por FKastro - "El Faro Crítico"

Hemos discutido hasta que suena la campana que avisa del desastre. Hemos huido de la diferencia como si fuera nuestra ruina, psiquiátrica ó no. Noches aciagas de soledad, incomprensión y silencio, que nos han obligado a recomponernos al día siguiente, donde iniciamos repetidamente la apertura de nuestro stand.
Pero toda esta disciplina, toda esta labor por cuidarnos, por preservarnos ante lo incierto de cualquier desenlace, no ha impedido que una y otra vez nos señalen, nos apunten con el dedo como seres ortopédicos, desangelados, siempre a medio hacer, a medio completar.
Hemos puesto de nuestra parte, pero aún así, no han dejado de vigilarnos.
Todos nosotros reconocemos el poder invisible que nos ha unificado en nuestras trayectorias vitales: Familias, profesores, jefes, banqueros, políticos, policías. Han procurado observarnos minuciosamente para detectar nuestras anomalías, y entonces clasificarlas, diagnosticarlas, separándonos brevemente del circuito de la normalidad, para arreglarnos, para borrar lo distinto, la mancha sin forma, y después, colonizados por lo repetitivo, nos han devuelto al circuito de la normalidad vigilada.
Disciplinándonos continuamente.
Ellos tienen voz, y cuerpo, y se saben instrumentos de vigilancia, dispositivos de poder, vectores de autoridad. Han jugado con las cartas (marcas, siempre marcadas) de la necesidad, la psiquiatría o el miedo. Y sobre todo, en ningún momento, desde una televisión, el trazado definido de una arquitectónica, o el hábito del resto, NO HAN DEJADO DE VIGILARNOS. Modelar es su objetivo. Borrándonos para ser el resto.
Pero ya no, se acabó. Seres desangelados, ortopédicos. Anomalías aisladas hasta la mudez. Ahora nosotros vamos a vigilar al vigilante. A las autoridades que ilegalizan.
Estaremos allí, todos los seres a medio hacer, a medio construir. Nos plantaremos con nuestras armas: Pupilas y voz. Cuando ejerzáis vuestra reordenación, nos uniremos en lo público para controlaros. Porque nuestro control va a ser seguiros, observaros y hablaros.
Nuestra amenaza es que no hay desenlace definido.
Vigilaremos al vigilante, que ante la inversión, sentirá el vértigo de un papel que no puede representar. Pasearemos a distancia, cerca quizás, de policías o banqueros, de jefes que extorsionan o funcionarios que ejecuten desahucios.
Vamos a vigilar a los vigilantes del orden, para que comprueben el vértigo de lo plural, de lo público. Ya inscribisteis sobre nuestros cuerpos las reglas a fuego, dejándonos agotamiento y trastornos. Pero os seguirán nuestras voces. Y no sólo dónde ejerzáis vuestra clasificación y autoridad. Pasearemos a vuestro lado, como espejo del escarnio público, para que vosotros, vigilantes de lo único que debe hacerse, al menos durante un día, dejéis de ser vigilantes de lo privado, para haceros como todos nosotros: Público.
Somos irregulares, anomalías, pero no podemos continuar con vuestras miradas severas, con vuestras leyes que nos quieren hacer desaparecer. Cuando paseéis por las calles (públicas) con vuestros allegados (públicos) estaremos ahí.
Toda calle será plaza, toda persona será pública.
Vuestra autoridad es la nuestra. Porque vuestro escenario de marginación, clasificación y contención, es también el nuestro. Cuando ilegalicéis, desahuciéis y prohibáis, seguiremos ahí, en el único lugar donde las diferencias que nos habéis impuesto que escondamos, podemos mostrarlas entre iguales.
Que no cunda el pánico, que no salten las alarmas esquizofrénicas de lo único. Sólo observaremos y hablaremos. Esas serán nuestras armas. Las únicas, que tras este tiempo cronometrado, siempre nos pertenecen. A nosotros, a estos seres desangelados, ortopédicos, a medio hacer, a medio construir. A medio completar.
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