jueves, 17 de enero de 2013

Subversión, inversión de valores, transmutación

por Africa Vivar - El Faro Crítico

Sujeto.


Es necesario un sujeto capaz de hablar en nombre de la humanidad en su conjunto, de lo universal que hay en las individualidades. Su voz será el canto del gallo de un nuevo amanecer. El sujeto histórico capaz de iniciar el proceso revolucionario que nos trasmute haciendo un hecho la justicia.
Los anteriores fracasos pueden alertarnos de las dificultades, pero no son razón para que dejemos de intentarlo, una vez más, aquí y ahora, resolviendo nuestra ecuación concreta.
El discurso de los desposeídos, la voz del alma colectiva hablando como lo que es, un solo hombre.
Yo que soy siempre un otro, a mí que nada de lo humano me es ajeno, yo que al definirme defino a la humanidad requiero de vosotros – nosotros para una vez más decir no a la ignominia.
Nosotros multiplica las posibilidades del yo, dándole una vivencia que jamás obtendría en solitario, trasmutándolo en definitiva.
Lo que hagáis a cualquiera a mí me lo hacéis. Este sujeto implicado en cada uno de los otros es el que puede convertir el sujeto político en sujeto ético.
La dialéctica amigo enemigo propuesta por los neoconservadores supone una fractura interna, un dualismo que a la postre resulta un auto rechazo, un odio hacia si mismo en definitiva.

Vileza.

La situación actual nos envilece a todos, hemos pasado de un lugar - país en el que nadie estaba desprotegido a una situación en la que los políticos, al no comprometerse hasta la médula con la justicia y la transparencia, se han convertido en una peligrosa mafia, pues cuentan con los medios más poderosos.
El partido popular y el partido socialista nos han llevado a una segunda restauración en la que el PSOE sería la marca blanca. Han modificado juntos la Constitución en agosto de 2011, para anteponer el pago de la deuda de los bancos a cualquier otra necesidad de la ciudadanía. Tras unos años de  ridícula puesta en escena, cuando ha llegado una situación en la que verdaderamente podríamos haber observado diferencias de calado, lo único que hemos visto es complicidad.

Analfabetismo.

Sociedad y cultura son conceptos inseparables, el discurso ideológico es hoy más necesario que nunca, solo definiendo los principios podemos dar paso a estrategias capaces de vehicular soluciones concretas, dentro de las variables razonables que no afectan a los fundamentos.
La conquista de la cultura por los mercados debilita los vínculos colectivos, así pues el conocimiento es un arma y, en un momento tan crucial, la hipocresía y la indolencia de los partidos y las élites intelectuales, un crimen.
En la actualidad, dado el fabuloso incremento de posibilidades de formación, el analfabetismo político tiene mucho de negligencia voluntaria, de comodidad y de cobardía ante los retos de nuestro tiempo.
Hacer de la educación un negocio como se pretende, es poner en manos privadas la llave de nuestra emancipación como personas y como sociedad.
La racionalidad es el antídoto contra la mentira y la manipulación.

Mercados.

Según los neoliberales, el mercado es capaz de autorregularse y además es el garante del equilibrio institucional; la des-regularización y la bajada de impuestos  son sus objetivos, visión que les acerca al comportamiento de las mafias.
El partido popular lleva en su ADN la privatización, convirtiendo la crisis en una excusa perfecta para su objetivo: El saqueo de lo común.
Si los mercados reflejan valores ideológicos, la inversión de estos tendría una traducción inmediata en la bolsa, lo que significa que está en nuestras manos la reversibilidad de los juegos de poder.
Si tratamos la ley del valor a partir del dinero esta se convierte en ley de explotación, un  entramado del mercado que necesita de la política, para una explotación organizada de la sociedad.
Los números reflejan prioridades, las matemáticas son un lenguaje, así pues cuando oímos hablar de los presupuestos económicos, estamos escuchando argumentos ideológicos.


Historia reciente.

La República es una legítima demanda histórica frente a la Monarquía parlamentaria de imposición franquista. Nunca debimos aceptar el planteamiento de Monarquía y Democracia, como si pudieran sumarse, puesto que lo correcto sería decir Monarquía o Democracia, ya que son conceptos excluyentes y antagónicos. Tal vez dejar tantos asuntos, en el periodo de la Transición, malamente resueltos haya dado como resultado la esperpéntica situación actual.
Las estructuras participativas propias de una República Federal podrían resolver cuestiones enquistadas como las Nacionalidades, acabando con la monstruosidad del modelo de Estado actual, en el que la multiplicación de competencias comporta gasto e ineficacia.
El papel de la Iglesia católica como grupo de presión política es otro de los males que nos aquejan. La religión nunca debería saltar los límites de la creencia individual para irrumpir en la política y el poder. La ética cristiana que impregna Occidente no está cumplida, es más, las jerarquías católicas impiden su realización, una perversión demoníaca.
Como antes de la guerra civil española la Iglesia, la Monarquía y la derecha, es decir los enemigos de siempre, están alineados.
La clase política actual no tiene más fuerza que las que le otorgan nuestras dimisiones, nadie puede quedarse al margen.

Golpe de estado.

Con diez millones de votos, menos de un cuarto de la población, una mayoría otorgada por la ley D’Hont y a golpe de Decreto-Ley, la ultra derecha está acabando con todo lo que hemos tardado décadas en conseguir. Esta situación recuerda a la Alemania nazi, cuando los partidarios de Hitler subieron democráticamente al poder y una vez allí cambiaron las leyes de tal forma que fue imposible pararlos.
El gobierno actual está causando un daño irreparable, golpistas de nuevo cuño, a base de fraude electoral e ingeniería financiera están saqueando el país.

Derecho a la revolución.

Vivimos en un estado de excepción  en el que se dan situaciones de extrema gravedad. La modificación de la Constitución para facilitar el pago de una deuda a todas luces, impagable, nos ha colocado en el mismo precipicio por el que han caído países, como Grecia, Irlanda y Portugal.
El estado moderno plantado en medio de la sociedad, como una máquina fabulosa, chupa el tuétano de la ciudadanía hasta dejarla yerma y esta injusticia justifica una revolución creadora de su propia ley y su propio derecho.

Unidad.

Los actos aislados se revelan, a luz de los acontecimientos como insuficientes, solo un Frente común, hará que tengan una repercusión más amplia. Reunirnos en torno a cuatro ideas básicas, multiplicaría el efecto de la lucha, pues el enemigo es muy poderoso.
Tenemos obligación de intentar de nuevo la unión, aparcando privilegios, siglas, narcisismos y cuotas de poder. La contra al discurso capitalista solo puede recuperar su voz si vuelve a la esencia, destilando diferencias hasta que quede lo nuclear, una comunidad justa en la que necesariamente se va a dar cualquier oportunidad de vida propia.
La riqueza está en manos de un diez por ciento de la población, luego el noventa por ciento restante, somos el potencial sujeto revolucionario. Habrá que superar nuestros históricos errores. Sin justicia, igualdad y reparación de la afrenta no hay nada, cualquier debate sobre una sociedad utópica resulta una burla frente a la infamia, la vergüenza y el progresivo envilecimiento de todos.
Es necesaria una postura pragmática, no podemos permitirnos la disgregación. En esta situación sin esperanza hay que distinguir bien lo contingente, de lo necesario, dentro de una estructura de posibilidad.

Pongamonos en pie de pensamiento y cuidemos los unos de los otros.

Madrid, 6 de diciembre de 2012

1 comentario:

Toska dijo...

Me parece muy acertado el artículo. Creo que es fácil estar de acuerdo con el análisis de la situación que describe y me gusta, de manera especial, la llamada a la unidad con la que finaliza.

Sin embargo, no me encuentro representada en el sustantivo "Hombre" como sustituto de "Humanidad", ni tampoco en "todos", como genérico universal, me hallo.

Como es bien sabido, el lenguaje lo dice todo: su simbolismo es muy poderoso, así como su capacidad para (re)crear una determinada realidad.

Por eso, en mi opinión, es tan importante llamar a cada cosa por su nombre, sobre todo cuando no hay que inventar palabras nuevas porque ya existen: sólo hay que nombrarlas.