martes, 31 de julio de 2012

Populismo de padecimientos

por FKastro - El Faro Crítico


Decía Pessoa que el error de los revolucionarios es creer que el descontento que ellos detectan es común al resto. Para a continuación diferenciar entre aquellos que reconocen los problemas estructurales pero, como hipócritas, no quieren o no les interesa levantar la voz, y otros que, ni siquiera, se habían percatado del tamaño de su desgracia. Para los revolucionarios, éstos últimos están enfermos aunque no lo sepan, y ellos, los revolucionarios, tienen la cura. Tratamiento a vida o muerte, y en la que adoptan la certeza de que si no se curan ahora, la enfermedad aflorará más tarde en una ruina apocalíptica que arrastrará tanto a sanos como a enfermos. El agravamiento dependerá de desoír las prescripciones revolucionarias.

El reformista también percibe ciertas dolencias, y aunque es incapaz de emitir un diagnóstico taxativo como el revolucionario, sus achaques se concentran en mercados o plazas, reuniendo un populismo de padecimientos leves. Este renovador, al menos, se reconoce como enfermo, pero sólo curable con revisiones periódicas por un tercero, aunque sin la pretensión de trastocar la distribución que su salud le ha impuesto por azar.

Pero ocurre a menudo, que el enfermo, reconocido en mayor o menor medida por reformistas o revolucionarios, y sometido a una esclavitud salvaje, desamparado de protección y de futuro, resulta que se encuentra feliz en la resignación de su estrechez, satisfecho con lo poquísimo de que dispone y saciado con obras menores. Hay decenas de empleos sometidos a flagrante explotación que son desempeñados con rigor y buen hacer, a pesar del bajo salario, de las lamentables condiciones en que se desarrollan y de las pocas horas de descanso. Muchos de esos seres, enfermos o explotados, han vivido casi toda su vida en el mostrador de una tienda, en las galerías de una mina, o bajo las inclemencias, climáticas y dramáticas, de jornadas maratonianas, siempre en el mismo pedazo de tierra. Y todos ellos han amasado durante décadas un escaso dinero que no podrán gastar ni tampoco lo pretenden, porque además, ni tan siquiera conocen, ni tampoco les importa, los lugares que le rodean en 20 kilómetros a la redonda de donde desarrollan su actividad laboral. Pues aún así sería difícil convencerles de que su vida es pura vacuidad e infelicidad, cuando para ellos su cotidianidad es todo lo contrario, colmando, con su servidumbre, el legado suficiente para desarrollar sus leves deseos. Además, muchos de ellos, y quizás hasta la mayor parte, felicitan a alguien cuando consigue un nuevo empleo, aunque sea en condiciones poco o nada ventajosas para él, y le congratulan sinceramente, no tanto por las funestas circunstancias económicas que nos rodean, sino porque entienden que justo ahí hay un proyecto vital que encierra suficiente felicidad para el resto de sus vidas.

Todas estas circunstancias les pueden mostrar como débiles y pusilánimes en la mirada revolucionaria, pero lo que ésta no entiende, es que aún estando todos ellos delimitados por una servidumbre voluntaria y explotadora, resulta que les da la suficiente felicidad que necesitan, y que por ello tienden a contagiar a sus más allegados.

La labor del 15-M, y siendo éste un movimiento tan difuso, que sea reformista o revolucionario aún está por ver, es denunciar la enfermedad, los simples achaques o la peste fulminante, y por supuesto, hacer causa común del desvelamiento de la verdad. Pero hay algo cierto en todo ello, y es que, a pesar de las decenas de actos ¡diarios! que se desarrollan en toda nuestra geografía, las asambleas y los actos, están siempre casi vacíos.

Es sorprendente, por tanto, encontrar a enfermos absolutamente felices con sus numerosos achaques, y otros plenos de júbilo en su metástasis. Pero más sorprendente resulta aún, comprobar que los médicos que operan con ciertas soluciones carecen de arsenal quirúrgico, y que además, casi nadie acude a su consulta.