miércoles, 26 de noviembre de 2014

El retorno de Pueblo como categoría política

Jose Luis Manchón – El Faro Crítico
            Pueblo ha sido un término esquivado hasta hace muy poco por los discursos de izquierda. La situación ha cambiado. La emergencia de nuevos paradigmas anticapitalistas que ya no referencian exclusivamente al movimiento obrero (ecologismos, feminismos, pacifismos) ha sido fundamental para su rescate del baúl de los trastos viejos y su conversión en central para pensar el panorama político actual. Los nuevos movimientos sociales lo han recepcionado como un desatascador y revitalizador necesario. No es casual. La disfunción histórica del paradigma revolucionario de clase, había introducido a las luchas sociales en un callejón sin salida. Concluir que la clase obrera no está en proceso de articulación, sino todo lo contrario, es una realidad dolorosa que es necesario asimilar cuanto antes para reorientar las luchas anticapitalistas e implica reconocer algo novedoso invisibilizado por las ideologías de base dialéctica y materialista; el conflicto político entre grupos se da principalmente entre identidades, entre formas de vida, y no tanto entre intereses. El apoyo que obtienen los grupos conservadores y neoliberales por los sectores más populares y humildes de la población en muchos países, sostiene en buena medida esta tesis. El marco cultural, el imaginario colectivo, las representaciones de éxito en el que se ubica subjetivamente el individuo, son más determinantes a la hora de optar por una u otra solución política, que la condición económica objetiva. En las sociedades de consumo, los deseos están secuestrados por la publicidad. La lucha de clases atraviesa a cada individuo.

            En este contexto, emergen las opciones populistas, tanto de izquierdas como conservadoras. Ernesto Laclau, en La razón populista, explica el proceso de construcción de un pueblo a gran escala. Su origen  es negativo. Para que se constituya un pueblo, tiene que existir un conjunto de demandas diferenciales insatisfechas. Es decir, tiene que existir una institucionalidad incapaz de hacerse cargo de esas problemáticas ó resuelta a negarlas. La frustración genera el caldo de cultivo para que esas demandas diferenciales y aisladas, que proyectan sus esfuerzos en vertical, empiecen a  conjugarse horizontalmente provocando así la emergencia de una serie equivalencial de demandas. Ese estado de hermandad, de articulación entre demandas equivalentes, escinde el espacio político en dos. La serie equivalencial de demandas, enfrentándose unitariamente y de forma antagónica a una institucionalidad, es el pueblo para Laclau. En su teoría, es necesario que una o varias de las demandas, se postulen como significantes vacíos para que puedan canalizar el malestar del pueblo de forma positiva en lo que debería derivar en la conquista del poder constituido. El acceso desde posiciones populistas al poder de gobierno, inagura un nuevo ciclo político donde previsiblemente el pueblo populista se irá diluyendo en la medida que sean satisfechas por las instituciones, de forma diferencial, la mayoría de las demandas. Pero no existe cierre. La  contradicción entre demandas pertenecientes a la misma serie equivalencial,  e incluso la imposibilidad real de realización de algunas de ellas, dejará en evidencia al gobierno populista. Son estas demandas no atendidas, las que volverán a reiniciar un nuevo ciclo de luchas.

            Es sorprendente como el análisis de Laclau explica perfectamente fenómenos históricos revolucionarios en muchos de los países donde se han producido procesos de empoderamiento popular que han llevado al derrocamiento de regímenes e instauración de nuevos órdenes sociales representativos. En el caso español, permite comprender la posible función populista de los sectores más reformistas del 15m en la emergencia posterior de Podemos, con la apelación al desalojo de la casta política y la personalidad de Pablo Iglesias como significantes vacíos. En el caso francés y a la derecha, tenemos el Populismo conservador de Le Pen, que también apela al desalojo de los corruptos de las instituciones.

El análisis del Populismo en Laclau, es lo suficientemente certero como para permitir entender perfectamente las lógicas de resistencias ultra-democráticas que se están dando actualmente en algunos Estados nacionales y también, sus limitaciones en el alcance de sus consecuencias políticas. La lógica populista, consigue intermitentemente en cada ciclo de empoderamiento popular, forzar una relación siempre contingente y débil entre la concepción democrática de la política y la concepción liberal[1] para después, acabar siempre por reconstituir y legitimar las estructuras liberales de dominación en la resolución final de los conflictos. En los procesos populistas, mientras el pueblo se constituye y se diluye en cada ciclo, la estructura liberal siempre permanece, convirtiéndose así en un elemento inmanente a la lógica populista. Un planteamiento problemático si lo que se está intentando articular son luchas anticapitalistas, que son en definitiva, luchas contra pilares fundamentales del liberalismo, como la propiedad.

El Populismo se hace cargo y resuelve el problema de la escala, en la articulación de las luchas en sociedades de masas, pero es precisamente esa escala la que impide cambios radicalmente democráticos. El pueblo populista en las sociedades de masas, debido a su magnitud, tiene que ser necesariamente representado. La democracia representativa, aristocracia en su traducción aristotélica, es lo máximo a lo que puede aspirar. Cuando se constituye, el pueblo populista evoca una fraternidad imaginaria sin realidad efectiva. Su configuración es multitudinaria, colección de individuos sin cohesión interna y por lo tanto, tendente a su disolución. Sus movimientos son por demandas, es decir, piden ser atendidos por instancias separadas. El pueblo, en clave populista, no tiene potencia para realizar transformaciones por si mismo. Necesita ser asistido y es el objeto de las instituciones liberales.

            Entender que la vía populista como tal, no puede ser revolucionaria en clave anticapitalista, no significa que no pueda ser un punto de referencia a tener muy en cuenta. Puede ser interesante aprender del análisis de Laclau para desde ahí, intentar derivar otras vías[2].  El planteamiento de desviación del Populismo que empezamos a explorar, está sustentado en base a determinados planteamientos que consideramos ineludibles para la acción política en la coyuntura actual:

  • El tandem Liberal-Capitalista tiende hacia un totalitarismo global de sesgo imperial-policial donde la política trata de las corporaciones transnacionales y sus intereses.
  • Debido a la globalización de los modos de producción desarrollistas y extractivistas del Capitalismo, empezamos a estar en un momento de difícil retorno respecto a la degradación medioambiental y el agotamiento de muchos recursos naturales a nivel planetario. En concreto, el agotamiento de los recursos energéticos amenaza con convertir la crisis energética en un colapso civilizatorio.  
  • La escala social masiva en las sociedades humanas opera como una trampa de progreso. Hace inviable, aparentemente, cualquier solución política que no asuma la implementación de un grado mayor de complejidad para el sostenimiento de esta realidad. 
  • La concentración masiva de población en mega-urbes hace dependiente a buena parte de la población mundial del abastecimiento energético y mercantil. Esta concentración poblacional es paralela a la concentración de poder en las instituciones liberales y transnacionales, y es proporcional al expolio a las clases populares y los países del sur.
  • Las resistencias democráticas a los cercamientos de los comunes, son necesariamente zonales y concretas. No coinciden ni en el espacio, ni en el tiempo. Un cambio global es necesario, pero la revolución no se dará en todos los territorios a la vez, como imaginaban las utopías clásicas de izquierdas de raíz ilustrada.
Romper el círculo virtuoso del Populismo es crucial[3]. Estamos hablando de analizar la posibilidad de una salida rupturista respecto a la articulación populista entre liberalismo y democracia.  Si las demandas populistas nacen dentro del marco político liberal. ¿Cómo impedimos desde dentro de la dinámica populista de masas que estas sean finalmente resueltas en las instituciones liberales? Las instituciones liberales, asociadas desde su nacimiento al desarrollo del capitalismo, no son neutras y en las lógicas populistas se convierten en un principio necesario de resolución que nunca se pone en cuestión. La razón populista se desenvuelve en el marco descrito por Fukuyama, en El fin de la historía y el último hombre, que pronosticó un fin de la historia donde el Estado moderno liberal[4] y su democracia representativa sería la culminación definitiva de la evolución de definición histórica de estructuras políticas e ideológicas. Salir de este marco implica canalizar la frustración no a través del significantes como “Hay que echarlos”, que conceden cierta neutralidad a las instituciones liberales, y focalizan la resolución de los problemas en la sustitución de los malos gestores o garbanzos negros por gente honesta y eficiente que atienda las problemáticas, sino a través de significantes vacíos que identifiquen a la propia sociedad de masas, a las instituciones liberales y al capitalismo como ángulos de un mismo triángulo que es necesario desarticular para restaurar la posibilidad de la política de base y por lo tanto, la auto-resolución de las demandas por los propios demandantes. La contradicción entre demandas de una misma serie equivalencial extensa, y que por lo tanto, no pueden ser resueltas a la vez y de forma unitaria por una entidad centralizada de poder,  introduce la posibilidad de bifurcaciones en la serie equivalencial que podrían permitir que el entramado institucional se hiciera plural. Si en cada ciclo populista no hubiera una reconstitución y relegitimación del aparato institucional en decadencia, sino un reconocimiento desde el cuerpo social, de la incapacidad política por pura contradicción del aparato liberal para resolver todas las cuestiones, podría darse la fragmentación de las series equivalenciales en series afines no contradictorias y más pequeñas que se dieran a si mismas legitimidad para resolver sus demandas. Estaríamos pasando de una concepción de Pueblo como multitud a una concepción plural y micropolítica de los diferentes Pueblos. Donde Pueblo dejaría de ser un abstracto para pasar a dividirse y multiplicarse a través de una red de concreciones diferenciales cohesionadas internamente por la política del bien común. Distintas formas de vida, diversidad de mundos y restauración del conflicto político. Comunidades humanas constituidas en torno a la tradición democrática[5], es decir, al margen de la configuración liberal moderna de las macroestructuras políticas del Capital.  Opondremos a Populismo,  el término Pueblismo. Si la razón populista vehicula la construcción del pueblo en base a demandas insatisfechas que pide en último término una nueva institucionalidad más hegemónica, el Pueblismo es la articulación del cuerpo social, de forma orgánica, no para exigir a un ente separado su satisfacción, sino para satisfacer sus necesidades de forma directa. No hablamos de masas, nos referimos a la emergencia de nodos de autogestión y apoyo mutuo, autónomos, que se otorgan a si mismos el derecho que se les niega desde la institución. Reivindicamos el término pueblar como un actuar político continúo que teje redes de solidaridad y vecindad, constituyendo al pueblo no de forma antagónica o negativa, en base a la frustración por las demandas insatisfechas, sino de forma positiva, en base a la construcción política en común para la satisfacción de esas demandas y su defensa. No de forma abstracta, sino concreta. En esta apuesta política, la figura del significante vacío pierde todo el sentido. La representación popular del significante vacío no es necesaria en la democracia directa. Las demandas nacen ya  dentro de una serie equivalencial. El análisis holístico, no separado, de las demandas o necesidades, permiten su priorización utilizando criterios directamente relacionados con el bien común por parte del propio colectivo. El paradigma de los Comunes, que pide hacer saltar por los aires la falsa dialéctica entre privado y público,  y reivindica la comunidad política a escala humana, articula esta propuesta.

Estamos convencidos que el escenario descrito, tendrá que ser tenido en cuenta a partir de la toma de conciencia general del desastre. El desmontaje del modelo socio-económico vigente a través de la descomplejización de las sociedades humanas y en definitiva, la fragmentación política en una nueva ruralización allí donde sea posible, es quizás, la única alternativa viable ante el suicido que implica esperar al colapso de la sociedad industrial capitalista.




[1] Por un lado, tenemos la tradición liberal constituida por el gobierno de la ley, la defensa de los derechos humanos y el respeto a la libertad individual; por el otro, la tradición democrática, cuyas ideas principales son las de la igualdad, la identidad entre gobernantes y gobernados y la soberanía popular. No hay una relación necesaria entre esas dos tradiciones diferentes, sino sólo una articulación histórica contingente. (Chantal Mouffe)
[2] Existe cierto determinismo en Laclau, que en mi opinión tiene que ver con un decisionismo político muy vigente en la actualidad, que desestima las alternativas libertarias en un proceso revolucionario. La acción directa no forma parte de la posibilidad de acción política de los demandantes. La autogestión no forma parte de la posible alternativa institucional. No se contempla. Siempre se obvia la posibilidad real de una solución descentralizada, democrática y atomizada.
[3] No olvidemos que el Estado liberal es esencial para la supervivencia y el desarrollo de un Capitalismo que nos está matando. Todos los Estados liberales del planeta son Capitalistas, los populistas de izquierdas también. Consideramos la lucha contra el Capitalismo como esencial. Preferimos los populismos de izquierda a la nada, pero no es una alternativa al neoliberalismo implementar estados sociales en base a la circulación capitalista y el crecimiento económico.
[4] El estado liberal. El imperio de la ley y el orden que clausura la política. Que cristaliza en una estructura institucional máximamente representativa una relación de fuerzas concreta. Una práctica que sacrifica la vía comunitaria por una supuesta seguridad y armonía entre individuos libres, en pos de evitar la rapiña de todos contra todos si no se impusieran ciertos límites. Que no concibe la política más allá de la administración y sus trámites burocráticos. Que produce individuos aislados e impide por todos los medios posibles su agrupación.
[5] La democracia radical, o democracia a secas, tolera bajas cotas de representación política. Considera que el auto-gobierno colectivo es la vía, no elude la política como conflicto y sus riesgos. No tolera la desigualdad. Concibe la práctica política como algo vivo y evita en lo posible, fundamentarla y convertirla en una cuestión papelesca. Le preocupa más la modalidad del proceso que la eficacia en la consecución de objetivos.  No es esencialista.

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