miércoles, 10 de abril de 2013

HEGEL Y EL ABSOLUTO

por Antonio Fernández Balsells - El Faro Crítico

(DROGAS DURAS)

“Algo pasó en tu cabeza…y empezaste a cambiar…” decía una pegadiza canción de la movida madrileña de los años 80… Luego venía algo así como “y no tienes nada que perder, y no tienes nada que ganar… te has convertido en inmortal…”. Y es que, si nos movemos en el mundo de las drogas duras –y la Filosofía es una– ya sabemos que el espejismo de inmortalidad siempre está ahí… Ya se sabe; lo de los héroes y heroínas de la Nación, de la Patria, de la Eticidad (Sittlichkeit), del Espíritu…; porque es desde semejante "Absolutez" que las personas pueden “flotar” o “volar”, en definitiva, sentirse “libres”... Kant no podía ser menos: él también quería volar… Con su dieciochesca peluca, tan bien empolvada como su nariz, sentaría para la Modernidad una de las más imponentes hipótesis metafísicas: la de la Libertad; fundamento éste último e imprescindible para toda razón práctica según Kant… Que fuéramos libres o no, en verdad, poco importaba; lo que sí importaba era “actuar por deber”, pues de lo contrario, ¿cómo hacer a sus compatriotas responsables de sus actos? De lo contrario, esto sería tan aterrador como la jungla; algo que sin duda nos asemejaría a aquéllos pusilánimes indígenas, cuyas tierras andaban colonizando desconsideradamente las modernas potencias europeas por aquel entonces… Así que, fusionando la culpa cristiana, la responsabilidad y la moral corriente de la época, la Modernidad andaba metafísicamente bien calzada –con zapatos de aguja nuevos, nada menos– en base a algo indemostrable: la fantasía –en re mayor– de la Libertad… Pero la estoica Necesidad, la estoica Razón Universal, aquélla que según los antiguos penetraba el Todo, sin embargo, no hacía más que aparecer y reaparecer de un modo tan fatal como impertinente, haciendo añicos los discursos de aquellos que seguían alabando La Libertad... Llámesele Pronoia, Destino, Hado, Razón cósmica o Fatalidad, esto da igual; pero esta misma Necesidad, sin duda es la que ha hecho que los ciudadanos de la ¿Polis? del XXI –si es que hay Polis– sigan sin poder entender a qué coño se refieren los neoliberales con eso de Libertad... ¡Es que puedes escoger productos de distintas marcas! –decían con lágrimas en sus ojos los recién liberados ciudadanos del oprimente bloque del Este –entre los que contaba nuestra venerable Frau Merkel– cuando “por fin” había caído el Muro, y ya podían llegar andando, y sin atravesar controles fronterizos, hasta la berlinesa Wittembergplatz; por lo demás, repletita de llamativos anuncios alumbrados con luces de neón… O bien, desde la comodidad de sus casas, cuando enfrente de sus televisores podían ver cómo se anunciaban multiplicidad bragas y compresas multicolor de todas las variedades, marcas y tallas… –seguro que a la venerable, esto mismo debió conmoverla todavía más…–. El Gran Casino había abierto sus puertas; ahora con un poco de suerte, todo era posible…; pues el Azar abría las manos a todo hombre y mujer Libre. Atrás quedaba Necesidad

Pero ya en el siglo XIX, nuestro Filósofo y Teólogo Hegel, habría de dar un pasito importante en todo esto… Ahora bien, él sí que tendría en cuenta a la tan fatídica Necesidad. Lo primero que hay que decir, tratándose de un hombre como Hegel, es, ante todo, que era un verdadero machote; sí, un tipo viril con ronca voz; y esta imagen nos viene inevitablemente a la mente cuando atendemos a su peculiar concepción del Estado. Inspirándose en la República de Platón –¿de quién sino? –, distinguiría entre distintos estamentos: obviaremos aquí los inferiores por su carácter secundario dentro del sistema hegeliano: el primero de ellos sería el mismo que encarnaría la eticidad de todo un pueblo (los restantes estamentos –incluso el burgués– no tendrían ni la más remota idea de qué pudiera ser eso…). Ese estamento no era otro que el Militar (¡Guau!). Cómo justifica Hegel todo esto, es de lo más singular: pues sólo ellos –los militares– son los que arriesgando su Vida (“despreciándola”), han logrado someter a los siervos ‑todos éstos unos pusilánimes, temerosos, cobardes, miedicas, que han tenido en demasiada estima su propia Vida y han obedecido a los temerarios hombres de Estado y sus imponentes armas‑. Pues según nuestro Teólogo, para abrazar el Absoluto y los frutos –paradójicamente materiales– del Espíritu, hay que despreciar la Vida: la Nación, la Patria es para aquéllos que lanzan el más chulesco de los órdagos: o todo o nada… Así son las cosas del Poder, del Ethos hegeliano y naturalmente, también: en el Juego y el Casino. Pues bien, así las cosas, estos Espíritus-Nación o espectros de la razón cósmica universal, con sus costumbres y sus jurisprudencias, sus valores ético-políticos, no podían ser otra cosa que la encarnación de la Pronoia estoica, la fatalidad de todo pobre ciudadano –en principio– “libre”. Y aunque la idea de base, tanto kantiana como hegeliana, fuera que desde ese marco –jurídico-político– los ciudadanos sí podrían ser libres (curiosamente a través del cultivo de sus vicios privados, pues así era como premiaba la oscura providencia con sus materiales manos invisibles); lo cierto es que aquel marco iba haciéndose tan insufriblemente chico, que las florecillas que de relleno habían sido pintadas en él, finalmente ya no tenían ni suelo, ni aire que respirar. Sin duda alguna –y al igual que ahora– se estaba retando a lo Viviente… Ahora bien, ni tan siquiera en el siglo XX se ha tomado demasiado en consideración a la Necesidad-Natural; pues no dejaba de ser como aquella tosca bestia parda, tan cargada de piojos, verrugas y granos, a la que incluso se la llama Metafísica. Todos los discursos tan plagados de buenas intenciones como bellas palabras, hablaban de Libertad... –la del artista, la de los creadores y creadoras, la de la inspiración del científico/a, incluso la del hombre o mujer de negocios, etc…– e ignoraban a la nefasta y mediocre bruja Necesidad. Y es que, cuando se trata de drogas, lo que importa es evadirse… Adiós oráculos, adiós divina providencia, adiós Pronoia, adiós determinismo, adiós fatalismo; si bien, en el día a día, los herederxs de todo este cirio, los ciudadanos de este siglo XXI, no tenemos otra sensación que la de hallarnos inmersos bajo la influencia de la más maléfica, ensombrecida, lunática y absurda de las fatalidades: seguro que contingente, pues no deja de ser más que una recreación humana…pero, en cualquier caso: de “libres”, nada… ¿No se tendría que volver a contemplar con más respeto a la nefasta bruja Necesidad?

En tono científico decir que las drogas inciden directamente en el circuito del placer, produciendo como una especie de cortocircuito, que trae, en el aquí y ahora, en un solo instante inmaterial, al susodicho: Don Placer... Ahora bien, al Sagrado Placer, que es natural, no le gusta que lo invoquen, ni prematura, ni injustificadamente: nada de provocarlo, ni de controlarlo, ni de conjurarlo con toda suerte de cálculos u otras estratagemas…pues es Él el que rige... (y de hacerlo, pues ya sabemos lo que pasa…) Pero es que, por cosas de brujería, sabemos que Doña Necesidad va de la mano de Don Placer. Así, que, olvidándolo o despreciándolo –pues para Kant, es en el Placer que radicarían las funestas inclinaciones naturales que todo buen ilustrado debiera evitar y controlar–, y abogando por la Libertad –en definitiva, la de unos pocos: la de los más virtuosos u obedientes; o sencillamente: la de los “buenos profesionales” o la de las clases más altas…– se ignoraban las Necesidades naturales básicas de la mayoría de seres vivientes. Lo importante era la eticidad: el marco jurídico-político en el que habían de habitar esas mónadas nouménicas –suprasensibles– que eran los egos o sujetos-atómicos, que sólo así, en su inmaterialidad, podían ser considerados “libres”. Mónadas despegadas de este mundo fenoménico, por tal de ser libres; mónadas desprovistas de toda necesidad fisiológica: que desde el altillo de su Libertad, ya no comían, ni cagaban; por fin libres de toda Necesidad natural. La Política era pues cosa Oscura, fantasmagórica –pues no dejaba de ser cosa de “Hombres Libres” en absoluto relacionada con la menesterosa, popular y común Necesidad Natural. Y como lo básico y necesario para espíritus tan elevados, es algo que apesta, decidirían obviarlo: cada cual es capaz de satisfacer sus necesidades-inclinaciones básicas –aún habiendo dejado a la mayoría por completo desprovista de todo acceso a los recursos básicos imprescindibles por tal de subsistir (todo ello gracias a las armas de los chulescos de la Patria, de los que Hegel había sido Gurú).– De lo que se trataba era de hablar de ética y de moral, sentar las bases de rígidos códigos jurídicos que dejaran las cosas exactamente tal y como están: la propiedad privada, ni tocarla, por favor: pues sólo con este otro mandato-máxima metafísica se podía garantizar la hipotética “Libertad”. Es así como Universalidad y Fatalidad, se confundían revolcándose en un orgasmo cósmico de leyes injustas, que arrasaban con todos los derechos básicos de la población civil, a modo de Pronoia estoica; como si la ley humana fuera un mal universal y necesario por tal de garantizar el Hada “Libertad”. El Espíritu o lo Absoluto, hacía de las contingentes leyes humanas, la más absoluta de las fatalidades a sufrir –eso sí– sólo por parte de aquéllos pusilánimes esclavos; es así como las Leyes humanas –aún siendo contingentes– ni tan siquiera tuvieran en cuenta lo Necesario básico e imprescindible –que no es sólo material– para que toda Vida pueda ser vivible… Cierto que Hegel con su militarismo, subordinaría lo económico-burgués –el Zeitgeist de nuestra epocalidad– a lo político; pues todo pensador o pensadora siempre aporta algo positivo. Ahora bien: cómo reubicar lo económico para que el mundo no se convierta en un mercado de abastos (?), sin tener que pasar por la chulería militaroide. Esperamos que ocurra “El Milagro Natural”. Pero sin Acción –como muy bien viera Marx y Aristóteles– esto no acontece. De modo que dejemos de invocar al Oráculo Tarot, ni de mirar el Horóscopo por tal de saber qué coño nos depara el Hado, el Destino, la Fatalidad o la Necesidad, cuando no, el Futuro; pues, como decía Aristóteles: aun siendo la Naturaleza diabólica, no lo es menos que “la verdad la hacemos entre todxs”. También las leyes. Pues cuando desde cualquier saber –ya sea la economía, la política o la ciencia…– se recurre al Azar como elemento explicativo de sus teorías, es que sencillamente no tiene ni puñetera idea de lo que se habla, o bien, sencillamente y con bonitas palabras, se nos miente. Volviendo a la canción: (los héroes nacionales) “…se han convertido en leyenda, y no tienen nada que perder, (y sí) tienen mucho que ganar…

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