por Andrés Martínez - "El Faro Crítico"
Para empezar propondré una simple premisa, la definición que hace Carl Schmitt de democracia liberal. El jurista alemán caracteriza dicho régimen político como aquel sistema en que se logra la neutralización de lo político mediante su fragmentación. Si la política tiene su origen en la distinción amigo-enemigo, y su referente son las variables intensidades de la guerra (a), la democracia liberal buscaría su negación en la asignación de las diferencias al ámbito privado como forma de desactivar posibles conflictos. De esta forma promueve una supuesta pero muy celebrada pluralidad resultado de suavizar los perfiles más afilados de las propuestas en litigio que necesariamente se dan en una comunidad. Se logra una cierta paz provisional, pues previsiblemente lo único que se hace es postergar los choques, a cambio de una banalización de los principios que conforman las posturas. Así, la derrota parcial de cada una de la partes tiene la contraprestación de que ninguna de las opuestas logra un éxito total. Tenemos entonces que, la cuota de entrada al club de la tolerancia democrática exige el precio de la atenuación de las propias posiciones a cambio del desarme del resto de los oponentes. Esta devaluación de los modos de vida puede ser celebrada como la victoria de todos en la que nadie gana. Desde el punto de vista de sus defensores se trataría de una negociación a gran escala en la que la desactivación de las posiciones afectaría teóricamente a todas las opciones políticas por igual, ya que los eventuales contendientes renuncian a la vez a planteamientos y demandas maximalistas. Sin embargo late en su seno un trasfondo de insatisfacción para todas las partes, pues la comunidad se crea de negar de lo que constituye la propia identidad de cada uno de los individuos y grupos que la componen (b). La democracia liberal es la forma de gobierno por la que triunfa el ‘polemos’ como forma de gobierno mediante una escenificación / representación que es su desactivación simultánea; o la superación de los conflictos mediante el procedimiento voluntarista de su abolición sistemática por decreto. ¿Es concebible situación más tensa por insatisfacción acumulada?
Pese a ello, los regímenes democráticos extraen de esta inestable situación una pretensión de ufana totalidad. Se conciben como espacios contenedores neutros que dan cabida todas las posibles posturas legítimas. Expresado de otra forma, afirman, en su inclusividad, colmar hasta el horizonte, el territorio de lo políticamente admisible, de tal forma que no cabe exterioridad a su tolerante dominio. Cualquiera que quiera situarse en las afueras o en sus márgenes se coloca en una situación de alteridad incívica, enferma, culpable… o terrorista. Se da entonces una curiosa paradoja: si la crítica supone dar un paso atrás, un ponerse en un lugar a distancia para poder enjuiciar una situación, entonces una toma de posición externa al orden de las cosas como la que, verbigracia, adopto en este texto es, desde las coordenadas liberales, inmediatamente interpretable como antidemocrática o totalitaria. La fidelidad a una verdad subjetiva que aspire a su universalización propia del militante / partisano, la pasión política es prohibida por la democracia liberal. Es decir, el pronunciamiento que genera contenido político es excluido automáticamente por la regla formal de la sociedad abierta. Esta pretendidamente acogedora, pero a fin de cuentas falsa, tolerancia tiene un coste: el intercambio con una autentica diferencia se bloquea y produce el consiguiente cierre al pensamiento, amputando la vitalidad del propio sistema. En el dominio resultante de sumar las geografías de lo políticamente correcto y, su periferia aledaña, lo políticamente tolerable, se ejerce una operación de ocultamiento de las contradicciones o incluso de su negación sistemática. Ideológicamente su operación emblemática sería declarar la diferencia izquierda / derecha abolida, derivando los temas que deberían centrar el debate publico a operaciones en el imaginario social o discusiones técnicas. Por tanto, el mecanismo de la democracia giraría en torno a un punto ciego...la negación de la política. En la española disponemos de numerosos ejemplos: de cómo nuestro Estado autonómico es un resultado de un aplazamiento del enfrentamiento entre una concepción del país centralista o regionalista; de un cierre en falso de la Dictadura Franquista que todavía se pasean los espectros de la Guerra Civil; o el impasse de impotencia en que han caído los políticos en funciones frente a la actual crisis económica. Este último caso nos lleva al corazón mismo de lo que esta amnesia deliberada pretende ignorar.
No se trata de lo que la democracia liberal vigente deja fuera como indigno de consideración o de lo que no quiere tratar por su potencial capacidad explosiva, sino de lo que no puede ser discutido por constituir su verdadero núcleo: la propiedad privada. Valor supremo indiscutible, es el tabú, lo intangible, el molde que informa la libertad de los propios individuos. En efecto, la definición de democracia como fragmentación de la comunidad política responde a un paradigma de propiedad sobre uno mismo y sus opiniones (c). De este modo estas se viven como pertenencias exclusivas en la esfera de lo privado. Una medida profiláctica para evitar que los modos de vida se proyecten con su potencial virulencia hacia la arena de la res pública. La comunidad de todos es la de nadie: se permiten todas las manifestaciones, pues ninguna puede ser expresada como autentico proyecto político. La condición para hacer uso de la tan cacareada libertad de expresión es la falta absoluta de seriedad. Que el poder permita el debate político solo es bajo la condición de no hablar de política ni del poder. Así, toda la pasión de la política queda transferida al único flujo real: el del dinero. La abstracta fantasmagoría de la actividad económica es el único campo donde se juega algo y ni esta esfera, ni las reglas que la rigen pueden ser sometidas a discusión. En cambio nuestra vida, nuestro tiempo y nuestros principios son mercancías comercializables que flotan en esta almoneda, cuestionadas por su cotización a la baja… el plano de lo político está contenido dentro del mercado y todo lo que en el mercado se encuentra son mercancías. Desde este punto de vista la corrupción de la clase política no sería una excepción, pues responde a la regla del comercio: cada uno debe vender lo que posee...
Se da entonces que la política es rehén de la economía, una esfera dependiente del trafico de capitales, con el agravante de que las autoridades políticas sufren el síndrome de Estocolmo. Pruebas de este aserto pueden ser encontradas en abundancia. Basta con echar un vistazo la manifiesta incapacidad de nuestros gobiernos para atender con mínima eficacia las necesidades materiales que constituyen la justificación del sistema democrático. Tras una grave crisis provocada por malas practicas (un eufemismo) financieras y en ultima instancia debidas a treinta años de desregulación sistemática, proceden al reacomodo de sus gobernados a la situación. Ni pasa por sus cabezas reformular seriamente las reglas del juego económico, o al menos hacerlo seriamente, ni siquiera limitar tímidamente los movimientos del capital que a pasos cada vez más rápidos van minando su capacidad de actuación... tampoco podrían. Uno de los aspectos positivos del momento que atravesamos es el desvelamiento de la inanidad de las democracias actuales. Tampoco es que consuele demasiado.
Por supuesto, la izquierda convencional que cabe en este estado de las cosas, no es, evidentemente, la revolucionaria. Si ocurre que la economía engloba a la política que pasa a ser un momento subordinado a la primera y así deja fuera cualquier planteamiento que no haga del individuo una función mercantil: mano de obra o consumidor. Aceptando estas premisas no hay discusión posible sobre política, pues las precisamente aquello que condiciona nuestros modos de vida queda más allá del ámbito de discusión (d)… y la izquierda se convierte en prisionera de la gestión de las necesidades sin salida posible. Este es un debate que ya se mantuvo en la época de la Segunda Internacional. Los que esperaban producir transformaciones radicales de la sociedad condenaron a la socialdemocracia como una postura que se conformaba con calderilla y postergaba la consecución de sus verdaderos objetivos ‘sine die’. Renunciando a dirigir los ataques de forma radical a los fundamentos del dominio del capitalismo y a la construcción de una sociedad libre, lo más que pudieron conseguir fueron algunas comodidades materiales. Por supuesto, no son despreciables pues somos frágiles criaturas corporales con necesidades físicas, pero tales logros como el tiempo ha demostrado, son cesiones reversibles, que ha entregado un poder sin menoscabo. Los herederos actuales de tal claudicación ya ni siquiera merecen su antigua denominación: sus críticos les conocemos como social-liberales y en dicho termino la parte de sociales es un autentico ejercicio de caridad. Les ha tocado en gracia una misión imposible: hacer compatible el estado del bienestar con la ley del mercado… Puede que la cuadratura del círculo no sea imposible, pero en dos mil quinientos años nadie la ha encontrado. El resultado es que son los testigos, más bien mudos de la demolición a cámara lenta de los beneficios que nos proporcionaba el mundo Occidental.
En paralelo, los sindicatos del mundo desarrollado se dedican a gestionan que la recuperación de la renta cedida por el capitalismo en la época en que tuvo a los regímenes comunistas como alternativa, sea lo menos traumática posible. Social-liberales y sindicatos han asumido principios contrarios a su propia naturaleza y han quedado paralizados por el cortocircuito. Tendría cierta poesía su maldición si no fuésemos nosotros quienes debemos que sufrirla. No merece dedicar más tiempo a la izquierda organizada en partidos y organizaciones sindicales que revolotean en torno a un poder que no pueden ni quieren ejercer. Cabe desear que tan sólo fuesen inocuos.
En tal situación de imposibilidad de incidir sobre el curso de la situación creo que la fragmentación de los movimientos alternativos de izquierda es un error mayúsculo. Si bien, el problema es global y evidentemente la solución, local, los planteamientos de la izquierda radical no llegan a tocarse con el corazón de los problemas que nos aquejan sino que se distraen con sus síntomas.
En primer lugar y como se deriva con bastante facilidad de lo escrito más arriba, la atomización de la izquierda alternativa responde al modelo de fragmentación inconexa de grupos e individuos, que impone el capitalismo como modelo de convivencia. Ante una cultura liberal basada en una anomia abstracta, en la que las diferencias han sido reducidas a mercancía, se da un movimiento de compensación mediante la formación de pseudo-comunidades (d) que rellenen el vacío. La gente busca la protección del sentimiento de pertenencia a colectividades que proporcionen resguardo del gélido ambiente que impera en el mercado. Se pone en marcha entonces, un juego de impostación de identidades grupales que se convierte en el centro de las vidas individuales como posibilidad de relación real. La exacerbación de los pequeños narcisismos como lo étnico, lo regional o lo nacional, la religión o cualquier otra subcultura de elección se une al ‘panem et circenses’ para adquirir una dimensión vital ... o de otra forma, las propiedades privadas de los individuos que intentan escapar a la segregación, reuniéndose en torno a un hobby como punto de encuentro. En esta dinámica podría verse una materialización del ‘principio de Eros’ (e), un posible núcleo de comunidad. Sin embargo todo ello se da dentro de la lógica del Espectáculo: la transferencia de la decisión al plano de la representación. De ahí se genera entonces un negocio, muy rentable, que consiste en proporcionar complementos para la exhibición del propio egotismo para relacionarse a los que sufren la misma enfermedad. Se trata de una evasión tanto de la constitución de una comunidad plena como de la misma posibilidad de actuar en su entorno social. Es decir, al ser proyectados los conflictos políticos en lo cultural los colectivos carecen de proyección social fáctica, a no ser que la moda se confunda con lo político. Pese a tener una orientación política los grupos radicales de izquierda se están vertebrando de forma similar a la descrita más arriba en torno a temas como raza, religión, sexualidad o genero (aunque no sea el caso del ecologismo), y actúan sobre bases análogas a las tribus de la Sociedad del Espectáculo. Hay una dependencia excesiva de la cuestión identitaria, que es resoluble en términos de representatividad. De esta forma las reclamaciones en torno a un hecho diferencial desembocan en debates formulados en los términos que apetece la democracia liberal: discusiones en las que esta jamás es puesta en tela de juicio... E incluso, su énfasis en lo particular genera modelos que pueden ser incorporados al catalogo de modas exhibidas por el liberalismo como demostración de libertad. En resumen, la configuración actual de las pequeñas izquierdas es fragmentaria a imagen y semejanza del sistema al que dicen oponerse, le sirven de propaganda y pierden de vista un proyecto que pueda reunirnos en una autentica comunidad. De hecho, funcionan de forma completamente inversa a la que desearían, al proporcionar modelos e ideas comercializables como mera cosmética (de la cual, probablemente, ellos son las primeras victimas).
En lo que se refiere a la estrategia no se dirigen a un fin verdaderamente político que, en mi opinión, consiste en la búsqueda de lo común: aquello que junta y multiplica, lo que aumenta la potencia de los modos de vida. Es más, traicionan el espíritu propositivo de la política al limitarse a hacer valer tan solo su condición de víctimas. No caminan en una dirección afirmativa sino que se reducen a un movimiento de reacción, meramente negativo. Tan solo esgrimen demandas parciales que deben ser recicladas por el sistema… se conforman con un subsidio, una indemnización, una reforma o algo de visibilidad.
Por motivos tácticos… Puede que las responsabilidades sobre lo que ocurre en el mundo sean absolutamente difusas y no dependan de la voluntad de ningún doctor Mabuse. Incluso puede ser que los que nos quejamos o estamos en contra, de algún modo seamos cómplices. No me interesa buscar culpables, pero lo cierto es que en sus efectos, el capitalismo actúa con una unidad coherente, plena de sentido y con una eficacia – la política es praxis, luego efecto logrado de voluntades y si no, no es política sino sueños - que sería deseable para estos grupos opositores de izquierda. En su lógica de crisis permanente puede extraer beneficio de todo lo que arruina. Vende armas para destruir un país y luego los medios para reconstruirlo. Algún tipo avispado puede llamar a esto deconstrucción. En todo caso, llegados al punto ofrecer resistencia, ninguno de los frentes de oposición parcial es capaz de detener un ápice los procesos de transformación que convierten la destrucción del mundo y de la sociedad en dinero contante y sonante. No pide nada para la colectividad, es decir al limitar sus demandas a casos particulares no llegan a constituirse en puntos que nos podrían reunir.
(a) En ‘Introducción a la guerra civil’, Tiqqun define esta como el libre juego de las distintas formas-de-vida… dentro de las capacidades naturales de un cuerpo esta el ejercicio de la violencia. Al contrario de lo que pretende Hobbes tras la fundación de la sociedad, ningún cuerpo es nunca desarmado definitivamente (Spinoza)… aunque bajo el imperio del biopoder no estemos lejos de quedar definitivamente inermes. Un recomendable ejemplo de una situación de pacifismo límite se describe en la muy recomendable novela de Bernard Wolfe, ‘Limbo’.
(b) En algunos casos, lo que vale para el individuo también sirve para el colectivo. La identidad tiene un funcionamiento similar al del signo lingüístico: surge en red por oposición frente a otros signos. La histérica carrera que se vive en la actualidad por constituir personalidades bien individualizadas mediante ‘gadgets’ o complementos que gentilmente suministra el mercado, puede ser explicada como la proyección de este déficit político llamado democracia liberal a la esfera de la vida personal.
(c) Aquí surge la cuestión del Derecho y los derechos. La regla abstracta que otorga todos los miembros de una sociedad una hipotética potencialidad que no se cumple y la exigencia patética de llenarla de contenidos. El estado de derecho es aquel lugar en el que la proclamación de la posibilidad es la suturación de su realización en la representatividad.
(d) Pues son vicarias, ocasionales.
(e) En el malestar en la cultura Freud opone dos principios, uno agregador, el erótico, que impulsa lo comunitario y otro de muerte, simétrico opuesto.
(f) Una posible definición de política: la creación de exterioridades inmanentes que posibiliten un aumento de la potencia de los cuerpos. Si hay una correlación entre ética y política, una buena praxis de la comunidad debería generar una ampliación de los horizontes vitales. Compárese con la actual situación en la que la sensación de cierre, de callejón sin salida es dominante en el lado del mundo donde se supone que puede elegir.
Para empezar propondré una simple premisa, la definición que hace Carl Schmitt de democracia liberal. El jurista alemán caracteriza dicho régimen político como aquel sistema en que se logra la neutralización de lo político mediante su fragmentación. Si la política tiene su origen en la distinción amigo-enemigo, y su referente son las variables intensidades de la guerra (a), la democracia liberal buscaría su negación en la asignación de las diferencias al ámbito privado como forma de desactivar posibles conflictos. De esta forma promueve una supuesta pero muy celebrada pluralidad resultado de suavizar los perfiles más afilados de las propuestas en litigio que necesariamente se dan en una comunidad. Se logra una cierta paz provisional, pues previsiblemente lo único que se hace es postergar los choques, a cambio de una banalización de los principios que conforman las posturas. Así, la derrota parcial de cada una de la partes tiene la contraprestación de que ninguna de las opuestas logra un éxito total. Tenemos entonces que, la cuota de entrada al club de la tolerancia democrática exige el precio de la atenuación de las propias posiciones a cambio del desarme del resto de los oponentes. Esta devaluación de los modos de vida puede ser celebrada como la victoria de todos en la que nadie gana. Desde el punto de vista de sus defensores se trataría de una negociación a gran escala en la que la desactivación de las posiciones afectaría teóricamente a todas las opciones políticas por igual, ya que los eventuales contendientes renuncian a la vez a planteamientos y demandas maximalistas. Sin embargo late en su seno un trasfondo de insatisfacción para todas las partes, pues la comunidad se crea de negar de lo que constituye la propia identidad de cada uno de los individuos y grupos que la componen (b). La democracia liberal es la forma de gobierno por la que triunfa el ‘polemos’ como forma de gobierno mediante una escenificación / representación que es su desactivación simultánea; o la superación de los conflictos mediante el procedimiento voluntarista de su abolición sistemática por decreto. ¿Es concebible situación más tensa por insatisfacción acumulada?
Pese a ello, los regímenes democráticos extraen de esta inestable situación una pretensión de ufana totalidad. Se conciben como espacios contenedores neutros que dan cabida todas las posibles posturas legítimas. Expresado de otra forma, afirman, en su inclusividad, colmar hasta el horizonte, el territorio de lo políticamente admisible, de tal forma que no cabe exterioridad a su tolerante dominio. Cualquiera que quiera situarse en las afueras o en sus márgenes se coloca en una situación de alteridad incívica, enferma, culpable… o terrorista. Se da entonces una curiosa paradoja: si la crítica supone dar un paso atrás, un ponerse en un lugar a distancia para poder enjuiciar una situación, entonces una toma de posición externa al orden de las cosas como la que, verbigracia, adopto en este texto es, desde las coordenadas liberales, inmediatamente interpretable como antidemocrática o totalitaria. La fidelidad a una verdad subjetiva que aspire a su universalización propia del militante / partisano, la pasión política es prohibida por la democracia liberal. Es decir, el pronunciamiento que genera contenido político es excluido automáticamente por la regla formal de la sociedad abierta. Esta pretendidamente acogedora, pero a fin de cuentas falsa, tolerancia tiene un coste: el intercambio con una autentica diferencia se bloquea y produce el consiguiente cierre al pensamiento, amputando la vitalidad del propio sistema. En el dominio resultante de sumar las geografías de lo políticamente correcto y, su periferia aledaña, lo políticamente tolerable, se ejerce una operación de ocultamiento de las contradicciones o incluso de su negación sistemática. Ideológicamente su operación emblemática sería declarar la diferencia izquierda / derecha abolida, derivando los temas que deberían centrar el debate publico a operaciones en el imaginario social o discusiones técnicas. Por tanto, el mecanismo de la democracia giraría en torno a un punto ciego...la negación de la política. En la española disponemos de numerosos ejemplos: de cómo nuestro Estado autonómico es un resultado de un aplazamiento del enfrentamiento entre una concepción del país centralista o regionalista; de un cierre en falso de la Dictadura Franquista que todavía se pasean los espectros de la Guerra Civil; o el impasse de impotencia en que han caído los políticos en funciones frente a la actual crisis económica. Este último caso nos lleva al corazón mismo de lo que esta amnesia deliberada pretende ignorar.
No se trata de lo que la democracia liberal vigente deja fuera como indigno de consideración o de lo que no quiere tratar por su potencial capacidad explosiva, sino de lo que no puede ser discutido por constituir su verdadero núcleo: la propiedad privada. Valor supremo indiscutible, es el tabú, lo intangible, el molde que informa la libertad de los propios individuos. En efecto, la definición de democracia como fragmentación de la comunidad política responde a un paradigma de propiedad sobre uno mismo y sus opiniones (c). De este modo estas se viven como pertenencias exclusivas en la esfera de lo privado. Una medida profiláctica para evitar que los modos de vida se proyecten con su potencial virulencia hacia la arena de la res pública. La comunidad de todos es la de nadie: se permiten todas las manifestaciones, pues ninguna puede ser expresada como autentico proyecto político. La condición para hacer uso de la tan cacareada libertad de expresión es la falta absoluta de seriedad. Que el poder permita el debate político solo es bajo la condición de no hablar de política ni del poder. Así, toda la pasión de la política queda transferida al único flujo real: el del dinero. La abstracta fantasmagoría de la actividad económica es el único campo donde se juega algo y ni esta esfera, ni las reglas que la rigen pueden ser sometidas a discusión. En cambio nuestra vida, nuestro tiempo y nuestros principios son mercancías comercializables que flotan en esta almoneda, cuestionadas por su cotización a la baja… el plano de lo político está contenido dentro del mercado y todo lo que en el mercado se encuentra son mercancías. Desde este punto de vista la corrupción de la clase política no sería una excepción, pues responde a la regla del comercio: cada uno debe vender lo que posee...
Se da entonces que la política es rehén de la economía, una esfera dependiente del trafico de capitales, con el agravante de que las autoridades políticas sufren el síndrome de Estocolmo. Pruebas de este aserto pueden ser encontradas en abundancia. Basta con echar un vistazo la manifiesta incapacidad de nuestros gobiernos para atender con mínima eficacia las necesidades materiales que constituyen la justificación del sistema democrático. Tras una grave crisis provocada por malas practicas (un eufemismo) financieras y en ultima instancia debidas a treinta años de desregulación sistemática, proceden al reacomodo de sus gobernados a la situación. Ni pasa por sus cabezas reformular seriamente las reglas del juego económico, o al menos hacerlo seriamente, ni siquiera limitar tímidamente los movimientos del capital que a pasos cada vez más rápidos van minando su capacidad de actuación... tampoco podrían. Uno de los aspectos positivos del momento que atravesamos es el desvelamiento de la inanidad de las democracias actuales. Tampoco es que consuele demasiado.
Por supuesto, la izquierda convencional que cabe en este estado de las cosas, no es, evidentemente, la revolucionaria. Si ocurre que la economía engloba a la política que pasa a ser un momento subordinado a la primera y así deja fuera cualquier planteamiento que no haga del individuo una función mercantil: mano de obra o consumidor. Aceptando estas premisas no hay discusión posible sobre política, pues las precisamente aquello que condiciona nuestros modos de vida queda más allá del ámbito de discusión (d)… y la izquierda se convierte en prisionera de la gestión de las necesidades sin salida posible. Este es un debate que ya se mantuvo en la época de la Segunda Internacional. Los que esperaban producir transformaciones radicales de la sociedad condenaron a la socialdemocracia como una postura que se conformaba con calderilla y postergaba la consecución de sus verdaderos objetivos ‘sine die’. Renunciando a dirigir los ataques de forma radical a los fundamentos del dominio del capitalismo y a la construcción de una sociedad libre, lo más que pudieron conseguir fueron algunas comodidades materiales. Por supuesto, no son despreciables pues somos frágiles criaturas corporales con necesidades físicas, pero tales logros como el tiempo ha demostrado, son cesiones reversibles, que ha entregado un poder sin menoscabo. Los herederos actuales de tal claudicación ya ni siquiera merecen su antigua denominación: sus críticos les conocemos como social-liberales y en dicho termino la parte de sociales es un autentico ejercicio de caridad. Les ha tocado en gracia una misión imposible: hacer compatible el estado del bienestar con la ley del mercado… Puede que la cuadratura del círculo no sea imposible, pero en dos mil quinientos años nadie la ha encontrado. El resultado es que son los testigos, más bien mudos de la demolición a cámara lenta de los beneficios que nos proporcionaba el mundo Occidental.
En paralelo, los sindicatos del mundo desarrollado se dedican a gestionan que la recuperación de la renta cedida por el capitalismo en la época en que tuvo a los regímenes comunistas como alternativa, sea lo menos traumática posible. Social-liberales y sindicatos han asumido principios contrarios a su propia naturaleza y han quedado paralizados por el cortocircuito. Tendría cierta poesía su maldición si no fuésemos nosotros quienes debemos que sufrirla. No merece dedicar más tiempo a la izquierda organizada en partidos y organizaciones sindicales que revolotean en torno a un poder que no pueden ni quieren ejercer. Cabe desear que tan sólo fuesen inocuos.
En tal situación de imposibilidad de incidir sobre el curso de la situación creo que la fragmentación de los movimientos alternativos de izquierda es un error mayúsculo. Si bien, el problema es global y evidentemente la solución, local, los planteamientos de la izquierda radical no llegan a tocarse con el corazón de los problemas que nos aquejan sino que se distraen con sus síntomas.
En primer lugar y como se deriva con bastante facilidad de lo escrito más arriba, la atomización de la izquierda alternativa responde al modelo de fragmentación inconexa de grupos e individuos, que impone el capitalismo como modelo de convivencia. Ante una cultura liberal basada en una anomia abstracta, en la que las diferencias han sido reducidas a mercancía, se da un movimiento de compensación mediante la formación de pseudo-comunidades (d) que rellenen el vacío. La gente busca la protección del sentimiento de pertenencia a colectividades que proporcionen resguardo del gélido ambiente que impera en el mercado. Se pone en marcha entonces, un juego de impostación de identidades grupales que se convierte en el centro de las vidas individuales como posibilidad de relación real. La exacerbación de los pequeños narcisismos como lo étnico, lo regional o lo nacional, la religión o cualquier otra subcultura de elección se une al ‘panem et circenses’ para adquirir una dimensión vital ... o de otra forma, las propiedades privadas de los individuos que intentan escapar a la segregación, reuniéndose en torno a un hobby como punto de encuentro. En esta dinámica podría verse una materialización del ‘principio de Eros’ (e), un posible núcleo de comunidad. Sin embargo todo ello se da dentro de la lógica del Espectáculo: la transferencia de la decisión al plano de la representación. De ahí se genera entonces un negocio, muy rentable, que consiste en proporcionar complementos para la exhibición del propio egotismo para relacionarse a los que sufren la misma enfermedad. Se trata de una evasión tanto de la constitución de una comunidad plena como de la misma posibilidad de actuar en su entorno social. Es decir, al ser proyectados los conflictos políticos en lo cultural los colectivos carecen de proyección social fáctica, a no ser que la moda se confunda con lo político. Pese a tener una orientación política los grupos radicales de izquierda se están vertebrando de forma similar a la descrita más arriba en torno a temas como raza, religión, sexualidad o genero (aunque no sea el caso del ecologismo), y actúan sobre bases análogas a las tribus de la Sociedad del Espectáculo. Hay una dependencia excesiva de la cuestión identitaria, que es resoluble en términos de representatividad. De esta forma las reclamaciones en torno a un hecho diferencial desembocan en debates formulados en los términos que apetece la democracia liberal: discusiones en las que esta jamás es puesta en tela de juicio... E incluso, su énfasis en lo particular genera modelos que pueden ser incorporados al catalogo de modas exhibidas por el liberalismo como demostración de libertad. En resumen, la configuración actual de las pequeñas izquierdas es fragmentaria a imagen y semejanza del sistema al que dicen oponerse, le sirven de propaganda y pierden de vista un proyecto que pueda reunirnos en una autentica comunidad. De hecho, funcionan de forma completamente inversa a la que desearían, al proporcionar modelos e ideas comercializables como mera cosmética (de la cual, probablemente, ellos son las primeras victimas).
En lo que se refiere a la estrategia no se dirigen a un fin verdaderamente político que, en mi opinión, consiste en la búsqueda de lo común: aquello que junta y multiplica, lo que aumenta la potencia de los modos de vida. Es más, traicionan el espíritu propositivo de la política al limitarse a hacer valer tan solo su condición de víctimas. No caminan en una dirección afirmativa sino que se reducen a un movimiento de reacción, meramente negativo. Tan solo esgrimen demandas parciales que deben ser recicladas por el sistema… se conforman con un subsidio, una indemnización, una reforma o algo de visibilidad.
Por motivos tácticos… Puede que las responsabilidades sobre lo que ocurre en el mundo sean absolutamente difusas y no dependan de la voluntad de ningún doctor Mabuse. Incluso puede ser que los que nos quejamos o estamos en contra, de algún modo seamos cómplices. No me interesa buscar culpables, pero lo cierto es que en sus efectos, el capitalismo actúa con una unidad coherente, plena de sentido y con una eficacia – la política es praxis, luego efecto logrado de voluntades y si no, no es política sino sueños - que sería deseable para estos grupos opositores de izquierda. En su lógica de crisis permanente puede extraer beneficio de todo lo que arruina. Vende armas para destruir un país y luego los medios para reconstruirlo. Algún tipo avispado puede llamar a esto deconstrucción. En todo caso, llegados al punto ofrecer resistencia, ninguno de los frentes de oposición parcial es capaz de detener un ápice los procesos de transformación que convierten la destrucción del mundo y de la sociedad en dinero contante y sonante. No pide nada para la colectividad, es decir al limitar sus demandas a casos particulares no llegan a constituirse en puntos que nos podrían reunir.
(a) En ‘Introducción a la guerra civil’, Tiqqun define esta como el libre juego de las distintas formas-de-vida… dentro de las capacidades naturales de un cuerpo esta el ejercicio de la violencia. Al contrario de lo que pretende Hobbes tras la fundación de la sociedad, ningún cuerpo es nunca desarmado definitivamente (Spinoza)… aunque bajo el imperio del biopoder no estemos lejos de quedar definitivamente inermes. Un recomendable ejemplo de una situación de pacifismo límite se describe en la muy recomendable novela de Bernard Wolfe, ‘Limbo’.
(b) En algunos casos, lo que vale para el individuo también sirve para el colectivo. La identidad tiene un funcionamiento similar al del signo lingüístico: surge en red por oposición frente a otros signos. La histérica carrera que se vive en la actualidad por constituir personalidades bien individualizadas mediante ‘gadgets’ o complementos que gentilmente suministra el mercado, puede ser explicada como la proyección de este déficit político llamado democracia liberal a la esfera de la vida personal.
(c) Aquí surge la cuestión del Derecho y los derechos. La regla abstracta que otorga todos los miembros de una sociedad una hipotética potencialidad que no se cumple y la exigencia patética de llenarla de contenidos. El estado de derecho es aquel lugar en el que la proclamación de la posibilidad es la suturación de su realización en la representatividad.
(d) Pues son vicarias, ocasionales.
(e) En el malestar en la cultura Freud opone dos principios, uno agregador, el erótico, que impulsa lo comunitario y otro de muerte, simétrico opuesto.
(f) Una posible definición de política: la creación de exterioridades inmanentes que posibiliten un aumento de la potencia de los cuerpos. Si hay una correlación entre ética y política, una buena praxis de la comunidad debería generar una ampliación de los horizontes vitales. Compárese con la actual situación en la que la sensación de cierre, de callejón sin salida es dominante en el lado del mundo donde se supone que puede elegir.
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