A pesar de lo
que se considera normalmente, la cuestión política no sólo entraña un organizarse de otro modo sino
radicalmente un pensar de otro modo.
Ya Marx introduce su concepto de Fetiche
para hacer notar que hay algo que siempre se nos interpone en un buen análisis
de la economía política. Este fetiche al interponerse siempre en nuestras
consideraciones termina por funcionar como una ley natural, termina por poseer
carta de naturaleza, así dice Marx en el libro I de El Capital, capítulo I, epígrafe: “El carácter fetichista de la
mercancía y su secreto”:
«Los trabajos
privados [es decir, cualificados y “sujetos a una interdependencia
multilateral”] […] son reducidos en todo momento a su medida de proporción
social porque en las relaciones de
intercambio entre sus productos, fortuitas, siempre fluctuantes, el tiempo
de trabajo socialmente necesario para la producción de los mismos se impone de
modo irresistible como ley natural,
tal como por ejemplo se impone la ley de la gravedad cuando a uno se le cae la
casa encima.»[1]
Y es muy curiosa
esta imagen pues Marx relaciona el
imponerse de modo irresistible como ley natural a que a una se le caiga la
casa encima…ahora podríamos decir, como que a una se le parta la tierra
introduciendo la cuestión ecológica.
Pues bien, una fantasmagoría como la del fetiche que
dice algo así como que todo se mueve y se soluciona en el nivel de la circulación y del intercambio, es decir al
nivel abstracto y cuantitativo de la cantidad
de trabajo socialmente necesario (“gelatina de trabajo” lo llega a llamar);
algo que se nos interpone en los análisis y que posee hasta carta de naturaleza
por socialmente aceptado, sin embargo tiene un secreto.
El secreto es
que tal ley natural no está bien analizada y hemos caído en una ilusión trascendental como diría Kant,
es decir, una ilusión como aquella que siempre vemos cuando metemos un objeto
en el agua.
Cuando hacemos
eso, cuando metemos un objeto en agua, siempre veremos que lo que hayamos
metido se tuerce, pero no está torcido. Así pues se trata de una ley natural
que depende de la óptica, pero aplicada a la cosa misma no resulta más que una
ilusión. No podemos dejar de verlo así, es decir, no podemos dejar de ver la
cosa torcida o la economía política sólo dependiente de la circulación, pero un
análisis fino nos hace notar que no es la única dimensión que hay y que el carácter
de fetiche no es esa ley por sí misma sino pensar que sólo hay esa dimensión,
que sólo se da en nuestros ejemplos, la ley natural de la óptica o la
circulación en la economía política.
De ese modo, lo
que Marx llama “fetiche” no es que algo que no hay, sino que es un “fantasma”
tal y como puede entenderse desde el psicoanálisis lacaniano. Es decir, se
trata de una construcción de la imaginación que tiene una parte de ley pero que
si se aplica universal y reduccionistamente, como si con ello bastara, se cae
en una errancia y el problema, por ejemplo del comportamiento de los sólidos o
de la economía política, queda mal planteado y no encontramos salida a él.
Así pues, en
Marx se nos dice que si miramos las cuestiones desde la circulación de las
mercancías se nos pierde algo por el camino y eso que se nos pierde es aquello
en lo que nos iba todo. La pregunta entonces no es tanto cómo organizar de otro
modo la circulación (la capitalista, el trueque, los emprendedores, el comercio
justo etc. como en los debates que siempre escuchamos y lo que escuchamos desde
economistas y políticos) sino que Marx apunta que esto remite al ámbito de la producción y sin ver esta cara nos
quedamos en el mundo de la imaginación y no logramos pensar de otro modo. Gran
libro El Capital para enseñarnos a
pensar de otro modo.
Esta ponencia
aunque desea expresar esta cuestión, sin embargo considera oportuno desplazarnos
para salir de los tópicos acerca del marxismo tales como que la producción no es más que las formas materiales bajo las
cuales cae el trabajo, o la producción del objeto mercancía, o de lo que hace
la riqueza de una nación (ilusoriamente o fetichistamente porque ya trata al
trabajo homogéneamente y sólo en su circulación). Para pensar esta diferencia
en Marx entre circulación y producción y más escuetamente el tema de
nuestra ponencia, a saber, pensar de otro modo, tendremos que hacer más de una
incursión.
Y la incursión
por la que consideramos que se puede entrar en esta problemática tan compleja pero
que tanto nos concierne tiene que ver con la diferencia entre “lo que no se puede decir” y “lo que no se puede decir”, esto es, dos modos
del no poder decir. Esta cuestión no
es baladí y de ella se han encargado tanto los intentos de Marx de alejar el
fetiche de la mera circulación e
introducir también el vector complementario y correctivo de la producción, en El Capital; como Heidegger en El
origen de la obra de arte o La
pregunta por la técnica (por citar sólo dos de sus obras) en las cuestiones
del mundo y la tierra, o en la diferencia entre la técnica y la esencia de la
técnica. El Antiedipo de Deleuze y
Guattari también atiende a esto y enlaza a Marx con el psicoanálisis
introduciendo lo simbólico y lo Real de Lacan y la diferencia entre represión (Verdrängung) y forculsión (Verwerfung) freudianas; o lo encontramos también
en Verdad y Método de Gadamer con la
cuestión de los monumenta y el
recuerdo/olvido relacionados con la creatividad y con Nietzsche. Curioso que
los tres llamados filósofos de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud sean lo que
tratan y abren esta cuestión en nuestra contemporaneidad y que todos lo hagan
no como una negación de la imaginación, sino como la falta de una dimensión, de
la dimensión afirmativa por antonomasia como luego veremos.
Pero volvamos a
nuestro tema, hay dos grados heterogéneos entre sí de un no poder, de un no poder
decir: uno contingente y otro necesario. Por ejemplo, dentro de una estructura,
una sociedad por ejemplo o una cultura, no se pueden decir determinadas cosas
en determinados contextos. Ejemplos de ello tenemos miles y cotidianos, como el
Decoro Barroco que prohibía
introducir animales en los cuadros de una Iglesia o lo que solemos llamar
decoro en general y que proviene de ese uso. Un arte decorativa tiene que estar
relacionada con su contexto y esas reglas del decoro que mantenemos aplican que
no se puede decir cualquier cosa en cualquier lugar. Así, en un restaurante
caro no tiene decoro decir un insulto en alto, etc… se suele decir que “hay que
conservar las formas”. Si algo así como una mala palabra en una cena se quiere
decir, se reprime. Así, por ejemplo también cuando alguien cita la necesidad de
una democracia en un supuesto estado
democrático, se le llama al orden, a las “formas convenidas” rápidamente y se
le dice que hace demagogia, populismo o que es un revolucionario. Pero todas esas fórmulas
están concertadas, es decir, están dentro del campo de posibilidad en una
estructura dada. Y ya sabemos por Freud que la represión no opera más que como el retorno de lo reprimido, así la tensión en las cenas caras, en
las cenas de navidad, en las iglesias o en los debates políticos. Pero habiendo
esa represión siempre hay la posibilidad de decir esas cosas y ya incluso las
respuestas a ellas están dadas: si se dice una mala palabra en una cena se es un
maleducado, si se hace algo raro en una iglesia se es un hereje, si se dice
democracia contra una supuesta democracia se es un revolucionario, un
populista, etc. si se dice nosotras en lugar de nosotros como genérico se es
una feminista.
Esta dimensión que,
podríamos llamar, la circulación del
discurso en sus valores y ámbitos sociales dentro de una estructura de
posibilidad es importante, por supuesto; por ejemplo en el trabajo de las
historiadoras es importante el datar y analizar determinadas cosas (y aquí
debemos hacer un obligado homenaje a Eric Hobsbawm recientemente fallecido y
especialista en estos análisis, quizá hasta visionario dentro de la historia de
esto a lo que apuntamos en esta ponencia). Decíamos que debemos analizar y
sobre todo contar determinadas cosas para que no haya olvido de ellas, que no
queden reprimidas y así se pueda conjurar su repetición. Hay que poder hablar
de esas cosas para que no retornen. Pero todo este campo está dentro de una
estructura y tanto las cosas que se pueden o no se pueden decir ya están
contempladas, ya se han dado.
Pero hay otro
modo de no poder decir. El necesario,
el imposible. Por ejemplo el famoso caso de los 30 tipos de blanco que tienen
los esquimales para lo que nosotros llamamos simplemente “nieve”. Este caso
está muy manido y parece poco interesante salvo si en ello nos va la vida: Pisar
una nieve no es lo mismo que pisar otra, una se puede quebrar y otra no, etc. También
podemos verlo en las derivas de las lenguas, por ejemplo en Griego moderno el
antiguo “to Kalós” que significaba “bello” ahora dice “bueno”…lo cual se puede
entender desde los transcendentales, pero el antiguo “bueno”, “To agathón”,
ahora posee una connotación de “tonto” o se utiliza sólo en expresiones como
“bienes de consumo”. Ello por no hablar de los “superágoras” que se encuentran
en cualquier lugar o de la gran pérdida del vocablo Aletheia que gracias a
Heidegger no hemos perdido del todo y cada vez parece que vamos ganando.
Hay muchos más
casos y la filosofía los esgrime sin cesar, por ejemplo el “no dicho y no
pensado” al que alude Heidegger en sus dos zonas, es decir, “lo no dicho” que
quizá se podría decir en un texto y lo “no pensado”, es decir, aquello que es
impensable y que, bajo otra estructura sí se puede pensar. Otro ejemplo es el
“mundo” en el que se centra Gadamer y la importancia de los “monumenta” para
intentar perder los menos códigos posibles o poder “recrearlos”; o incluso la
petición de “queremos lo imposible” del Mayo del 68…es decir, queremos otro
mundo, otra estructura.
Este caso de no poder decir que surge notablemente en
los estudios antropológicos y que es causante de tanto problema intercultural
es el que nos interesa aquí, el que nos permite salir de la imaginación y sus
fantasmas o fetiches para poder acceder a algo real, a la cuestión del ser, a
la cuestión de pensar de otro modo antes de que la globalización o
mundialización haga indiferente este ámbito a favor de una convivencia y
circulación e intercambio de mercancías (ya sean animales, cosas, palabras o
humanos) homogénea…pacífica que es como se vende cuando encierra toda la
violencia del mundo en una organización mundial de control, la más totalitaria
de todas por ser abierta y deslocalizada.
***
Volvamos a la
cuestión pues ante la aceleración y la velocidad de este sistema que se nos
impone, pensar de otro modo ya requiere otro ritmo, pausado, tartamudeante,
repetitivo.
Hemos localizado
que hay un “no poder decir” contingente dentro de una estructura y un “no poder
decir” necesario que es algo que dentro de una estructura o está perdido o
todavía no se puede decir. Pero no es que todavía no se pueda decir aunque
podamos vislumbrarlo sino que si se puede llegar a decir es porque algo ha
ocurrido: un acontecimiento.
Contrariamente a
lo que se supone que es un acontecimiento, llamativo, poderoso, espectacular
(aunque los hay) el acontecimiento es discreto, un mero devenir…sin darnos
cuenta algo ha pasado. Sin darnos cuenta ya no podemos nombrar los cuatro
tiempos griegos que, sin embargo tienen huella en algunas lenguas: cronos,
aión, aidíon y kairós; sin darnos cuenta podemos hablar de reiniciar, de robot;
sin darnos cuenta el bueno era tonto y el guapo era bueno; sin darnos cuenta el
espacio político, la plaza se nos ha convertido en mercado. Pero también sin
darnos cuenta podemos aludir a otro modo de verdad, a la Aletheia ; sin darnos
cuenta hablamos de diferencia sin subsumirla en la identidad, sin darnos cuenta
pedimos una democracia y desestimamos que el sistema en el que vivimos sea una
democracia como dice el cántico, “lo llaman democracia y no lo es”.
Y es que no es el
mismo ámbito aquel que se mueve dentro de una estructura que aquel que hace y
deshace estructuras, el que puede mirar hacia dentro de la jauría y sin embargo
tener la espalda hacia el afuera como señalan Deleuze y Guattari en el caso de
los lobos en Mil Mesetas.
Probablemente
ese ámbito de la producción que
señala Marx y que es diferente del de la circulación en el que nos reconocemos,
sea ese afuera, el que sí produce y produce fuera de una estructura o produce
afueras de la estructura.
Y es este ámbito
el que más nos interesa para poder pensar de otro modo en orden a poder
organizarnos de otro modo, es decir que vivamos de otro modo y haya otra
política.
Pero, si vemos
bien, este ámbito no depende de la voluntad. No podemos tener voluntad sobre
algo que no conocemos porque no está contemplado en una estructura. Pensar que
ya está y que sólo hace falta descubrirlo sería una locura, tan loca como
pensar que en lo bueno ya estaba lo tonto o que en la política sólo hay un
mercado.
Esto queda
explicado muy bien en la diferencia entre represión
y forclusión en psicoanálisis. La represión (propia de la neurosis y un
síntoma también de lo social) parte de algo que se sabe pero se olvida y pasa
al inconsciente, por ello retorna en el lenguaje como en los el lapsus, los
actos fallidos, las tensiones, el sufrimiento, etc. Su cura consiste en que, a
pesar de los reparos que pone la imaginación donde en su ideal no cabe, no
tiene decoro, emerja y se pueda integrar, es decir, que pueda situarse en lo
simbólico donde quedó el hueco molesto.
Lo forcluído (propio de la psicosis, la
esquizofrenia y también un síntoma de lo social) sin embargo nunca entró en lo
simbólico y por ello no se ha olvidado ni pasa al inconsciente, sino que es
olvido mismo y viene de fuera, del inconsciente: es el puro afuera. Forclusión es un término que viene del Derecho
y que significa “cerrar el foro”, o bien
que se tuvo un derecho que ya no se tiene; se está excluido, desterrado antes
de entrar es decir, lo forcluído no está en el foro. Si la represión es un acto de negación, entra en la posibilidad negar o
no negar un contenido cuyo juicio de existencia ya está dado; sin embrago lo
forcluído no introduce juicio de existencia porque no está, así pues, no se
puede negar ni es un contenido porque no lo podemos decir de ninguna manera.
En términos
heideggerianos, lo forcluído sería la
lethe (el olvido que no es un olvido
de esto o aquello), A-letheia sería
producir un espacio para la posibilidad del esto o del aquello, es decir, una
estructura; y sólo en el claro se podría negar o afirmar.
Por ello en
psicoanálisis la Forclusión (Verwerfung) está asociada a la Bejahung
(afirmación primordial) de la cual habla Freud, pues la cura consiste en que de
eso que no tiene juicio de existencia, es decir de eso que es el afuera o lo
real (o el ser podríamos decir) y que no tiene por ello contenido ni forma que
guardar, se produzca un campo de sentido, una estructura simbólica o, en
términos deleuzeanos mutatis mutandis,
un plano de inmanencia que se define
en ¿Qué es la filosofía? Como una imagen del pensamiento y una materia del ser
a la vez.
Por tanto su acción
es la pura afirmación y sólo se comprende como negativo en relación a la
imaginación que ha imaginado, ha hecho un fantasma total donde un afuera sólo
puede localizarse como una falta o carencia a imagen y semejanza de la carencia
o hueco en lo simbólico producido por la represión neurótica. Así lo necesario
para que se produzca una estructura es, sin embargo, visto desde la cara de la
imaginación o la posibilidad como imposible.
Como dicen
Deleuze y Guattari en su texto sobre Kafka: imposible
decirlo, imposible no decirlo.
Un análisis entonces nos conduce a
encontrar qué es lo reprimido por la imaginación, y un esquizoanálisis, sin embargo, analizaría en dirección a producir
estructura a partir de una afirmación sin negación.
***
Dicho esto
podemos retornar a Marx en el sentido de que su indicación hacia el ámbito de
la producción no es ver como se
producen las cosas en las fábricas, con el trabajo, etc. sino más bien qué pasa
con la cosa cuando se ha convertido en mercancía y si podemos producir otra
estructura, es decir, otras relaciones, donde la cosa no sea mercancía en
circulación.
Esto no obedece
al campo de las ideas o el idealismo, hacerse una idea de antemano y realizarla
sería, por un lado, un acto de la imaginación que vería carente lo que hay y lo
forzaría a adecuarse a esa Idea mientras que reprimiría muchas cosas por decoro…de
ahí la presión final de todo idealismo. Tampoco pertenece al campo de la
materia, si así fuera se realizaría la misma operación pero más terrible.
Primero se tendría que proyectar sobre la materia lo que la materia es y luego
imponer desde esa imagen de materia lo que la materia produce…por ello un
materialismo no delirante no es esa cosa rara que nos han contado.
Se trata, sin
embargo, de modos de producción, modos
de pensar o pensar de otro modo, de relaciones. Y sólo puede hacerse a base de
toparnos con lo real, con el afuera o con el ser desde nuestra estructura. De
producir, crear, o recrear, o rememorar de una manera extraña no el contenido
olvidado sino el afuera mismo.
Y a ese afuera
se accede de diversas maneras porque ese afuera es íntimo, habitamos siempre con él y la muestra es que las estructuras
cambian, que hemos perdido códigos, que tenemos otros y que hay por-venir y
producción, que las cosas cambian y que hay cosas que cambian tan profundamente
que no nos reconocemos ni a nosotras mismas. De hecho, Lacan llegó a llamar a
este afuera: real, que aparece como
puntuación sin texto, como alucinación o como déjà-vu. Imposible decirlo,
imposible no decirlo.
¿Cómo podemos
producirlo sin medio de la voluntad? Pues, creando, inventando, produciendo,
repensando, rememorando, recreando, imitando, leyendo, estudiando, actuando,
experimentando. En estos ámbitos donde la voluntad sólo está puesta en el
llevar a cabo esa acción de encontrarse con el afuera y no en un contenido
concreto que haya que realizar.
Así, a base de
decir democracia y pedir democracia como ágora o espacio vacío que ha de ser
cuidado una y otra vez y no abandonado tras un contrato social en el inicio de
los tiempos, antes de los tiempos de lo civil, es ya una acción que tiene que
ver con la producción más que con la circulación…
Y siento que
esta ponencia no sea originalísima ni espectacular. Estoy diciendo algo que se
repite desde muchos ámbitos y muchas disciplinas muchas veces, algo que desde
el agujero de Tales de Mileto no hace más que aparecer, si no aparece en la
huella del lenguaje ni en los forzamientos del lenguaje, es decir, en el
poetizar o tartamudear o analizar o extrañarse
del lenguaje, aparece en lo real mismo: un agujero.
Y para que no
llegue desde lo real el retorno de lo forcluído, peligro donde los haya pues
podemos acabar con la tierra misma, sólo podemos decir desde estos foros y
decirnos en estos foros que nos va la vida en construir nuevas estructuras que
cuenten con el afuera como a un esquizofrénico le va la vida en poder hacer una
afirmación. Y que no podemos eludir esta tarea que se hace mientras se dice
porque lo único que dice esta ponencia es lo imposible. Que lo imposible es
necesario y que es una tarea apremiante… y si no, la muerte.
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