viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo noveno de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Díaz Arroyo - El Faro Crítico
Juan, recubierto sólo de capas de ropa, paredes y cielo, el universo nunca tocaba su piel, dudó sobre si ahora era el momento de tener exclusivamente ahoras. Claro que sabía que cortar un vaso de agua con un cuchillo sería una experiencia recomendable para todo el mundo al menos una vez si lo que se tratase de desgarrar fuera el vaso y no el tejido líquido que llamamos agua. Pero él, que ya no sentía nada, se vio en aquella peculiar situación de estar harto de escribir con bolígrafos gastados en pasatiempos de hojas de periódico cuando lo único que se le exigía era que, de vez en cuando, presionase marcando ligeramente con algo, bolígrafo, lápiz, trozo de madera o dedo, en algo, hoja de periódico, mesa, colmena o botón. No había, pues, tinta en sus bolígrafos, y trató de separar el agua del agua con un cuchillo cuando salió del tanatorio, llegó a casa y vio que estaba todo limpio, hecho y ordenado. Probó con diferentes cuchillos y vio que ninguno era suficientemente afilado para descomponer el agua en dos cosas diferentes que ya no fueran agua, así que se decidió a mezclar agua con aceite de romero. “Es tan diferente su tacto, huele tanto y tan distinto, que seguro anima al agua a revelarse un poco contra sí misma”, se decía mientras mezclaba ambos en un vaso grande de cristal que agitó durante un minuto. Y lo que consiguió de nuevo, además de arañar la mesa en la que había vertido y servía de substrato a la mezcla, fue separar lo idéntico con lo idéntico, agua por un lado, aceite de romero por el otro, troceados y en partes, y él, artífice de la composición-descomposición a su gusto, por fin por abajo diferenciado como conductor, es decir, preocupado por los arañazos de la mesa.

            Sin embargo había dudas, porque quedarse con que tu mejor yo depende de ti mismo resultaba insuficiente para alguien que pocas semanas atrás no había hecho sino proponerse asumir que la única solución posible para sus mundos no tenía que ser del todo invisible para un mundo, digamos, de ley. Así que tomó de la estantería de la entrada unos cuantos libros de cuentos variados, la mayoría escritos por él mismo y trató de recordar sus personajes, quiénes eran, cuáles eran sus historias, a dónde habían viajado en ellas, a quién conocido, y transpuso unos con otros. La clave era, una vez uno se decide a no tener vida ni plantearse vida ni tener ganas de tener vida más allá del seguir haciendo algo, si puede ser, eso sí, un algo diferente pero parecido en algún sentido difuso a lo que uno había venido haciendo antes mas dando absolutamente igual qué hacer concretamente ahora y qué no, elegir a un personaje al que utilizar como modelo explicativo de sus idas y venidas flasheadas que debilitara lo máximo posible la clausura del bloque doloroso de hielo que suponía el pasado.

            Se detuvo en Pedro G. La dificultad, sin embargo, era enorme, al menos tanto como tender a buscar explicaciones vitales vinculantes en relatos narratológicos demandando que el personaje modelo en cuestión, del cual ya sabríamos qué hizo qué hace y qué hará de manera fija, nos permitiese, mediante una interpretación auto-impuesta y supuestamente flexible del texto, seguir haciendo lo que hacíamos sin recordar muy bien qué era aquello y sin fijar ningún presente ni acariciar, si quiera durante un ratito, el futuro. Comparar dos sistemas articulados por vectores temporales diacrónicos cuando el elemento legitimador, el presente que fija, está de forma privilegiada exclusivamente en uno de ellos, reclama una proyección ensoñadora del primero sobre el segundo que, si bien dinamiza y des-estructura la interpretación unívoca y estática inicial de Pedro G., lo contamina de una excesiva movilidad, de un presente resbaladizo y empapado de agua del bloque de hielo que se derrite por la mera acción externa del resbalón presente en el que ya se estaba. Otro asunto, totalmente incluido en ello, es que a Juan le gustasen y estuviera habituado a resbalones, a presentes excesivamente licuados por los que patinar y dislocarse dolorosamente de vez en cuando, y que, por ello, se parase en Pedro G.
            Pedro G. había decidido en algún momento de su adolescencia y de forma súbita, y esto es lo mismo que decir que en la historia nada se decía de las implicaciones del modo de decidir que atañían a aquella decisión, que siempre que mirase a alguien que le miraba a él fijamente lo haría como cuando se trata de seguir con la mirada la hélice de un ventilador en movimiento, comenzando a rotar los ojos en torno a un punto fijo, los de quien te mira a ti, para poco a poco empezar a rotar también la cabeza sin tratar de perder de vista al otro. Claro está que esta situación le reportó situaciones muy divertidas, conoció a mucha gente, pues, el que en un grupo cultural suela estar bien considerado que la gente te mire a los ojos cuando le hablas como signo de transparencia, es decir, como ventana de acceso a lo que hay tras la ventana que identificaría de manera esencial al que lo dice, repercute y disloca, en ocasiones, el supuesto equilibrio de la relación “todos miramos a los ojos para ver lo diferencial de cada uno” a favor del final de enunciado, la que permite, no sólo que se viole una norma habitualmente aceptada con facilidad y agrado, sino que se valore a lo meramente distinto de cada uno en exclusiva de manera obsesiva, a lo que salta a la vista. Pedro G. tuvo, pues, en cierto y muy actual sentido, gran éxito, no le faltó nunca gente distinta que le tratase de mirar a los ojos ni gente a la que tratar de mirar él. Pero lo que suponía el gran asunto de la historia fue el encuentro de Pedro G. con Elisa Trebuchet, una joven de padre eslavo y dos madres, que en algún momento de su vida, tampoco especificado en el relato, había decidido no pararse nunca de cruzar y descruzar las piernas cuando estaba sentada, de un lado a otro y de un lado a otro, y, estando de pie, actuar como si estuviera cruzando un paso de cebra y sólo pudiese pisar por las zonas blancas, saltito, saltito. El asunto era que Elisa Trebuchet descubrió que cuando miraba el movimiento rotacional de cabeza de Pedro G. dejaba de tener ganas de cruzar o descruzar piernas y que incluso si le miraba a los ojos dejaba de dar saltos estando de pie. Era todo tan brillante que ambos pasaron mucho tiempo juntos, el suficiente, al menos, para olvidar y volver a recordar que ambos habían hecho una promesa perpetua a cumplir. Mas la promesa decidida, como tal pero no sin dificultad, se impuso en su vuelta, a lo cual ayudó que se diera la paradoja de que lo que a ambos había atraído mutuamente del otro se disolviera al estar juntos y que, siendo justo eso que se anulaba en su unidad lo único y exclusivo que ambos por separado y por promesa querían casi en cualquier caso como lo primero, la única posibilidad de volverse a interesar mutuamente fuese volver a sus viejos hábitos, es decir, forzar una ruptura violenta que reafirmara sus habituaciones meramente individuales, volver a extrañarse mutuamente. La historia se interrumpía con Pedro G. leyendo a un poeta que decía “desconocidos se están el uno del otro, mientras sigan en pie, los troncos vecinos“ cuando se iba muy lejos subido a un avión sin mover la cabeza mientras miraba fijamente entre las vidrieras del aeropuerto de partida a una chiquilla que esperaba otro avión dando saltos de un lado a otro sobre unos policías. Juan nunca se atrevió a hacer una segunda parte, pero se dijo al soltar el libro encima de la cama “sí, yo seré Pedro G.”.
            De manera que, además de confirmar con el comentario que realmente ya era Pedro G. antes incluso de hacer declaración de intenciones alguna, tomó nota de las actitudes generales del personaje, o lo que es lo mismo, decidió decidir siempre algo o, más bien, que hubiese siempre algo en general decidido de manera absoluta e inmóvil para él por pequeño y trivial que pudiese parecer para otros. “Eso guiará mi vida, el resto vendrá detrás...”, se decía, y salió a la calle en busca de los imprescindibles contenidos de su promesa intencional, “...seré un Pedro G. de la calle”, se decía ya volcado en la ciudad.

            Un panadero o un carnicero hubiesen sido buenos ejemplos si Juan no tuviera una cierta tendencia natural a huir de las cosas escasamente manipuladas por otros. Tampoco un barrendero, con perdón a los barrenderos, o un político, pues el pretender llenar una forma general con un fundamento puramente instrumental no resolvía la petición de contenido mínimo por fijar como dado que pedía su decisión vacía, además de dejar en el aire y sin suelo justamente eso, el suelo, el que absolutamente cualquier cosa pudiera ser, incluso la muerte. Y vio a lo lejos, no demasiado de su casa, una carretera bacheada muy negra por la que caminaban una familia de patitos muy blancos. En fila de uno cruzaban, primero la madre, luego el padre y después tres patos de tamaño muy similar, pequeñitos. Enseguida, en cuanto confirmó la visión, pensó en ir y rescatar a la familia de las posibles ruedas de los coches. “Pobrecillos, ahí expuestos a lo que les pueda ocurrir, a cualquier cosa... necesitan alguien que cuide de ellos...”, se decía mientras apretaba los puños, “sí, yo les cuidaré, dedicaré mi vida a cuidar y proteger al necesitado, seré un super-héroe y tendré un animal, una mascota, que también lo será”. Y volvió rapidísimo a casa a diseñar un uniforme.

            Ya delante de la máquina de coser, se le ocurrió cómo podría ser la segunda parte del libro de Pedro G., una historia en la que lo diferente para seguir siendo tal tuviera que afirmarse en su reunión diferenciante, pues cómo si no con agua el romero del aceite de romero llegaría a ser lo que ya venía siendo. Dejó de coser durante unos segundos pero enseguida continuó con el uniforme, se repitió “no, seré un super-héroe y mi mascota también lo será” y dio dos puntadas más.


martes, 18 de septiembre de 2012

Percepciones de un español en Cuba

por Pablo Ivan Romero Rovetta – El Faro Crítico


  1. La Brigada.
Tras una estancia de un mes en Cuba, Erasmo, a quien ya considero un amigo, me propone contar mi experiencia en un artículo para Havana Times. Como lector habitual de la web la idea me hace ilusión, aunque no sé muy bien que podría aportar más allá de las impresiones subjetivas de un extranjero que trata de descubrir qué hay de cierto en el “socialismo” cubano…
Aterrizo en el Aeropuerto José Martí la noche del 3 de julio, con otros 6 compañeros/as. Nos reciben miembros del ICAP, que nos ayudan a pasar por las aduanas los equipajes y los 150 kilos de material (sanitario, deportivo, de papelería) que envía la Asociación de Amistad Hispano-Cubana Bartolomé de las Casas, desde Madrid. Un autocar prácticamente vacío nos conduce a nuestro destino: el Campamento Internacional Julio Antonio Mella (CIJAM) en la provincia de Artemisa.
Una cantidad abrumadora de emociones me recorre cuando, a través de la oscuridad de las carreteras, voy viendo las primeras casas, los primeros pueblos. “Estoy en Cuba”. Cuba, la “esperanza del mundo”. El país en el que prácticamente todas las izquierdas del mundo ponen su fe, su corazón y su energía. El país que llevo tiempo planeando conocer, tratando de entender a través de todo lo que cae en mis manos. Ya se ven los primeros carteles de propaganda…
Nos alojan en el campamento de forma bastante improvisada. El resto de brigadistas llegaron hace dos días, y todo el programa ya ha empezado. Los murales del Ché, de Martí, de los 5 y demás iconografía de la revolución cubana nos deja claro dónde estamos. Un amigo, emocionado, me comenta: “por fin estamos pisando tierra socialista”. Yo no estoy tan seguro… A ver qué me encuentro.
Al día siguiente nos levantan a las 5.45 de la mañana. Por los altavoces suena un gallo, y una serie de canciones que nos acompañarán en cada despertar: el Guajira Guantanamera (que acabaremos odiando por pura repetición), Yolanda, Fusil contra fusil, La Victoria de Sara González, etc. Desayunamos un café, un huevo duro y un pedazo de pan seco (con suerte con mantequilla o mayonesa) antes de hacer un matutino y partir hacia el trabajo en el campo. Nos meten en un carro tirado por un tractor que nos lleva a los españoles/as hasta la cooperativa del pueblo de al lado, Guayabal, donde nos toca arrancar malas hierbas a mano durante toda la mañana. Me pregunto cómo funcionará la cooperativa, si será de modo democrático con voz y voto de los trabajadores/as. No me da tiempo a preguntarlo, pero pronto comprenderé que en Cuba prácticamente nada escapa al control estatal y a una jerarquía verticalista…
Somos la Brigada Europea José Martí de trabajo voluntario, un programa de “solidaridad” con Cuba, que realmente es una actividad política de tantas en las que Cuba trabaja la imagen que tiene que mostrar al mundo. El objetivo es acercarnos a la “realidad cubana” (la realidad oficial, claro), para que después hagamos en nuestros respectivos países militancia a favor del gobierno castrista.
Estaremos en la brigada hasta el día 20. Las primeras dos semanas nos toca el trabajo voluntario en la cooperativa, las tierras del CIJAM o el autoconsumo del campamento. No es un trabajo matador, cuatro horas y media no demasiado duras, salvo por el sol omnipresente y el calor sofocante. Por las tardes, tenemos la suerte de conocer Cuba… a través de conferencias en el salón de actos del campamento. Es cierto que hubo conferencias interesantes, al menos para quienes venimos de otro país, pero eran completamente oficialistas. Y no hace falta ser demasiado avispado para darse cuenta de que hay… lagunas. Y preguntas incómodas que son esquivadas y, realmente, quedan sin respuesta. ¿Será cosa de los ponentes o un patrón común en el funcionamiento de esta islita?
Las noches son prácticamente shows para turistas. Vienen grupos a tocar música cubana, la gente bebe ron que compra en la tienda (más barato que en la calle), cervezas Bucanero o mojitos del bar. Cuando acaba la música en directo, la noche continúa con reggaetón y decenas de turistas/brigadistas bailando y festejando. Buen ambiente…
El CIJAM es una pequeña burbuja. Toda la simbología del régimen está concentrada en él, entre los murales de los barracones, las banderas, los discursos y la música. Es un escaparate de lo que mucha gente espera encontrar en Cuba. Sé que hay todo tipo de personas en la brigada. Sé que muchas personas vienen como yo, algo escépticos, a ver que se encuentran. Sé que otras creen firmemente en el discurso oficial, en Fidel y en el Partido, pero al menos son coherentes con su propia moral comunista. Sin embargo, no puedo evitar tener la sensación de que muchas personas vienen atraídas por la simbología, que les importa más la estética, el significado abstracto de lo que están haciendo, que la realidad del pueblo cubano. Y el CIJAM ofrece eso. Ofrece poder sentirse emocionado de cantar la Internacional en varios idiomas, con el puño en alto, bajo las palmeras y las banderas cubanas. Ofrece poder hablar de solidaridad entre pueblos, de héroes revolucionarios. Ofrece sentirse partícipe del que suele considerarse el último país socialista digno (lo cual no es difícil teniendo en cuenta cuáles son los otros)… Y ofrece todo esto sin tener que enfrentarse a la no tan bonita realidad cubana.
En medio de este espectáculo político/turístico, no podía faltar el homenaje a los 5 héroes cubanos prisioneros del imperio. El día 5 del mes lo pasamos ahí, y desde luego nos tocan los actos por la libertad de los 5. La madre de René va a venir a visitarnos y contarnos su experiencia, así que el director del campamento nos pide a la brigada española que hagamos algo. No sabemos muy bien qué hacer, y él nos indica que debe ser una interpretación, un teatrillo o algo así. Inventamos algo medio improvisado la tarde anterior, y en el momento de la representación descubrimos que, por arte de magia, la interpretación que nos pidieron hacer ha sido idea nuestra y la representamos “en la Puerta del Sol todos los días 5 de cada mes”.
Llevo poco tiempo en Cuba y ya me parece agotador el tema de los 5. Sin olvidar la tragedia que supone para las familias, desde luego, me parece que el Estado cubano necesitaba nuevos héroes con los que fomentar el nacionalismo frente a un proyecto que hacía aguas cada vez más claramente… Montan una exposición sobre los 5 en el CIJAM, y nos cuentan que van a exponerla por toda Cuba… incluso en las cárceles. Me salta un chip en el cerebro… ¿cómo coño puedes ir ante personas a las que tú tienes presas y hablarles de la condena injusta de los 5? ¿Tan cínico puede llegar a ser el gobierno cubano?
Unos compañeros y yo vamos viendo demasiadas cosas que no nos cierran.
El argumento para justificar  el partido único y las instituciones de masas únicas es la homogeneidad monolítica del pueblo cubano en torno al proyecto revolucionario, pero basta hablar con varias personas para darse cuenta de que esto no es así. 11 millones de personas, 11 millones de realidades. Quizás esa homogeneidad estuviese más presente durante el fervor revolucionario, pero 50 años después, con nuevas generaciones, no me lo creo. Lo siento.
Los precios nos vuelven locos. Vemos productos baratísimos en moneda nacional, suponemos que subvencionados por el Estado, pero la primera vez que entramos a una tienda en divisa casi nos caemos de espaldas. ¿Cómo puede un litro de leche costar más que en Madrid? ¿Hasta qué punto son de “segunda necesidad” productos como un champú o una cuchilla de afeitar? Todo se vuelve más desquiciante aún cuando nos enteramos de que un cubano/a gana menos de 20 dólares al mes (algo que en las charlas de la brigada no nos comentan). ¿De quién es la culpa de esto? ¿Del gobierno? ¿Del bloqueo? ¿De la pobreza y escasez de recursos de país?
No entendemos Cuba.
Escuchamos comentarios a cubanos que nos van dejando caer cosas: autores prohibidos (que no están prohibidos, ojo, “simplemente” no los venden en librerías), Seguridad del Estado, actos voluntarios que no parecen tan voluntarios…
A veces salimos del CIJAM con la brigada. Nos llevan a La Habana, a Artemisa y 3 noches a Pinar del Río. Nos movemos en autocares chinos Yutong escoltados por la policía. No creo que la policía nos escolte por nuestra seguridad en uno de los países más tranquilos de América, pero ahí está. ¿Su función? Detener el tráfico cubano, apartar a de nuestro camino a cubanos y cubanas para que lleguemos a tiempo y sin problemas al acto del día. Nos da vergüenza y cabreo…
En cada lugar nos reciben como a una importante delegación. En La Habana una orquesta militar nos espera para hacer una ofrenda floral a José Martí en el Parque Central. En las otras zonas, sale siempre a recibirnos un dirigente local del Partido, un representante de la comunidad, algún estudiante extranjero que cante una canción y una orquestita que nos toca Hasta Siempre, Guajira Guantanamera y, con suerte, Chan Chan y El cuarto de Tula, las que a veces parecieran ser las únicas cuatro canciones compuestas en la isla…
En Pinar del Río nos llevan a ver una fábrica de tabacos, un círculo infantil y un CDR. La primera es decepcionante: gente trabajando por unos pocos dólares al mes ante un retrato de Fidel, sin tan siquiera rotaciones de turnos o poder de decisión. No es una cooperativa, no es una fábrica colectivizada. Es la misma lógica de producción capitalista, enajenada, con la diferencia de que la función del capitalista la cumple el Estado. No creo que esos trabajadores/as estén menos alienados que en el mundo capitalista…
En el círculo infantil la sensación es diferente. Una guardería, muy bien, muy accesible. Los niños y niñas nos reciben con un teatrillo de bailes y dibujitos para tocar la fibra sensible de los brigadistas. Me parecería una guardería normal, decente, si no fuese por los enormes retratos de Fidel y Raúl que encontramos en la entrada, o los carteles de “Saludamos el 26 de julio” que, supongo, también han puesto voluntariamente los críos de 3 y 4 años…
La noche en el CDR fue quizás una de las mejores experiencias. Nos llevaron a los que debían ser los mejores comités de Pinar del Río, donde nos recibieron unos viejitos y viejitas encantadores con frutas, agua de coco, música y conversaciones. El CDR, si realmente funciona como dicen, parece una de las instituciones con más potencial que he encontrado en Cuba aunque, como todo, con una parte tenebrosa: la vigilancia estatal dentro de cada cuadra y cada edificio…
En ocasiones discuto (siempre desde el cariño) con compañeros/as de la brigada. Me frustro. A veces parece imposible ser crítico con un gobierno de izquierdas, del que casi automáticamente se presupone que todo lo hace con buenas intenciones y pensando en el pueblo… Parece que en Cuba no hay nada que reprochar. Lo bueno hay que agradecérselo al gobierno, lo malo son “errores bienintencionados” o es siempre culpa de terceros… La realidad cubana simplificada en la bipolaridad entre “revolucionarios” y “gusanos”. A veces me sorprende la capacidad que tiene la izquierda para desmontar la sutil propaganda capitalista, y lo ciegamente que cree en la obvia propaganda cubana…
Todo se justifica con que el resto del continente está peor, todo se justifica con que “esto en España también pasa”… Pero España es capitalista, es contra lo que lucho, y si el país que pretende mostrarse como alternativa tiene derecho a cumplir los mismos “errores”, ¿para qué coño lucho?
Dos semanas y media de brigada han sido una experiencia confusa… Cuba me despierta muchas dudas, no termino de entender nada. Veo cosas buenas y cosas malas. ¿Lo bueno será tan bueno y lo malo tan malo?
No puedo terminar sin hacer mención a la gente encantadora que trabaja en el campamento y sus alrededores; a Yordán, el taxista del pueblo vecino que nos acogió como amigos de toda la vida; a los jóvenes estudiantes de relaciones internacionales que, aun convencidos del sistema, vinieron a darnos su opinión más sincera del país…
La segunda parte de mi viaje me resolverá muchas cuestiones: en La Habana me esperan redactores de Havana Times y miembros del Observatorio Crítico, para mostrarme la otra cara de la moneda, el otro discurso cubano de izquierda…

2. La Habana

            “Todo tiene su final, nada dura para siempre”, que diría la canción de Willie Colón y Héctor Lavoe…
            Me despido frente a la sede del ICAP de los compañeros y compañeras más cercanos con los que he vivido esta experiencia. Suben al taxi que les lleva hasta el aeropuerto, y yo recojo mi equipaje mientras les veo desaparecer… Un colega cubano que desprende alegría y sinceridad me conduce hasta mi nueva casa en el Vedado. Para quien no haya ido nunca a Cuba, recomiendo la opción de rentar un cuarto, que no sólo es más económico sino que permite vivir en una casa común con una familia cualquiera, acercándote más a la realidad cubana que una habitación de hotel.
            La gente de la brigada me pregunta por qué me quedo diez días en La Habana, pudiendo aprovechar para conocer otras ciudades como Trinidad o Villa Clara. Lo cierto es que el turismo no me interesa. He venido a conocer la realidad cubana (dentro de lo posible) y La Habana me parece una ciudad en la que vale la pena asentarme durante toda mi estancia, vivirla con calma.
            En el portal del edificio, en el Vedado, me dan los buenos días cada mañana una foto de los 5 (“¡Cuba es su casa!”), y una de Fidel y Raúl saludando (“Unidad y Victoria”).
            Los días en La Habana son a otro ritmo que en el campamento. Voy por libre, los tiempos son más distendidos y tengo la oportunidad de moverme con cubanos/as y hablar con bastante gente. La variedad de opiniones y matices es muy amplia, contrariamente a la simple dualidad castrista/derechista que plantean los medios de prensa tanto en Cuba como en España.
            La segunda noche conozco por fin a Isbel, Jimmy, Erasmo e Irina. Me preguntan por la brigada mientras tomamos unas cervezas en una plaza del Vedado. A partir de ahí ellos me acompañarán durante buena parte de mi estancia y me darán una visión de Cuba que considero sumamente interesante…
            Al día siguiente me llevan a un proyecto infantil independiente, creado por una pareja de artistas. Al fin, entre el ambiente libertario, me siento como pez en el agua. Estamos acompañados además de una pareja de anarquistas de San Diego, por lo que aprovechamos la tarde en el parque Almendares para intercambiar opiniones entre todos/as y hablar de política en general.
            La gente del Observatorio no se muerde la lengua. La crítica es dura, directa, y me hace replantearme bastantes cosas que, realmente, son difíciles de aceptar para una persona de izquierdas…
            Una noche, bebiendo ron en el Malecón con gente que quedó de la brigada y algunos cubanos que conocimos en el CIJAM, entablamos conversación con un rapero que andaba fumando un puro y bebiendo ron de cajita. Entre el alcohol y unas rimas (yo también fui rapero) hablamos de Cuba. El defiende algunas cosas, defiende la sanidad y la educación, que está convencido de que en Cuba no hay un niño desescolarizado, pero critica duramente lo demás: critica no poder salir, la censura, los salarios absurdos y que la noche anterior le llevasen detenido por hablar con una extranjera. Se declara seguidor de Camilo, y cree firmemente que Fidel les traicionó a él y al Che.
 “El Titanic se hundió en medio del Atlántico y lo han encontrado, Camilo se hundió aquí al lado y no aparece ni rastro” me dice.
Tras contar un repertorio de chistes homófobos, me suelta una frase que se me queda en la cabeza clavada, aunque ya me venía rondando de antes: “en realidad la sanidad y la educación no son gratuitas, tú las pagas con tu vida”.
Más de un cubano me ha insinuado este tipo de cosas. Podemos decir que nadie queda excluido de la educación, a priori, por razones económicas, pero no que la educación sea gratis. El Estado no regala nada. Como socialista, me parece bien que se usen las plusvalías del trabajo de forma social, para financiar los servicios públicos, pero en Cuba el absurdo está en que el salario no alcanza para comer.
Cobrando 15 dólares al mes (que sí, que alcanzan para más que en otro país, pero aún así no dan), inventando por la calle para comprar unos frijoles, y teniendo las prohibiciones de viajes para que no haya fuga (o “robo”, que diría Fidel) de cerebros y mano de obra, no podemos decir que en Cuba estos servicios sean realmente gratis…
Con esto no desmerezco a toda la gente que durante años se ha esforzado por los sistemas de educación y salud pública, pero creo que hay un problema sistémico, y soy crítico porque las paredes de La Habana me recuerdan que revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado… ¿o no?
 “Aquí hace 50 años había una dictadura, y Fidel y los demás lucharon contra ella. Ahora tenemos otra dictadura y nos toca a nosotros luchar como ellos. No nos vamos”, dice. Me deja su teléfono, pero soy incapaz de localizarle de nuevo…
            En el tiempo que estuve en La Habana me di cuenta de ciertas cosas que, creo, un turista común no percibe. Muchos turistas suelen afirmar que en Cuba hay libertad de expresión porque la gente por la calle les habla y les putea del régimen. Obviando el hecho de que libertad de expresión debería ser mucho más que poder hablar por la calle, lo cierto es que me doy cuenta de que ni eso es del todo cierto. La gente con la que voy, en muchas ocasiones, baja el volumen o se calla si hay otra persona cerca y estamos hablando de algo “delicado”…
            Recorro librerías. Me fascinan los precios de los libros y compro cantidad de material que en España es muy difícil o prácticamente imposible de encontrar. Sin embargo, veo que son los mismos libros en todas partes, y la variedad en textos políticos y sociales es nula. Cuba, territorio libre de analfabetismo, Diario de un guerrillero en la Sierra, Fidel Castro ante las catástrofes naturales, Fidel, Fidel, el Che, pinta y colorea a Fidel y playa Girón, etc.
            Una compañera de la brigada tiene muchas dudas sobre el país, le parece que hay cosas buenas pero muchas otras que no cuadran ni tienen sentido. La invito a una reunión con el Observatorio para conocer, al menos, una versión diferente a la del CIJAM y sacar sus conclusiones.
            Nos reunimos en una casa ruinosa de Marianao, donde comparto la experiencia del 15-M en los barrios de Madrid y el funcionamiento de la estructura asamblearia. La jornada es buena, distendida, pero hay algo que tiene a todos/as nerviosos. Al compañero Mario Castillo le han aparecido “por arte de magia” 5 gramos de cocaína pura en casa, que se apresura a denunciar a la policía. Este suceso ya fue denunciado por OC en su blog (http://observatoriocriticodesdecuba.wordpress.com/2012/07/27/colocan-droga-en-una-de-las-sedes-del-taller-libertario-alfredo-lopez-de-la-red-observatorio-critico/ ), y aunque afirman no haber visto antes nada igual, es inevitable tener la mosca detrás de la oreja ante posibles formas de criminalizar al movimiento…
            Mi último día lo paso en Alamar junto a Erasmo e Irina, en un ambiente familiar, hablando, para variar, de política y sociedad en Cuba y España. Da pena ver cómo oscurece y se va mi último atardecer en la isla. Andamos como 3 kilómetros desde Habana del Este para conseguir una guagua que cruce el túnel, entre decenas de familias y jóvenes que vienen de pasar un domingo playero.
            Me despido velozmente de Erasmo frente al Capitolio, tomo otra guagua hacia el Vedado, bajo por G entre un mosaico de tribus urbanas, dejo las cosas en casa y salgo a despedirme de La Habana. Voy solo, pues ya es tarde; nadie a quien pueda llamar está en casa y nadie me va a contestar al celular. Compro una Mayabé y me siento en el muro del malecón, frente a la Oficina de Intereses y la Tribuna Antiimperialista y miro el mar tratando de escribir algunos versos…
            Me despido en mi última noche en La Habana, mirando el mar desde el muro del malecón. A mi espalda quedan banderas cubanas, frente a mí los sueños de la migración… Y me atasco. Pienso en todo lo que he visto y vivido durante el último mes.
            Veo a Cuba como un modelo de Estado diferente al nuestro. Por lo tanto tiene problemáticas propias, al mismo tiempo que está exenta de problemáticas que nosotros sufrimos. También tiene cosas buenas, igual que otros modelos tienen sus propias cosas buenas.
            Considero que quizás sea el país menos desigual de América, donde me da la impresión de que incluso las élites están limitadas por el sistema (Miramar no es comparable a los barrios ricos privados de otros países latinoamericanos), y aunque hay pobreza y hambre no he encontrado esa miseria desesperada que sí he visto en otras partes. Es un país muy seguro, y me da sensación de tranquilidad a pesar de todo.
Me parece importante la subvención estatal a productos básicos, el fácil acceso a la cultura (la que no moleste al régimen, claro) y el nivel prácticamente nulo de indigencia (aunque sí se hace notar la infravivienda y el hacinamiento).
Considero que la represión cubana es muy sutil, aunque efectiva. Me da una sensación de asfixia en la población civil. No deja de ser irónico que en un continente tan rico en movimientos populares como es América Latina, La Habana me transmitiese esa sensación de inmovilismo. Lo que asoma la cabeza, o entra en la estructura estatal (lo que a veces significa anularlo) o se va estigmatizando de forma gradual hasta llegar al acoso o los calificativos de “mercenario”, etc.
Un estudiante cubano me decía que ahí no hay culto a la personalidad porque no hay grandes estatuas de Fidel ni calles con su nombre. Está claro que si “culto a la personalidad” es sinónimo de Corea del Norte, Cuba no entra en ese patrón. Aún así, a mí me da la impresión de que algo hay… Los retratos de Fidel y Raúl están en todas partes: tiendas, comités, portales, escuelas, círculos infantiles, puestos de trabajo, edificios oficiales, etc. Sus frases adornan las paredes y los carteles de la carretera. Todo lo bueno del país emana de ellos como si de fuentes divinas se tratasen.
Comprendo que durante las décadas del fervor revolucionario mucha gente admirase y amase a Fidel de forma espontánea y sincera, pero cuando se han educado a generaciones en la admiración a su figura, ya no creo que podamos hablar de espontaneidad, sino de adoctrinamiento…
Desde luego, no podría decir ni de lejos que Cuba sea el país más represivo de América, como pretenden los medios derechistas de mi país. En un continente donde existen elementos genocidas como el ex – presidente Álvaro Uribe, Cuba no sale tan mal parada. Pero el crimen de otros no le exime a uno mismo de responsabilidad…
            Podemos decir que Cuba no es el peor sistema, sí, pero ser menos malo no significa ser bueno. No puedo pretender que un cubano acepte su situación porque “el resto del mundo está peor”.
Como conjunto, no puedo defender el régimen cubano porque creo que es negativo de raíz: un partido único vertical y jerárquico (¿cuántos convencidos militantes de la UJC han abandonado porque no se les hacía caso?), instituciones únicas verticales y jerárquicas, un modelo productivo vertical y jerárquico.
Cuba es un Estado autoritario. La propaganda es obvia y asfixiante, y se hace notar más por lo repetitivo que por la cantidad (probablemente tengamos más bombardeo publicitario/propagandístico en España).
Las prohibiciones a los viajes son vergonzosas. El trato preferente que han tenido los turistas durante mucho tiempo es vergonzoso…
Vigilancia. Me da la sensación de sociedad vigilada, entre CDR y Seguridad del Estado (a la que, según supe más tarde, tuve la “suerte” de tener a mi lado, presuntamente, un par de días en La Habana). El Estado tiene ojos y oídos en todas las esquinas…
Existen las élites militares, y eso todo el mundo lo sabe. Y donde existe una élite, existe quien vive del sistema tal como está. Y mientras exista esa clase que vive de que las cosas no cambien, va a esforzarse por que las cosas no cambien… o que cambien para su beneficio.
            Decía Engels en Anti-Dühring que “mientras la población verdaderamente laboriosa estaba de tal modo ocupada en el trabajo indispensable que no le quedaba tiempo para ocuparse de los asuntos comunes de la sociedad (dirección del trabajo, asuntos públicos y jurídicos, arte, ciencia, etc.), preciso era que existiera una clase especial que, emancipada del trabajo, cumpliera esa tarea, al mismo tiempo que aumentaba, en beneficio propio, la carga del trabajo impuesto a las masas laboriosas.
            Creo que este párrafo, que hace referencia al origen de las clases sociales, es perfectamente aplicable a la Cuba de hoy, y por tanto la raíz del problema de la explotación humana sigue presente.
            Creo que Cuba no ha salido de la lógica del capitalismo. Es un capitalismo estatal, que hará frente al capital internacional (al menos en teoría) pero que, de puertas para adentro, no ha cambiado en esencia la forma de funcionar. Además, como supo ver el Che allá en los 60, si aceptas algunos pilares básicos del capitalismo pero no sus reglas de juego (el mercado) estás condenado a una economía híbrida e ineficaz…
            Creo que Cuba es una forma diferente de explotación. No lo considero un Estado más “bondadoso” que otros, ni que sus dirigentes sean más honrados…
            Me llevo una impresión más o menos formada, pero soy consciente de la complejidad de la realidad de cualquier país, y más de la realidad cubana, repleta de contradicciones. No vivo ahí, no puedo dar lecciones a nadie, pero tampoco ocultar lo que he visto o sentido, aunque al final resulte ser sólo subjetividad…
            Me he dedicado a escuchar todas las opiniones que he podido. Salvo con la gente con la que tenía confianza, no he discutido a nadie (no me consideraba con legitimidad); ni al que soñaba con la vida de Miami, ni al que defendía al gobierno y confiaba en sus buenas intenciones. Las conclusiones de este artículo son el resultado de tratar de juntar todas las piezas que he ido recogiendo durante un mes para hacer un puzzle con la imagen de Cuba, que espero sea mínimamente acertado.
            Me voy de la isla con varios sentimientos amargos. Por un lado, me da tristeza ver un pueblo que ha luchado durante tanto tiempo, que ha sido golpeado por tanta gente (desde sus propios gobiernos hasta Estados Unidos y otros países), que ha pasado situaciones tan duras como el Período Especial y que sigue estancado o dando un pasito adelante y dos atrás…
            Por otro lado, sé que echaré de menos el país. Sus Chevrolets, sus pizzas en la calle, sus jugos y refrescos de un peso, su gente, sus paisajes y esa luz mágica de La Habana cuando amanece o se pone el sol, sus casas de colores, su Chan Chan y su reggaetón, sus calles de cifras y letras, su acento, su “candela”, su “pinga” y su “asere”. (Aviso al turista potencial que lea estas líneas, que el agua del grifo y los refrescos callejeros que extraño pueden tener consecuencias: volví a Madrid con parásitos)
            Y, sobre todo, dejo a mucha gente a la que he cogido tremendo cariño. A algunos tengo la suerte de poder escribirles mail, a otros tendré que mandarles postales. Pero me duele pensar que, quizás, no vuelva a ver a la mayoría. Hay demasiadas historias y personas que no caben en estos artículos…
            El vuelo de Cubana despega a medianoche del aeropuerto José Martí, exactamente 4 semanas después de que el ICAP viniese a recogernos. ¿Tan rápido pasa el tiempo? Es frustrante…

            VIVA CUBA LIBRE! (aunque nadie sepa muy bien qué significa eso)


Para ver comentarios sobre estos artículos en Habana Times:
http://www.havanatimes.org/sp/?p=69786
http://www.havanatimes.org/sp/?p=70294

jueves, 13 de septiembre de 2012

Astucias de la Razón, astucias de la Naturaleza

por Antonio Fernández Balsells - El Faro Crítico


Supongamos por unos instantes que Hegel tenía razón cuando decía que los hechos acaecidos en el presente, la realidad toda en el conjunto de su época, había de ser así y no de otra manera; pues los avatares del concepto en su avanzar, inexorablemente tendían hacia una determinada «idea de humanidad»… Al igual que en los estoicos, en la filosofía idealista de la historia alemana prevalece –ya desde Kant– la noción de teleología, de tal modo que en todos estos pensadores podemos encontrar algo así como un «Secreto Plan de la Naturaleza» –o de la Razón o «Logos» en Hegel– que va desplegándose, de tal manera que el presente –con sus instituciones, leyes positivas, estructura socio-económica, saber científico-tecnológico, pero también desigualdades sociales, guerras, etc…– era la expresión más viva de la “Idea”. Y esto por contraposición a las épocas-fases anteriores que sólo se podían comprender como simples eslabones hacia ese “telos”: el que marcara el último de los presentes: el ahora que se fusionaba con el proyecto de la nación portadora de la antorcha de todas las –supuestas–  libertades civiles y sirviera de ejemplo para las demás naciones. Si siguiendo una ontología de las diferencias, consideramos que la Naturaleza es lo sagrado y la que “manda” o “gobierna el todo” –pues el aforismo de Heráclito parece ser claro: “Ayón es como un niño, de un niño es el mando”– en el fondo no dejamos de decir algo muy similar: en tanto que peones de la Naturaleza somos sus siervos, y, por tanto, en nuestra cotidianidad y de un modo inconsciente, seguimos a pies juntillas lo que ya dijera Marx: “el hombre hace la historia, pero no sabe la historia que hace”... Esto es: ya sea el «Logos» o la «Naturaleza» parece que hay algo cierto en eso de pensar que hay un “algo” –inextenso– que manda en el contexto de ese libre juego de voluntades que se da en las cosas humanas. A nosotrxs, el que las cosas sean tal y como son, no puede más que producirnos desasosiego,  rabia, cuando no sentimiento de culpa, impotencia y temor… Pero… ¿significa esto, que, según ese «Secreto Plan de la Naturaleza» las cosas ya son inamovibles? ¿Significa esto que ya no hay lugar para la esperanza? En el siglo XIX, Marx recuperaría la noción hegeliana de “astucia de la razón” para pronosticar la superación de la Economía Política burguesa mediante el polo antitético de la burguesía capitalista: el proletariado. Cuando éste dejara de ser únicamente “en sí” para pasar a ser “para sí” –o dicho en otros términos: cuando el proletariado tomara conciencia– la revolución sería posible y la realidad social se vería por completo alterada mediante la abolición de la propiedad privada, y, por ende, la sociedad de clases.

Desde entonces ha llovido mucho y ahora mismo desde nuestra individualidad nos urge –a todos– que se produzcan cambios; y los queremos rápidos y que se den pronto por tal de “salvar” nuestras vidas. En mi opinión, sería muy extraño que lográramos disfrutar esos cambios que deseamos; pues si el «Logos» es producto –o expresión– de la Naturaleza, en la Naturaleza las cosas van despacio, pues precisan del kairós: el tiempo necesario para que todo fruto pueda madurar… Y la madurez no se alcanza a golpes, ni de un día para otro… Lo que hagamos lo hemos de hacer por las generaciones que están por venir; y esto mismo, sin esperar nada a cambio…

Por otra parte, sería deseable que “la usura por la usura” acabara por desencadenar algún tipo de astucia de la naturaleza –probablemente por hartazgo– que nos llevara a mejor puerto… De momento que tales astucias naturales se hallan en “acción” inmanente ya se puede ver: el consumismo ha llevado a la contaminación del planeta; el trabajo alienante a la depresión de gran parte de la población; los aditivos y conservantes han generado gran variedad de cánceres, etc… La diosa Phýsis –que para los griegos no era ni buena ni mala– va marcándonos los caminos por los que podemos transitar y por los que no…Y que, para Phýsis, las penas del mortal antropocéntico son del todo indiferentes, de ello desgraciadamente nos hace gala la historia en sus mareas de sangre… Que las respuestas pacíficas a esta crisis exigen del entendimiento de todxs es algo claro: pero ese todxs no excluye a nadie.  Y es que quizás Phýsis tras su secreto plan, lo que en verdad nos depara es un mundo más pacífico, más justo y equitativo, un mundo también más creativo; pero esto cuando por fin el tiempo haya logrado hacer madurar la comprensión de las cosas, en la mayoría… Cuando por fin Phýsis haya logrado transformarnos y hacer de nosotrxs, otrxs.