miércoles, 1 de junio de 2011

No pongan siglas a SOL

por Elvira Bobo - "El Faro Crítico"
22 de mayo de 2011

Por si acaso pensaban que los de Sol estábamos corriéndonos una gran juerga colectiva y jugando a niñatos revolucionarios de pacotilla de un Cuéntame del s.XXI hay carteles y miradas que dejan claro: “0% botellón” y “quien quiera violencia que se vaya a casa”. La gente está cabreada e indignada, ilusionada y contenta -y también viceversa que diría Benedetti- ¿les parece poco?

¡Si lo han dicho los clásicos hasta la saciedad!: la democracia es el mejor de los sistemas, pero, puesta a degenerar, deviene el peor. Y en eso estamos mientras desde las tertulias se nos mira intentando etiquetarnos: que si sociatas tratando de dar un vuelco-cacerolada a las elecciones, que si perrosflauta, vagos y maleantes, que si niñatos sin ideas o dispuestos a cargarse la democracia que tanto sudor y lágrimas costó conquistar. Otros hablan de simulacro de revolución, de ingenuos sin guillotina ni quema de conventos y así no se va a ningún sitio. ¿Y por qué tiene que ser todo como siempre? ¿Y por qué no hacer una jugada nueva, con reglas sin inventar, por si acaso?

Yo no sé cómo se ve desde fuera, ni cómo va a terminar. Por eso escribo hoy y desde dentro, debajo de unos plásticos improvisados y llenos de carteles en los que se lee que si hemos salido a la calle por “la roja-oé”, ¿cómo no salir por nuestro futuro? Lo bueno, lo nuevo, es que nadie está pensando ni tolerando el “virgencita que me quede como estaba” que con Franco estábamos peor ni tampoco el coctel molotov y el calabozo. Todo eso lo hemos oído mil veces, pero muchos no hemos nacido con Franco, ni con la Guerra Fría, ni con Mayo del 68. Los tertulianos de los 50 han tenido sus vidas, han peleado sus batallas y cada uno responderá ante sus conciencias. Pero nosotros, los de 20, 30, 40 y más, unos con camisetas de Zara (Inditex, of course), otros de mercadillo y otros con americana y corbata -lo juro- estamos en otra historia. ¿No hay democracia? Pues demostremos que pueden generarse cambios sin borreguismo y sin violencia. Las cosas son lo que son y no el nombre que se les ponga. Porque ocurre que estamos hasta el moño de los carteles electorales, de los debates pactados, de asesores de imagen y de programas en papel couché que son las peores promesas, esas que no hay que cumplir. ¿Y nos piden programa y siglas?

Lo tendrán; la historia tiene un guión y se va escribiendo a golpes, con zurcidos, con vueltas atrás, a borbotones y sin minuciosidad aparente –como un cuadro impresionista-, pero cuando te alejas de las manchas y de los trazos gruesos, aparecen figuras, movimientos, sentidos.

La famosa “generación ni ni” no tiene casa, ni trabajo, ni palabras. Vive en el mal menor, bajo la excusa falaz del “podría ser peor” y de una incuestionable democracia que huele más a podrido en cada legislatura –pero alégrate de que puedes votar y al menos tienes un sueldo precario y cochambroso-. Ante eso hay quien empieza a hablar de segunda transición porque los héroes de la primera ya no son los nuestros. No tenemos Franco contra el que luchar ni falta que nos hace, pero sentimos el agua al cuello de un soterrado silencio, de un malestar sordo y sin nombre que se ha encontrado en Sol para decir con mil voces que “oeoeoe-lo llaman democracia y no lo es”. Claro que adopta las formas de serlo, está bien camuflado el engaño –no por casualidad las universidades públicas forman expertos en comunicación política adiestrados magistralmente para “vender la burra” y perpetuar la manipulación y el eufemismo- y engarzado todo ello con un capitalismo que no sólo nos arruina los bolsillos sino que nos anestesia la capacidad de pensar y de sentir. Hartos de oir que con 150 canales de televisión en el salón somos los seres mejor informados del planeta. Porque se les olvidó decir que así, tres o cuatro hijos de perra pueden colarse en nuestro salón por 150 autopistas directas para repetirnos insaciablemente su ristra de eufemismos que nos roban el tiempo y el lenguaje y nos hablan de “fuerzas de paz”, de “expedientes de regulación”, de “paquetes de medidas” o de “yes we can” o de “fondos de alto riesgo que te forras”. Y como han encontrado las palabras biensonantes (que tontos tontos, no son), pues nos revisten la realidad de algodón de feria para colarnos muertos que parecen vivos porque sólo se llaman daños colaterales, para colarnos cambios de situación vital llamados “ere” por no decir “vete a la calle” u operación libertad duradera para no reconocer “quiero via libre para quitar del medio a quien me estorbe en mis inconfesables y sustanciosos planes”. Y usan la palabra, sólo la palabra y nada menos que la palabra. Y nos la roban. Y nos han robado el placer y el arte porque a la postre es lo que nos hace libres. Y si usted puede, encuentre un rato de ocio el domingo en el centro comercial. No se queje. Y nos han robado los matices y la poesía, porque el mundo es una gran película americana: poli bueno-poli malo. Así que las alternativas son pocas. Como en Ben Hur: “o estas conmigo o estás contra mí”.

¿Resignación, pues? No. Hartazgo y sentimientos. Y eso está ocurriendo en Sol, donde las miles de personas sienten que forman parte de un “lo-mismo”, de un tejido verdadero, de un verdadero acontecimiento político que está ocurriendo justo en los bordes del sistema.

Dicen también que ha habido envidia de Túnez o de Egipto y que nos hemos subido a un burro que no es el nuestro porque aquí no hay dictador que derrocar. Miren, chapeau por las revueltas de estos países árabes, las hemos seguido, aplaudido, nos han emocionado y hemos aprendido de ellas. Pero hoy nuestro malestar y angustia colectivos, el “no nos representan”, la enmohecida e incuestionable democracia, la angustia del primer mundo son losas más intangible que los Ben Alís o los Mubaraks, pero también enemigos contra los que es digno y necesario luchar. Diríamos con Sabina que “nos sobran los motivos”. Amodorrados en el hartazgo estamos mucho peor que lanzando los dados de un nuevo acontecimiento que quizá tenga un final verdaderamente político, colectivo, audaz y habitable.

Y siguen los analistas de despacho con el ¿y adónde va esto? Se sabe cómo empieza y como algunas grandes películas no se sabe cómo acaban, final abierto y libertad pero, señores, hay que verla, hay que ser fiel al acontecimiento y en Madrid, en España, está siendo ahora. Despertándonos o desperezándonos de la gran borrachera de líquido amniótico en la que nos han mecido mientras nos cantaban la nana del sistema que nos cobija. Pero el líquido se ha vuelto tóxico, nos asfixiamos y no sabemos por qué, luego resulta que acceden a llamarlo crisis económica y los que nos meten en ella nos van a sacar. No se vuelvan locos, ni antisistema, ni anarquistas, ni perroflautas, ni oportunistas. No se trata de eso, hay gente de todos los colores, hay personas y no se le pide carné ni siglas a nadie.

Cabreados, indignados, ilusionados y buscando un horizonte nuevo alejado del inicial líquido amniótico, sobrios y contentos. Así estamos. Podría pulir el artículo, pero me voy a Sol.

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