miércoles, 2 de marzo de 2016

Pueblo, populismo, populacho

Fvi - Revolución y Revuelta

La Revolución una vez más desacreditada.
Reducida una vez más a amenaza convulsa, o a formas de relevo del poder.

A pesar del vértigo publicitario por el cambio irrefrenable.
-Todo debe cambiar menos la política, que es irrelevante (algo técnico)-.
(Luego se sorprenden de que surja a borbotones…)

Una vez más falseada por la historia. Como denuncia el artículo seleccionado de Florence Gauthier La importancia de saber por qué la Revolución francesa no fue una “revolución burguesa”. Irónicamente asfixiada por las categorías “históricas” que debían convertirla en necesaria, resulta ahora que la Revolución la hizo la burguesía, y lo que implantó fue la Propiedad (!).

Tras la caída de la “necesidad histórica” que traía la utopía, post-marxistas reconvertidos aprovechan el derribo de la ortodoxia para olvidar las evidencias del capital.

Mientras algunos (como hacía Bataille) desconfían de la multitud y conspiran secretamente en una “revuelta” inadvertida;
Otros judas como Laclau, tras intentar desideologizar a la izquierda, tratan ahora de sustraerle su fundamento popular: el “pueblo”, en nombre de quien la revolución se hace.

Puede que en efecto el pueblo fuera un significante vacío como dice Laclau, antes de que la derecha le diera sentido despreciándolo. “Populistas” era el término despectivo que daban a aquellxs jóvenes rusxs del siglo XIX que buscaban en los pueblos recuperarse de su irrelevancia social y vital.
Luego, cuando se impuso a tiros el parlamentarismo, la derecha se vio obligada a actualizar sus justificaciones. Hoy la represión se hace en nombre de la “soberanía popular”.

Pero si hay algo opuesto al decir del “pueblo” son precisamente las instituciones. Y cuando se grita todavía por el pueblo, se hace en nombre de la condición de “gente” que no pueden negarnos, como suelo político del que no pueden desalojarnos. Y este suelo no trata de recuperar una “universalidad” desde los excluidos, al bonito modo de Jacques Ranciere; o aprovechar la mala conciencia del Estado; ni pretende repetir los debates reunidos en torno a la libertad de la propiedad o la demanda social de igualdad, es decir, por el reparto de los bienes; sino aludir a la radicalidad de donde surge la política, y que sufre todavía un anatema sobre su nombre de “Anarquía”.

Tras sólo citar la asamblea abierta en la que cualquier política sería posible, la represión se apresura en acudir.

Como el antagonismo social lo crea el poder (y no la protesta que lo pone de manifiesto), cualquier acción política puede ser considerada “disidencia”; pero también cualquier acción autónoma, una práctica revolucionaria. La revolución no consistiría tanto entonces en una gran estrategia de ingeniería social, como en la actividad política normal que la gente no puede ni quiere dejar de hacer.

Como nos cuenta Mercedes de los Santos Ortega en El devenir revolucionario de Buenaventura Durruti, la iniciativa individual o la acción colectiva anarquista sólo pretenden desencadenar las prácticas políticas reprimidas del pueblo, manteniéndose vigilantes ante quienes intenten dirigirlas.

Lejos de teorías “históricas” que condicionen nuestras prácticas, o demostraciones “teóricas” que neutralicen nuestra iniciativa o nos releguen a los márgenes, la acción individual se integra de manera natural en la actividad colectiva del “pueblo” porque éste es plural, y no está representado por un proyecto definido y único, sino que se trata de una creación colectiva, cuya confluencia se encuentra en el camino.
Según Durruti “la revolución es una desconocida”, que hay que cuidar, pero no dirigir.

No hay comentarios: