miércoles, 6 de abril de 2011

Capítulo primero de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Diaz Arroyo - "El Faro Crítico"

Miró al frente, sonrió y se dio la enhorabuena, eres un caballo, solo eso, un caballito... Con la última palabra su reloj de pulsera reaccionó alarmado y le advirtió que debía marchar. Pero Trebor no escuchaba nada de fuera, tan solo, una y otra vez, seduciendo y confundiendo cada minúsculo hueco de su consciencia, resonaba un susurro interior que le pedía calma, sonríe, eres un caballo. Sonrió de nuevo, miró al espejo y no se reconoció. La imagen de sí mismo se diluía en un juego de continuas referencias especulares que utilizaban sus propios ojos como superficie de inscripción. Al menos podía afirmar que había algo, un cascarón hueco en un océano sin límite. Con nada por fuera y tan poco y engañoso por dentro, el cascarón quedaba a la deriva, expuesto a cualquier ligera corriente que pasara por allí.
Parker entró en el baño y trató de mover los hilos, de imprimir, sin más, movimiento a la marioneta, pero con ello, casi sin pretenderlo, animó a Trebor, realmente le donó una ruptura por la que zafarse de bucles y simulacros. ¡ Qué distinto se veía todo desde tal espacio ! El lugar en el que ambos se toparon, desde su lejanía, dejó de ser el baño de hombres de una fábrica de neumáticos, para convertirse en otra cosa. Parker tan sólo tocó su hombro y le dijo entre dientes, recuerda que esta noche es la quedada. Trebor saltó, parpadeó varias veces y se fue corriendo por el pasillo de salida de la factoría. No necesitó recordar que esa misma tarde tenía cita en la cabina de análisis.
Apenas comió ni cenó ese día. Permaneció toda la tarde sentado en casa, con la mochila muy apretada entre las piernas, esperando a que el reloj de pared señalase el apagón energético de las diez. Entonces, con toda la ciudad a oscuras, salió de casa.
Puso un pie en el jardín de su urbanización y el verdor húmedo de la hierba recién cortada le quiso advertir. Toda aquella naturaleza de artificio, perfectamente sincronizada, gimió por fin tanto dolor contenido. La pena comenzó a condensarse y del final de cada brote, de cada hoja mutilada, fluyó un frágil lamento que poco a poco fue creciendo, permitiendo la participación de los demás y formando un grito incontenible que bailó acompasado por el viento bajo la mortecina luz de las farolas de la calle.
Mirando todavía de lejos, apenas reconoció la M-70. Tan solo un enorme cártel publicitario delató su presencia. A esta hora, más que nunca, la circunvalación mostraba su auténtica naturaleza. Sin apenas movimiento, las toneladas de hormigón y asfalto descansaban en el silencio más vacío, se revelaban como lo que eran, una nada muy bien iluminada.
No lo pensó ni un instante, saltó el quitamiedos y cruzó tan rápido como pudo. Al otro lado, lejos de todo foco inquisidor, se habría un espacio yermo, un infinito solar tímidamente salpicado por el reflejo de la luna.
Durante unos minutos anduvo entre arbustos sin saber a donde se dirigía. Cuando sus ojos se acostumbraron a la baja iluminación empezó a reconocer ciertas formas. Las palabras de Sigmund vinieron a su memoria: es muy sencillo, desde el anuncio luminoso camina hacia el sur, alcanza el río y métete en el bosque, enseguida llegarás al viejo puente del claro del bosque. Con suma habilidad vadeó una afilada línea de agua, negra en la noche, que tan solo pudo reconocer por el broche plateado que las estrellas dejaban en su seno. Sigmund podría haber mencionado que el río estaba casi seco, por poco me lo paso de largo, pensó y redujo el paso hasta detenerse. Casi sin querer, alzó la mirada y se topó con el cielo. Un majestuoso mosaico estelar se abría ante él, nada parecido a aquellos cielos que había visto en libros y películas antiguas. Cada astro brillaba por sí mismo, mas, a la vez, cada uno parecía tener en cuenta, de algún modo, a los otros. Aquella perfecta conjunción le capturó poco tiempo. Un escalofrío recorrió su cuerpo y le recordó que debía continuar, el bosque estaba cerca.
Con cada paso la espesura aumentaba y temió perderse en la oscuridad. Mas pronto aprendió a vivir allí. Los enormes árboles le flanquearon una vía de asimilación, fundaron ellos mismos la claridad que llevó a Trebor al puente.
Ya frente a él Trebor alzó la mano y saludó a una sombra, confiado en encontrar tras ella a uno de sus amigos. El espectro habló y su voz y formas, aun todavía confusas en el claroscuro de la noche, extrañaron a Trebor.
- Buenas noches, ¿qué tal?, ¿todo bien? - respondió el extraño.
Trebor, sorprendido por la desconocida presencia, se paró en seco y contestó mientras buscaba con la mirada a Sigmund y Parker.
- Disculpe, pensé que... le confundí con unos amigos que esperaba encontrar por aquí... bueno da igual, lo siento... – no pudo evitar que sus palabras se distrajeran siguiendo el recorrido de sus ojos por las columnas y ojos del viejo puente.
El desconocido, lejos de advertir el nerviosismo que por instantes embargaba a Trebor, contribuyó a aumentarlo cortando sus disculpas. Avanzó muy despacio hacia él, y casi acorralándole contra uno de los pilares del puente, prosiguió con el mismo aire de familiaridad que estaba desquiciando a Trebor.
- No me molestó la confusión, no pasa nada, no te preocupes Trebor.
- ¿Me conoces? - se le escapó de los labios.
- Claro, ¿no trabajas en el sector 52 de la zona P-233? Coges el autobús 1546 cada día a eso de las siete de la mañana. Si hace frío, has dormido mal o el cielo está nublado bajas la cabeza y no hablas a nadie. Pero si hace sol..., si el sol consigue abrirse paso, vas con la cabeza muy alta y no paras de observar a todo el mundo.
Definitivamente saturado por el caudal de información, su boca se quedó aún más seca de palabras, inmóvil y sin capacidad de respuesta. El movimiento estaba en su mente. Un mar de conjeturas sin salida nublaron a Trebor que, sin fuerzas para replantear la cuestión, se entregó de lleno al miedo.
- Verá agente le puedo explicar todo. Créame, fue un malentendido, si me da tan solo un minuto le puedo explicar lo que ocurrió...
Pero de nuevo el extraño no le permitió finalizar.
- Verás, mi nombre es Amadeo y trabajo en tu mismo polígono, incluso en tu mismo sector, y aunque te parezca increíble cojo todos los días el mismo autobús que tú. Lo que pasa es que me monto tres paradas antes, por eso no te suena mi cara, ¿no te parece curioso que estemos tan cerca todos los días y ni nos conozcamos?
Amadeo no pudo evitar comenzar a reír, dejando en su caminar cierta alegría y tranquilidad que Trebor tomó decididamente. Mientras Trebor se diculpaba, algunos gritos surgieron de entre la maleza. Los amigos de Trebor aparecieron, burlándose y saludando a su compañero.
- Qué hora son estas, ¿dónde te habías metido?, te habíamos ido a buscar –gritó entre risas Sigmund.
- Es que... me perdí. Pero tranquilos porque os recompensaré la espera, ¿queréis ver lo que he traído?
- No me digas que conseguiste...
Trebor rescató con cuidado la mochila de su hombro y la abrió. De ella sacó una pieza metálica envejecida de color oro que mostró a sus amigos. Todos se quedaron boquiabiertos.
- Es increíble, es, es un magnofón... – apenas pudo decir Parker.
- Se llama saxofón y espera a escuchar su sonido.
Tomó el instrumento con sumo cuidado y lo acercó a su torso, se humedeció los labios preparándolos para el inminente contacto y acarició su boquilla sin reparos. Tomó todo el aire que pudo e insufló su aliento llenando hasta el último centímetro del cuerpo de metal, permitiendo que escaparan, poco a poco y a su antojo, diferentes notas que volaron por doquier.
Sus compañeros, venciendo el inicial embrujo del instrumento de aire, tomaron los suyos propios de manufactura casera. Parker, con una pequeña flauta de madera, escupió sencillas notas que se mecían en el aire agitándose, creciendo y mezclándose sin competir ni pelearse con los sonidos cálidos que exportaba la guitarra de cuatro cuerdas de Sigmund. Tocaron y tocaron, y ninguno de ellos podría haber dicho durante cuánto tiempo lo hicieron. Solamente tocaban y disfrutaban, y querían seguir tocando y disfrutando.
Amadeo, que hasta ese momento había permanecido apartado y en silencio, se aclaró la voz, tosió y acompañó a sus compañeros dejando que algunas palabras resbalasen de sus labios.

En la noche de la Nochebuena,
bajo las estrellas y en la madrugá,
los pastores con sus campanillas
despiertan al niño que ha nacido ya.
Y con devoción...
van tocando zambombas, panderos,
cantando fandangos al niño de Dios.
A la puerta de un rico avariento
llegó Jesucristo y ayuda pidió,
y en lugar de darle la limosa,
los perros que había se los achuchó
Y quiso el señor...
que los perros de rabia rieran
y el rico avariento alegrías cantó.
Si supieras la vida que tuvo el rey de los cielos de Jerusalén,
que no quiso señor, ni carreta, tan solo un borrico con el que rondar,
y quiso mostrar...
que la puerta sagrada en la tierra tan solo la abre la
pura amistad...

Pero hubo algo externo que les detuvo, un ladrido lejano, que forzó que la alegre melodía huyera asustada.
Tres seres uniformados acompañados de tres cánidos, atraídos por los sonidos, se presentaron delante del puente. El uniforme de mayor rango se adelantó unos pasos y gritó con voz seca tratando de imponerse a la música.
- ¡Alto desviados!, ¡quedan ustedes acusados de allanamiento del espacio público y reunión no autorizada!.
Los cuatro jóvenes, ajenos a su presencia, siguieron tocando.
- ¡Depongan su actitud y entréguense o nos veremos obligados a utilizar la fuerza!- gritó de nuevo el agente, y esta vez, acompañó sus palabras con fogonazos de luz.
Trebor abrió los ojos y al visualizar a los guardias se quedó sin aliento. Su boca, ahora seca, no pudo seguir manteniendo el chorro de notas y dejó de tocar. Tan solo le quedaba aire suficiente para gritar con todas sus fuerzas una sentencia de advertencia desatada. Dio instintivamente dos pasos hacia atrás tratando de ganar algo de distancia, pero tropezó con una rama seca. Cayó al suelo y desde allí trató de advertir de nuevo a sus amigos que continuaban tocando ajenos a lo que ocurría. Corred chicos, corred, gritó, pero su ensimismamiento era tal que no repararon en Trebor. Solo la cercanía de los perros les sacó del embrujo.
Rápidamente uno de los perros alcanzó a Trebor que, todavía tratando de levantarse, tuvo que golpearle con el saxofón. Con el animal tendido en el suelo, Trebor huyó hacia el bosque que franqueaba el puente sin importarle la dirección tomada. Corrió sin parar entre piedras y arbustos, sin pensar en nada ni en nadie, ya no importaban sus compañeros ni la música, solo huir lo más lejos posible de sus perseguidores. Pero en la negrura del bosque, de nuevo absolutamente desentendida de de cualquier claro, sólo obtuvo dolor. Volvió a tropezar, cayó al suelo y rodó por una pendiente hasta llegar al margen de un riachuelo.
Herido, empapado y despedazado por la caída no se pudo levantar, no le quedaban fuerzas, ya no veía y solo oía la frenética carencia de su respirar.
Sus perseguidores no descansaban y gritaban sin cesar, ¡no te escondas, no te servirá de nada!, ¡ya tenemos a tus compañeros y solo quedas tú!
Trebor cerró los ojos con todas sus fuerzas deseando convertirse en invisible, desaparecer del lugar y evitar la captura. No los volvió a abrir hasta varias horas después pero ya no se encontraba en aquel bosque.
Al despertar no estaba seguro de nada. Tal vez nunca lo había estado pero en aquel momento su ignorancia se hizo evidente. Sin quererlo ya había ganado algo, tan solo un punto de partida. Demasiado poco. El robo del instrumento, las mentiras que tuvo esputar para ocultarlo, las innumerables normas que había quebrantado, quizá... ¿habían merecido la pena? ¿Era acaso mejor pasar unos años en una celda fría que seguir viviendo acurrucado en torno a las brasas de un imaginario masturbatorio preñado de somníferos? Sonrió y sintió que se quedaba corto. Rió y pensó que necesita algo más. Quiso correr y bailar pero sus grilletes se lo impidieron. Súbitamente reparó en que se encontraba en una sala de interrogatorio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya había leído alguno de tus relatos cortos, tengo la impresión de que has logrado una mayor fluidez narrativa con el tiempo. Tus contenidos sin embargo no han variado, sospecho que te gusta desconcertar al lector, que no esté cómodo, que no encuetre una sucesión lineal de acontecimientos a los que agarrarse... Esa es la impresión que me da. ¿Sigues dándole vueltas a la ensoñación? Soy muy malo leyendo entre líneas...

Unknown dijo...

Hola anónimo, ¡cuánto tiempo sin saber de ti! Claro que hay algo de ensoñación en todo esto, y también de lo que no es ensoñación (¿qué será tal cosa?). La cuestión es, ¿cómo despertar a alguien que no sabe que está adormilado o que lo sabe pero le interesa o adora estar en ese estado sin que el des-adormilador mismo caiga en la ensoñación?
Dice el Zaratustra de Nietzsche con su maravillosa pericia lírica: "Semejante dormir se contagia, aun a través de un espeso muro se contagia. Un hechizo mora también en su cátedra. Su sabiduría dice: velar para dormir bien. Y en verdad, si la vida careciese de sentido y yo tuviera que elegir un sinsentido, éste sería para mí el sinsentido más digno de que se lo eligiese...".
Perdona por el corta y pega pero no encontraba modo mejor de apuntar a lo que había que decir que este.
Lo dicho, gracias por el comentario y ya me pondré en contacto contigo para que me cuentes en qué talleres andas ahora metido.
Un saludo.