martes, 25 de marzo de 2014

LA MERCANCÍA TOTALITARIA

Pablo Batto – El Faro Crítico

1- En el mundo del capitalismo globalizado es un error común analizar la política y las realidades sociales a través de la comparación de Estados o territorios aislados. Cuando hablemos de las consecuencias de la economía mercantil no podemos mirarnos al ombligo y limitarnos a lo que está pasando en el Sur de Europa, porque entonces acabaremos llegando a una conclusión simplista pero inevitable: mirar a países del Europa del Norte, compararnos con ellos y pensar que sus modelos y niveles de vida son exportables. La globalización económica, que homogeneiza los modelos a imitar, las modas, los hábitos de consumo y los estilos de vida del “éxito”, superó hace tiempo la frontera de los Estados-nación. Nuestro nivel de vida y consumo depende directamente de la extracción de recursos y combustibles fósiles de las Periferias mundiales, del mismo modo que la terciarización de nuestras economías es posible sólo tras convertir al resto del mundo en una fábrica y monocultivo al servicio de las necesidades de las sociedades de consumo. Hay que analizar la estructura en su conjunto como un organismo completo, y no fijarnos sólo en una u otra de sus extremidades, del mismo modo que la Revolución Industrial en Inglaterra no puede estudiarse sin tener en cuenta los capitales del comercio negrero o los bajos costos de producción del algodón en el sur esclavista de los Estados Unidos, condición fundamental para el despegue de su industria textil.  Por tanto, la estructura totalitaria de la que hablamos aquí no es el Estado español o la Unión Europea, sino el conjunto de dinámicas, expolios, discursos, apariencias, políticas y consecuencias de la economía capitalista a nivel mundial.

2- Si bien una estructura social está formada por el conjunto de las acciones de los individuos que la forman, la realidad es que una persona, a título individual, no tiene capacidad para cambiar esa estructura en la que está inmersa. Por tanto, pese a ser una construcción social, para cada uno de sus miembros la sociedad se presenta como una fuerza objetiva, casi una ley natural, que escapa a su control efectivo. Podemos hablar, entonces, de que la estructura social tiene vida propia o, al menos, se rige por unas leyes y un movimiento autónomos. De lo que se trata es de analizar el funcionamiento de este movimiento autónomo y, en la medida de lo posible, cambiarlo.

3- Una persona se educa, socializa y construye su visión del mundo inmersa en un contexto socio-cultural determinado. Del mismo que una ranita que vive en un pozo podría  pensar que todo el mundo se reduce a ese entorno, las personas asumimos las leyes que rigen nuestra cultura, economía y política como leyes naturales o, según el caso, leyes divinas. Asimilamos y reproducimos en nuestro interior el sistema cultural e ideológico en el que nos criamos y desarrollamos, y la clave de esta interiorización no es tanto la coherencia o solidez del discurso aprendido como, sencillamente, la ausencia de cuestionamiento.

4- Esta incapacidad para cuestionar la cultura e ideología asumidas como propias se debe, sencillamente, a que no hay motivo aparente para hacerlo.

5- La realidad es que cualquier estructura social, cualquier modelo económico y cualquier cultura son fruto de un largo desarrollo histórico. Son como son debido a toda una compleja evolución anterior, y como producto de la historia no hay razones objetivas para pensar que vayan a ser eternas. Incluso imperios milenarios y estables, como el chino o el egipcio, que duraron más de lo que podríamos soñar hoy en día, legitimados por el mito, la dinastía y el equilibrio, acabaron sucumbiendo a la fuerza del tiempo histórico.

6- La artificialidad de un orden social salta a la vista cuando la persona que observa viene de un contexto diferente. Para diseccionar completamente nuestro sistema, debemos comprenderlo desde dentro pero analizar su desarrollo y sus dinámicas “desde fuera”. Ello requiere un trabajo de deconstrucción de creencias y “verdades absolutas” que supone más esfuerzo y tiempo del que la mayoría está dispuesta a gastar y, por supuesto, más del que puede permitirse gastar. La inmensa mayoría de las personas, inmersas en las problemáticas y necesidades de la vida cotidiana -o de otras tragedias-, tienen como prioridad la supervivencia y desarrollo de sí mismas o de sus seres queridos (evidentemente), y no debates filosóficos sesudos. La minoría privilegiada de las clases medias en las sociedades de consumo, con jornadas laborales menores y un acceso mucho mayor a la cultura, ha entregado todo su “tiempo libre” a la mercancía y al Espectáculo, hipotecando prácticamente cualquier potencial crítico o transformador.

7- La realidad de las sociedades como estructuras autónomas interiorizadas inconscientemente por los individuos que las forman no es algo nuevo. Sin embargo, anteriormente convivían en nuestro planeta diversos sistemas económicos y sociales, pudiendo existir “al mismo tiempo” sociedades feudales, imperios esclavistas o tribus comunistas, aisladas unas de otras. La principal característica de nuestro tiempo es que estamos dentro de una estructura única, que ha ido expandiéndose hasta devorar todo territorio y población posible, transformándolos para adaptarlos a las necesidades de su movimiento autónomo a nivel planetario. Globalización es el eufemismo o justificación con que se denomina a las dos últimas décadas de este proceso.

8- El sistema que, literalmente, se ha comido el mundo no es el neoliberalismo o el capitalismo de mercado. Esta visión parcial lleva a la conclusión lógica de que los modelos del Estado del Bienestar europeo o los llamados países socialistas presentan una solución o, como mínimo, una alternativa real. El sistema único global, no obstante, es el de la producción industrial de mercancías, que ve como necesidad y garantía del desarrollo el crecimiento económico (necesariamente exponencial) y el consumo cada vez mayor de recursos que éste requiere; ve como objetivo máximo del progreso la posesión abundante de mercancías; se considera a sí mismo como la cumbre de toda la Historia anterior; siente una devoción casi religiosa por la ciencia occidental, entendida como el fetiche de la tecnología; establece una jerarquía donde lo productivo, artificial, intelectual y competitivo está por encima de lo reproductivo, natural, emocional y cooperativo (lo “masculino” sobre lo “femenino”); y reconoce como legítima la difusión de ideologías, discursos y valores mediante la estructura mediática del Espectáculo. Estos son los pilares de la sociedad industrial y del Espectáculo, y han sido aceptados sistemáticamente por casi cualquier grupo, de izquierdas o derechas, que pretende o logra acceder al poder.

9- Al crecer y vivir inmersas en la sociedad industrial-espectacular, hemos asumido sus diversos aspectos como algo natural. Así, hemos creído que es normal desplazarse en vehículos que pesan toneladas y se mueven a velocidades antaño inimaginables impulsados por combustibles fósiles (no renovables); que es normal vivir en colmenas rodeadas de asfalto hasta donde se extiende la vista; que son naturales las autopistas y los rascacielos; que es normal comer comida empaquetada y fabricada con químicos derivados del petróleo; que es perfectamente natural sentarse en un parque de Madrid y ver en una pantalla de móvil un vídeo de adolescentes de Sidney moviendo el culo a ritmo electrónico. La realidad es que estos hábitos y formas de vida no llegan a los 100 años de antigüedad en el mejor de los casos, y algunos apenas rozan la veintena. A nivel histórico son un instante, pero un instante que supone un expolio y transformación brutal de la naturaleza que, sin duda, nos va a pasar factura.

10- Al reconocer como válidos o naturales los modos de vida de la sociedad industrial-espectacular, el debate político se ha centrado en la forma de organizar esta sociedad: empresas privadas o estatales, impuestos, libre concurrencia o planificación, intervención estatal o no, redistribución de los frutos y formas más o menos justas de continuar ese crecimiento “infinito”. De lo que debería tratarse es de cuestionar la misma raíz de la sociedad industrial y del Espectáculo, que es protagonista del problema y no un mero escenario donde se desarrollan los acontecimientos.

11- La finalidad última de la maquinaria económica y social a nivel global es la concentración cada vez mayor de riqueza y recursos en menos manos. La competencia es el mecanismo imparable que se asegura de que nadie cambie esta dinámica: llegado a cierto nivel de acumulación, la empresa que no siga creciendo no permanece estática, sino que es devorada por otra. Crecimiento o muerte es la consigna, y cuando las empresas competidoras utilizan lobbies de influencia política, mano de obra semi-esclava, externalización de costes sobre el medio ambiente y un volumen de producción completamente insostenible, es imposible conseguir su volumen de capital sin recurrir a las mismas estrategias.

12- El núcleo de la estructura no es el culto a un Líder sultánico o el discurso febril de un Partido que pretende regir toda vida social, aunque estos elementos puedan presentarse como tales en algunos Estados. El núcleo de la sociedad industrial-espectacular es la mercancía, y por tanto la mercancía no es neutral.

13- La mercancía es al mismo tiempo el medio, la meta y la excusa. El medio a través del cual se desarrolla el crecimiento económico y la concentración de capitales. La meta que se presenta como deseable y sinónimo del éxito: el consumo indefinido de mercancías a cada cual más “lujosa”. La excusa que legitima toda la existencia del capitalismo moderno, pues su escaparate ante el mundo son las infames sociedades de consumo.

14- La mercancía es una relación entre personas. Donde existe la división social del trabajo, el intercambio de los diversos productos es el fruto de una colaboración entre todas para la reproducción social. En una colectividad o un trueque, salta a la vista la relación personal que hay detrás de los actos de consumo. Pero en un mundo donde se da la división social del trabajo más compleja y gigantesca que nunca ha existido, hasta el punto de que una misma mercancía puede fabricarse por decenas de personas en diversos puntos geográficos, este carácter social del intercambio mercantil queda completamente camuflado.

15- El mercado global de mercancías es el movimiento autónomo del fruto del trabajo humano, que en vez de ser dominado por sus propias productoras, las somete a sus leyes económicas. Un campesino pakistaní trabaja en las plantaciones de algodón que procesa una maquiladora haitiana para hacer una camiseta que compra una adolescente italiana en un centro comercial por menos de 10 euros. Esta impresionante cooperación planetaria resulta por completo menospreciada: a la consumidora le es indiferente las personas que están detrás de su producto. Lejos de reforzar una solidaridad intercontinental, este intercambio supone pobreza y explotación para los países productores y la ansiedad patológica del consumo a los países consumidores, grotescos privilegiados de todo el sistema. Las personas han perdido la capacidad de influir sobre el producto de su trabajo.[i] Al contrario: son esclavas de éste.

16- La existencia de la mercancía presupone que una relación que anteriormente se daba de forma directa debe fragmentarse y ser sustituida por un intercambio monetario. Dicho de forma simple, quien tiene que comprar un tomate es porque no cultiva una tomatera y quien tiene que pagar por beber agua es porque no puede obtenerla de un río o de un pozo. La expansión del imperio de la mercancía implica presentarse como sustituta de las relaciones que ella misma va destruyendo (y que no puede dejar de destruir si pretende crecer), incluyendo el ámbito personal-afectivo. Pagar por que te escuchen, pagar por que críen a tus hijas, pagar por alimentarse, pagar por tener un techo, pagar por sexo, pagar por ser atractiva; significa la rotunda incapacidad de ser escuchada, de criar, de alimentarse, de refugiarse, de practicar el sexo o atraer a alguien si no es gracias a una mercancía. Esto conlleva la continua transformación de nuestras condiciones de vida, haciéndolas estallar para que sólo podamos repararlas a través del comercio.

17- En las sociedades de consumo, la devoción de las personas por las mercancías (aparentemente la única sustituta posible a la pérdida de identidad, pertenencia, autoestima, comunidad, reconocimiento, etc.) llega a niveles que superan el amor religioso o el culto a un Líder.  Asesinatos por un par de zapatillas de marca, televisores de plasma en infraviviendas, logos tatuados o personas que han muerto aplastadas por la multitud en las rebajas de un centro comercial son sólo algunos ejemplos entre otros muchos.[ii]

18- Esta relación emocional de las sociedades “desarrolladas” con la mercancía podría limitarse a una simple cuestión moral (cada cual que haga con su vida “lo que quiera”) si no fuera porque tiene unas consecuencias brutales sobre terceras personas. Prácticamente cualquier situación de explotación, represión, guerra, miseria o genocidio en el mundo está provocada, financiada, o como mínimo tolerada, por el ansia de producir mercancías baratas y de controlar las materias primas y reservas energéticas necesarias para ello. La fabricación de un móvil de última generación requiere la extracción de unos veinte minerales diferentes, especialmente en países donde hay serias violaciones de los derechos humanos y laborales (China es la principal productora de indio y el coltán, extraído normalmente con mano de obra infantil, es uno de los intereses estratégicos que alimentan el conflicto armado en la República “Democrática” del Congo), con el desastre ecológico que conlleva la minería, y que se transforman y ensamblan en un proceso que deja importantes residuos tóxicos y se realiza en condiciones de trabajo vergonzosas. El inmenso poder e influencia de las multinacionales que controlan estas etapas de extracción, producción y distribución es capaz de presionar a gobiernos para que adapten sus economías a sus necesidades corporativas. Dado que, en este sentido, no existe un móvil que no esté manchado de sangre, todo el negocio de la telefonía móvil, sus innovaciones, aplicaciones, ofertas, tarifas, marketing, películas y discos para descargar, suponen un expolio a la Naturaleza y una violación de la vida y la dignidad humana. Éste es solamente un ejemplo de la idea que ya se ha dicho y se repetirá en adelante: la mercancía no es neutral.

19- Por supuesto, existen mercancías que no están producidas en condiciones de explotación ni a 2000 kilómetros del lugar de consumo ni con consecuencias ambientales catastróficas. Sin embargo, la lógica de la competencia y la tendencia al monopolio conducen a eliminar estas alternativas. En las sociedades de consumo, la publicidad, el modelo de los macro centros comerciales o los supermercados, y la necesidad (real o ideológica) de gastar lo menos posible en los productos básicos llevan a las personas a la órbita de las grandes marcas. Por ejemplo: un municipio semi-rural en el que el desempleo, los bajos salarios y las deudas, así como la publicidad y el marketing, llevan a la población a comprar en grandes cadenas de supermercados en las que todos los productos pertenecen a un pequeño grupo de imperios multinacionales, mientras agricultoras locales con criterios éticos no encuentran cómo dar salida a su producción por no poder asumir los precios de éstas.

20- La mercancía es totalitaria en cuanto que impregna, transforma y mediatiza cada aspecto de la vida de las personas; en cuanto que su mercado necesita de la continua expansión, devorando cada resquicio del planeta y las sociedades, y rompiendo todas las relaciones y vínculos directos que existían anteriormente; en cuanto que tiende a la eliminación o silenciación de toda alternativa de consumo que rompa con sus reglas; en cuanto que su ideología, sus valores y sus objetivos han sido interiorizados por las generaciones educadas en sus dominios; en cuanto que tiene en sus manos la maquinaria de propaganda más grande de la historia (internet y las corporaciones de comunicación a nivel global), cuyo motor y finalidad evidente y aceptado es la publicidad; y en cuanto que para su fabricación y distribución no se duda en apoyar o fomentar si es necesario guerras, dictaduras o cualquier otra aberración humana.




[i]  Ciertamente, muchas personas ya habían perdido esa capacidad antes de la sociedad industrial-espectacular, pues la sociedad de clases y la explotación humana no son novedad. Pero en un tiempo predominaron las formas colectivistas de trabajo y, sobretodo, la autosuficiencia de las comunidades, en consecuencia con las necesidades y equilibrios biológicos de la especie humana con sus ecosistemas. Gran parte de esas formas de organización han perdurado en el tiempo hasta los inicios de la sociedad mercantil moderna, algunas hasta la revolución industrial y otras, incluso, siguen luchando hoy en día para no ser completamente exterminadas.
[ii] El publicista catalán Luis Bassat elaboró una lista con las 185 posibles relaciones entre un consumidor y una marca. Se incluyen algunas como: Muero por ella, Me divorcio por ella, Me excita, Le tengo amor platónico o Me entrego a ella. El libro rojo de las marcas, DeBolsillo, Barcelona 2009.

martes, 11 de marzo de 2014

La comunidad ausente

por Andrés Martínez Díaz - El Faro Crítico.

1. Comunidad y  frigidez liberal: la transacción del nacionalismo y su caricatura fascista.




Creo que hay un profundo error en una conceptualización del fascismo e ideologías afines que descarte como accesoria la cuestión del volk-lore y el error me parece aun mayor si se desestima el valor de la estética en la política. ‘Fiat ars et pereat mundis’ decía del futurismo Walter Benjamin. Si se quiere situar históricamente el fenómeno como contemporáneo nuestro habrá que enfatizar que la esencia de los fascismos es ser profunda y mitológicamente folclóricos. Aun más, se puede afirmar con suficientes elementos de juicio que el fascismo es folclore elevado a categoría central de una tendencia que informa  a más de un movimiento político en la modernidad. Detrás de ello se esconde manifiestamente una carencia: la nostalgia de un mundo cancelado a resucitar aunque, ciertamente, ya no lo podríamos soportar. Si Lenin definió al comunismo como el socialismo más la electricidad, se podría pensar en el fascismo como folclore más electricidad. A continuación daré las oportunas aclaraciones.

 El modo de producción capitalista y sus superestructuras liberales han supuesto una ruptura radical con una vivencia directa de la comunidad tradicional que desde illo tempore había sido mediada por la religión. En las sociedades modernas, la nueva mediación se vehiculará a través del mercado y de su trasunto político, la sociedad civil. La libertad jurídica formal de la era liberal consiste en situar la falacia naturalista en el centro del pacto social. Puesto que no hay forma racional de efectuar el pasaje entre ontología y praxis, que antes era salvado mediante la religión, se asume la inexistencia de contenidos materiales que sean vinculantes, o sea, la libertad liberal[1] residirá idealmente en un óptimo de movilidad con la única limitación de que cada uno de sus miembros no interfiera en la posibilidad de movimiento de los restantes. Este carácter formal que, al menos en teoría, permite la máxima pluralidad de formas de vida, contrasta agudamente  con el fijismo de  un mundo tradicionalista que exigía la adhesión a los dioses de la tribu y a unas costumbres –más o menos pueblerinas, más o menos maniáticas-  fundamentadas en el mito y  en el rito. Estalla la cohesión del pueblo tradicional y a cambio obtenemos una libertad solitaria en una sociedad en la que ya no existe comunidad anterior al contrato social. Dado este marco de relaciones sociales, recaerá en el éxito económico de cada uno de los individuos/átomos la posibilidad de integrarse en la nueva modalidad de convivencia impuesta por el triunfo de las relaciones capitalistas de producción. Save yourself/Help yourself.

Por otro lado, el liberalismo, como ideología de una fracción social no del todo inconsciente de sus intereses de clase, ha mostrado durante los ya tres siglos largos de vida que lleva, un pragmatismo contradictorio hasta la esquizofrenia en sus diversas manifestaciones. Estructura axiomática del capital, lo denomina Deleuze, por oposición a las sociedades tradicionales que se  por códigos. Refiriéndonos tan solo a sus dos primeros siglos de vida, los liberales han apoyado el absolutismo contra las trabas feudales y luego se han rebelado contra las monarquías absolutas; defendieron gobiernos de corte bonapartista, el voto censitario y el sufragio universal; han seguido políticas de mercantilismo defensivo y de supresión de barreras aduaneras; los mismos liberales ingleses que practicaban el esclavismo, simpatizaban con el sufragismo femenino; a la vez propugnaron el imperialismo y atizaron la autonomía nacionalista de los pueblos... Ya en épocas tempranas como en la Revolución  Francesa, la asamblea que aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos decretó por la ley  Le Chapelier, la condena de muerte a aquellos franceses, se entiende obreros, que hiciesen huelga. Se podría sumar y seguir pero creo que con estos ejemplos hay ilustración suficiente. Todos ellos comparten el parecido de familia que nos y les permite -a sus partidarios- dar a estas posiciones la denominación de liberales. El siglo XX verá como sus vástagos incurren en una contradicción aún mayor: la alianza ocasional con un movimiento político que suprime las garantías jurídicas por las que sus antecesores liberales habían porfiado durante doscientos años.

Quedémonos con la disolución de las sociedades agrarias tradicionales que proporcionaban una vivencia directa de la comunidad [2] y con la aparente incoherencia burguesa en sus múltiples manifestaciones ideológicas. Pues bien, nos interesa como paso necesario hacia el fascismo, una de ellas, el nacionalismo, doctrina que postula la existencia de pueblos [3] -unidades orgánicas de población, vinculadas a un territorio, y articuladas en torno a una raza, una cultura, una lengua y una religión comunes [4]-  y exige su estricta correspondencia con un Estado. Aquí, en el nacionalismo, querría hacer notar la paradoja de que el cuerpo mítico y espontáneo de la nación, reformulación burguesa para las recién derogadas comunidades tradicionales, sea destinado a una configuración ‘abstracta’ como es la del Estado liberal. Se diría que se busca algún elemento de cohesión `cálido’ que compense esa disgregación ‘fría’ inherente a la división del trabajo en el capitalismo y a las descarnadas contradicciones sociales que indisolublemente la acompañan. El nacionalismo entonces tendría unas funciones análogas a las que pudieron tener las divinidades poliadas alrededor de las que gravitaban los cultos cívicos en la Grecia clásica. Y para lograr un efecto similar al de la religión en un mundo que ha matado a dIOS solo queda el recurso al placebo estético…. En efecto, se puede comprobar sin dificultad como la literatura, música, pintura, escultura y demás publicística del siglo XIX se lanzaron con entusiasmo a la obra de generar un espíritu nacional. Un momento fundacional donde se hace evidente esta consciencia de la necesidad de fabricar una cultura que proporcione la cohesión para compensar el desapego inherente a las instituciones democráticas liberales es la ‘Religión del Culto a la Razón y al Ser Supremo’ instaurada durante el periodo jacobino de la Revolución Francesa. Se trató de un intento de generar una pseudo-religión laica en la que los principios republicanos e ilustrados eran deificados alegóricamente para mitigar el horror vacui que, se temía, produjese la abolición oficial del cristianismo. Y todavía, en nuestros días, se advierte sin dificultad como el elemento nacional es una de las invariantes del entretenimiento popular o de todo el ceremonial con el que se revisten las instituciones de nuestras desgastadas democracias. Producción espectacular donde las haya, el nacionalismo es producto de un círculo vicioso: cuanta menos realidad comunitaria hay, más nacionalismo suplementario se necesita.

Esta exacerbación de la añorada comunidad que no se quiere confesar ausente, algo así como un tribalismo vicario, tiene una manifestación privilegiada en el lamentable éxito de ese revival de la Grecia Clásica que son las competiciones deportivas: en la medida que las demarcaciones administrativas en que habitamos no son comunidades reales las facciones deportivas con sus himnos, uniformes, banderas y ejércitos -equipos, se entiende- en perpetua guerra simbólica, no siempre incruenta, devuelven a las hinchadas a un paraíso de cercanías perdidas… y de paso distraen sus malos humores –de probable etiología política- en belicosidades ficticias.

Y con esto no quiero insinuar que los rasgos específicos de las culturas no existan, ni hayan existido, pero queda claro que en las comunitariamente indigentes sociedades liberales, las diferencias culturales espontáneas se hipostasian y son exacerbadas mediante esta operación de hegemonía para generar una energía emotiva que apuntale nuestras instituciones burguesas… El plural en ‘instituciones burguesas’ es un abuso pues, aunque no lo sepan de forma consciente, solo tienen una institución que salvar. Su nombre es propiedad y en una formulación más escueta, tasa de ganancia.  En épocas de crisis, como la que se vivió en los años 30’s y como la que estamos viviendo, cuando beneficio se ve amenazado por el motín, el pragmatismo liberal muy bien puede sacrificar una porción accesoria de sus señas de  identidad para quedarse con lo fundamental. Si se da la necesidad la burguesía es capaz de renunciar a la libertad formal en nombre de lo que realmente importa: la supervivencia de las estructuras básicas que aseguran su preeminencia social. En  tales trances de crisis surge el recurso a una caricatura de la caricatura de una comunidad: el fascismo o la hipertrofia de los gestualismos nacionales. Solo falta para que este fascismo quede temporalmente determinado –esto es, sea circunscrito al momento concreto al que pertenece- el elemento desarrollista. Que mediante una economía de guerra propulse el crecimiento, estancado por la crisis, tan necesario para la economía liberal. Dicho ingrediente viene incluido en la receta nacionalista: el narcisismo identitario de una fracción nacionalista excita en los restantes especímenes de su género reacciones análogas de competencia.

Tan solo añadiré un último rasgo: en la medida que en esta época de  máxima especialización, la nación/pueblo es una construcción fantástica que tan solo puede ser experimentada con tibieza, una representación verosímil debe relegarla al pasado donde existió o a un futuro en que existirá pero nunca se da el caso de que goce de una manifestación presente y plena, si no es como nostalgia, falta, herida o agresión imaginaria en una integridad por constituir. Ese nosotros incompleto pertenece al ámbito de las realidades naturales y por tanto espontáneas que quedan fuera de la historia –de la dimensión del cambio en los asuntos humanos- y si recibe  inscripción en la esfera de lo cultural es debido a un obstáculo que se interpone entre su ser actual y su verdadera configuración ideal. Aquí aparece la necesidad del líder carismático con funciones de órgano sensor, análogo al genio romántico, que actúa de médium entre la comunidad perdida en el mundo de las apariencias históricas y su auténtica imagen por materializar. La fabricación por medio de la cultura de un nosotros unitario y homogéneo pero todavía incompleto por incomparecencia tiene, por tanto, proyecciones claramente quiliásticas y pospolíticas: si deberíamos existir y no existimos, debemos autoproducirnos; no hay nada que discutir –la discusión es  la dimensión de lo político- ; por tanto toda diferencia se convierte en un obstáculo culpable hacia la integridad en construcción de nuestro pasado/futuro pueblo. Se repite el esquema bíblico por el que la historia humana comienza con la caída  hasta el cumplimiento de la redención solo que proyectado al propio interior de la sociedad. De este modo las contradicciones sociales, que si no han alcanzado una conceptualización expresa no abandonan el estadio de un difuso malestar social, pueden ser proyectadas contra todo aquello que se antoje a los administradores de las esencias patrias… ESTE ES EL CORAZÓN DEL FASCISMO, en mi humilde opinión. De una hiperreactividad aterradora que no se confiesa a sí misma, los fascismos se abisman en la afirmación de una identidad fantástica que trastoca su principio de realidad –un intenso sentimiento de pérdida- en una fantasía de narcisismo megalómano. Idealmente la reacción autoinmune más arriba descrita solo puede desembocar en la muerte de toda alteridad, es decir, en la propia muerte. Del mismo modo, su puesta en práctica  no conduce a otro sitio que a programas de supresión violenta de las diferencias  -no eliminables por definición-.

Propongo una imagen ilustrativa: tras el aquelarre nazi, esa inmensa impostura teatral con banda sonora wagneriana, Hitler cuando ya supo que había perdido la guerra de forma inapelable, ordena la destrucción de Alemania, pues el país le había traicionado, no había estado a la altura del destino ideal que le estaba deparado… Nec facta ars, pereat mundus.

Esta mitologización de la comunidad, que nace como un suplemento a la desconexión comunitaria del régimen social liberal, admite variadas declinaciones aunque todas ellas tienen en común el carácter estético, populista y arcaizante/futurista que presentan a la indisoluble unión Estado/Nación como propuesta de organización política. Tal ha sido el éxito del nacionalismo que en buena medida se puede considerar que ha servido de hilo conductor para la expresión de las demandas de emancipación de los pueblos no europeos. Desde la fundación de la ONU, el número de sus Estados miembros se ha multiplicado por cuatro.  Y  podemos suponer que la fundación de cualquiera de dichos Estados se habrá visto acompañada de la correspondiente exageración del sentimiento identitario dado que de eso trata la cuestión nacional. Si la Segunda Internacional se vio desbordada por el estallido de los nacionalismos títeres del imperialismo que desembocarían en la Primera Guerra Mundial podemos advertir como esta ideología y su exacerbación fascista ha sido un elemento que en una u otra medida ha estado presente en toda la época contemporánea, pues ningún gobernante ha sido capaz de evitar la tentación de recurrir a este cómodo expediente para escabullir las responsabilidades de los irresolubles problemas que atraviesan a cualquier modalidad de grupo humano. Cada vez que un político oportunista apela a las esencias patrióticas comienza a desperezarse esa fiera tribal que busca la plenitud política en una imposible homogeneidad sin mácula. Al no encontrarla se conformará con localizar a los culpables de la falta de felicidad social…. para darles su merecido.  Como manchas en un traje viejo que se piensa nuevo. Ser es parecer. Perezcan las manchas.

Hay una comunidad ausente cuyo hueco parece el objeto a satisfacer por parte de cualquier propuesta política en la era de la libertad negativa… Seguiremos examinando la cuestión.




[1] Los movimientos de izquierdas no han sido capaces de articular una noción alternativa a la de libertad negativa, verbigracia léase a cualquier teórico anarquista. A la misma causa se remite la unanimidad con que ha sido acogida la crítica liberal, compartida por la izquierda convencional, del fracaso del comunismo real y la correspondiente identificación efectuada por Hannah Arendt entre nazismo y estalinismo bajo el rotulo de totalitarismos.
[2] Aspecto este que no debe ser idealizado en exceso: la literatura del siglo XIX muestra numerosos ejemplos de cómo para muchos de los habitantes de esas celosas y vigilantes comunidades escapar a la ciudad fue un verdadero alivio.
[3] Volk, en alemán y  en inglés, folk de donde se deriva el vocablo folklore –como estudio de esos contenidos que caracterizan a las diversas comunidades humanas-. Todos ellos derivan de un viejo vocablo germánico: Volkam. Se cree que estas palabras están vinculadas a la base indoeuropea pel- ‘llenar’, de la cual también habría surgido el latín populus, origen del vocablo español pueblo así como del inglés people.
[4] Cuyos orígenes se hacen remontar a las brumas del comienzo de los tiempos; orígenes que empezaba a estudiar/fabricar la naciente historiografía burguesa ¿nostalgia y remedo/remedio de las comunidades rurales recientemente perdidas?