miércoles, 15 de febrero de 2017

Tres breves consideraciones y un buen propósito -¿de año nuevo?-

José Vidal Calatayud
(El Faro Crítico) 

Los relatos y justificaciones acerca de lo sucedido en el enfrentamiento entre anarquistas y comunistas durante la Guerra Civil española son conocidos por todos nosotros. Podrían continuarse sin fin, incluso por parte de nuestros descendientes, y seguir fomentando eternamente odios y desconfianzas que hagan para siempre imposible el entendimiento entre los dos únicos movimientos políticos que intentan acabar con ese esclavismo contemporáneo que es la sociedad capitalista, que ahora además acelera en la recta final de un camino suicida para la vida en la Tierra.


Frente a esta situación, que parece además proporcionar buenos réditos de popularidad y estatus a quienes la sostienen en cada uno de los bandos, me atrevo a hacer una propuesta después de considerar el asunto desde un punto de vista que intenta no ser dogmático.

Ciertamente la diferencia de posición teórica en cuanto a la “determinación” de lo político por la infraestructura económica, y la creencia marxista en unas “etapas” necesariamente sucesivas en el plan de la revolución, hacía difícil poder pensar en una estrategia común para estos dos movimientos que sin embargo tienen, o dicen tener, la misma meta final de una sociedad comunista, esto es, libertaria.

Pero muchas de las nuevas formas de “pensamiento comunista” que surgieron durante las décadas de lo que se llamó, -acertadamente o no- “postmodernidad” nos abren, pienso, un camino para dejar a tras las rigideces propias del pensamiento “soviético” en cuanto a la sobredeterminación de la historia que llevan tan frecuentemente a actitudes “maquiavélicas”, y también a las que proceden de posiciones de exigencia ética “absoluta” e inmediata de un purismo que desdeña todo avance real -y no sólo los terminológicos- en la situación social y política.


Considerando una teoría desde el punto de vista deleuzeano de la “maquinación”, lo que debe interesarnos es qué podemos hacer con una idea, incluso con una simple frase. Qué fuerza movilizadora, transformadora, y también de diálogo entre nosotros, tiene la idea de una sociedad comunista, sin explotación ni opresión, al menos legalizadas, institucionalizadas.

Acerca de esto, sólo dos observaciones, de las que propondría partir para el diálogo (que necesariamente sería largo y complejo, y que nos obligaría a detenernos la mayor parte del proceso en cuestiones de detalle y “mecanismo” en las que esta breve propuesta no puede entrar ahora):


Las organizaciones marxistas han renunciado de hecho al ideal final del comunismo: a una sociedad donde desaparezca el poder sobre la vida de las personas -y eso incluye la vigilancia contra toda forma de manipulación (des)informativa-, y sólo quede una administración realmente democrática de la economía. Unida a esta renuncia, se instalan con toda comodidad en el parlamentarismo burgués y dejan de luchar por una democracia verdadera, esto es, directa en todos los casos en que sea factible, y con niveles máximos de limitación control y revocación en los cargos en que resulte inevitable la representación. Además, dan por consagrada la división en estados con fronteras, especialmente las que separan países pobres de países ricos.

Ante esto, hay que señalar cómo las posiciones libertarias han conservado la reclamación del objetivo final de los movimientos obreros y revolucionarios, y cómo sólo esta conservación puede generar una movilización masiva y una nueva ilusión en un cuerpo social desanimado y resignado.


Visto en la otra perspectiva, me atrevo a decir que en el lado anarquista se puede sospechar a veces un cierto conservadurismo de signo contrario: una exigencia purista de “todo o nada” en la que creemos que, o se suprime “por decreto” el Estado mañana mismo, o nos quedamos en la situación actual -aunque no se reconozca que es “para siempre”, pienso que se depositan las esperanzas en pequeñas transformaciones de pequeñas comunidades, mientras llega el Gran apocalipsis que acabe con todo el sistema socio económico en un colapso general (algo así como el Fin del Mundo y el Juicio final: algo que ni podemos prever ni esperar).

Ante esta posición mesiánica -desde luego que no es la única en el campo anarquista-, mi propuesta es que el marxismo ha tenido un papel más “exitoso” en el terreno de la efectividad, y ésta sí es parte del compromiso ético;
...que queremos cambiar el mundo entero, no unas pocas y pequeñas comunidades de ya convencidos;
...que tal vez -y podría estar equivocado, esto ya es parte de la discusión- no haya que desdeñar los cambios que posibilita, en la calle, en los centros de trabajo y en unas instituciones modificadas, un posible vuelco real de la correlación de fuerzas entre clases sociales; que la lucha en todos los terrenos debe irse cristalizando en avances concretos, siempre que ello no sea una excusa para desmovilizar a la población, siempre que no se logren a cambio de compromisos de parar la lucha.


Hasta aquí mis pobres reflexiones sobre la cuestión; son mi aportación posible, quizá ingenua, para el objetivo de unir a todos los que trabajamos por otro mundo más justo y libre; un objetivo de unidad de fines y estrategia si el cual el horror presente continuará hasta un final quizá apocalíptico o quizá estabilizado en lo intolerable, en todo caso la promesa de lo peor.


Un abrazo a todos.

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