miércoles, 3 de agosto de 2016

El rugir conjunto

María TP - Miradas Animales

El objetivo de este texto es ayudar a quiénes no comparten estas tardes tan interesantes de reflexiones conjuntas y a quienes ven normales las cosas tal y como son. Algo que nos sucedía también a otros como a mí hace bien poco. Con este escrito quiero ayudar a deshilar una madeja, a coger otros hilos, hilarlos y volverlos a coser. En definitiva, a ver diferentes caras y posibilidades de esta realidad.

En nuestras últimas conversaciones sobre el papel del mundo animal en la sociedad a lo largo de la historia, me llamaron la atención algunos puntos que quisiera reflejar:

  • El mundo en el que vivimos, la manera en la que interactuamos en él, influye sin distinción en todos los seres vivos que lo habitamos. Seres vivos interrelacionados que conforman un todo en un espacio común.
  • Sin embargo, a lo largo de la historia, de manera general el pensamiento científico ha establecido, desde tiempos de Sócrates, una separación clara entre el ser humano y el animal. Una distinción que ha convertido el papel del animal en algo secundario, inferior en la mayor parte de los casos, provisto de instintos pero no de inteligencia, reducido a un papel utilitario y desprovisto de personalidad o emociones. Paradójicamente, de igual modo, la narrativa sí que mostraba, a través de las fábulas y otros tipos de construcciones dramatizadas, visiones distintas acerca del papel animal, otorgando de manera general a diferentes especies virtudes o indignidades.
  • Esta dicotomía entre el ser humano y el mundo animal, una más dentro del pensamiento occidental, forma actualmente parte de nuestro día a día sin que apenas nos demos cuenta. Ya no pensamos más que tangencialmente en los “seres vivos” como partes de un todo, sino que separamos actualmente al ser humano (animal racional) de los demás animales en planos diferentes y transversales.
  • De este modo hemos logrado que el papel del animal en la sociedad actual se haya compartimentalizado de una forma casi industrializada. Ya es casi imposible ver en el día a día —no me refiero a las bandadas de pájaros migratorias o a su equivalente en los océanos— a animales que vivan y se desarrollen en un hábitat natural que no sea realmente artificial. De este modo, nos hemos acostumbrado a que los animales desempeñen papeles definidos en nuestro mundo: mascotas, convertidas en muchos casos en compañeras inseparables o en la propia familia; seres vivos recluidos en zoos o parques temáticos; animales en peligro de extinción que habitan parajes semi-naturales; animales utilizados para investigaciones científicas en pos de una mejora global; animales usados para ser convertidos en comida o ropa…
  • Seguramente quedan otros papeles, más o menos definidos, que son representados actualmente por los animales en la sociedad actual. Independientemente de los aspectos cuantitativos, es interesante comprobar que también, dentro del estudio del mundo animal, se establece una nueva dicotomía. Así, paradójicamente, encontramos algunos animales “domésticos” que reciben todos los cuidados y se convierten en parte esencial del día a día, junto a otros que desde los primeros días de vida son destinados a satisfacer las demandas de una sociedad en constante crecimiento: comida, ropa o exhibición son ejemplos de ello. En el medio, sólo una tenue línea compuesta por los animales terrestres que viven en parques naturales o los que todavía disfrutan de libertad en cielos o mares.
  • Más allá de estas separaciones, en sociedades cada vez más urbanas, el papel del mundo animal en el día a día se ha reducido a lo accesorio: sacar a pasear un perro, cuidar el gato de un vecino, maravillarnos al ver un gorrión en un parque, visitar un zoo una vez al año y, por último, aunque no menos habitual, a ver en mostradores o en múltiples bandejas apostadas en los supermercados partes de animales deshuesadas y separadas según sus futuros usos culinarios. El lado oculto de este último proceso, los lugares en los que los animales son sacrificados, son ajenos a la mayoría de las personas que viven en la sociedad actual. Sólo aquellos que trabajen en los procesos que allí se llevan a cabo tienen acceso a esta otra visión del mundo animal en la actualidad.
  • De este modo la dicotomía actual respecto al mundo animal, nos conduce a una sociedad en la que algunos de ellos —gatos, perros y algún pájaro, sobre todo— se convierten en uno más de la familia, mientras gran parte del resto son utilizados para labores que tienen que ver con los procesos productivos que requiere nuestra sociedad.
  • No es el objetivo de este texto valorar lo expuesto. Son aspectos demasiado complejos como para ser tratados a vuela pluma en un simple texto. Por eso solamente esbozaremos dos apuntes. En primer lugar, sin olvidar otras opciones posibles, igualmente respetables, los seres humanos no dejamos de ser seres omnívoros que necesitamos vestirnos y alimentarnos. En segundo lugar, los seres humanos hemos convertido a los animales en simples recursos. Tampoco sé si esto no deja de ser en cierta medida inevitable. De cualquier modo, usamos los recursos con desmesura. De un modo excesivo que no suele ir acorde con las necesidades reales, sino con otras de producción que quizás tengan más que ver con la economía de oferta y demanda.
  • Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿puede lograrse una sociedad que entienda el mundo animal de un modo menos dicotómico? ¿Qué no reduzca su papel habitual, por un lado, al de mascotas o, por otro, a ser parte de la cadena de producción? ¿No es posible encontrar un nuevo equilibrio? ¿Uno nuevo que vuelva al origen, a la tierra y que tenga como objeto satisfacer necesidades mutuas?
  • Más allá de estas preguntas, considero que es importante pensar sobre ello. Acercarnos a esta “mirada animal” que no percibimos en nuestro día a día. De la que no nos damos cuenta. Esa que establece una separación tan drástica, casi irreconciliable, entre ambos mundos.
  • Quizá un camino hacia la solución sea buscar en nuestro interior ese animal que ruge en cada uno de nosotros. Reconciliarnos y rugir también con él, reconocer nuestras emociones y no las que nos muestra un sistema que sólo busca en gran medida crearnos nuevas y ajenas necesidades. Amemos, aullamos, rujamos, protejámonos… empaticemos con el entorno común que compartimos con todos los seres vivos. Quitémonos máscaras y capas. Prescindamos de lo accesorio y contribuyamos cada uno de nosotros a encontrar un nuevo camino para el mundo animal.