siquiera tu no del todo huesuda figura), ni mi sudor (porque
no sudo como los demás que de hecho, hechamente, no sudan sino hacen,
rebootan). Por eso nos llevamos.
Y por eso a vec, muy acompañado,
dudo de-todo-a-veces. Cuando no, afirmo. Cuando sí, desconfío. Mato santos o
investigo su hijos secretos. Sus embriones enigmáticos y problemáticos (no les
soporto porque soy estéril y de ahí nada sale: celos, porque sus hijos en
realidad son míos). Aunque lo cierto, ciertamente, en efecto, efectivamente, en
verdad, sí sí, es eso de que “es” y “eso” no casan con “de” y “que” en ninguno
de los dos casos aislados.
Soy vinagre que no vinagrea
porque soy dulce. Cierro llagas y escueco en heridas (que estoy aquí!!) pero al
gusto, ¡encanto! Al oído, ¡deleito! A la vista, ¡todo está ya!, todo está dicho
(a callar, pueden seguir roneando por mi contacto). Si funciona y es fácil, soy
genial. Si explota y duele, es que la vinagre falla (no funciona). Más
oxidación a la intemperie sin exigencia.
Soy yo. Ni un substantivo. Menos
que eso. Algo posterior y único entre todos. Tal vez en extinción. Yo ¿mismoo?.
El final enganoso de una serie. La misma época. ¿Me ayudas? Es un momento.
Por favor, ayúdenme. Denme una
limosna para no morir del todo.
Sin limosna alguna, puso el
papel en el suelo, cerca de un charco, y dejó a su padre persiguiendo la pelota
del niño (abandonado a su suerte, dejar morir a la muerte tiene estas cosas). La
kioskera tan sólo miraba mientras colocaba unos diarios. Juan volvió pronto a
casa y en el camino encontró varios medio-muertos más. Esta vez les miró
fijamente a los ojos, y aún sin reconocer a ninguno de ellos, les recomendó no
dejar las cosas a medias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario