martes, 25 de octubre de 2011

Capítulo cuarto de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Diaz Arroyo - "El Faro Crítico"


Por ausencia absoluta de cualquier mínima capacidad de concentración, abandonó los apuntes encima de la cama. Flexionó un poco más las rodillas para oler su propia piel. No le gustó el olor, todavía era demasiado parecido al de Tom. Echar un poco de vaho sobre la superficie y frotar para que reluciera de nuevo ya no era suficiente. Se hacía necesario cambiar el perfume de su vida. Otro detergente, otro suavizante, cambiar también colonia y desodorante. Todos ellos ya no valían, acechaban sus recuerdos demasiado a menudo, con excesiva vehemencia. “Tal vez si me tomo un trago los olores cambien solos”, pensó Greta. Y dio comienzo a la salmodia auto-justificadora que, como cada noche, pretendía apaciguar su conciencia. “Todo es pasajero, yo no tengo culpa de nada”, se dijo y bebió. “Las decisiones nunca son erróneas, hay que avanzar” y bebió de nuevo. “Yo solamente quiero no sufrir y estar bien” y acabó la botella de ron.
Tomó impulso y la silla giró azarosamente hasta toparse con su cama. Encendió la pantalla del ordenador y buscó los restos de Tom. Frente a ellos, habló tal y como su asesor psíquico le había recomendado.

Me preguntas por qué lloro
me
me
por qué lloro a medias sin ti
tú que te ti
tú que te fuiste sin avisar
o me avisas
te
te
¿o me avisaste y no te recibí?

Un bis es tan difícil una vez
allí y no aquí
una vez muerto
no te vi ni recibí
y aún estás
aquí a medias sin mí
sólo con mi a medias sin ti
mi miedo a la existencia
miedo existencial a lo que se queda en tus fotos
to fo contigo los dos
siempre sonriendo
to do contigo los fos
siempre un flash arriba al que miramos juntos.

¿Juntos?
Al mismo t por separado
t

y yo
sin encontrarnos
capturados en una rápida instantánea de nuestra separación primorosamente arraigada.

Si preguntas por si
mejor así que no un sí
mejor así que no sin mí
mejor así que sin la menor tolerancia a la basura galáctica que se desprende de tu interés.
¡Interés para qué!
Caminar juntos
tomar té sin querer tomar nada de ti
sin olvidar las ventajas de ser un transeúnte acompañado
de ser uno que hace camino acompañado
de no ser
eso sí
acompañado
me propongo responder sólo por acasos hipotéticos
a la sutura tectónica que me agita y exige
apodícticamente
que me deslinde de ti.

Tom Shadow había muerto ya hacía tres meses. Cuando las extrañas circunstancias de su muerte se aclararon, un torrente de preguntas y dudas acecharon a sus amigos y familiares. Pero sólo Greta se sintió, tal vez por ser la última en verle, deshecha y, en cierta medida, responsable de su suicidio. Tan desgarrada y triste como se hallaba, una noche más, alcohol y angustia se continuaron mezclando frente a la pantalla del ordenador.
Greta contuvo unos segundos el hipo pero finalmente vomitó parte del alcohol que había ingerido. Sin apenas alterarse, lamió los restos que quedaban en sus labios y miró una vez más las fotos de Tom. “Anda, no recordaba que hubiésemos estado en esa playa, qué guapo estás”, escribió rápidamente con el teclado, “qué bañador tan bonito llevas aquí, ¿es el que te compraste en los Harrod´s?”. Sus manos volaban llevadas por un movimiento sostenido que hacía que los dedos se confundieran y multiplicaran sobre el teclado. Señalaban vías pre-situadas en su mente que instantáneamente se hacían letras. Una digitalización más, una piscina enorme sin bordes ni escaleras, “en aquella estuvimos, en esta no, ¿y qué te parece este color para las cortinas del baño?”. Cada comentario de Greta iba acompañado de un click sobre la foto observada. Siempre un narcisista “ME GUSTA”, y la desilusión de comprobar que ya hacía más de cien días que no se renovaba ningún contenido. “Tom, como conozco tu clave, ¿no te importará que cuelgue alguna cosita nueva en tu facebook, verdad?”.
Aguardó unos segundos la respuesta virtual de Tom. Desencantada por la espera se levantó al baño mientras gruñía reprochando el descuido de su ex-novio. Con Greta ya de vuelta, botella en mano, Tom, por fin, respondió.
- Basta ya, déjame en paz. Permite que me vaya de una vez. Me quise ir, ¿recuerdas?. ¿Por qué no me respetas, por qué me atrapas todavía aquí? Aquí ya soy inodoro, no me puedes tocar, ni oír, ¡déjame que alcance también la invisibilidad!
- Ni de broma, Tom. Aquí podemos seguir estando juntos, aquí todavía te puedo ver y contar mis cosas. Por cierto, ¿sabes que ayer vi a tu primo Juan y su mujer está embarazada?, ¡ah!, bueno ya casi se me olvidaba, ha pasado algo super fuerte, los cereales super-chocs, tus favoritos, han renovado su edición de “avances de la nueva ciencia”. Y ha habido una revolución en Portugal...
- ¡No!, bórrame por favor, no quiero que quede nada de mí expuesto. Entiérrame de una vez, y que sea de día para que pueda gozar, por fin, de algo de sombra, aunque sea de la sombra de una lápida etiquetada que no deja de emborronarse y aclararse al son que marca el día y la noche.
Greta asintió llena de furia. Era su última voluntad, cómo no obedecerla, cómo no respetar sus deseos aunque ello conllevara la disolución de toda interdependencia.
Tecleó en el buscador “dar de baja a cuenta de facebook”. Tan sólo siguió instrucciones: introdujo la clave de acceso de Tom y, ya desde su cuenta, buscó un botón muy grande que decía “dar de baja a la cuenta”. Ante él esperó, “Bien, si esto es lo que deseas, yo te ayudaré en tu suicidio...”.
Greta esperó a que amaneciera y cliqueó el botón. Pegó otro trago y soltó la botella que cayó al suelo.
Se levantó y comprobó, ya desnuda frente al espejo del baño, lo delgada y estilizada que estaba. Tras una ducha, marchó a trabajar como un día más, tratando de obviar que por la tarde tendría que volver a enfrentarse a sus apuntes.
Al llegar a la calle el autobús 738 ya se estaba alejando. Aceleró el paso en un intento de persecución que rápidamente se mostró insuficiente, y continuó caminando, más despacio, en busca de la siguiente parada.
Alguien gritó a su espalda, mas Greta, que no paraba de recordar que si no hubiera tenido que lavarse y secarse el pelo esa mañana no habría llegado tarde a la parada, no escuchó nada.
Más voces aparecieron tras ella, un griterío parecía seguir sus pasos. “Sí, sí, sí, no nos vamos de aquí!!”, y también, “Que no, que no, que no nos vamos ya!!”. Mientras tanto Greta, ajena a la alegría de los cánticos, no cesaba de dar vueltas a la pérdida del bus. Ahora pensaba que llegaría tarde de nuevo al trabajo, que tendría que aguantar las miradas y silencios tensos de su jefe, y que nada de esto pasaría si pudiera comprarse un coche, no uno cualquiera, sino el coche de sus sueños. Agobiada y plácidamente adormecida por la cantinela, sólo se enteró de que había sido engullida por la muchedumbre cuando quiso detenerse para buscar un cigarrillo en el bolso. Se sintió movida, llevada más allá de donde su voluntad marcaba, y se sintió bien. Pero la sensación duró poco, tan poco como el tiempo que la muchedumbre tardó en dejar de ser masa.
Greta giró la esquina de su calle y se topó con el parque de Eastwood. Cada árbol, cada fuente y cada parada de autobús estaba rodeada de gentes que al ver las que seguían a Greta comenzaron a gritar también.
“¡¡Estamos y vamos, estamos en los márgenes!!”, fue el grito que dejó de arrastrar a Greta. Tras ella centenares de personas comenzaron a pasarla por delante y a ocupar arcenes, medianas, árboles y paradas de autobús.
Preguntó a una joven qué ocurría, si huían de algo, y ésta sólo le pudo responder que no, que por fin, no huían ni se dejaban llevar, sino que vivían y hacían públicos los lugares en los que habitualmente no se estaba. “Estamos dignificando la ciudad, llevando a ciudad esta cosa donde hasta ahora sólo residíamos”, respondió también, pero Greta se quedó extrañada por la respuesta y siguió mirando alrededor en busca de alguna causa que explicara todo aquel jaleo. Una pancarta que decía “POR TREBOR, TU SACRIFICIO NO QUEDARÁ EN BALDE”, pareció cumplir sus expectativas. Ese tal Trebor sería el líder de estas gentes, seguro que algún maleante que habría sido justamente prendido y cuyas dudosas virtudes habrían sido exageradas y tomadas como ejemplo identificatorio por el resto. “Seguro que estas gentes se hacen llamar Trebistas, Treboristas o algo así”, pensó.
Algunas sirenas de policía sonaron a lo lejos. Greta se sintió más tranquila.